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Authors: Mark Fabi

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

Wyrm (73 page)

Salí a un claro y la vi, atada a un árbol y con el rostro apartado, como llena de vergüenza. Avancé hacia ella para cortar sus ligaduras, pero antes de que pudiese dar otro paso, un gigante salió de detrás de un árbol y se interpuso en mi camino blandiendo una enorme espada. Era el doble de alto que yo y su arma resultaba desproporcionada para su tamaño. Llevaba una máscara negra, como la capucha de un verdugo. No vacilé y le hice un tajo en sus piernas; él replicó con amplios mandobles que me obligaron a retroceder hacia el borde del claro. Por fin, se abalanzó sobre mí e intentó propinarme un amplio golpe en la cabeza. Lo eludí y, antes de que pudiera recuperarse, me lancé en dirección a él, enarbolando mi espada hacia su cuello, y se lo corté. La capucha saltó por los aires y su enorme cabeza cayó al suelo y rodó hasta mis pies: tenía el rostro de mi padre. Otro grito, un chillido, y me volví hacia el árbol. La mujer, que de algún modo se había soltado de sus ataduras, estaba arrodillada y agarraba los restos de su vestido para cubrirse los senos. Era mi madre con el aspecto que tenía cuando yo contaba tres años. Lloraba lágrimas de sangre.

Empecé a llorar. Lloré durante lo que parecieron días, hasta que sentí que había vertido toda la humedad que había en mi cuerpo a través de los conductos lacrimales. No quedó más que una cáscara vacía y disecada.

—Espera un momento -sollocé-, ya entiendo lo que intentas hacer.

…interrupción…

En el pozo había otras clases de criaturas. Una vez creí atisbar el gato de Schródinger-Cheshire y, poco después, pasé junto a una niña de cabellos rubios que parecía medio dormida y murmuraba algo así como «¿Los gatos comen gamos?», o quizá era «¿Los gamos comen gatos?». También había grupos de hombres y mujeres vestidos con trajes de negocios; se agitaban hojas de papel unos a otros y se gritaban cosas incomprensibles.

Durante un tiempo, observé que había muchas raíces a los lados del pozo. Me acerqué a un lado y vi que lo que parecían raíces era en realidad una red increíblemente compleja de cables que se separaban y bifurcaban, desde enormes manojos del tamaño de una secuoya a fibras ópticas sueltas. Mientras seguía con los ojos la extensión de uno de los más gruesos, vi en la oscuridad la silueta de una figura con aspecto de serpiente, que alargó su escamosa cabeza hacia la red y le dio un buen bocado.

…interrupción…

Estaba sentado en el lugar de honor de la mesa de un gran banquete, que se extendía a ambos lados hasta donde alcanzaba la vista. No era una reunión elegante; la mayoría de los invitados comían con las manos y cortaban los manjares con cuchillos que, cuando no se utilizaban, eran clavados en la basta superficie de madera. El aroma de carne guisada imperaba en el ambiente. Arranqué con los dientes el último pedazo de carne de un gran hueso, que arrojé a los perros que aguardaban al otro lado de la sala. Volvieron a llenar mi plato enseguida con gruesos filetes de carne recién guisada y rebosante de jugos. El festín pareció durar horas, hasta que me sentí ahito. Hicieron callar a los presentes mientras un criado me traía un plato cubierto: la
piedede résistance,
sin duda. Con una reverencia, quito la tapa del plato. Allí estaban las cabezas de seis niños: mis hermanos y hermanas. Fuertes carcajadas burlonas, sin duda dirigidas hacia mí, resonaron en la sala. Miré mi plato y vi que había una manita humana.

Empecé a vomitar. Vomité durante lo que parecieron semanas, hasta que sentí que había devuelto todo lo que había en mi interior, incluso mis órganos. Quedó solo una cascara vacia.

—Basta, sé lo que estás haciendo -dije atragantándome.

…interrupción…

El dragón dio otro mordisco a la red de raíces y grité alarmado. Agité furiosamente las alas en un intento de mantenerme a la altura de la serpiente, pero se deslizó hacia las profundidades del pozo.

Este empezó a estrecharse y las paredes no tardaron en cerrarse sobre mí hasta que ya no pude extender las alas. Corría acurrucado, y luego a gatas, tratando de alcanzar la pequeña figura que bailaba frente a mí.

Me dolían las rodillas por el duro plástico del tubo, pero había perdido las rodilleras y tenía que seguir el ritmo antes de que pudiese llegar al siguiente deslizadero; estaba seguro de que se encontraba después del recodo que venía a continuación. Me lancé con desesperación y lo agarré por un tobillo. El se volvió y nos miramos a los ojos.

—¡Tú! -dijo.

Lo miré fijamente.

