Authors: Nick Hornby
—¿Tenéis cambio? —preguntó Marcus, apartándole la mano—. Quiero sacar algo de la máquina.
Will le dio un puñado de monedas y Marcus se alejó.
—Joder —musitó Will—. ¿Qué se supone que hay que decirle a un chico cuya madre acaba de intentar suicidarse?
Pronunció aquellas palabras por mera curiosidad, aunque la pregunta, afortunadamente, le salió como si sólo fuese retórica y, por tanto, como si estuviese cargada de simpatía. No quiso decir nada que pareciera dicho por alguien que estuviese viendo la película de enfermedades de la semana, por buena que fuera.
—No tengo ni idea —repuso Suzie mientras intentaba convencer a Megan, que estaba sentada en su regazo, de que mordisquease un palito de pan—. Algo tendremos que pensar.
Will ignoraba si ese plural lo incluía a él o no, pero fue lo de menos. Por interesantísima que hubiese resultado la reunión de aquella tarde, no estaba dispuesto a repetir; aquélla era una pandilla demasiado rara para él.
La velada siguió su curso. Megan lloró, sollozó y finalmente se durmió; Marcus hizo unas cuantas visitas a la máquina expendedora y volvió con latas de Coca-Cola, Kit-Kats y bolsas de galletitas saladas.
Ninguno dijo gran cosa, aunque Marcus de vez en cuando despotricaba contra la gente que estaba en la sala de espera.
—Detesto a esta chusma. Miradlos; la mayoría de ellos están borrachos, y todos han tenido una pelea.
Era verdad. Casi todos los presentes en la sala de espera eran vagabundos, borrachos, yonquis o dementes sin más. A las contadas personas que estaban allí por pura mala suerte (una mujer a quien había mordido un perro y que estaba esperando a que le pusieran la antirrábica; una madre con su hija pequeña, que seguramente se había roto el tobillo al caerse) se las veía angustiadas, pálidas, ojerosas; para todas ellas, ésa era una noche que se salía de lo corriente. Los demás, por el contrario, habían transferido el caos de sus vidas cotidianas de un lugar a otro. Para ellos no existía la menor diferencia entre estar en plena calle gritando a los transeúntes o a las enfermeras en la sala de urgencias de un hospital. Todo era lo mismo.
—Mi madre no es como todos ésos.
—Nadie ha dicho que lo sea —señaló Suzie.
—¿Y si ellos creyeran que sí?
—Seguro que no.
—Pero podrían pensarlo. Ha tomado drogas, ¿no es cierto? Ha llegado toda sucia de vómito, ¿no? ¿Cómo van a saber que no es igual que todos ésos?
—Pues porque salta a la vista, y los médicos lo sabrán. Y si no lo saben, nosotros se lo diremos.
Marcus asintió. Will comprendió que Suzie había dicho lo que había que decir: ¿quién podría creer que Fiona era un despojo humano, teniendo los amigos que tenía? Por una vez al menos, pensó Will, Marcus acababa de hacer la pregunta errónea. La pregunta correcta habría sido ésta: «¿Qué demonios importaba?» Y es que si las únicas cosas que diferenciaban a Fiona del resto de los presentes eran las tranquilizadoras llaves del coche.de Suzie y la ropa más bien cara y elegante de Will, era cierto que estaba metida en un buen aprieto. Había que vivir dentro de una burbuja, cada cual en la suya. Era imposible abrirse paso y entrar por la fuerza en la burbuja de otro, porque así ya ni siquiera seguiría siendo una burbuja. Will compraba su ropa y sus cedés y sus coches y sus muebles y sus drogas para él, y sólo para él; si Fiona no podía permitirse todos esos lujos, y si no tenía una burbuja equivalente, y que fuera de su propiedad, ése era su problema. Luego estaba metida en un buen aprieto.
Justo a tiempo apareció una mujer que se dirigió a ellos. No era médico ni enfermera, sino una especie de funcionaría.
