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Authors: Linda Howard

Tags: #Romántico

Amanecer contigo (7 page)

Richard se levantó, alarmado por su reacción—. Dione… —dijo de nuevo.

—Yo… lo siento —murmuró, abrazándose en un esfuerzo por controlar los temblores que se habían apoderado de ella—. No puedo explicarte… Lo siento…

—Pero ¿qué ocurre? —preguntó él, y volvió a alargar la mano hacia ella, pero Dione se retiró bruscamente, levantándose de un salto.

Sabía que no podía explicarse, pero tampoco soportaba permanecer allí por más tiempo.

—Buenas noches —dijo atropelladamente, y se alejó de él.

Entró en la casa y estuvo a punto de tropezar con Serena, que se disponía a salir al patio.

—Ah, estás ahí —dijo—. Blake se ha ido a la cama. Estaba muy cansado.

Dione logró recobrar lo compostura lo suficiente como para contestar sin que le temblara la voz.

—Sí, eso me parecía —dijo. De pronto se sintió muy cansada y fue incapaz de sofocar un bostezo—. Perdona —dijo—. Ha sido un día muy largo.

Serena le lanzó una mirada extraña e inquisitiva.

—Entonces, Richard y yo nos vamos. No quiero tenerte en pie. Mañana vendré a ver a Blake.

—Mañana voy a aumentarle los ejercicios —le informó Dione, aprovechando la oportunidad para dejarle claro que con su presencia estorbaba, más que ayudar—. Sería preferible que esperaras hasta la tarde, a partir de las cuatro, digamos.

—¡Pero eso es demasiado! —exclamó Serena—. Todavía está muy débil.

—En este momento, soy yo quien hace casi todo el trabajo —repuso Dione secamente—. Pero me ocuparé de que no se esfuerce demasiado.

Si Serena advirtió el sarcasmo que Dione no fue capaz de reprimir, no dio muestras de ello. Se limitó a asentir con la cabeza.

—Entiendo —dijo con frialdad—. Muy bien. Vendré a verle mañana por la tarde.

En fin, las maravillas que obraba la voluntad nunca dejaban de sorprenderla, pensó Dione con ironía mientras subía las escaleras. Sólo había tenido que mencionar que Blake estaría ocupado y, aunque a Serena no le había hecho ninguna gracia, se había conformado.

Tras prepararse para meterse en la cama, llamó suavemente a la puerta de Blake; al no oír respuesta abrió la puerta lo justo para asomarse. Estaba profundamente dormido, tumbado de espaldas, con la cabeza caída sobre el hombro. Iluminado por la luz que entraba desde el pasillo parecía más joven. Las arrugas del sufrimiento no se veían.

Dione cerró la puerta sin hacer ruido y regresó a su cuarto. Estaba cansada, tanto que le dolían los miembros, pero tras meterse en la cama descubrió que no podía conciliar el sueño. Sabía por qué, y permaneció despierta mirando el techo, consciente de que no podría dormir en toda la noche. Qué cosa tan estúpida y trivial… Sólo porque Richard la había tocado. Pese a todo, no era trivial, y lo sabía. Quizá hubiera podido ahuyentar las pesadillas y reconstruir su vida por entero, pero su pasado era suyo, formaba parte de ella, y no era trivial. Una violación nunca era trivial. Desde esa noche, no podía soportar que nadie la tocara. Había llegado a un compromiso consigo misma y satisfacía sus necesidades afectivas trabajando con sus pacientes, tocándolos, pero sólo soportaba el contacto mientras fuera ella quien dominaba la situación.

En apariencia se había recuperado completamente; había edificado un muro entre su yo de ahora y su yo del pasado, sin pararse a pensar en lo ocurrido, obligándose literalmente a reunir los jirones de su vida descompuesta y a remendarlos con fiera determinación, a base de fuerza de voluntad, hasta construir un tejido más fuerte. Podía reírse y disfrutar de la vida. Y, lo que era más importante aún, había aprendido a respetarse a sí misma, lo más difícil de todo.