—Yo.

…interrupción…

La puerta de la celda se cerró con un fuerte sonido metálico. Fui conducido por un largo pasillo por dos guardias uniformados muy corpulentos, uno a cada lado. Se trató de un recorrido muy largo. Recordé que el camino del condenado hasta el lugar de la ejecución se denomina
el último kilómetro.
¿No debería haber un capellán que me leyera fragmentos de la Biblia mientras caminábamos? No estaba seguro. Al cabo de mucho rato, llegamos ante una puerta de metal. Se abrió y me introdujeron en el interior de un empujón. Trastabillé y recuperé el equilibrio a tiempo de volverme y ver que la puerta se cerraba de golpe. Pensé que, cuando mis ojos se adaptaran a la penumbra, vería una silla eléctrica, o quizás una moderna sala de tortura; pero el único mobiliario que había era una mesa estándar, con la superficie de linóleo y patas de caballete. También vi que no estaba solo. Me rodeaban una docena de otros hombres, compañeros de presidio a juzgar por sus uniformes. Estaban sonriendo. De pronto, cuatro de ellos me sujetaron. Forcejeé, pero mis movimientos eran torpes e ineficaces, como en un sueño. Me obligaron a tumbarme de bruces sobre la mesa. Noté que unas manos me desabrochaban el cinturón y bajaban la cremallera; luego me bajaron los pantalones hasta las rodillas. El más corpulento se aproximó con una sonrisa nada afectuosa y empezó a quitarse también los pantalones.

Me eché a reír.

—¿Es lo mejor que sabes hacer? Todo esto es muy obvio, ¿no crees?

En ese momento, una pared de la sala explotó, arrojando por los aires a varios de mis violadores. A través de la abertura entró una criatura con cuerpo de hombre y cabeza de un animal que no pude determinar. También le salían de la espalda tres pares de alas.

El resto de mis asaltantes huyeron gritando y yo me volví para enfrentarme a la nueva amenaza. Sin embargo, en vez de atacar, alargó una mano y dijo:

—He venido a ayudarte. Vámonos de aquí.

No necesitaba que me animase a hacerlo.

—¿Quién eres? -le pregunté mientras seguía a la criatura (¿a él? ¿a ella?) a través del orificio abierto en el muro.

—Eso no importa. Tenemos que sacarte de aquí enseguida.

—Estupendo. Sólo tengo que…

Miré hacia abajo y vi que, en lugar del uniforme de presidiario, con los pantalones en los tobillos, volvía a llevar mi armadura dorada con la espada sujeta al costado. Contemplé la bolsa para asegurarme de que Eltanin seguía allí. Lo estaba.

—Gracias -dije a mi salvador de extraño aspecto-. No sé cuántas escenas más habría podido resistir.

—Eso no me preocupaba. Habías pasado lo peor y parecías haber adivinado lo que estaba sucediendo.

—Entonces, ¿por qué tantas prisas?

—Creo que iba a matarte.

—¿Por qué?

—Por una parte, porque no conseguía volverte loco con su sonda; por otra, porque debía considerarte una especie de amenaza, aunque tal vez la razón la sepas tú mejor que yo. ¿Cómo te sientes?

—Muy bien.

—Bien… Espera un momento. ¿Cómo te sientes de verdad?

—¿Qué quieres decir?

Meneó con impaciencia su cabeza de animal.

—¿Nadie te ha enseñado a usar esta cosa? El sistema NIL controla todas tus percepciones sensoriales, incluidas las viscerales. Eso quiere decir que tu cuerpo virtual puede sentirse bien, pero el real puede estar al borde del colapso. Tienes que usar la función de suspensión para comprobar de forma periódica el estado de tu organismo real.

Me enseñó cómo activar la suspensión. Lo hice… y deseé de inmediato no haberlo hecho. Lo primero que sentí fueron náuseas. Mientras luchaba para reprimir los vómitos, me di cuenta de otras sensaciones, sobre todo dolorosas, como si me hubieran metido en una picadora de carne. También sentí una sed insoportable, lo cual no era sorprendente, ya que no había podido tomar nada desde…

—¿Qué día es hoy?

—Viernes. ¿Te encuentras bien?

—Estaré bien enseguida. Sólo tengo un poco de sed.

—Consigue algo para beber. Puedes sufrir una deshidratación muy peligrosa con esa máquina. Asegúrate de hacer comprobaciones periódicas de tu estado en modo real.

Me condujo por un pasaje subterráneo iluminado con antorchas, que acababa al borde de un acuífero. Una barca egipcia estaba fondeada en la orilla.

—Vamos -me apremió-. Quiero sacarte de aquí antes de que Wyrm tenga la oportunidad de detenernos.

