Keith no escuchó las últimas palabras porque de todos modos no tenía intención de obedecer las órdenes. Que lo devolvieran a la Tierra significaba una muerte segura; le era igual morir discutiendo.
Y Mekky sabía que estaba allí. Eso significaba que Mekky había estado y probablemente estaba todavía en contacto mental con él.
Habló directamente a Mekky, sabiendo que no importaba que hablase en voz alta; pero lo hizo porque de esa manera podía concentrarse mejor en lo que decía.
—¡Mekky! —dijo Keith—. ¿No te olvidas de algo? Mi muerte no significa nada para ti o para tu universo; no te culpo por no preocuparte de eso. Pero ¿no te olvidas de que vengo de un sitio diferente? Que, aunque no tengamos el viaje interplanetario, podemos tener algo, alguna arma o defensa que pueda ser importante para ti en lo que se aproxima. No he oído mencionar el radar. ¿Tenéis el radar?
La voz que le contestó era diferente. De una manera extraña, le habló por dos medios a la vez, dentro de su cerebro y a través del altavoz colocado en el tablero de instrumentos.
—Keith Winton —dijo—. Te pedí que no vinieras aquí. Sí, tenemos el radar. Tenemos instrumentos de detección con los cuales tu universo ni siquiera ha empezado a soñar.
—Pero, Mekky —dijo Keith—. Tenía que venir ahora o nunca. Mis planes, los que leíste en mi mente, salieron mal. O no eres omnisciente o habrías sabido que no podían andar bien. ¡Como el presentar los cuentos al hombre que los escribió! De manera que no has podido penetrar lo suficiente en mi cerebro o te habrías dado cuenta. No puedes estar seguro de que yo no tengo algo que pueda ayudarte. ¿Cómo puedes saber lo que has dejado de ver, algo que yo mismo no puedo reconocer? Todo lo que conoces son mis pensamientos superficiales.
»Estáis en graves dificultades aquí. Tenéis miedo del próximo ataque de los arturianos. ¿Cómo puedes dejar de considerar una probabilidad, por débil que sea?
—Tu universo es relativamente primitivo. No es posible que tengáis…
—¿Cómo lo sabes? —lo interrumpió Keith—. Ni siquiera sabes cómo he llegado aquí; cualquiera que sea el mecanismo que pudo traerme aquí; es algo que no poseéis, o lo conocerías. Y me dijiste que no sabías cómo había llegado aquí.
Una voz tranquila que Keith no había escuchado antes habló por el altavoz del tablero. Dijo:
—Quizá tiene razón, Mekky. Cuando me hablaste de este hombre me dijiste que no sabías cuál era su situación, excepto que estaba cuerdo y que decía la verdad. De modo que, ¿por qué no lo traemos a la flota? Puedes psicoanalizarlo en diez minutos y los proyectos en que hemos estado trabajando no nos llevan a ninguna parte.
Era una voz juvenil pero grave; tenía autoridad y confianza. Lo que había dicho había sido presentado como una sugerencia y, sin embargo, al oírlo, uno sabía que era una orden que sería cumplida.
Keith comprendió que debía de ser la voz de Dopelle, el gran Dopelle, de quien Betty Hadley, su Betty Hadley, estaba profundamente enamorada. El magnífico Dopelle que tenía todo este universo (excepto los arturianos) en sus manos.
La voz de Mekky dijo:
—Muy bien. Tráiganlo a la flota. A la nave almirante. —Hubo unos golpes amortiguados en el exterior de la compuerta hermética. Keith rápidamente se desató del asiento del piloto y dijo:
—Un momento. Voy a ponerme un traje espacial.
Levantó el asiento que tenía al lado y encontró un traje. Era grueso y difícil de manejar, pero (excepto por el reducido espacio en que tenía que maniobrar) se lo puso con facilidad. Se abrochaba con cierres relámpago y los cierres eran pegajosos al tacto, lo que indicaba que se les había aplicado alguna sustancia para hacerlos herméticos.
El casco encajó fácilmente en el anillo del cuello. Había una pequeña cajita negra sobre el pecho que parecía ser el acondicionador de aire. Movió el interruptor que tenía esa caja antes de cerrar la placa facial del casco.
Entonces abrió la válvula de la compuerta hermética que daría salida al aire de la nave. Cuando el aire dejó de silbar abrió la puerta.
Un hombre que llevaba un traje espacial aún más grueso e incómodo que el suyo entró en la nave. Sin pronunciar una palabra se instaló en el asiento del piloto y empezó a graduar los controles vernier. Unos segundos más tarde señaló hacia la compuerta y Keith asintió y la abrió.
Estaban casi tocando el costado de una gran nave. Desde tan cerca Keith no podía darse cuenta del tamaño que tenía el gran crucero almirante.
Una compuerta del tamaño de una habitación estaba abierta, y Keith entró y la puerta se cerró. Una nave de ese tamaño, pensó, tendría una cámara de aire intermedia, que podría ser vaciada para admitir al que entraba; en cambio, para aparatos pequeños como el que lo había traído a él, era más práctico simplemente dejar escapar el aire de toda la nave.
