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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja blanca, magia negra (12 page)

Mientras me quitaba las botas y las dejaba debajo del abrigo, mi estado de ánimo pasó lentamente del enfado a la melancolía. Una buena parte de los hijos de Jenks estaba sobre las vigas cantando villancicos, y no era fácil seguir disgustada con su etérea melodía a tres voces mezclada con el olor a café.

Café
, pensé dejándome caer en el sofá y apuntando hacia el equipo de música con el mando a distancia. La música de Crystal Method, rápida y agresiva, inundó el ambiente y, tras arrojar el mando sobre la mesa, subí los pies para apartarlos de la corriente. El café ayudaría a mejorar las cosas pero, probablemente, faltaban al menos cinco minutos para que estuviera listo. Después del viaje apiñados en el coche patrulla, Ivy necesitaba un poco de espacio.

En aquel momento Jenks descendió hasta el elaborado centro de mesa que había traído una noche el padre de Ivy. Era todo destellos dorados, pero el pixie, que se había posado en uno de los bucles de madera pintada, quedaba muy propio. Lo acompañaba uno de sus hijos pequeños, que tenía las alas pegadas con pegamento y que lloraba desconsoladamente.

—No dejes que te afecte, Rachel —dijo Jenks dejando escapar un poco de polvo y rociando el pliegue que formaban las alas de su hijo—. Mañana te ayudaré a retirar la pintura.

—No hace falta. Ya lo haré yo —respondí asqueada por la idea de que, quienquiera que lo hubiera hecho, podría pasar con su coche y verme encaramada a la escalera con el culo en pompa. Era un todo detalle por parte de Jenks ofrecerse a ayudarme, pero hacía demasiado frío—. Y no me afecta —me quejé.

En ese momento reparé en los minúsculos copos de nieve de papel recortado que decoraban las ventanas.
Ahora entiendo lo del pegamento
. Tenían el tamaño de la uña de mi dedo meñique, y eran la cosa más mona que había visto en mi vida.

—Nadie valora las cosas buenas que hago —dije mientras el hijo de Jenks se retorcía bajo la atenta mirada de su padre—. ¿Qué importancia tiene que invoque a un demonio si, al final, todo acaba bien? Me refiero al hecho de que tú mismo digas que Cincinnati no es mejor sin Piscary. Rynn Cormel es mucho mejor como jefe del crimen organizado que él. Y a Ivy también le gusta.

—Tienes razón —admitió el pixie despegando cuidadosamente las alas de su hijo. Detrás de él, Rex, la gata de Jenks, asomaba la cabeza desde el oscuro vestíbulo, adonde llegaba desde el campanario atraída por la voz de su diminuto dueño. Hacía solo una semana que Jenks había instalado una portezuela en la escalera que conducía al campanario, cansado de pedir continuamente que alguien le abriera la puerta al animal. Al minino le encantaba el campanario con sus altas ventanas, y también facilitaba el acceso a Bis, aunque la gárgola, que tenía el mismo tamaño de un felino, tampoco es que entrara mucho.

—Y luego está Trent —añadí sin quitarle ojo a Rex, pues Jenks estaba preocupado por que su pequeño no pudiera salir volando—. Cuando el estúpido millonario e hijo predilecto de la ciudad se quedó atrapado en siempre jamás, ¿a quién le tocó negociar con los demonios para salvar su maldito culo?

—¿A la misma persona que lo llevó hasta allí? —preguntó Jenks, provocando que lo mirara con los ojos llenos de rencor—. ¡Eh, gatita, gatita! ¿Cómo está mi querida bola de pelusas? —canturreó.

A mí me pareció demasiado arriesgado, pero, al fin y al cabo, era su gata.

—Fue idea de Trent —dije dando golpecitos en el suelo con el pie—. Y ahora soy yo la que tiene que ir a siempre jamás cada dos por tres para pagar su rescate. ¿Y crees que alguna vez me han dado las gracias por ello? No. Lo único que he conseguido es que me llenen la puerta de casa de pintadas.