—Hola. ¿Han venido ustedes acompañando a Fiona Brewer?
—Sí. Yo soy Suzie, su amiga, y éste es Will, y éste es Marcus, el hijo de Fiona.
—Bien. Fiona se quedará a pasar la noche aquí, y es obvio que no deseamos que ninguno de ustedes tenga que quedarse. ¿Hay algún sitio donde Marcus pueda pasar la noche? ¿Vive alguien más con vosotros, Marcus?
Marcus negó con la cabeza.
—Pasará la noche en mi casa —respondió Suzie.
—Muy bien, pero antes tendré que obtener el permiso de su madre —señaló la mujer.
—Claro.
—Y eso, sin contar con lo que yo quiera —dijo Marcus a la mujer, que ya se marchaba—. Aunque eso es algo que a nadie le importa.
—Claro que les importa —replicó Suzie.
—¿Tú crees?
La mujer volvió al cabo de unos minutos, sonriendo y asintiendo igual que si Fiona acabara de dar a luz, en lugar de venir con el permiso para pasar una noche fuera de casa.
—Dice que muy bien, y le da las gracias.
—Estupendo. Vámonos, Marcus. Tienes que ayudarme a abrir el sofá cama.
Suzie colocó a Megan en la sillita del coche y salieron del aparcamiento del hospital.
—Nos vemos —dijo Will—. Te llamaré.
—Espero que todo se arregle con Ned y con Paula.
Por un instante, Will quedó nuevamente en blanco: Ned y Paula, Ned y Paula... Ah, sí, su ex esposa y su hijo.
—Oh, seguro que sí. Gracias.
Besó a Suzie en la mejilla, a Marcus le dio un golpecito en el brazo, a Megan la saludó sacudiendo la mano desde lejos y se fue en busca de un taxi. Todo había sido muy interesante, pero no tenía ganas de hacer eso mismo todas las noches.
Estaba allí encima, sobre la mesa de la cocina. Había ido a colocar las flores en un jarrón, tal como le había pedido Suzie que hiciese, cuando de pronto la vio. Todos habían tenido tantas prisas, y había sido tal el follón la noche anterior, que nadie se había percatado. La tomó en una mano y se sentó a leer.
Querido Marcus:
Creo que, al margen de lo que te diga en esta carta, terminarás por odiarme. Quizás suene demasiado definitivo; puede que cuando seas mayor sientas por mí algo diferente del odio. Desde luego, va a ser muy largo el periodo en que sólo pienses que hice algo que no debía hacer, algo además estúpido y egoísta. Por eso quería tener la ocasión de explicarme, aun cuando no sirva de nada.
Escúchame. Hay una gran parte de mí que sabe muy bien que lo que voy a hacer es algo que no debo hacer, algo además estúpido y egoísta. De hecho, la mayor parte de mí así lo siente. El problema es que esa parte ha dejado de ser la parte que me controla. Eso es lo más terrible de esta especie de enfermedad que he padecido durante los últimos meses, que no hace caso de nada ni de nadie. Sólo hace lo que le da la gana. Ojalá nunca llegues a saber en qué consiste.
Nada de todo esto guarda la menor relación contigo. Siempre me ha encantado ser tu madre, siempre, aunque haya sido difícil y a veces me haya costado muchísimo esfuerzo. Por algún motivo que ignoro, no me resulta suficiente con ser tu madre. Y no es que sea tan infeliz que ya no quiera seguir viviendo. No, no es eso lo que se siente, sino más bien una especie de cansancio, de aburrimiento, como si la fiesta hubiera durado demasiado y una tuviese ganas de volver a casa. Me siento agotada, como si no esperase hallar nada que valiera la pena y por eso fuera preferible dar las cosas por terminadas. ¿ Cómo es posible que me sienta así, teniéndote a ti como te tengo? No lo sé. Lo que sí sé, en cambio, es que si sólo siguiera por ti, tú no me lo agradecerías, y estoy segura de que una vez que superes esto todo te irá mucho mejor que antes. De verdad. Puedes ir con tu padre. Si no, Suzie siempre ha dicho que cuidaría de ti en el caso de que me pasara algo.
