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Authors: Anne Rice

Tags: #Histórico, Romántico

Un grito al cielo (74 page)

En realidad Guido no le había arrebatado aquellas últimas horas de felicidad. Aquella nítida comprensión encerraba una belleza tan misteriosa…

—Iremos a todas partes los cuatro —decía ella—. Tú, Guido, Paolo y yo. Compraremos un gran carruaje y nos llevaremos a esa malvada
signora
Bianchi. Guido tal vez quiera traerse al bello Marcello. Y en todas las ciudades nos alojaremos en los lugares más suntuosos. Comeremos juntos, nos pelearemos juntos e iremos al teatro juntos, y yo pintaré durante el día y tú cantarás por la noche. Y si un sitio nos gusta más que otro, nos quedaremos y de vez en cuando nos escaparemos al campo para estar solos, lejos de todo, y a medida que pase el tiempo nos amaremos más y nos conoceremos mejor. Piénsalo, Tonio.

—Debería haberme fugado a la Ópera —murmuró él.

Ella se inclinó hacia delante, las rubias cejas fruncidas en profundo desconcierto, y cuando comprendió que no repetiría lo que había dicho, lo besó en los labios.

—Acondicionaremos la villa que te mostré hace un mes y ésa será nuestra casa. Volveremos a ella cuando nos cansemos de andar por el extranjero, Italia vibrará a nuestro alrededor. ¿Tanto te cuesta imaginártelo? Guido escribirá sonatas por las noches, y Paolo crecerá y será un gran cantante. Debutará en Roma.

»Permaneceremos juntos ocurra lo que ocurra, nos tendremos como apoyo, formaremos una gran familia, un clan. Lo he soñado miles de veces —afirmó ella—. Y si la vida ha hecho que se cumplieran mis sueños de niña trayéndote hasta mí, esto también puede hacerse realidad.

»¿Qué le dijiste a Paolo cuando te lo llevaste de Nápoles? —Christina hizo una pausa y lo miró fijamente—. El propio Paolo me lo ha contado: le dijiste que todo puede ocurrir, que todo es posible, incluso cuando menos lo esperas. Su vida es ahora un cuento de hadas en el que hay palacios, riquezas y la música nunca cesa. Tonio, todo es posible, todo puede ocurrir, tú mismo lo dijiste.

—Inocencia —dijo Tonio.

Se inclinó y la besó. Le acarició el rostro, maravillado una vez más por aquella pelusa inconcebiblemente suave y casi invisible que le cubría las mejillas, y le tocó el labio con la punta del dedo. Nunca estaría más hermosa que entonces.

—No, inocencia no —protestó ella—. Tonio, es nuestra elección.

—Escúchame, preciosa —le espetó casi enfadado, con un tono de voz algo más dura de lo que deseaba—, nos queremos profundamente, pero tú nunca has conocido el amor de los hombres, no conoces su fuerza, sus necesidades, su ardor. Hablas de las catedrales del norte, de piedra y vitrales, de diferentes clases de belleza. Pues bien, con los hombres sucede lo mismo, es una forma de amar diferente. Con el tiempo advertirás que la vida encierra secretos para ti en los actos más insignificantes, secretos que otros dan por sentado, como la fuerza propia de un hombre. ¿No ves, en definitiva, que eso es de lo que nos han privado a ambos, que eso es lo que me quitaron a mí?

»¿Cómo crees que me siento al saber que no puedo darte lo que cualquier bracero podría darte, el milagro de la vida dentro de ti, un niño en el que se fundiera todo nuestro amor? Y por más que protestes y ahora jures que me quieres, ¿cómo sabes que no llegará un día en que veas exactamente lo que soy?

Se dio cuenta de que la estaba asustando. La sujetaba por los hombros, que se le antojaron frágiles y exquisitos. Le temblaban los labios, y las lágrimas que acudían a sus ojos los hacían brillar casi incandescentes.

