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Authors: Agatha Christie

Un crimen dormido (21 page)

BOOK: Un crimen dormido
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Gwenda contestó, sin más rodeos:

—Porque nos hemos enterado de que usted... y ella... en otro tiempo... fueron ... bien... fueron muy amigos.

—¿Helen y yo? Sí, pero aquello no tuvo nada de particular. Cosas de jóvenes. Ninguno de los dos tomó aquello en serio —Afflick añadió, secamente—. Lo cierto es que no nos animaron precisamente para que obráramos en otro sentido al respecto.

—Estará usted pensando de nosotros que somos muy impertinentes... —comenzó a decir Gwenda.

Él la interrumpió.

—Es igual. Su comportamiento me parece muy natural. Ustedes desean encontrar a cierta persona y se han debido figurarse que yo podría ayudarles a encontrarla. Pregúnteme lo que se le antoje. Yo no tengo nada que ocultar —Afflick miró, pensativo, a la joven—. Así que usted es la hija de Halliday...

—Sí. ¿Conoció usted a mi padre?

Él movió la cabeza.

—Una vez, habiendo ido a Dillmouth con motivo de un negocio, quise ver a Helen. Me enteré de que se había casado y de que vivía allí. Helen me atendió cortésmente, pero no me invitó a cenar. No, no llegué a conocer a su padre.

Gwenda creyó haber rastreado una sutil inflexión de vago rencor en la frase «no me invitó a cenar».

—¿Tuvo usted la impresión... de que era feliz?

Afflick se encogió de hombros.

—Yo creo que sí. Bueno, ha pasado mucho tiempo... Seguramente, me acordaría si me hubiese parecido lo contrario.

Seguidamente, el hombre, como impulsado a ello por una natural curiosidad, inquirió:

—¿Es que no han tenido ninguna noticia sobre Helen a lo largo de dieciocho años, tras su salida de Dillmouth?

—No hemos sabido nada de ella.

—¿No recibieron ninguna carta?

—Hubo dos cartas —señaló Giles —, pero tenemos razones para pensar que realmente no fueron escritas por Helen.

—¿Ustedes creen que no las escribió ella? —Afflick se mostraba levemente divertido—. Verdaderamente esto parece uno de esos misterios de las novelas policíacas.

—Igual opinamos nosotros.

—Bueno, y su hermano, el doctor, ¿tampoco sabe nada acerca de su paradero, tampoco ha tenido noticias?

—No.

—¡Vaya! ¿Por qué no ponen un anuncio en los periódicos? Suele ser efectivo y quizá de resultado.

—Ya lo hemos hecho.

Afflick comentó, espontáneamente:

—Todo indica que ha muerto, seguramente. De otro modo, habrían sabido algo de ella.

Gwenda se estremeció.

—¿Tiene frío, señora Reed?

—No. Estaba pensando en Helen. Lo cierto es que no me agrada imaginármela muerta.

—Tampoco a mi. Era una mujer sumamente atractiva.

Gwenda contestó, impulsivamente.

—Usted la conoció. Usted la conoció bien. Yo sólo conservo leves recuerdos de la infancia. ¿Cómo era Helen? ¿Qué pensaban los demás de ella? ¿Qué sentimientos le inspiró a usted?

Afflick miró a su interlocutora durante unos segundos, sin acertar a decir nada.

—Seré sincero con usted, señora Reed —repuso luego—. Puede creerme o no, pero a mí aquella chica me inspiraba realmente una gran compasión.

—¿Compasión? —inquirió Gwenda, sorprendida.