La puerta exterior se cerró con un chasquido. Algo empezó a silbar, y cuando el ruido terminó se abrió una puerta en el extremo interior de la cámara.
Un hombre joven, alto y bien parecido, con cabellos negros rizados y unos brillantes ojos negros, estaba de pie en la puerta, sonriendo a Keith. Sin duda alguna se trataba de Dopelle.
No se parecía a Errol Flynn, pero era aún más apuesto. Keith sabía que debía odiarlo, pero no pudo. Por el contrario, Dopelle le fue inmediatamente simpático.
Dopelle se adelantó rápidamente y ayudó a Keith a sacarse el casco. Luego dijo:
—Yo soy Dopelle. Y usted debe de ser ese Winton o Winston de que me ha hablado Mekky. Démonos prisa a sacarle ese traje espacial.
Su voz era alegre y animada, pero se notaba que estaba preocupado.
—Nos encontramos realmente en una posición difícil. Espero que tenga razón, y que pueda ofrecernos algo para usar. Pues de lo contrario…
Con un esfuerzo, Keith acabó de salir del traje espacial y miró a su alrededor La nave era más grande de lo que había imaginado. La sala delante de él debía de ser la cámara principal; tendría unos treinta metros de largo por doce o quince metros de ancho. Adentro había muchos hombres, la mayoría trabajando en lo que parecía ser un laboratorio experimental completamente equipado.
Keith se volvió para mirar a Dopelle pero los ojos se fijaron rápidamente en la esfera que flotaba por encima de la cabeza de Dopelle: Mekky, el cerebro electrónico.
Dentro de su cabeza resonó la voz de Mekky:
—Creo que puedes tener razón, Keith Winton. —La voz de Mekky le resonó dentro de la cabeza—. Veo algo respecto a una cosa llamada en tu mundo un potenciomotor. Algo inventado por un hombre llamado. Burton. Es algo que tuvo que ver, vagamente, con un viaje a la Luna. Sea lo que sea, no se conoce aquí. Pero ¿sabrás los detalles, la fórmula, el esquema electrónico?
»No me contestes en voz alta. Es más rápido de este modo, y el tiempo es importante… Trata de recordar…
»Sí, has visto el diagrama y la fórmula, la ecuación. No las recuerdas conscientemente, pero están en tu subconsciente. Creo que podré verlo mejor bajo una ligera hipnosis. ¿Estás dispuesto?
—Sí, desde luego —dijo Keith—. ¿Cuál es la situación?
—La situación es la siguiente —dijo Dopelle, contestando en lugar de Mekky—: Los arts van a atacar pronto. No sabemos el momento exacto, pero será dentro de unas horas.
»Y tienen una arma nueva. No sabemos cómo contrarrestarla todavía. Sabemos algo de ella por un arturiano que hemos hecho prisionero, pero él mismo no conoce los detalles.
»Se trata de una sola nave, no una flota, pero todo el esfuerzo de guerra de los arturianos durante años ha sido dedicado a esa nave. Y por un lado eso nos conviene, pues si destruimos esa nave tendremos el camino libre pera llevar la flota a Arcturus y terminar la guerra. Pero…
—¿Pero qué? —preguntó Keith—. ¿Acaso esa nave es demasiado grande para ser destruida?
Dopelle movió una mano con impaciencia.
—No se trata del tamaño, aunque la nave es realmente monstruosa. Tres kilómetros de largo, diez veces más grande que nada de lo que nosotros hemos podido construir. Pero lo esencial no es eso.
»Está revestida de un nuevo metal, algo impenetrable para todas nuestras armas. Podríamos lanzarle bombas atómicas durante todo el día y no conseguiríamos dañarle la pintura.
Keith asintió y dijo:
—Nosotros también teníamos ese material, en nuestras revistas de fantasía científica. Yo era director de una de ellas.
El rostro de Dopelle se iluminó con súbito interés.
—Yo acostumbraba leer esta clase de revistas cuando era joven —dijo—. Me enloquecían. Claro que ahora…
Algo en la expresión del rostro de Dopelle trajo un recuerdo a la mente de Keith.
Keith había visto una cara como aquella en alguna parte, no hacía mucho. No, no había visto una cara, sino una fotografía. Una fotografía de un rostro mucho más joven y menos bien parecido…
—¡Joe Doppelberg! —dijo Keith, y se quedó con la boca abierta.
—¿Qué? —Dopelle lo miró sorprendido—. ¿Qué quiere decir?
La boca de Keith se cerró. Miró a Dopelle durante unos segundos.
Luego dijo:
—Yo lo conozco a usted. Por fin tengo una pista que explica un poco este mundo y le da sentido. Usted es Joe Doppelberg, o un doble de Doppelberg.
—¿Y quién es Joe Doppelberg? —dijo Dopelle.
—Un aficionado a la fantasía científica allí de donde yo vengo. Usted se le parece, ¡y usted es lo que él hubiera querido ser! Usted tiene más años, desde luego, y es mil veces más inteligente y bien parecido.