Estaré pendiente de ti si es que puedo. Y creo que podré. Creo que cuando algo le sucede a una madre, se le permite estar pendiente de su hijo y velar por él aun cuando todo haya sido culpa de ella. No quiero dejar de escribirte esto, pero no se me ocurre ninguna razón para continuar.
Te quiero,
Mamá
Cuando Fiona volvió del hospital con Suzie y con Megan, él seguía sentado a la mesa. Nada más entrar, Fiona comprendió que había encontrado la carta.
—Mierda, Marcus, se me había olvidado.
—¿Que se te había olvidado? ¿Una carta en la que explicabas el motivo por el que te suicidabas?
—Bueno, es que nunca pensé que tuviera que recordarla, ¿no?
Se echó a reír de su gracia. Se echó a reír, hay que ver. Pero así era su madre. Cuando no se deshacía en llanto por los cereales del desayuno, se reía sólo de pensar en quitarse la vida.
—Joder —intervino Suzie—. ¿Era eso? No debería haber dejado que volviera antes de ir a recogerte, pero pensé que no sería mala idea que Marcus pusiera un poco de orden en la casa.
—Suzie, no creo que tengas la culpa de nada, te lo aseguro.
—Debería habérseme ocurrido.
—No estaría mal que Marcus y yo charlásemos un poco a solas.
—Claro.
Suzie dio un abrazo a Fiona y se acercó a él para besarlo.
—Se encuentra bien —le susurró al oído, aunque lo bastante alto como para que su madre lo oyese—. No te preocupes por ella.
Cuando Suzie se marchó, Fiona puso la tetera al fuego y se sentó a la mesa con él.
—¿Estás enfadado conmigo?
—¿A ti qué te parece?
—¿Por la carta?
—Por la carta, por lo que hiciste; por todo.
—Te entiendo muy bien. Si te sirve de algo, te diré que no me siento igual que el sábado.
—¿Cómo? No me irás a decir que se te ha pasado de golpe, ¿verdad?
—No, no es eso, pero... Por el momento, me encuentro mejor.
—Por el momento a mí eso no me vale de nada. Que por el momento estás mejor, ya lo veo. Acabas de poner la tetera al fuego, pero ¿qué pasará cuando hayas terminado el té? ¿Qué pasará cuando vuelva al colegio? No puedo estar aquí contigo para vigilarte a todas horas.
—No, ya lo sé; pero los dos tenemos que cuidarnos mutuamente. No tendría que ser uno solo el que se ocupara de todo.
Marcus asintió, aunque estaba en un lugar en el que las palabras no tenían la menor importancia. Había leído la carta y ya no le interesaba demasiado lo que decía. Lo único que contaba era lo que había hecho y lo que pudiera hacer. Ese día, desde luego, no iba a hacer nada. Se tomaría el té, por la noche encargarían algo para cenar, verían juntos la televisión y seguramente se sentirían como si estuvieran al comienzo de una época distinta y mucho mejor; pero esa época se agotaría tarde o temprano, y entonces llegaría el día en que se produjera otro cambio.
Siempre había confiado en su madre; mejor dicho, nunca había desconfiado de ella. Para él, sin embargo, las cosas nunca volverían a ser como antes.
No bastaba con dos, ése era el problema. Siempre había creído que el dos era un buen número y que no le gustaría vivir en una familia de cuatro o cinco miembros, pero ahora se daba cuenta de que cuando eran dos, si uno caía y desaparecía, el otro se quedaba solo. ¿Cómo iba alguien a conseguir que su familia creciese si no había nadie alrededor, nadie que lo ayudara? No le iba a quedar más remedio que encontrar la manera de solucionarlo.