Pero no soportaba que la tocara ningún hombre.

Esa noche le había impedido para siempre casarse y formar una familia. Dado que esa faceta de la vida le había sido negada, procuraba ignorarla, y jamás lamentaba lo que hubiera podido ser. Se había convertido en una especie de vagabunda que viajaba a lo largo y ancho del país para ayudar a otros. Mientras estaba enfrascada en un caso, mantenía una relación intensa, llena de afecto y atenciones, pero despojada de cualquier matiz sexual. Quería a sus pacientes e, inevitablemente, ellos la querían a ella… mientras duraba. Se convertían en su familia hasta el día en que todo acababa y ella los dejaba con una sonrisa en la cara, lista para pasar al siguiente caso y a su nueva «familia».

Al empezar su formación, se había preguntado si alguna vez sería capaz de trabajar con un hombre. Aquello la preocupó hasta que llegó a la conclusión de que, si no podía, perjudicaría seriamente su carrera, y decidió hacer lo que fuera preciso. La primera vez que trabajó con un hombre tuvo que apretar los dientes y hacer acopio de voluntad para obligarse a tocarlo, pero al cabo de unos minutos se dio cuenta de que un hombre que necesitaba terapia no estaba, obviamente, en condiciones de atacarla. Los hombres eran seres humanos que necesitaban ayuda, igual que los demás.

Pero, de todos modos, prefería trabajar con niños. Los niños amaban tan libremente, de forma tan completa… Las únicas caricias que toleraba eran las de los niños. Había aprendido a disfrutar de la sensación que le producían sus bracitos al enlazarle el cuello en un alegre abrazo. Si había algún pesar del que no lograba desprenderse del todo, era el pesar de no poder tener hijos. Lo dominaba redoblando sus esfuerzos cuando trabajaba con niños, pero en el fondo sentía la necesidad de tener hijos propios, alguien que le perteneciera a ella y al que ella perteneciera, alguien que formara parte de su ser.

De pronto un sonido amortiguado captó su atención y levantó la cabeza de la almohada, esperando a ver si se repetía. ¿Sería Blake? ¿La habría llamado?

Sólo oía silencio, pero no podría descansar hasta que se asegurara de que Blake estaba bien. Se levantó, se puso la bata y se acercó sigilosamente a la puerta de la habitación contigua. La abrió lo justo para mirar dentro y lo vio tumbado en la misma posición. Iba a cerrar cuando vio que él intentaba girarse de lado y que, al no moverse sus piernas, profería el mismo sonido, a medio camino entre un suspiro y un gemido, que había oído antes.

¿A nadie se le ocurría nunca ayudarle a cambiar de postura?, se preguntó, y entró sin hacer ruido en la habitación con los pies descalzos. Si llevaba dos años durmiendo de espaldas, no era de extrañar que tuviera el temperamento de un búfalo acuático.

Dione no sabía si estaba despierto o no; le parecía que no. Seguramente sólo intentaba cambiar de postura, como hacía todo el mundo de manera natural mientras dormía. Como todo el mundo se había ido a la cama, la luz del pasillo estaba apagada a la tenue luz de las estrellas que entraba por las cristaleras no le veía con bastante claridad como para llegar a una conclusión. Quizá, si estaba aún dormido, pudiera cambiarle de posición sin despertarlo siquiera. Era algo que hacía con la mayoría de sus pacientes, una atención de la que ellos no solían enterarse.

Primero le tocó un poco el hombro sin apenas posarla mano sobre él, y dejó que su subconsciente se acostumbrara al contacto. Al cabo de un momento aplicó un poco de presión y él obedeció e intentó girarse hacia la derecha, de cara a ella. Dione lo ayudó con delicadeza, lentamente, moviéndole las piernas para que no le estorbaran. Exhalando un suave suspiro, Blake hundió la cara en la almohada, se relajó y su respiración se hizo más profunda.