»Usted es lo que él habría soñado ser. Usted, él, acostumbraba a escribirme largas cartas a la sección de
Cartas por cohete
y me llamaba Cohetero y no le gustaban nuestras portadas porque los monstruos no eran bastante horribles, y…
Keith se contuvo y de nuevo se quedó con la boca abierta.
La frente de Dopelle se llenó de arrugas de perplejidad.
—Mekky, está loco —dijo—. No vas a sacar nada de él. Está completamente loco.
—No —dijo la voz del cerebro electrónico—. No está loco. Está equivocado, desde luego, pero no loco. Puedo seguir sus pensamientos y veo por qué piensa lo que acaba de decir, y no es ilógico, es simplemente erróneo.
»Puedo explicárselo todo; veo la mayor parte de la verdad, excepto el diagrama y la fórmula que necesitamos. Y nos tenemos que dedicar a eso primero, antes de dar explicaciones, o ninguno de nosotros sobrevivirá.
Mekky descendió hasta un punto delante de Keith Winton y dijo:
—Ven, extranjero de otro universo, y sígueme. Debes someterte a una ligera hipnosis antes de que pueda obtener de tu mente, de lo más profundo de tu subconsciente, lo que necesitamos. Entonces, después que hayamos empezado a trabajar con esa información, te diré todo lo que necesitas saber.
—¿Me dirás cómo puedo regresar? —dijo Keith.
—Es posible. No estoy seguro de eso. Pero puedo ver ahora que la cosa que tú conoces y que nosotros no tenemos, el potenciomotor Burton que en tu mundo fue lanzado en el primer cohete a la Luna, puede ser el medio de salvar a la Tierra de los arturianos.
»Y te repito que estás equivocado; este mundo es tan real como aquel donde tú vivías, y no es el sueño de alguien de tu mundo. Y si los arturianos ganan esta guerra no sobrevivirás ni siquiera para tratar de regresar. ¿Me crees?
—No… no sé —dijo Keith.
—Ven, pues; te voy a mostrar de qué puedes salvar a la Tierra. ¿Quieres ver a un arturiano? ¿Un arturiano vivo?
—Claro… ¿Por qué no? —dijo Keith.
—Sígueme.
La esfera flotó a través de la sala y Keith la siguió. La voz le decía dentro de la cabeza:
—Este es un prisionero que capturamos cerca de Alpha Centauri en una nave de exploración. Es el primero que hemos capturado vivo después de mucho tiempo. Y ha sido de su mente, si es que se puede llamar mente, que he sabido de la nave monstruo que tiene que venir, la nave que puede destruir toda nuestra flota a menos que nosotros la destruyamos primero, y del armamento y de la coraza defensiva que tiene. Quizá después que lo veas…
Delante de ellos se abrió una puerta mostrando más allá una segunda puerta provista de barras de acero que conducía a una celda. Al abrirse la puerta un foco se encendió dentro de la celda.
—Eso —dijo la voz de Mekky— es un arturiano.
Keith se acercó un paso para mirar a través de la reja y dio varios pasos atrás aún más rápidamente. Se sintió como si fuera a vomitar. Cerró los ojos y se tambaleó. El horror y las náuseas casi lo hicieron desvanecerse.
Y eso que sólo había podido echar un rápido e incompleto vistazo a parte del arturiano. Ni siquiera ahora sabía cómo era el arturiano. Pero en su interior no sentía el menor deseo de saberlo; incluso detrás de las rejas y desarmado, la sola imagen de aquel ser podía enloquecer a cualquiera.
Era una cosa extraña, más allá de toda imaginación. Ni siquiera Joe Doppelberg podía haber imaginado una cosa así.
La puerta de acero se cerró.
—Eso —dijo Mekky— es un arturiano en su propio cuerpo. Es posible que ahora comprendas por qué los espías arturianos disfrazados en los cuerpos de seres humanos cautivos son fusilados a la menor sospecha. En los primeros días de la guerra unos cuantos arturianos fueron llevados a la Tierra para ser mostrados allí y convencer a la gente de la larga y amarga lucha que tendría que soportar para evitar la aniquilación.
»Las gentes de la Tierra han visto a estos seres. Conocen el poder de un arturiano oculto en el cuerpo de un ser humano. Es por eso que los terrestres disparan ante la mera sospecha de que se trate de un espía arturiano. ¿Comprendes ahora que lo has visto?
La garganta de Keith estaba seca, y también sus labios.
—Sí —dijo, y su voz fue casi un graznido. Aún estaba lleno del horror y la repulsión que había sentido durante aquel rápido vistazo al arturiano; casi no era consciente de lo que decía.
—Eso —decía Mekky— es lo que destruirá a la raza humana y poblará el Sistema Solar, a menos que nosotros podamos destruir la nave monstruo que llegará dentro de poco.
»Ven, Keith Winton.
Keith Winton se sentía un poco mareado. Se sentía como si hubiera estado borracho y estuviese ahora serenándose, o como si hubiese estado bajo los efectos del éter y no hubiese acabado de despertarse.
Pero no era exactamente ninguna de esas cosas. Aunque se sentía físicamente embotado, su mente estaba despejada. Era como si le hubiesen dado un fuerte estimulante mental. Tenía dificultad en absorber más.