—No sabes lo que eres —objetó ella—. De otro modo, no me hablarías así.

—No estoy hablando de respetabilidad —replicó él—. Te creo cuando dices que no te importa el matrimonio, que no te importa que hablen de ti y te critiquen por amar a un cantante eunuco. Me has convencido de que tienes valor suficiente para vivir de espaldas a la sociedad, pero no sabes qué se siente al abrazar a un hombre, ¿y crees que podré soportar la mirada de tus ojos cuando te hayas cansado de mí y estés ya dispuesta a amar a otro?

—¿Qué tiene de malo buscar en ti una dulzura insólita en los hombres? —dijo ella—. ¿Tan extraño te parece que prefiera tu fuego a otro fuego que pueda consumirme? ¿No ves cómo sería nuestra vida juntos? ¿Por qué habría de querer lo que cualquiera puede darme si te tengo a ti? Después de ti, ¿qué importancia tendría lo demás? ¿Cuál sería su valor? Tú eres Tonio Treschi, posees el talento y la grandeza que otros luchan en vano por conseguir. Oh, me enojas, me provocas para que te hiera porque no me crees. Y tampoco crees en un futuro juntos. Tomas esta decisión por los dos y yo nunca podré perdonártelo. ¿Comprendes? Te has entregado a mí tan poco tiempo… ¡Nunca te lo perdonaré!

Christina estaba inclinada sobre él, sus pechos desnudos tras un velo de cabello rubio, las manos cubriéndole el rostro. Sus sollozos eran cortos y ahogados y su cuerpo se convulsionaba. Tonio quiso acariciarla, consolarla, suplicarle que dejase de llorar, pero se sentía demasiado enojado, demasiado desgraciado.

—Eres despiadada —le dijo de repente. Y cuando ella lo miró, con la cara surcada de lágrimas e hinchada, él añadió—: Eres despiadada con el chico que fui y con el hombre que pude haber sido. Eres despiadada porque no ves que cada vez que te tomo entre mis brazos sé cómo hubiera sido si…

Ella le puso una mano sobre los labios. Él la miró perplejo y le apartó la mano.

—No. —Christina sacudió la cabeza y añadió—: Nunca nos hubiéramos conocido. Y te juro por lo más sagrado que tus enemigos son mis enemigos y quien te hace daño me lo hace a mí también, pero tú no sólo hablas de venganza. ¡Hablas de muerte! Guido lo sabe, yo lo sé. ¿Y por qué? Porque él debe saberlo, ¿no es cierto? Debe saber que eres tú quien va a matarlo por lo que te hizo. ¡Debe saber que vas a ser tú quien lo haga!

—Exacto —dijo Tonio en voz baja—. Exacto. Lo has explicado mejor y de una manera más simple que yo.

Mucho después de creerla dormida, secas ya las lágrimas, sus piernas calientes y húmedas entrelazadas con las suyas, la apoyó con suavidad en la almohada y salió al estudio. Se sentó junto a la ventana y admiró la gran extensión de diminutas estrellas. Las nubes de lluvia se habían alejado con un viento veloz, y la ciudad brillaba, limpia y hermosa bajo un creciente de luna. Miles de luces diminutas centelleaban en los balcones y ventanas, por las rendijas de los postigos rotos, en todas las callejuelas que se abrían a sus pies bajo los tejados relucientes.

Se preguntó si con el paso de los años Christina llegaría a comprender. Si en aquel momento retrocedía, estaría perdido para siempre, y ¿cómo viviría con aquella debilidad, con aquel espantoso fracaso de haber dejado que Carlo le arrancara y destruyera su vida y siguiera adelante forjándose una existencia a su medida?

Vio su casa de Venecia. Vio a una esposa espectral a quien nunca había conocido, vio una legión de hijos no nacidos. Vio las luces bañando el canal y el
palazzo
brillar y desvanecerse fundiéndose lentamente en las aguas. ¿Por qué me hicieron esto? Sintió deseos de decirlo a gritos, y entonces la sintió junto a él, a su lado.

