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Authors: Javier Marías

Tags: #Intriga, Relato

Tu rostro mañana (66 page)

Peter murió seis meses después que mi padre, aunque era unos ocho mayor. La señora Berry me telefoneó a Madrid, fue muy sucinta, pertenecía a la generación ahorrativa y quizá tuvo muy presente que estaba llamando al extranjero. O tal vez era su estilo, de extremada discreción. 'Sir Peter passed away last night, Jack' me dijo con el eufemismo de rigor. 'Anoche falleció Sir Peter, Jack', eso fue todo. O bueno, añadió: 'Sólo quería que lo supiera. No me parecía justo' —'fair' fue el adjetivo— 'que lo creyera vivo cuando ya no lo está'. Y cuando intenté averiguar cómo había sucedido y la causa, se limitó a contestarme 'Nada inesperado. Yo llevaba esperándolo ya semanas', y a anunciar que me escribiría más adelante. Ni siquiera pude preguntarle para quién habría sido 'unfair', si para Peter o para mí. (Pero seguramente era para los dos.) Unos días más tarde recordé que en Inglaterra se tarda mucho en sepultar a los muertos, en comparación con España, y que tal vez estaba a tiempo de viajar hasta Oxford para asistir al entierro. Así que la llamé varias veces y a diferentes horas, pero nadie respondió el teléfono. Acaso la señora Berry se había trasladado con algún familiar, había abandonado la casa nada más morir su patrón, y caí en la cuenta de que ya no podía dirigirme a casi nadie más en busca de información. A Tupra, pero no lo hice: aquella no era exactamente una situación de dificultad, ni de desconcierto, de apuro ni de peligro, y tampoco él se había dignado comunicarme por su cuenta la defunción. Me asaltó la sensación —o fue una superstición— de no querer gastar inútilmente un cartucho, como si con él los tuviese contados a lo largo de nuestras respectivas vidas. Tampoco la joven Pérez Nuix se molestó en avisarme: aunque no hubiera conocido a Peter personalmente, estaría enterada. Podía llamar a alguno de mis antiguos colegas, a Kavanagh o a Dewar o a la Frasca Lord Rymer o incluso a Clare Bayes —qué idea—, pero hacía demasiado tiempo que había perdido el contacto con todos ellos. Podía intentarlo con Queen's o Exeter, los colleges a los que Peter había estado ligado, pero era casi seguro que su burocracia me llevaría infructuosamente de delegación en delegación. Reconozco que me dio pereza, el recuerdo y la pena no tienen por qué hacerse presentes en las ocasiones sociales. Estaba muy atareado en Madrid. Habría tenido que desempolvar mi birrete y mi toga. Lo dejé estar.

La carta de la señora Berry tardó en llegar más de dos meses. Se disculpaba por el retraso, había tenido que ocuparse de casi todo, hasta del Memorial Service o especie de funeral que se acababa de celebrar, allí suelen hacerse bastante tiempo después de la muerte. Tenía la amabilidad de enviarme un recordatorio del oficio fúnebre, con el programa de himnos y lecturas. Aunque Wheeler no era religioso, había preferido acogerse a los ritos de la Iglesia Anglicana, ya que, me explicaba la señora Berry, 'él detestaba las ceremonias improvisadas, esas parodias laicas que hoy tanto abundan'. El oficio había tenido lugar en la University Church of St Mary the Virgin, de Oxford, yo la recordaba bien, allí había predicado el Cardenal Newman antes de su conversión. Se había tocado a Bach, a Gilles y el sosegado e irónico Carillon des morts de Michel Corrette; se habían cantado himnos; se habían leído unos pasajes del Eclesiástico ('... él conserva los dichos de los hombres famosos y penetra en las sutilezas de las parábolas; indaga el sentido oculto de los proverbios y estudia sin cesar las sentencias enigmáticas... viaja por países extranjeros, porque conoce por experiencia lo bueno y lo malo de los hombres... Muchos alabarán su inteligencia, que nunca caerá en el olvido; su recuerdo no se borrará jamás y su nombre vivirá para siempre... Si vive largo tiempo, tendrá más renombre que otros mil; si entra en el reposo, eso le bastará'), así como el Prólogo de La Celestina en la traducción de James Mabbe de 1605 y un fragmento de una novela de un autor contemporáneo por el que sentía debilidad; y habían hecho su elogio algunos de sus antiguos colegas de la Universidad, entre ellos Dewar el Inquisidor o el Martillo o el Matarife, que había estado especialmente acertado y conmovedor. Todo según las muy precisas indicaciones que había dejado por escrito el propio Wheeler.