—Exactamente. La muchacha acababa de regresar del colegio. Le gustaba pasarlo bien, como a cualquier chica, tropezando en seguida con su hermano, un hombre de mediana edad, con unas ideas muy raras o anticuadas sobre lo que debía y no debía hacer una joven de sus años... Se aburría. Yo la acompañé en algunas ocasiones... le mostré unos cuantos retazos de la existencia que palpitaba a su alrededor. Yo no estaba enamorado de ella, ni ella de mí. Simplemente, lo pasaba bien a mi lado. Luego él se enteró de nuestros encuentros y decidió poner fin a los mismos. Era natural... Ella quedaba bastante por encima de mí. No fuimos novios... ¡Oh! No hubo nada de eso. Yo pensaba casarme algún día, sí, pero cuando tuviera algunos años más. Deseaba prosperar en la vida y dar con una esposa que me ayudara a ir adelante. Helen no tenía dinero; no era la compañera ideal en ningún aspecto. Fuimos, sencillamente, buenos amigos, con una amistad en la que hubo leves toques de idilio...

—Sin embargo, usted debió de sentirse enojado por la actitud del doctor...

Afflick respondió:

—Admito que estuve irritado. A nadie le agrada verse despreciado. Pero, claro, estas cosas pasan cuando un joven pasa por una situación como la mía entonces.

—Y posteriormente, perdió usted su empleo —apuntó Giles.

El gesto de Afflick ya no era ahora de complacencia.

—Efectivamente, me despidieron de «Fane & Watchman». Y estoy convencido de saber quién fue el responsable de eso.

—¿Sí?

Afflick movió la cabeza.

—No estoy diciendo nada. Tengo mis ideas. Me despidieron y me figuro quién fue el autor de acuella sucia jugada —Afflick tenía ahora las mejillas encendidas—. Fui espiado... se me pusieron trampas, se dijeron mentiras acerca de mi persona. ¡Oh! Siempre he tenido enemigos. Pero nunca pudieron conmigo. Siempre estuve a la altura de las circunstancias. Y yo soy de las personas que no olvidan nada fácilmente.

El hombre guardó silencio. De pronto, su arranque de violencia cesó. Volvía a ser el hombre complaciente de unos minutos antes.

—Así que no puedo ayudarles. Helen y yo fuimos buenos amigos. En nuestra relación no entraron sentimientos más hondos.

Gwenda escrutó la faz de Afflick. Era la suya una historia muy normal, muy comprensible. ¿Respondía a la realidad?, se preguntó la chica. Algo no encajaba en ella, no obstante...

—Pero usted buscó a Helen cuando volvió a Dillmouth más tarde, ¿no es cierto? —objetó Gwenda.

Él se echó a reír.

—Ha reparado usted en el detalle, ¿eh, señora Reed? Pues sí. Quería demostrarle que yo no había sido vencido por la vida sólo porque un abogado de cara muy larga me echara fuera de su oficina. Poseía un negocio próspero, conducía un coche de lujo, había sabido abrirme paso por mí mismo...

—Fue usted a verla más de una vez, ¿verdad?

Él vaciló un momento.

—Fui a verla dos... tres veces, quizá —dijo Afflick con una inflexión especial, queriendo dar a entender a sus visitantes que daba la entrevista por terminada—. Lo siento, no puedo ayudarles.

Giles se puso en pie.

—Hemos de pedirle que nos dispense por haberle entretenido durante tanto tiempo.

—No se preocupe. Hay que recordar de vez en cuando el pasado. Se aparta uno de los monótonos quehaceres cotidianos.

Abrióse la puerta interior de la estancia, plantándose en el umbral una mujer.

—¡Oh! Lo siento... No sabía que tenías visita...

—Entra, querida, entra. Les presento a mi esposa. Estos son el señor y la señora Reed.

La señora Afflick se apresuró a estrechar las manos de Gwenda y Giles. Era una mujer alta, esbelta, de aire un poco deprimido, que vestía unas prendas muy bien cortadas.

—Hemos estado evocando los viejos tiempos —explicó Afflick—, de una época anterior a mi relación contigo, Dorothy.

Volvióse hacia la pareja.

—Conocí a mi esposa durante un crucero. Ella no es de aquí. Es prima de lord Polterham.