Dione sonrió, le tapó los hombros con la sábana y regresó a su cuarto.

Blake no se parecía a sus demás pacientes. Una hora después seguía despierta e intentaba descubrir por qué estaba tan empeñada en hacerle andar otra vez. No se trataba de la devoción que solía mostrar hacia cualquier paciente; en cierta forma que aún no entendía, era importante para ella, desde un punto de vista personal, que Blake volviera a ser el de antes. Había sido un hombre muy fuerte, un hombre tan vibrante y lleno de vida que se convertía en el centro de atención allá donde iba. Dione lo sabía. Y tenía que devolverle su antiguo ser.

Blake estaba muy cerca de la muerte. Richard tenía razón al decir que, tal y como estaba, no viviría otro año. Estaba dispuesto a dejarse morir. Ella había logrado atrapar su atención esa mañana con sus tácticas de choque, pero tenía que mantener su interés hasta que Blake empezara a ver progresos, hasta que comprendiera que podía recuperarse. Jamás podría perdonarse si le defraudaba.

Por fin consiguió dormir unas dos horas, y se levantó antes del alba impulsada por una especie de expectación nerviosa. Le habría encantado salir a correr por la playa, pero en Phoenix no había playa, y no conocía el jardín lo suficiente como para trotar por él a oscuras. Que ella supiera, Blake podía tener perros guardianes patrullando por la finca de noche. Pese a lo poco que había dormido, se sentía rebosante de energía. Intentó desfogarse un poco haciendo ejercicio, y la ducha que se dio después la dejó tan fresca que se sintió lista para encararse con el mundo entero. O, al menos, con Blake Remington.

Era más pronto aún que el día anterior cuando cedió a su entusiasmo y entró en el cuarto de Blake, encendiendo la luz porque todavía era de noche.

—Buenos días —gorjeó.

Él estaba todavía de lado; abrió un ojo, la miró con expresión horrorizada y profirió un improperio que, de haber sido más joven, le habría valido que le lavaran la boca con jabón.

Dione le sonrió.

—¿Listo para empezar? —preguntó candorosamente.

—¡Demonios, no! —bramó él—. ¡Es de noche!

—No, nada de eso. Casi está amaneciendo.

—¿Casi? ¿Cómo de casi?

—Quedan unos minutos —contestó ella en tono conciliador, y un instante después lo echó todo a perder retirando las mantas—. ¿No quiere ver el amanecer?

—¡No!

—No sea tan aguafiestas —insistió ella mientras le movía las piernas—. Venga a ver amanecer conmigo.

—No quiero ver amanecer, ni con usted ni con nadie —bufó él—. ¡Quiero dormir!

—Lleva muchas horas durmiendo, y no querrá perderse este amanecer tan especial.

—¿Qué tiene de especial? ¿Que marca el principio del día en que me torturará hasta la muerte?

—Sólo si no lo ve conmigo —respondió ella alegremente y, tomándole de la mano, le urgió a levantarse. Lo ayudó a sentarse en la silla de ruedas y lo tapó con una manta, consciente de que tendría frío—. ¿Cuál es el mejor sitio para ver amanecer? —preguntó.

Él se estaba frotando la cara con las manos.

—Junto a la piscina —contestó a regañadientes, mascullando las palabras a través de los dedos—. Está usted loca, señora. Es una auténtica lunática, como no he visto otra.

Ella le alisó el pelo revuelto con los dedos y le sonrió con ternura.

—Vamos, no exagere —murmuró—. ¿Ha dormido bien?

—¡Claro que sí! —replicó él—. Me tenía tan cansado que no podía sostener la cabeza en alto —en cuanto las palabras salieron de su boca, una expresión avergonzada cruzó su semblante—. De acuerdo, hacía dos años que no dormía tan bien —dijo. De mala gana, cierto, pero al menos lo reconocía.