También me incluía la señora Berry una foto en color de Peter ('Creo que le gustará conservarla', me decía), de unos cuantos años atrás. Ahora la tengo enmarcada en mi estudio y la miro a menudo, para que el paso del tiempo no empiece a difuminarme su rostro y alguien se lo vea aún. Ahí está, con la toga de Doctor of Letters. 'Es paño escarlata con ribetes o vueltas de seda gris, lo mismo que las mangas', me ilustraba la señora Berry. 'La de Sir Peter había pertenecido al Doctor Dacre Balsdon, y el gris había perdido parcialmente su color, hasta parecer un azulado sucio o un rosa grisáceo: probablemente había estado expuesta a la lluvia. Yo saqué la foto el día en que recibió ese título, en Radcliffe Square. Lástima que se quitara el birrete cuadrado para posar.' En realidad utilizaba la intraducibie palabra específica, 'mortar-board'. Bajo la toga Peter lleva el traje oscuro con pajarita blanca que se llama en su conjunto 'subfusc', preceptivo en algunas ceremonias. Y así está él ahora en mi estudio, fijado para siempre en un día lejano, de cuando yo no lo conocía aún. La verdad es que no cambió mucho desde entonces hasta su final. Lo reconozco perfectamente cuando me mira con los ojos un poco guiñados, y se le ve bien la cicatriz en el lado izquierdo del mentón. Me quedé sin preguntarle cómo se la había hecho. Recuerdo que aún dudé si hacerlo aquel último domingo, tras el almuerzo, cuando ya me disponía a irme hacia la estación para regresar a Londres y él me acompañó hasta la puerta apoyándose más que nunca en su bastón. Le noté entonces las piernas más frágiles que cualquier vez anterior, pero sin duda aún eran capaces de llevarlo por la casa y por el jardín, y aun de subirlo hasta su dormitorio del primer piso. Pero lo vi muy fatigado y no quería hacerle hablar más, así que elegí preguntarle otra cosa, sólo una más, al decirle adiós; '¿Por qué me ha contado todo esto hoy, Peter? No se crea, me ha interesado muchísimo, me he quedado con ganas de saber mucho más. Pero me resulta extraño que me haya hablado de tantas cosas, tras tantos años de conocernos y de no haberme dicho jamás una palabra sobre ninguna de ellas. Yuna vez me dijo, además: "En realidad no debería uno contar nunca nada", ¿se acuerda usted?'

Wheeler me sonrió con una mezcla de melancolía y malicia, ambas fueron muy tenues, casi imperceptibles, juntó las dos manos sobre el bastón y me contestó:

'Así es, Jacobo, uno no debería contar nunca nada... hasta que uno mismo es pasado, hasta su final. El mío avanza ligero y llama ya a la puerta con insistencia. Tienes que ir entendiendo la debilidad, habrá un día en que te alcanzará a ti. Y al llegar ese momento, le toca a uno decidir si algo queda borrado para siempre, como si no hubiera ocurrido ni hubiera tenido cabida en el mundo, o si le da una oportunidad de…'. Dudó un instante, buscó la palabra, no debió de encontrar la justa, se conformó con la aproximación: '... De flotar. De que alguien más pueda investigarlo o contarlo. De que no se pierda enteramente. Entiéndeme: no te estoy pidiendo nada, ni eso ni lo contrario. Ni siquiera estoy convencido de haber obrado bien, es decir, de haber obrado como yo quería. En este último tramo ya no sé cuáles son mis deseos, ni si los tengo. Es extraño, parece inhibirse, sustraerse la voluntad hacia el fin. En cuanto salgas por esta puerta y te alejes, probablemente me arrepentiré. Pero me consta que Mrs Berry, que conoce la mayor parte, jamás dirá una palabra a nadie cuando yo no esté. Contigo no estoy tan seguro, en cambio, y así lo dejo a tu elección. Quizá prefiero que calles, bien puede ser. Pero a la vez me tranquiliza pensar que contigo mi historia aun podría...'. Volvió a buscar otra palabra mejor, pero siguió sin dar con ella: '... Sí, aún podría flotar. Y en verdad no es más que eso, Jacobo: sólo flotar'.

Y yo pensé, y seguí pensándolo ya camino de Paddington, en el tren: 'Me ha escogido como cerco, como lo que se resiste a salir y a borrarse y a desaparecer, lo que se aferra a la loza o al suelo y más cuesta sacar. Ni siquiera sabe si quiere que me encargue de limpiarlo yo —"la constitución del silencio"—, o que no frote con demasiada fuerza y deje una sombra de huella, un eco de eco, un fragmento de circunferencia, una mínima curva, un vestigio, una ceniza que pueda decir "Yo he sido", o "Soy aún, luego es seguro que he sido: tú me ves y tú me has visto", e impida que los demás digamos "No, esto no ha sido, nunca lo hubo, no cruzó el mundo ni pisó la tierra, no existió y nunca ha ocurrido"'.

De aquella sangre de la escalera me habló la señora Berry en su carta. No había podido evitar oír parte de nuestra conversación mientras trajinaba en la cocina y entraba y salía, aquel último domingo en que los visité (el verbo que empleaba era 'to overhear' que implica involuntariedad), y cómo Wheeler se refería de pasada a la mancha como si hubiera sido producto de mi imaginación ('Justo ahí, donde dices que viste…'). Se sentía mal por haberme mentido en su día, decía, por haber fingido no saber nada, por haberme hecho dudar de lo que había visto, tal vez. Me rogaba que la disculpara. 'Sir Peter murió de cáncer de pulmón', escribía. 'En el fondo sabiéndolo, aunque él no lo quiso saber. No hubo manera de que fuera al médico, hasta que yo le llevé uno a casa muy tarde, amigo mío, cuando ya nada se podía hacer, y ese médico se guardó el diagnóstico ante él: para qué contárselo ya, me lo confirmó sólo a mí. Por suerte su muerte fue súbita, por embolia de pulmón masiva, según me explicó luego el doctor. No padeció larga agonía y vivió aceptablemente hasta el final.' Y al leer esto me acordé de que la primera vez que le sobrevino a Wheeler una afasia en mi presencia —cuando se le atragantó el necio vocablo 'cojín'—, yo le había preguntado si había consultado al médico y él me había respondido con despreocupación: 'No, no, no es cosa fisiológica, eso lo tengo muy claro. Es sólo un instante, como si la voluntad se me retirase. Es como un anuncio, o una presciencia...'. Y al no terminar la frase y preguntarle yo una presciencia de qué, me lo había dicho y a la vez no: 'No preguntes lo que ya sabes, Jacobo, no es ese tu estilo'.