Afflick dio a sus palabras una cierta inflexión de orgullo. La mujer se ruborizó ligeramente.

—Resultan muy agradables, en general, los cruceros —manifestó Giles.

—Son, sobre todo, sumamente instructivos —remató Afflick.

—Le he dicho muchas veces a mi esposo que debiéramos hacer uno con base en Grecia —declaró su mujer.

—No dispongo de tiempo. Soy un hombre sumamente ocupado.

—Por cuya razón no debemos entretenerle más —dijo Giles—. Adiós y muchas gracias por su atención. No deje de enviarme el presupuesto de la excursión a que nos hemos referido al principio.

Afflick les acompañó hasta la puerta. Gwenda volvió la cabeza en cierto momento. La señora Afflick se había quedado en la puerta del estudio. Acababa de fijar la mirada en la espalda de su marido y en su rostro se dibujaba un gesto extraño de aprensión.

Giles y Gwenda se encaminaron por fin a su coche.

—¡Qué fastidio! He dejado olvidado ahí dentro mi pañuelo del cuello —declaró ella.

—Siempre vas dejando cosas a tu paso —comentó Giles.

—No te las des de víctima. Yo me encargaré de recuperarlo.

Tornó a entrar en la casa. La puerta del estudio se había quedado abierta y a sus oídos llegaron unas palabras de Afflick:

—¿A qué viene entrometerte así? Ha sido una torpeza por tu parte.

—Lo siento, Jackie. De verdad que no sabía que estaban ellos en el estudio. ¿Quiénes son? ¿Por qué te han puesto nervioso?

—No me he puesto nervioso. Yo...

Afflick calló al ver a Gwenda plantada junto a la puerta principal.

—Perdone, señor Afflick. ¿Me he dejado aquí el pañuelo de cuello?

—¿Un pañuelo de...? No, señora Reed. Aquí no está —contestó él después de buscarlo a su alrededor.

—¡Qué estúpida soy! Debe de estar en el coche.

Gwenda salió de la casa.

Giles había maniobrado para salir. Vieron junto a la acera un gran turismo amarillo, esplendoroso, con cromados por todas partes.

—Eso es un coche —dijo Giles.

—Un coche «de primera» —repuso Gwenda—. ¿Te acuerdas, Giles? Edith Pagett nos refirió algo que Lily había dicho... Esta había afirmado, muy convencida, de que el capitán Erskine no era «nuestro misterioso hombre del resplandeciente coche»... ¿No te das cuenta de que el hombre misterioso del resplandeciente coche era nuestro Jackie Afflick?

—Sí —replicó Giles—. Y en su carta al doctor, Lily mencionaba un coche «de primera»...

Los dos se miraron en silencio.

—Él estaba allí... «en el sitio», como diría miss Marple... aquella noche. ¡Oh, Giles! Tengo ganas de saber lo que Lily Kimble tiene que decirnos... No sé si tendré paciencia para esperar hasta el jueves.

—Supón que ella se arrepiente, que no se deja ver...

—Vendrá, no lo dudes, Giles; si ese coche tan reluciente estaba allí aquella noche te aseguro que vendrá...

—¿Crees que sería un turismo amarillo, como éste?

—¿Qué? ¿Admirando mi autobús?

La inesperada voz del señor Afflick les causó un tremendo sobresalto. Acababa de asomarse por encima de un seto limpiamente recortado que bordeaba el jardín.

—Mi pequeño «Botón de Oro» le llamo yo siempre. Me gusta el ejercicio, y la jardinería me obliga a moverme... Llama la atención, ¿eh?, ¿no creen que es hermoso?

—Ciertamente —confirmó Giles.

—Soy muy aficionado a las flores —agregó Afflick—. Siento una debilidad especial por los narcisos trompones, por los botones de oro, por las calceolarias... Aquí tiene su pañuelo, señora Reed. Fue a parar debajo de la mesa. Adiós. Encantado de conocerles.