—Has conseguido recuperar tu vida —dijo Jenks—, y que Al dejara de perseguirte para acabar contigo. Conseguiste un acuerdo en siempre jamás según el cual, si un demonio decide meterse contigo, tendrá que vérselas primero con Al. Y, por último, has conseguido que Trent no le cuente a nadie lo que eres. Podría haberte destruido allí mismo. Si hubiera querido, no te habrías encontrado unas pintadas en tu puerta, sino una hoguera con un poste en el jardín delantero, contigo atada.

Me quedé helada, sin poder creer lo que estaba oyendo. ¿
Lo que soy
? ¿Debía estarle agradecida porque no se lo hubiera contado a nadie? Si le hubiera revelado a alguien lo que era, habría tenido que explicar cómo me volví así, lo que hubiera provocado que lo quemaran en la hoguera junto a mí.

Ajeno a mis pensamientos, Jenks observaba a su hijo con una sonrisa.

—¡Ya está, Jerrimatt! —exclamó afectuosamente dándole un empujoncito a su pequeño y cubriendo la mesa de un montón de chispas brillantes—. Y si, por casualidad, las manoplas de Jack acabaran llenas de pegamento, no tendré ni la más remota idea de quién es el culpable.

Las minúsculas alas del pixie se desplegaron poniéndose en movimiento y una nube de polvo dorado los envolvió a ambos.

—Gracias, papá —dijo Jerrimatt mientras en sus ojos, húmedos por las lágrimas, asomaba un familiar destello perverso.

Jenks contempló cómo su hijo se alejaba con una expresión de ternura. Rex también lo observaba, agitando la cola. Girándose hacia mí, Jenks se dio cuenta de que estaba de un humor de perros.
Conque Trent se ha callado lo que soy
, ¿
eh
?

—Me refería —reculó el pixie— a lo que te hizo el padre de Trent.

Algo más calmada, bajé los pies de la mesa y los puse en el suelo.

—Vale, no importa —farfullé frotándome la muñeca y la marca demoníaca que había en ella. Tenía otra en el pie, ya que Al todavía no me la había quitado a cambio de su nombre de invocación, para disfrutar del hecho de que le debiera dos marcas. Vivía con la inquietud de que alguien me encerrara en un círculo demoníaco, pero nadie había intentando invocar a Al. De momento.

Las marcas demoníacas eran algo difícil de explicar, y más gente de la que me hubiera gustado sabía a qué se debían. Eran los vencedores los que escribían los libros de historia, y yo no estaba venciendo. Pero, al menos, no tenía que vivir en siempre jamás representando el papel de muñeca hinchable de un demonio. No, tan solo tenía que hacerle de discípula.

Reclinando la cabeza hacia atrás y contemplando el techo grité:

—¡Ivy! ¿Está listo el café?

Rex salió disparada de debajo de la mesa de billar al oír mi voz, y al escuchar la respuesta afirmativa de Ivy, apagué el estéreo y me puse en pie tambaleándome. Jenks se fue a ayudar a Matalina a disolver una pelea por la purpurina, y yo me adentré en el largo pasillo que dividía en dos la parte trasera de la iglesia. En aquel momento, pasé por delante de lo que habían sido los servicios de señoras y caballeros, y que se habían convertido en el opulento cuarto de baño de Ivy, y mi aseo, mucho más espartano, que también albergaba la lavadora y la secadora. A continuación se encontraban nuestros respectivos dormitorios que, en mi opinión, en su momento debieron albergar los despachos parroquiales. Aunque el oscuro pasillo no cambiaba, al adentrarme en la parte no consagrada de la iglesia, que había sido añadida posteriormente, tuve la sensación de que el aire era distinto. Era allí donde se encontraban la sala de estar privada y la cocina. Si esta hubiera estado consagrada, habría dormido allí.