'Lo cierto es que su único síntoma, durante casi todo el tiempo', continuaba la señora Berry empleando un término sin duda aprendido de su amigo médico, 'fue alguna que otra expectoración hemoptoica, es decir, con sangre.' Y yo pensé al leer este párrafo: 'Buena parte de lo que nos afecta y determina está tapado'. 'Solían ser involuntarias, producidas por una sola tos fuerte y breve, y a veces ni se daba cuenta de que había manchado; recuerde que, aunque no lo pareciera, Sir Peter tenía ya muchos años. Así que es imposible estar seguros, pero pudo ser eso lo que usted encontró aquella noche en lo alto del primer tramo, y limpió con tanto esmero. Mucho se lo agradezco ahora, porque era tarea mía. En un día normal habría sido muy raro que algo así se me pasase por alto, pero aquel sábado anduve muy ajetreada con los preparativos de la cena, tanta gente, y si no recuerdo mal, usted señaló la madera, no la parte central alfombrada, donde todo es más visible. Pero en su ultima visita, cuando le oí a Sir Peter hablarle de la sangre de su mujer en lo alto de aquel primer tramo, sesenta años atrás y en otra casa, bueno, me dio apuro que pudiera creer haber visto algo sobrenatural o visiones, y tenía que advertirle de esta posibilidad existente. Espero que sepa perdonarme por mi actitud falsamente incrédula de hace ya tiempo. Pero no podía mencionar entonces algo que Sir Peter deseaba ignorar. Bueno, la verdad es que nunca hizo caso, y hasta el final quiso ignorarlo. De hecho murió sin saber que moría, murió sin creérselo. Para él una suerte.' ('Lucky him', escribía.) Y entonces yo me acordé de dos cosas que le había oído decir a Wheeler en diferentes contextos y ocasiones: 'Todo puede ser deformado, torcido, anulado, borrado, si uno ha sido ya sentenciado sabiéndolo o sin saberlo, y si uno ni siquiera lo sabe entonces está inerme, perdido'. Y también había dictaminado, o juzgado: 'Y así hoy nadie quiere enterarse de lo que ve ni de lo que pasa ni de lo que en el fondo sabe, de lo que ya se intuye que será inestable y movible o será incluso nada, o en un sentido no habrá sido. Nadie está dispuesto por tanto a saber con certeza nada, porque las certezas se han abolido, como si estuvieran apestadas. Y así nos va, y así va el mundo'.

Sí, ahora vivo en Madrid de nuevo, y también aquí todo apunta hacia eso, eso creo. He vuelto a trabajar con un antiguo socio, el financiero Estévez, el que tuve durante unos años tras mi etapa de Oxford, cuando me casé con Luisa. Ya no se hace llamar 'impulsor', como en nuestra asociación primera, se ha hecho demasiado importante para vanidades nominales, no las precisa. Contacté con él desde Londres, para ver qué posibilidades había ante mi regreso inminente: aunque había ahorrado bastante, preveía en Madrid muchos gastos. Y al contarle por teléfono lo que había sido de mí en los últimos tiempos, someramente, noté que mi paso por el MI6 lo impresionaba, aunque hubiera sido en un grupo tan desconocido y raro como el del edificio sin nombre, del que nunca hablan los libros —tan etéreo, tan fantasmal que ni siquiera exigía a sus miembros la nacionalidad británica ni ningún juramento—, y yo no pudiera presentarle pruebas, sino sólo conocimientos. Tampoco le quise dar muchos detalles, o los que le di fueron inventados. Fuera como fuese, me incorporó en seguida a sus proyectos y se fía de mi criterio, sobre todo con las personas. Así que aún las interpreto, para él, de vez en cuando, y, dado mi anterior servicio —dados mis precedentes—, me escucha siempre como a un oráculo. A su lado gano suficiente dinero para poder invitar a bottox a Luisa, si se le antoja un día, o a cualquier otra cosa para mejorar su aspecto, si le entra ese pánico, no lo creo, no está en su carácter. Yo aún se lo veo tan bueno como antes de irme, quiero decir a Inglaterra y de casa, quiero decir el aspecto. Y también se lo veo en aquello que no pude ver durante mucho tiempo y sí vio otro en mi ausencia. Si no vivo solo sino semisolo es porque saco o visito a los niños casi a diario, y Luisa viene a mi casa algunas tardes, dejándolos con otra canguro, la severa polaca Mercedes se casó y se estableció por su cuenta, al parecer montó un negocio.

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