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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (94 page)

Entonces, Norandel tomó en sus manos el yelmo blanco y dijo:

—Señor, este yelmo bien lo conocéis.

—Sí —dijo él—, que muchas veces lo vi donde yo verlo deseaba;

—Pues éste trajo en la cabeza el rey Perión, que mucho os ama.

Y luego tomó el cárdeno y dijo:

—Veis aquí, éste trajo don Florestán.

Y sacando el dorado dijo:

—Veis, señora, éste que tanto en vuestro servicio hizo, cual ninguno otro hacer pudiera, trajo Amadís, si yo digo verdad en ello o no sois vos el mejor testigo que muchas veces entre ellos os hallasteis, ellos gozando de la fama y vos del vencimiento.

Y contóles cómo vinieran el rey Perión y sus. hijos encubiertos a la batalla y por cuál razón después se habían ido sin que los conociesen y cómo fueron metidos en la prisión de Arcalaus y de cómo salieron quemando el castillo y cómo lo hallaran en las andas él y don Galaor y cómo se les escapara llamándose Granfiles, primo de don Grumedán, de lo cual mucho con él, que allí presente estaba, se reían, y con ellos, diciendo que muy alegre era en haber hallado tal deudo de que no sabían.

El rey preguntó mucho por el rey Perión, y Norandel le dijo:

—Creed, señor, que en el mundo no hay rey de tanta tierra como él tiene que su igual sea.

—Pues no se perderá nada —dijo don Grumedán— por sus hijos.

El rey calló por no loar a Galaor, que estaba presente, ni a los otros, de que muy poco por entonces se pagaba; pero mandó poner las armas en el arco de cristal de su palacio, donde otras de hombres famosos eran puestas.

Don Galaor y Norandel hablaron con Oriana y con Mabilia y diéronles las saludes y encomiendas de la reina Elisena y de su hija, y por ellas fueron con gran amor recibidas, como aquéllas que las mucho amaban, y hubieron gran pesar en que les dijeron que Amadís se iba solo a tierras extrañas de diversos lenguajes a buscar las aventuras más fuertes y peligrosas.

Entonces se fueron a sus posadas y el rey quedó hablando con sus caballeros en muchas cosas.

Capítulo 70

En que recuenta de Esplandián cómo estaba en componía de Nasciano el ermitaño, y de cómo Amadís, su padre, fue a buscar aventuras, mudado el nombre en el Caballero de la Verde Espada, y de las grandes aventuras que hubo.

Habiendo Esplandián cuatro años que naciera, Nasciano el ermitaño envió por él que se lo trajesen, y él vino bien criado de su tiempo, y violo tan hermoso que fue maravillado, y santiguándolo lo llegó a sí, y el niño lo abrazaba como si lo conociera. Entonces hizo volver al ama y quedando allí un su hijo, que de leche de él criara a Espladián, y entrambos estos niños andaban jugando cabe la ermita de que el santo hombre era muy alegre, y daba gracias a Dios porque había querido guardar tal criatura. Pues así acaeció, que siendo Esplandián cansado de holgar echóse a dormir debajo de un árbol, y la leona que ya oísteis que algunas veces venía al ermitaño y él le daba de comer cuando lo había, vio al niño y fuese a él y anduvo un poco alrededor, oliéndolo, y después echóse cabe él. Y el otro niño fue llorando al hombre bueno diciendo cómo un can grande quería comer a Esplandián. El hombre bueno salió y vio a la leona y fue allá, mas ella se vino a él halagándolo, y tomó el niño en sus brazos, que era ya despierto, y como vio la leona, dijo:

—Padre, hermoso can es éste, ¿es nuestro?

—No —dijo el hombre bueno—, sino de Dios, cuyas son todas las cosas.

—Mucho querría, padre, que fuese nuestro.

El ermitaño hubo placer y díjole:

—Hijo, ¿queréisle dar de comer.