—Voy a preparar el té —dijo Marcus en tono animoso. Al menos, ahora ya tenía algo en que pensar, algo que hacer.
Decidieron pasar la velada tranquilamente, como siempre. Pidieron comida india a un restaurante del barrio y Marcus fue al videoclub a alquilar una cinta, aunque le llevó una eternidad: todo lo que vio parecía guardar alguna relación con la muerte, y no le apetecía nada ver una película sobre la muerte. Ya puestos, tampoco deseaba que su madre viera nada relacionado con la muerte, aunque no estaba muy seguro del porqué. ¿Qué pensaba que sucedería si su madre veía a Steven Segal cargarse a unos cuantos tíos descerrajándoles un tiro en la cabeza? No se trataba de la clase de muerte que esa noche querían evitar. La muerte en la que intentaban no pensar era la muerte tranquila, triste, verdadera, no la muerte ruidosa, esa que a quién le importa. (La gente tendía a pensar que los chicos no sabían distinguir una de la otra, pero claro que sabían.) Al final se decidió por
Atrapado en el tiempo
, y se alegró, porque acababa de salir en vídeo y porque en la funda se aseguraba que era divertida.
No empezaron a verla hasta que llegó la cena. Fiona sirvió los platos y Marcus pasó la cinta hasta terminar los tráilers y los anuncios, para tenerla lista y empezar en el momento en que diesen el primer bocado al
poppadum
. La funda de la película no había mentido: era entretenida. Iba de un individuo atrapado en un mismo día, obligado a vivirlo una y otra vez, aunque no explicaban cómo había llegado a semejante situación, y eso a Marcus le pareció un poco flojo, pues le gustaba saber el cómo y el porqué de las cosas. Tal vez estuviera basada en un hecho real, tal vez hubiera existido ese individuo atrapado en un mismo día, y tal vez fuese cierto que no sabía cómo había ocurrido, por qué tenía que vivirlo una y otra vez. Marcus se sintió alarmado. ¿Y si al despertar al día siguiente resultaba que era el día anterior y se repetía el episodio del pato, y el del hospital...? Mejor no pensarlo.
Pero luego la película cambiaba y pasaba a tratar por entero del suicidio. El tipo en cuestión estaba tan harto de verse atrapado en el mismo día durante cientos de años que trataba de quitarse la vida. Sin embargo, no lo conseguía. Hiciera lo que hiciese, terminaba por despertar a la mañana siguiente, sólo que no era la mañana siguiente, sino esa misma mañana, la mañana en la que siempre había despertado.
Marcus se enfadó de veras. En la funda de la cinta no se mencionaba nada sobre el suicidio, a pesar de que la película trataba sobre un tipo que intentaba quitarse la vida unas tres mil veces. De acuerdo, era verdad que no lo conseguía, pero no por eso resultaba más graciosa. Su madre tampoco lo había conseguido, y a nadie le habían entrado ganas de hacer una comedia sobre su intento fallido. ¿Por qué no había ninguna advertencia expresa? Tenía que haber montones de personas deseosas de ver una buena comedia después de intentar suicidarse. ¿Qué pasaría si a todos les diera por elegir precisamente ésa?
Al principio, Marcus siguió tranquilo, tan tranquilo, de hecho, que a punto estuvo de no respirar. No quería que su madre oyera su respiración, ya que estaba tan enojado que temía que fuese más ruidosa que de costumbre; pero llegó un punto en que ya no pudo aguantarlo más, y apagó el vídeo con el mando a distancia.
—¿Qué pasa? —preguntó ella.
—Es que quería ver esto. —Marcus hizo un gesto hacia la pantalla del televisor, donde un hombre con acento francés y gorro de cocinero trataba de enseñar a uno de los Gladiadores cómo debía abrir un pescado y sacarle las tripas.