Read Un jamón calibre 45 Online
Authors: Carlos Salem
—... lo extraño del caso —apuntaba Lidia ignorando su derrota— es que El Muerto no se preocupó demasiado por ocultar su identidad durante el atraco. Una llamada anónima y lo pescaron dos días después, junto al botín íntegro. Bueno, casi íntegro: faltaban unos mil euros. ¿Nico? ¿Estás ahí?
—S-sí, negrita —aseguré en un esfuerzo de concentración—. Es que se me hizo un lío con el cable del teléfono...
—Qué cable —murmuró Nina antes de que pudiera taparle la boca con una mano. Había colocado los pies sobre el sillón, uno a cada lado de mis piernas, y subía y bajaba, con sacudidas fuertes y precisas. Separé la espalda del sofá, para amortiguar el ruido acompasado que hacíamos y que Lidia terminaría por notar.
—Ya está, negrita. Me decías que El Muerto robó treinta mil, se gastó mil en caramelos y se dejó agarrar mansito... No tiene mucho sentido.
—No. Tal vez pensaba mantenerse oculto una temporada y no alcanzó a salir de Madrid. Andá a saber. El caso es que le cayeron cinco años, pero por buena conducta y como había devuelto el dinero... Hace una semana que está en la calle. Cosas de la justicia.
Yo había conseguido mantener la calma de cintura para arriba, pero de ahí para abajo, Nina era dueña y señora, y recorría sus dominios con furia explosiva.
—En cuanto a tu Nina, es una chica de lo más activa...
—No me digas —comenté mientras la espalda de Nina subía y bajaba a un ritmo que anticipaba el final.
—Ajá. Un poco revoltosa en la facultad, hizo teatro con la otra, Noelia, y jugó a la burguesita revolucionaria. Después se casó con un diseñador con mucha guita y le puso los cuernos con un pintor de mala muerte. Se divorció y volvió al hobby del teatro, en cuanta obra exigiera ponerse en bolas...
—¿Y el otro ejemplar? —dije para tapar los jadeos contagiosos de Nina que se alejaba sin salirse, apoyando los pies en el sillón, para dejarse caer y volver a subir, cada vez más rápido, cada vez más profundo.
—Parece más calmadita, pero también es buena pieza. Origen catalán de guita, se le sospechaba futuro como actriz y otro tanto como abogada, pero las malas compañías...
Nina se sacudió por dentro en un espasmo adorable y fue deteniendo su movimiento, dejándome solo con la conciencia del teléfono en la mano y mi deseo que dolía de deseo. Giró la cabeza para verme y sonrió con picardía, sabedora de que Lidia existía apenas como un rumor confuso en mi oreja. Todavía tenía los pies sobre el sillón, a cada lado de mis piernas, y apoyaba su espalda contra mi pecho. Se irguió otra vez en cuclillas y manipuló eso que me dolía de rigidez. Lo deslizó contra su sexo húmedo, trazando círculos y triángulos en su intimidad, y luego lo apretó contra su pelvis y lo hizo recorrer desde el final del bosque de vello mojado, hasta la entrada que yo anhelaba. Lidia seguía al teléfono:
—... y dice Manolo que no se les pudo demostrar nada, y tampoco lo intentaron, porque Noelia tenía relaciones muy importantes...
Nina jugó, sin decidirse. Se levantó un poco más sobre sus rodillas y pasó mi sexo a lo largo de esos labios que me llamaban. Pero no se detuvo. Al fin lo empuñó con firmeza y trató de franquearme la entrada que yo no conocía. Demasiado pequeño. Humedeció su mano con saliva en tanto yo contestaba con síes y noes al monólogo de Lidia y me puso la palma delante de la boca, para que aportara mi propia saliva. Me estremecí cuando me untó con nuestra mezcla. Volvió a probar la entrada y creí que otra vez fallaría. Cedió un poco y yo «
que sí, Lidia, que voy a tener cuidado, que no soy un chico y no me fío de cualquiera
», y Nina que ponía en tensión el cuerpo, se enderezaba para recibirme y hacía fuerza con su propio peso para forzar el paso. Lidia comentaba que se había relacionado al bufete de las chicas con «
blanqueo de dinero, no de drogas sino de
», por fin pude entrar un poco y una traba, como si después de anticipar el alborozo debiera conformarme con un fracaso, «
pero luego no se llegó a formular una acusación porque tampoco era tanto dinero y no era cosa de montar un escándalo con concejales de por medio
», y pude entrar un poco más con Nina temblando a medias por el esfuerzo y a medias por el placer y el dolor y le hice señas de salir y me dijo no, que mi mano a jugar delante con el pequeño botón de piel y nervios, «
no hubo investigación posterior
» decía Lidia, y yo pensaba que sí, que hubo investigación posterior y penetración, «
pero siempre quedó la sospecha de que las abogadas estaban relacionadas con el blanqueo y metidas hasta
», hasta la mitad y Nina me pidió que siguiera y obedecí gustoso pero con cautela, porque aquello apretaba y era distinto, no mejor ni peor, «
pero apretaron al concejal, nomás, y la cosa no pasó de una bronca sin pruebas que ni llegó a los diarios y desde luego, nadie quiso llegar hasta el fondo del asunto