—¿Crees que habrá oído nuestra conversación? —preguntó Gwenda a su marido cuando se alejaban ya de allí.

Giles se sentía algo inquieto.

—No. Se ha mostrado muy cordial...

—Sí, pero no creo que eso quiera decir nada... Giles, su esposa... le tiene miedo. Vi el miedo reflejado en su cara.

—¿Qué dices? ¿Cómo puede inspirar miedo a su propia mujer un hombre tan jovial, alguien tan afable?

—Quizá no sea tan jovial, ni tan afable en la intimidad del hogar... Giles: el señor Afflick no me gusta en absoluto... ¿Cuánto tiempo llevaría allí, escuchando lo que nos decíamos? ¿Qué fue lo que dijimos, concretamente?

—No mucho —repuso Giles.

Pero él también se sentía inquieto.

Capítulo XXII
 
-
Lily tiene una cita
1

Giles profirió una exclamación de extrañeza.

Acabaña de abrir un sobre llegado con el correo de primera hora de la tarde. Repasó, atónito, su contenido.

—¿Qué ocurre?

—Es el informe de los grafólogos.

Gwenda preguntó, interesada:

—¿Y qué? Helen no escribió la carta que envió desde el extranjero, ¿verdad?

—Ahí está lo raro: que

la escribió.

Se quedaron los dos silenciosos.

Gwenda declaró, incrédula:

—Pues entonces las cartas no eran falsificadas, sino auténticas. Helen huyó de la casa aquella noche. Y escribió desde el extranjero. En consecuencia, no fue estrangulada, ¿eh?

Giles respondió, reflexivo:

—Al parecer... Me he quedado sorprendido. No lo entiendo. Precisamente cuando todo apuntaba en otro sentido.

—¿No podría ser que los grafólogos se hubiesen equivocado.

—Existe el riesgo. Ahora, ellos muestran mucha seguridad en lo que dicen. Bueno, Gwenda, es que no comprendo ya una sola palabra de todo esto. A ver si es que hemos estado haciendo los tontos al correr de un sitio para otro, pensando cosas raras.

—¿A partir de mi estúpido y extraño comportamiento en el teatro? Mira, Giles: ¿por qué no vamos a ver a miss Marple? Hasta las cuatro y media, que es cuando hemos de ver al doctor Kennedy, disponemos de algún tiempo.

Miss Marple, sin embargo, reaccionó de una manera muy diferente a la por ellos esperada. Comentó:

—¡Vaya, vaya! ¡Qué bien marcha todo!

—Mi querida miss Marple —repuso Gwenda—: ¿qué quiere usted decirnos con eso?

—Simplemente, que ha habido alguien que no fue todo lo inteligente que cabía esperar...

—Inteligente... ¿en qué aspecto?

—Quiero decir que... resbaló —indicó miss Marple asintiendo, muy satisfecha.

—Sí, pero, ¿cómo?

—Tú, Giles, debes de estar viendo ya cómo se estrecha nuestro campo de observación.

—Aceptando el hecho de que Helen escribiera realmente las cartas... ¿piensa usted que ella pudo, aun así, haber sido asesinada?

—Pienso que a alguien le parecía muy importante que en las cartas se viera la escritura de Helen.

—Ya comprendo... Bueno, creo que comprendo. Pudieron darse unas circunstancias durante las cuales Helen, quizá, fue inducida a escribir esas especiales misivas... Esto simplificaría las cosas. No obstante, ¿en qué circunstancias?

—Vamos, vamos, Giles. No te lo has pensado bien. En realidad, es muy sencillo.

Giles pareció irritarse.

—Puedo asegurarle que para mí no es tan evidente...

—Si te detuvieras a reflexionar...

—Vámonos, Giles —dijo Gwenda—. Llegaremos tarde. Recuerdo que...

Miss Marple sonreía enigmáticamente cuando se separaron de ella.

—Esa anciana me enoja, a veces —declaró Giles—. No sé a dónde demonios quería llevarme.

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