—Sí, dijo él.

Entonces trajo una pierna de gamo que unos ballesteros le dieran, y el niño diola a la leona y llegóse a ella, y poníale las manos por las orejas y por la boca. Y sabed que de allí adelante siempre la leona venía cada día, y aguardábalo en tanto que fuera de la ermita andaba. Y de que más crecido fue, diole el ermitaño un arco a su medida y otro a su sobrino, y con aquéllos, después de haber leído, tiraban, y la leona iba con ellos, y si herían algún ciervo, ella se lo tomaba, y algunas veces venían allí unos ballesteros amigos del ermitaño e íbanse con Esplandián a cazar por amor de la leona, que les alcanzaba la caza, y de entonces aprendió Esplandián a cazar.

Así pasaba su tiempo debajo de la doctrina de aquel santo hombre. Y Amadís se partió de Gaula, como ya os contamos, con voluntad de hacer tales cosas en armas que aquéllos que lo habían sacado y menoscabado su honra, por luenga estaba que por mandado de su señora allí hiciera quedasen por mentirosos, y con este pensamiento se metió por la tierra de Alemania, donde en poco tiempo fue muy conocido, que muchos y muchas venían a él con tuertos agravios que les eran hechos, y les hacía alcanzar su derecho, pasando grandes afrentas y peligros de su persona, combatiéndose en muchas partes con valientes caballeros, a las veces con uno, otras veces con dos y tres, así como el caso era, ¿qué os diré? Tanto hizo, que por toda Alemania era conocido por el mejor caballero que en toda aquella tierra entrara y no le sabían otro nombre sino el Caballero de la Verde Espada, o del enano, por el enano que consigo traía. De esta ida que él hizo, en tanto pasaron cuatro años que nunca volvió a Gaula, ni a la Ínsula Firme, ni supo de su señora Oriana, que esto le daba mayor tormento y cuitaba tanto su corazón, que en comparación de ellos todos los otros peligros y trabajos tenía por holganza, y si algún consuelo sentía, no era sino saber cierto que su señora, siendo firme en su membranza, de él padecía otra semejante soledad. Pues así anduvo por aquella tierra todo el verano, y viniendo el invierno, temiendo el frío, acordó de se ir al reino de Bohemia y pasarlo allí con un muy buen rey llamado Tafinor; que a la razón reinaba, del cual grandes bienes y bondades oyera decir, el cual tenía guerra con el Patín, que era ya emperador de Roma, a quien él mucho desamaba por lo de Oriana su señora, que ya oísteis, y fuese luego para allá, y acaeció que luego llegando a un río de la otra parte vio andar mucha gente, y lanzaron un girifalte a una garza y vínola a matar, a la parte donde el Caballero de la Verde Espada estaba, y él se apeó así armado como andaba, y dio muchas voces a los de la otra parte si lo cebaría. Ellos dijeron que sí. Entonces le dio allí de comer aquello que vio que era menester, como aquel que muchas veces lo había hecho.

El río era bien hondo y no podían allá pasar. Y sabed que era allí el rey Tafinor de Bohemia, y como vio al caballero y al enano con él, preguntó si lo conocían algunos de aquéllos, y no hubo quien lo conociese.

—Si será —dijo el rey— por ventura un caballero que ha andado por tierras de Alemania, que ha hecho maravillas en armas, de que todos por milagro hablaban de él y dícenle el Caballero de la Verde Espada y el Caballero del Enano. Dígolo por aquel enano que consigo trae.

Así había un caballero que decían Sandián y era caudillo de los que al rey guardaban, y dijo:

—Cierto este es que la espada verde trae ceñida.

El rey se dio prisa en llegar a un paso del río porque el de la Verde Espada venía ya con el girifalte en su mano. Y como él llegó, díjole:

—Mi buen amigo, vos, seáis muy bien venido a esta mi tierra.

—¿Sois vos el rey?