En pocas palabras, adoraba mi cocina. Ivy la había remodelado antes de que yo me mudara, y era la mejor estancia del edificio. A través de la ventana situada sobre el fregadero, que estaba cubierta por unas cortinas de color azul, se veía el jardín en el que cultivaba las plantas para preparar los hechizos. Más allá se encontraba el cementerio, lo que, en un principio, me había incomodado, pero después de un año pasando el cortacésped, les había cogido cariño a las lápidas deterioradas por el tiempo y a los nombres olvidados.

En el interior, predominaban los relucientes muebles de acero inoxidable y la radiante luz de los fluorescentes. Había dos hornillos, uno de gas y otro eléctrico, de manera que no tenía que preparar los encantamientos y la comida en la misma superficie. Las encimeras eran muy extensas, y cuando elaboraba los hechizos, tenía que usarlas en toda su extensión, lo que sucedía muy a menudo, pues los embrujos que usaba podían salir muy caros, a menos que los preparara yo misma. En ese caso, resultaban muy económicos.

En el centro había una isla rodeada por un círculo grabado sobre el linóleo. Anteriormente guardaba allí mis libros de hechizos, en los estantes abiertos de debajo, hasta que Al quemó uno de ellos por despecho y decidí llevármelos al campanario. La encimera central era un lugar seguro para preparar encantamientos, a pesar de que no estuviera consagrada.

Apoyada contra la pared posterior había una mesa de madera rústica. Ivy estaba sentada en la esquina más lejana, cerca del pasaje abovedado que conducía al vestíbulo, con su ordenador, su impresora, y un montón de papeles cuidadosamente clasificados. Cuando nos instalamos en la iglesia, podía disponer de la mitad de ella, pero en aquel momento podía darme por satisfecha si me dejaba una esquina para poder comer. En consecuencia, me había apropiado del resto de la cocina.

Ivy levantó la vista del teclado y dejé el bolso sobre el correo del día anterior, que todavía no habíamos abierto, y me derrumbé en mi silla.

—¿Quieres que prepare algo de comer? —pregunté al darme cuenta de que era casi medianoche.

Ella se encogió de hombros y miró de reojo las facturas.

—Sí, claro.

Sabía que le sacaba de quicio, así que dejé el correo donde estaba, debajo de mi bolso, y me puse en pie de nuevo con intención de sacar una sopa de tomate y unas galletas saladas con sabor a queso. En caso de que le apeteciera algo más, lo diría. Al sacar una lata de sopa de los estantes de la despensa, sentí una punzada de preocupación. A Glenn le gustaban los tomates. ¡Oh, Dios! Esperaba que se pusiera bien; que se hubiera quedado sin conocimiento me tenía preocupada.

Mientras me hacía con un abrelatas, Ivy pinchó con el ratón sobre un par de direcciones web. A continuación me quedé mirando indecisa las cazuelas de cobre donde preparaba los hechizos y opté por utilizar un cazo algo más mundano. Mezclar la magia con la comida no era una buena idea.

—¿Investigando? —pregunté, consciente de que su silencio se debía a que todavía estaba disgustada por algo.

—Estoy buscando banshees —se limitó a responder, y esperé que no fuera consciente de lo mona que estaba con el extremo del bolígrafo entre los dientes. Sus colmillos eran afilados, pero no se volverían largos hasta que estuviera muerta. Y hasta entonces, tampoco adquiriría la sensibilidad a la luz o la necesidad imperiosa de sangre para sobrevivir. Eso sí, le gustaba con locura, y a pesar de que le resultaba increíblemente difícil renunciar a ese placer, podía vivir sin ella.

La lata emitió un sonido metálico al abrirse, y yo suspiré.

—¿Ivy? Lo siento.

Ella movió un pie hacia delante y hacia atrás, como si fuera la cola de un gato enfadado.