Había apoyado la cabeza contra su costado. Tonio contempló sus ojos. Su vida carecía de sentido. Debía haber cometido alguna acción terrible o aquello no le hubiese ocurrido. No a Tonio Treschi, que había nacido con tan grandes augurios.

Pensamientos descabellados.

El horror del mundo estribaba en que millares de males caían sobre personas inocentes y nadie era castigado, y junto a la gran promesa no había sino dolor y deseo. Niños mutilados para formar un coro de serafines; su canto era un grito al cielo que el cielo no escuchaba.

Y él, una pieza más en aquel cruel juego, por el azar glorioso que le aguardaba en las callejuelas de Venecia. Había cantado con todo su corazón en las noches de invierno bajo estrellas como aquéllas.

¿Y si fuera posible lo que ella decía? La miró en la oscuridad, la pequeña curva de su cabeza, sus hombros desnudos por encima de la colcha que le cubría los pechos, y cuando alzó los ojos hacia él, Tonio vio el blanco inmaculado de su frente y la extraña configuración de su rostro.

¿Y si fuera posible que de alguna forma, en el margen centelleante del mundo, pudieran vivir y amarse y mandar al infierno todo aquello que les había sido dado a los demás?

—Te quiero —dijo Tonio. Y casi me has hecho creerlo, pensó. ¿Cómo podría dejarla? ¿Cómo podría dejar a Guido? ¿Cómo podría despedirse de sí mismo?

—Pero ¿cuándo te irás? —preguntó ella—. Si ya has tomado la decisión de hacerlo y nada puede detenerte…

Tonio sacudió la cabeza. Deseaba que ella no dijese nada más. No estaba resignada, no, todavía no, y no soportaba oírla fingir que lo estaba. La noche siguiente era la última representación de la ópera en Roma. Al menos les quedaba eso.

7

Fue después de la última carrera. Los caballos habían cargado contra el gentío, habían pasado por encima de algunos espectadores y los habían arrastrado con las pezuñas. El aire se llenó de chillidos aunque nada detenía su raudo avance hacia la Piazza Venecia. Los heridos y los muertos eran retirados. Tonio, en lo alto de la tarima de los espectadores, abrazaba a Christina, mirando hacía la
piazza
donde lanzaban unas grandes telas sobre las cabezas de los enloquecidos animales.

La oscuridad se posaba lenta sobre los tejados. Iba a comenzar la gran ceremonia de clausura del carnaval en las horas que precedían a la Cuaresma: los
moccoli
.

Por todas partes ardían las llamas de las velas.

Aparecían en las ventanas de la estrecha calle, en lo alto de los carruajes, de los postes, y en las manos de mujeres, hombres y niños sentados a las puertas de las casas, hasta que la ciudad entera brilló con el tenue centelleo de miles y miles de llamas. Tonio se apresuró a encender su vela con la del hombre que tenía al lado y tocó con ella el extremo de la de Christina al tiempo que un susurro crecía hasta estallar entre la muchedumbre:
«Sia ammazzato chi non porta moccolo.»
Muera quien no lleve una vela.

De pronto, una oscura figura se precipitó hacia delante y apagó la vela de Christina mientras ésta intentaba protegerla con la mano.
«Sia amazzata la signorina.»
Tonio se la prendió otra vez enseguida, luchando por mantener su llama fuera del alcance del mismo tunante que, con otro gran soplido apagó la vela de otro hombre con la misma maldición:
«Sia ammazzato il signore.»