», yo sí quería y Nina también quería y llegamos al fondo y nos fundimos y se detuvo el tiempo y Nina comenzó a bajar y a subir, primero despacio, porque había tiempo, «
y pensaron que si de verdad estaban metidas en ese tipo de manejo de dinero ilegal, volverían a hacerlo y caerían en la trampa, porque eso es como un vicio, empiezan haciendo un pequeño negocio sucio y después quieren más y más
», ¿más? pregunté a Nina y ella que más y más y subir y bajar y subir y bajar y dentro y dentro «
y bueno Nicolás, ya te tendré al tanto de lo que salga y no dejes de llamarme para mantenerme informada y sobre todo descanso, que te noto agobiado, puede ser el calor, no te metas en nada raro
», métela más y más y más decía Nina y Lidia «
no te metas
» y ya estaba metido todo lo que podía y las dos lo sabían cada una a su modo «
y si pensaba volverme a casa, sería lo más prudente que no era cosa de andar de acá para allá
», arribabajo arribabajo adentro adentro adentro, «
alguna vez tenés que parar
», no pares mi amor no pares que ya, «
después te llamo
», y yo también ya, «
gracias por todo negrita, y perdón por la molestia
» y el zumbido del teléfono sin nadie al otro lado de la línea ya y Nina y yo unidos por una línea de fuego y movimiento furioso y la mano del teléfono arrojándolo lejos y disputando el lugar con la otra mano y cada vez más hasta que todo fue rojo y explotó, yo dentro de ella y ella sin parar de hacerse hacerme el amor, que después habría tiempo para las dudas, las preguntas, las explicaciones y de momento «
no salgas todavía
».
Durante el resto del día espantamos los fantasmas a fuerza de caricias, comidas, bromas y más caricias. Nos contamos mentiras a medias y verdades pinceladas de fábula, y cada vez que un silencio incómodo preludiaba la conversación seria que habría de enfrentarnos con nuestros problemas, lo espantábamos con el conjuro de una frase, una postura, un juego infantil rescatado de la memoria y jugado por dos adultos desnudos que bien podían ser niños, uno dentro del otro y los dos vestidos de travesura.
Vimos la tele, simulamos que los concursos eran entretenidos y los telediarios decían la verdad. La casa era un útero infranqueable que nos protegía del riesgo de crecer y salir a la calle, donde había gente que no jugaba ni hacía bromas. Al final, después de un baño tormentoso en una bañera que no había sido ideada para tales excesos, hicimos al mundo la concesión de vestirnos y entre toallas y ropa interior perdimos las ganas de reír, que fueron a parar al canasto de la ropa sucia.
Nina lloró primero, y no había rastros de impostura en esa sal demorada en sus mejillas. Yo no la seguí por un prejuicio relacionado con la hombría y porque cuando lloro me gusta conocer el motivo. Y en aquella ocasión había varios entre los que elegir, pero ninguno pesaba lo suficiente.
Armó dos porros y me alcanzó el mío encendido.
—Lo malo de mí es que no siempre soy la misma, ¿sabes? A veces creo que podría comerme el mundo de un bocado y me río de las convenciones y de la formalidad. Pero hay tardes en que envidio a mis amigas que pueden engordar, sospechar cuernos de sus maridos y sufrir el crecimiento de los niños. Soy inmadura, egoísta y banal, y temo que acabaré siendo una vieja arrugada y puta, que se niega a aceptar un espejo de tetas caídas y cama tranquila y compasión pagada en billetes o favores. —Se secó una lágrima con la sábana—. Otras veces, casi siempre, soy como tú me conoces, paso de todo y vivo provocando, porque la adrenalina me recuerda que soy joven y guapa y sensual todavía. Me niego a comprometerme con nada o con nadie y a la vez me enamoro de perdedores que me dejarán tirada en cualquier esquina.
—Gracias por lo que me toca. —Con el pulgar recogí una lágrima de su mejilla y la llevé a mis labios—. Conozco a un gato callejero que tendría respuesta para todo eso...
—¿Y tú, no la tienes?
—¿Yo? Yo apenas si tengo espacio en la mochila para mis preguntas. Pero te comprendo, porque me pasa algo parecido. Es como si fuera dos tipos dentro de un cuerpo y ninguno termina de caerme simpático. Uno es este irresponsable que deja lugares y más lugares en el tablero de juego, sin resistir o esperar a que lo echen; que no tiene otro domicilio fijo que la incertidumbre y el alquiler es muy caro, Nina: no saber cómo será mañana. Y lo que es peor, tampoco me importa. El otro es lo opuesto y me repele con sus consejos tardíos y sus recriminaciones tradicionales: no hagás esto, no te metás en aquello, no digás nada, no comprés, no regalés, no entregués: vendé. Y no hay mucho que vender, solo inconstancia. Me siento como si fuera un superhéroe fallado, un Superman trucho, con dos personalidades como manda la tradición, pero en las dos soy un debilucho periodista al borde de la calva y la mansedumbre. No hay vuelo, ni vista de rayos X, ni mucho menos un pito de acero. ¿Nunca pensaste que Superman tiene que tener un pito de acero? ¿Cómo se lo bajará, con friegas de kriptonita?