—¿Qué es lo que sientes? —preguntó dócilmente y dejando de mover el pie cuando vio que lo había notado.

Que mis métodos hayan dado fruto antes que los tuyos
, pensé. No obstante, lo que dije fue:

—¿Por pedirte que te pasaras por el barco de Kisten?

Detestaba el tono interrogativo de mi voz, pero no tenía ni idea de lo que le molestaba tanto.

Ivy alzó la vista, y estudié la aureola marrón que rodeaba sus pupilas. Era amplia e intensa, lo que me indicaba que tenía las emociones bajo control.

—No pasa nada —dijo, y fruncí el ceño, al percibir que había algo más detrás de sus palabras.

Dándole la espalda, sacudí la sopa solidificada, que cayó en el cazo con un golpe seco.

—Si quieres, puedo acompañarte. No me importa. —En realidad sí que me importaba, pero ya tenía pensado ofrecerme.

—No hace falta. Lo tengo todo controlado —dijo en un tono más agresivo.

Suspiré y me puse a buscar una cuchara de madera. Ivy solía afrontar las situaciones embarazosas ignorándolas, y aunque yo no estaba en contra de evitar ciertos asuntos para hacer la convivencia más agradable, tenía tendencia a clavar estacas a los vampiros mientras dormían si pensaba que podía salir impune.

En aquel preciso instante sonó el teléfono y, cuando fui a cogerlo arrasando con todo lo que encontraba a mi paso, alcancé a ver su mirada asesina.

—Encantamientos Vampíricos —respondí educadamente—. ¿En qué puedo ayudarle?

Tiempo atrás solía contestar dando mi nombre, pero había dejado de hacerlo después de la primera pintada.

—¿Rachel? Soy Edden —dijo el capitán de la AFI con voz cascada—. Me alegro de que estés en casa. Estamos teniendo algunos problemas para sacar las huellas…

—¿Ah siiií? —lo interrumpí mirando a Ivy con expresión burlona y girando el auricular para que pudiera oírle con la extraordinaria capacidad auditiva característica de los vampiros—. ¡Quién lo iba a decir!

—Las han enviado varias veces a las oficinas equivocadas —prosiguió, demasiado concentrado como para percibir mi sarcasmo—, pero hemos descubierto que la lágrima de banshee pertenece a una tal Mia Harbor. Anda rondando por ahí desde que Cincinnati no era más que una granja de cerdos, y quería pedirte que te pasaras mañana, sobre las nueve, para ayudarnos a interrogarla.

Me recliné sobre la encimera con una mano en la frente. Lo que quería es que le llevara un amuleto de la verdad. Los humanos eran expertos en interpretar el lenguaje corporal, pero con una banshee era condenadamente difícil. O, al menos, eso tenía entendido. La SI nunca mandaba a los brujos a perseguir banshees.

Ivy me miraba con sus ojos marrones muy abiertos. Parecía sorprendida. Mejor dicho, estupefacta.

—Demasiado temprano —respondí preguntándome qué demonios le pasaba—. ¿Qué te parece a mediodía?

—¿A mediodía? —repitió—. Necesitamos actuar rápidamente.

Entonces
, ¿
por qué me echaste a patadas precisamente cuando estaba haciendo progresos
?

—Necesitaré toda la mañana para preparar un hechizo de la verdad. Esas cosas son caras. A menos que quieras encontrarte sobre tu mesa una factura por un valor de cinco mil dólares a la que habría que añadir mis honorarios de asesoría.

Edden se quedó en silencio, pero podía percibir su frustración.

—A mediodía —repetí, sintiéndome como si acabara de ganar varios puntos. En realidad, tenía un amuleto de verdad en mi armario de hechizos, pero normalmente no me levantaba antes de las once—. Siempre que hayamos acabado para las dos. Tengo que ir a recoger a mi hermano al aeropuerto.

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