La calle era un mar de rostros tenuemente iluminados, cada uno de ellos protegiendo su llama al tiempo que intentaba apagar otra. Muera quien no lleve una vela, muera, muera…

Tonio tomó a Christina de la mano y bajaron de la tarima, soplando de vez en cuando sobre alguna llama vulnerable, al tiempo que quienes los rodeaban intentaban vengarse, y tras escabullirse hasta el grueso de la multitud cogió por el hombro a Christina, soñando con alguna calle lateral donde pudieran recuperar el aliento y reanudar los juegos amorosos con que se habían acosado el uno al otro durante todo el día en medio de vasos de vino, risas y una alegría casi desesperada.

Aquella noche la ópera sería breve, terminaría hacia medianoche, el momento que marcaría el inicio del Miércoles de Ceniza, y en aquellos instantes en la mente de Tonio no había lugar para otra cosa que no fuera el cielo estrellado que se extendía sobre sus cabezas y aquel gran océano de tiernas llamas y susurros que lo rodeaba. Muere, muere, muere. Su vela se había apagado, al igual que la de Christina, quien, jadeante, se abría paso a empujones y codazos. Tonio la abrazó y le abrió la boca con la suya, sin importarle que las llamas se hubieran extinguido. El gentío los levantaba casi en el aire, los arrastraba, era como estar dentro del mar con los pies en la arena, sacudidos por las olas que a la vez los sostenían.

—Deme fuego. —Christina se volvió hacia un hombre alto que había a su lado y luego prendió la vela de Tonio.

Su pequeño rostro tenía un halo misterioso, iluminado desde abajo, y aquellos suaves mechones de cabello estaban encendidos de oro. Apoyó la cabeza en el pecho de Tonio, con la candela contra él de forma que sus manos protegieran el fuego.

Llegó la hora de marcharse. La multitud empezó a dispersarse, los niños seguían soplando las velas de sus padres y los provocaban con la misma maldición, los padres los recriminaban y la locura disminuía y se trasladaba a los callejones laterales. Tonio se quedó inmóvil, en silencio, no quería perderse aquel último latido del carnaval, ni siquiera comparable a los postreros instantes de éxtasis en el teatro.

Las ventanas estaban aún iluminadas, sobre la calle colgaban farolas y los carruajes pasaban derramando su luz.

—Nos queda muy poco tiempo, Tonio… —susurró Christina. Era tan fácil tomarle la mano en contra de su voluntad… Ella tiraba de Tonio, pero él no se movía. Se puso de puntillas y le acercó la mano a la nuca—. Estás soñando, Tonio.

—Sí —musitó—. En una vida eterna.

Entonces la siguió hacia Via Condotti. Ella casi bailaba ante él, arrastrándolo como si su largo brazo fuera una correa.

Un niño se abalanzó contra él gritando
«Sia ammazatto…»
y Tonio levantó el brazo con una sonrisa de desafío y salvó la llama.

Lo que ocurrió a continuación sucedió tan deprisa que después no pudo reconstruirlo. De repente advirtió que una figura se alzaba ante él con el rostro contraído en una mueca.

—¡Muere!

Christina lo soltó y él perdió el equilibrio, cayó hacia atrás mientras ella chillaba.

Cuando sintió el acero frío de otro cuchillo en la nuca sacó el puñal.

Lo empujó hacia arriba de modo que se arañó la mejilla, y lo clavó hacia delante repetidas veces en la figura que intentaba arrinconarlo contra el muro.

Justo cuando aquel peso se desplomaba sobre él, notó otra presencia a sus espaldas, y el repentino cierre del garrote alrededor del cuello.

Se debatió presa del terror con la mano izquierda, intentando agarrar el rostro que tenía detrás de la cabeza, mientras que con la mano derecha hundía el arma en el abdomen del hombre.

La noche se llenó de gritos y patadas. Christina chillaba pero él se asfixiaba y la cuerda le cortaba la carne. De pronto alguien se la quitó.

Se giró y se lanzó contra su atacante cuando un hombre lo cogió por ambos brazos y le gritó:

—¡Estamos a su servicio,
signore
!

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