—¿Ve lo que un poco de terapia puede hacer por usted? —respondió ella en broma, y cambió de tema antes de que volviera a enfadarse—. Tendrá que enseñarme el camino hasta la piscina. No quiero atravesar el patio porque los trabajadores han puesto allí casi todo su equipo y podríamos tropezar a oscuras.

Blake no parecía entusiasmado, pero puso la silla en marcha y la condujo hasta la puerta trasera a través de la casa sumida en el silencio. Mientras daban la vuelta por detrás, hacia la piscina, un pájaro cantó una sola y líquida nota para saludar al nuevo día, y Blake levantó la cabeza al oír su trino.

¿Hacía dos años que no oía cantar un pájaro?

Sentados junto a la piscina, mientras la suave ondulación del agua producía su propia música, contemplaron en silencio los primeros albores del día. Luego, el primer rayo de sol traspasó como un dardo el borde de las montañas. No había nubes que pintaran el cielo con un sinfín de matices del rosa y el amarillo, sólo el azul clarísimo del cielo y el sol blanquecino y dorado, pero la perfecta quietud del nuevo día componía una escena tan bella como el más abigarrado amanecer que Dione hubiera visto nunca. El día comenzó a caldearse enseguida, y Blake se quitó la manta de los hombros.

—Tengo hambre —anunció prosaicamente tras el largo silencio que habían compartido.

Ella lo miró y se echó a reír; luego se levantó del suelo de cemento, donde había estado sentada con las piernas cruzadas.

—Ya veo que sabe apreciar las cosas buenas de la vida —dijo con ligereza.

—Si insiste en levantarme en plena noche, ¿cómo no voy a tener hambre cuando sale el sol? ¿Hoy voy a tomar la misma bazofia que ayer?

—Sí —contestó ella con serenidad—. Un desayuno nutritivo y rico en proteínas, justo lo que necesita para ganar peso.

—Peso que luego intentará quitarme a golpes —replicó él.

Dione se echó a reír. Le gustaba aquella discusión.

—Espere y verá —dijo—. Dentro de una semana le parecerá que lo de ayer no fue nada.

Capítulo 4

Dione yacía despierta, contemplando la filigrana de luces que la luna nueva proyectaba sobre el techo blanco. Richard había obrado milagros y esa noche, durante la cena, le había dicho que el gimnasio estaba listo para usarse. Pero su problema era Blake. Inexplicablemente, había vuelto a replegarse sobre sí mismo y parecía deprimido. Comía lo que Alberta le ponía delante, y permanecía callado, sin quejarse, mientras Dione le ejercitaba las piernas, pero todo aquello era mala señal. La rehabilitación no era algo que un paciente tuviera que aceptar pasivamente, como hacía Blake. De momento podía quedarse tumbado y dejar que ella le moviera las piernas, pero cuando empezaran a trabajar en el gimnasio y en la piscina, tendría que participar activamente.

No hablaba con ella de lo que le preocupaba. Dione sabía exactamente cuándo había empezado aquello, pero no lograba entender cuál había sido el detonante. Estaban lanzándose pullas el uno al otro mientras ella le daba un masaje antes de empezar los ejercicios, y de repente los ojos de Blake habían adquirido una mirada inexpresiva y vacía. Desde entonces no había vuelto a replicar a ninguna de sus bromas. Dione no creía que se debiera a algo que ella había dicho; ese día, sus chanzas habían sido inofensivas y alegres, debido a que Blake parecía encontrarse de mucho mejor humor.

Dione giró la cabeza para leer el marcador luminoso del reloj y vio que era poco más de medianoche. Como hacía cada noche, se levantó para ver cómo estaba Blake. No había oído los ruidos que solía hacer cuando intentaba girarse, pero sus cavilaciones la tenían preocupada.

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