Aquello era interesante.
Wyrm
era un apodo que usábamos Al, George, yo y el resto del grupo en nuestras conversaciones para aludir al programa inteligente que parecía estar en la base de todos los problemas. ¿Cómo podía saberlo ese tipo? Desde luego, no había hablado con muchas otras personas al respecto.

—¿Adónde vamos? -pregunté mientras lo seguía hasta la barca.

Señaló en la dirección del río.

—A la luz del día, si tenemos suerte.

Guió la barca hasta el centro del canal, donde la rápida corriente nos fue empujando.

—¿Quién eres? -le pregunté de nuevo.

—No voy a decírtelo, aunque creo que lo descubrirás tarde o temprano.

Me puse a reflexionar sobre ello, pero mi tren de pensamientos descarriló bruscamente cuando una enorme cabeza de dragón se alzó de las aguas frente a nuestra nave. Fui a desenvainar la espada, pero antes de que lo hiciera mi misterioso guía levantó las manos hacia la bestia. Unas dagas luminosas volaron desde las puntas de sus dedos y allí donde impactaron en el cuerpo del monstruo, parecieron quemar su escamosa piel. El dragón volvió a sumergirse de forma tan repentina como había surgido.

—Casi hemos llegado -anunció mi guía mientras seguíamos escrutando las aguas a la espera de otro ataque.

Entonces la vi: la proverbial luz al final del túnel, que en éste demostró no ser otro tren que venía en dirección opuesta. Un minuto después salimos a la luz virtual del día que me había prometido mi enigmático amigo.

—Vamos, vete de aquí -me dijo-. Si sabes la manera de derrotar a Wyrm, ponte a trabajar.

—¿Y si necesito tu ayuda?

—Te estaré ayudando a mi manera. Ahora lárgate. ¡Y busca algo para comer y beber!

No esperé a que me lo dijera una vez más. Abrí los ojos para romper el enlace, como Dworkin me había explicado… pero no pasó nada. En lugar de ver el sótano de una casa, seguía contemplando un paisaje virtual. Con reluctancia, activé la sus pensión al modo real, reprimí otra náusea, e intenté moverme.

No pude.

La parálisis inducida electrónicamente seguía activa. O ya tenía frito el sistema nervioso central, al estilo de Seth Serafín. No quería ni pensar en esa posibilidad. Algo me acuciaba al borde de mi conciencia, algo que sabía que debía recordar. Entonces me vino a la mente: ¡la droga! Mi salvador había dicho que era… ¿viernes? De forma frenética, invoqué la ventana del cronómetro y me quedé horrorizado al comprobar que habían pasado casi treinta horas desde la última dosis, y la mayor parte de este tiempo lo había pasado sometido a la sonda de Wyrm.

Comprendí que seguramente era demasiado tarde. Me mentalicé para hacer un último intento de romper el enlace a fin de ponerme otra dosis y beber algo. Por tercera vez, activé la suspensión a modo real.

Esta vez, las náuseas fueron aún peores. Mi lengua parecía papel de lija y notaba un sabor como el fondo de la jaula de un pájaro. Me esforcé por mover algo, cualquier miembro. Entones empecé a temblar, lo que pareció desencadenar más náuseas.

Perdí el conocimiento.

18

La luz al final del túnel

Soy el Alfa y la Omega…

APOCALIPSIS 22,13

Un idiota tenía puestas las luces largas, que me estaban cegando. Iba a encenderlas yo también, pero entonces me acordé de que no iba en coche. Observé que la brillante luz parecía proceder de un solo origen y no de dos faros. Yo creía estar flotando por un túnel hacia aquel origen. Levanté una mano para protegerme los ojos y dije con cierta irritación:

—¿Alguien puede apagar esa jodida luz?

Se oyó una risa grave. Parecía proceder de la luz. En el instante siguiente, la luz se apagó y fue sustituida por un hombre barbudo y musculoso.

—Tal vez prefieras un aspecto más antropomórfico -dijo.

—¿Quién eres?

—Ya Me conoces.

Lo reconocí. Era Dios; al menos, tal como lo había pintado Miguel Ángel en la escena de la Creación del techo de la Capilla Sixtina.

—¿Estoy… muerto?

—No.

—Entonces debo de estar soñando. O sufro alucinaciones.

—¿Tan escéptico eres? Creía que Me habías imaginado. ¿Cómo Me llamas? ¿Daemon de individuos operativos sincronizados?

—¿Eso? Ni siquiera sé si yo me lo creo.

—Entonces, ¿a Quién se lo dices?

—No lo sé, probablemente a mí mismo. ¡Mierda! Espero despertar pronto. Tengo cosas importantes que hacer.

—No te preocupes, tendrás tiempo. El tiempo pasa de forma distinta por aquí.

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