Rio, con dos lágrimas mojándole la risa.
—Tú no lo tienes de acero, pero te defiendes...
—
Mercí, madame
—me puse de pie—. Pero no me has dicho si averiguaste algo y no te lo voy a preguntar. Mañana me voy de esta casa.
—¿Cómo? —saltó como un resorte.
—El departamento es muy chico para que juguemos a la escondida con la realidad, Nina. Y la mía es que pueden matarme. Lo de ayer no era joda y si tengo que arriesgarme, prefiero hacerlo solo. Además, vos sabés cosas que callás y no puedo pedirte que traicionés a tu amiga.
—¿Estarías dispuesto a entregar a Noelia a esos tipos?
—No lo sé. Y es lo que me rompe las pelotas. Estoy hasta acá de no saber nada de nada y por una vez voy a cambiar las reglas del juego. Esta vez las preguntas las hago yo, pero donde haya gente dispuesta a contestar.
La besé en los labios, como hacen en las películas con protagonistas duros que al final salen ganando. Yo no confiaba en mi suerte, pero había que probar.
—Te quiero —murmuró—, y te dije lo que sé: Noelia y yo no hemos estado muy unidas últimamente.
—Nunca mientas a un mentiroso —dije con ternura. Y esa frase también era de una película, aunque no me acuerdo de cuál.
Cuando llegaba a la puerta me llamó, me insultó en español y en algo que podría haber sido euskera, y me pidió que volviera esa noche. Prometió conseguir información, comparar datos, y cuando ninguna de las promesas surtió efecto, me recordó que ella era mi única posibilidad de hallar a Noelia.
El
clac
de la puerta al cerrarse detrás de mí, se repitió en el
clash
de un objeto al chocar contra la madera. Rogué para que Nina me hubiera tirado su última máscara y no otra actuación estupenda.
El edificio donde Mar López dejaba escapar los años y las oportunidades era una vieja construcción gris de hollín y de cansancio. A unas cuadras, la Puerta del Sol marcaba el kilómetro Cero de España, pero aquí estaba la evidencia de que no se podía ir mucho más lejos. Portales repetidos, con un collage de chapas variopintas anunciando dudosos negocios que iban desde la filatelia hasta la quiromancia, sin olvidar el rosario de academias de informática que ofrecía un billete hacia el éxito desde la misma capital del fracaso.
Volví a comprobar que nadie me había seguido. El Muerto se habría dado por satisfecho con la paliza en el taxi, al menos por un par de días. Y Serrano tampoco estaba a la vista.
La chapa de Mar López era copia fiel de la tarjeta, pero hecha de un metal que alguna vez había sido dorado. En el extremo superior izquierdo, cubriendo el ojo vigilante, un escupitajo reseco y espeso. El ascensor era una jaula enrejada de negros hierros retorcidos rematados en flores negras de metal tapizado en polvo. Iba a abrir la puerta de esa máquina del tiempo cuando alguien la llamó desde arriba. Opté por la escalera porque pensé que cinco pisos escalados sin apuro compensarían los minutos de adelanto con que llegaba a la cita.
Al coronar la segunda planta me paré a encender un cigarrillo y vi el ascensor que bajaba con un chirrido como el de un violín descuidado. Dentro iba un tipo delgado envuelto en el agravio al verano de una gruesa gabardina.
El Muerto.
No me vio porque estaba ocupado revisando una carpeta con papeles. Me senté en el descanso de la escalera. Tenía que ser una trampa. Coincidía la hora y bien podía esperarme en el despacho mi buen Jamón Calibre 45, dispuesto a mandarme al otro barrio por pasarme de vivo. No tenía sentido: el plazo era hasta el viernes y no me habían prohibido hablar con nadie.
A menos que ya hubieran encontrado a Noelia y el dinero, no tenía sentido una trampa. Sabían dónde encontrarme, no necesitaban emboscadas o citas falsas. Lo más sensato sería hacerle caso a Lidia, juntar mis cosas y usar el pasaje de vuelta a casa que todavía tenía seis meses de plazo.
Eso o escapar a otro país europeo, no era justo morir sin ver París y descubrir que era una ciudad como cualquier otra. Sí, París, o un viaje sin rumbo por la España desconocida, incluida la visita a la aldea de Almería de la que saliera mi abuelo. Después podría regresar a casa y buscar un buen trabajo en un diario, o en publicidad, y escribir mi novela en los ratos libres, y formar pareja estable con Lidia o con otra Lidia igualmente adorable y segura; y dejarme de buscar por paisajes que nunca me habían llamado ni me despedirían.
Mientras pensaba esto había descontado los tres pisos que faltaban para el quinto y me mentía un triunfo moderado en la profesión, sin dejarme domesticar del todo, ni renunciar a unos principios difusos pero míos, cuando llegué frente a la puerta del despacho de Mar López.