—Sí, soy —dijo él—, cuanto a Dios pluguiere.

Entonces llegó con mucho acatamiento por le besar las manos, y dijo:

—Señor, perdonadme aunque no os erré; que no os conocía; yo vengo por os ver y servir, que roe dijeron que teníais guerra con tal hombre y tan poderoso que habréis de menester el servicio de los vuestros y aun de los extraños, y comoquiera que yo sea uno de ellos en tanto que con vos fuere, por vasallo natural me podéis contar.

—¡Caballero de la Verde Espada!, mi amigo, cómo os agradezco esta venida y lo que me decís, aquel mi corazón que con ello ha doblado el esfuerzo lo sabe, y ahora acojámonos a la villa.

Así fue el rey hablando con él, y de todos era loado de hermosura y de parecer mejor armado que otro ninguno que visto hubiesen. Llegados al palacio, mandó el rey que allí le aposentasen, y desde que fue desarmado en una rica cámara, vistióse unos paños lozanos y hermosos que el enano le traía, y fuese donde el rey estaba con tal presencia que daba testimonio de ser creídas las grandes proezas que de él decían, y allí comió con el rey, servido como a mesa de tan buen nombre. Alzando los manteles, estando todos sosegados, el rey dijo:

—Caballero de la Verde Espada, mi amigo, las grandes nuevas y honrada presencia, movióme a os pedir ayuda, aunque hasta ahora no os lo merezca, pero placerá a Dios que en algún tiempo será galardonado. Sabed, mi buen amigo, que yo he guerra contra mi voluntad con el más poderoso hombre de los cristianos, que es el Patín, emperador de Roma, que así con su gran poder como con su gran soberbia, querría que este reino que Dios libre me dio, le fuese sujeto y tributario; pero yo hasta ahora, con la fianza y fuerza de mis vasallos y amigos, he se lo defendido reciamente y defenderé cuanto la vida me durare; pero como es cosa de gran trabajo y peligro defenderse mucho tiempo los pocos a los muchos, tengo siempre atormentado mi corazón en buscar el remedio. Pues éste no es, después de Dios, sino la bondad y esfuerzo que hay de los unos hombres a otros y porque Dios os ha hecho tan extremado en el mundo en bondad y fortaleza, tengo yo mucha esperanza en el vuestro gran esfuerzo que, como siempre, procura prez y honra la guerra ganar con los menos. Así que, buen amigo, ayudad a defender este reino, que siempre a vuestra voluntad será.

El Caballero de la Verde Espada le dijo:

—Señor, yo os serviré y como mis obras viereis así juzgad mi bondad.

Así como oís quedó el Caballero de la Verde Espada en casa del Tafinor de Bohemia, donde mucha honra le hacían, y en su compañía por mandado del rey un hijo suyo que Grasandor se llamaba, y un conde primo del rey, llamado Gaitines, porque más acompañado y honrado estuviese.

Pues así avino que un día cabalgaba el rey por el campo con muchos hombres buenos e iba hablando con su hijo Grasandor y con el Caballero de la Verde Espada en el hecho de su guerra que la tregua salía en esos cinco días, y así yendo en su habla vieron venir por el campo doce caballeros y las armas traían liadas en palafrenes, y los yelmos y escudos y lanzas, sus escuderos. El rey conoció entre ellos el escudo de don Garadán, que era primo hermano del emperador Patín y era el más preciado caballero de todo el señorío de Roma, y éste hacía la guerra a este rey de Bohemia, y dijo contra el Caballero de la Verde Espada, suspirando:

—¡Ay!, que de enojo me ha hecho aquel cuyo es aquel escudo, y mostróselo, y el escudo había el campo cárdeno y dos águilas de otro, tamañas como en él cabían.

El Caballero de la Verde Espada le dijo:

—Señor, cuantas más soberbias y demasías de vuestro enemigo recibiereis, entonces tened más fucia en la venganza que Dios os dará y, señor, pues que así vienen a vuestra tierra a se poner en vuestra mesura, honradlos y hablarles bien, pero pleitesía no la hagáis sino a vuestra honra y provecho.

El rey lo abrazó y le dijo:

—A Dios pluguiese por su merced que siempre fueseis conmigo y de lo mío hicieseis a vuestra voluntad.

Y llegaron a los caballeros, y a Garadán y sus compañeros fueron ante el rey, y él los recibió de mejor palabra que de corazón, y díjoles que se entrasen en la villa y les harían toda honra.

Don Garadán dijo:

—Yo vengo a dos cosas que antes sabréis, en que no habréis menester consejo sino de vuestro corazón, y respondednos luego, porque no nos podemos detener, que la tregua sale muy cedo.

Entonces le dio una carta de creencia, que era del emperador, en que decía cual hacía cierto y estable sobre su fe todo lo que don Garadán con él asentase

—Paréceme —dijo el rey, después de la haber leído— que no se hace poca confianza de vos, y ahora decidlo qué os mandaron.

—Rey —dijo don Garadán—, comoquiera que el emperador sea de más alto linaje y señorío que vos, porque tiene mucho en otras cosas que entender quiere dar cabo en vuestra guerra de dos guisas, la una cual más os agradare, la primera si quisiereis haber batalla con Salustanquidio, su primo, principe de Calabria, de ciento por ciento hasta mil, y la segunda de doce por doce caballeros conmigo y con éstos que yo traigo que él lo hará, a condición que si nos venciereis seáis quito de él para siempre, y si vencido, que quedéis por su vasallo, así como en las historias de Roma se halla, que este reino lo fue en tiempos pasados de aquel Imperio, ahora tomad lo que os agradare, que si lo rehusáis el emperador os hace saber que, dejando todas las otras cosas, vendrá sobre vos en persona y no partirá de aquí hasta os destruir.

—Don Garadán —dijo el Caballero de la Verde Espada—, asaz habéis dicho de soberbias, así de parte del emperador como de la vuestra, pues Dios muchas veces las quebranta con poca de su piedad, y el rey os dará la respuesta que le pluguiere; pero quiero preguntar tanto si él tomase cualquiera de esas batallas, ¿cómo sería seguro que se le guardaría lo que decís?

Don Garadán le miró y maravillóse cómo respondiera sin mirar a lo que el rey diría, y díjole:

—Don caballero, yo no sé quién sois, mas en vuestro lenguaje parecéis de tierra extraña, y dígoos que os tengo por hombre de poco recaudo en responder sin que el rey lo mandase; pero si él ha por bien lo que decís y otorga lo que le yo pido, mostraré eso que vos preguntáis.

—Don Garadán —dijo el rey—, yo doy por dicho y otorgo todo los que el Caballero de la Verde Espada dijere.

Cuando Garadán oyó hablar de hombre de tan alto valor hecho de armas, mudósele el corazón en dos guisas, la una pesarle porque tal caballero fuese de la parte del rey y la otra placerle por se combatir con él, que, según él, en sí sentía pensaba vencerle o matarle, y ganar toda aquella honra y gloria que él había ganado por Alemania y por las tierras donde no se hablaba de ninguna bondad de caballero sino de la de él, y dijo:

—Pues ya os otorga el rey su voluntad, ahora decid si querrá alguna de estas batallas.

El Caballero de la Verde Espada le dijo:

—Eso el rey lo dirá como le más pluguiere, pero te digo os que en cualquiera de ellas que escogiere le serviré yo si me y meter querrá, y así lo haré en la guerra en tanto que en su casa morare.

El rey le echó el brazo al cuello y dijo:

—Mi buen amigo, en tanto esfuerzo me han puesto estas vuestras palabras, que no dudaré de tomar cualquier partido de los que se me ofrecen, y ruégoos mucho que escojáis por mí de ello lo que mejor os parezca.

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