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Authors: Michel Onfray

Tratado de ateología (22 page)

La Epístola a los Romanos lo muestra con claridad: «No hay autoridad sino bajo Dios» (13:1). Ésa es la teoría. A continuación, en la práctica, elogia la sumisión a las autoridades romanas, partiendo del principio de que los representantes de la autoridad son, ante todo, ministros de Dios. Pablo impide la salida con eficacia: desobedecer a un militar, rechazar a un magistrado, resistir a un prefecto de policía o rebelarse contra un procurador —Poncio Pilatos, por ejemplo...— son ofensas contra Dios. Volvamos a escribir, pues, las palabras de Cristo a la manera paulina: den al César lo que es del César, y al César, lo que es de Dios, para pagar las cuentas...

Provistos de este viático ontológico, los cristianos empezaron muy pronto a vender el alma —inútil, en adelante, para practicar los Evangelios— al poder temporal; se instalaron en la pompa y boato de los palacios; recubrieron de mármol y oro sus iglesias; bendijeron los ejércitos; santificaron las guerras expansionistas, las conquistas militares, las operaciones policíacas; crearon impuestos; enviaron tropas contra los pobres que se quejaron; y encendieron las hogueras... todo ello, desde Constantino, en el siglo IV de nuestra era.

La historia es testigo: millones de muertos, millones, en todos los continentes, durante siglos, en el nombre de Dios, con la Biblia en una mano y la espada en la otra: la Inquisición, la tortura, el tormento; las Cruzadas, las masacres, los saqueos, las violaciones, la horca, el exterminio; la trata de negros, la humillación, la explotación, la servidumbre, el comercio de hombres, mujeres y niños; los genocidios, los etnocidios por los conquistadores cristianos, desde luego, pero también, en años recientes, por el clero ruandés junto a los exterminadores hutus; la camaradería con todos los fascismos del siglo XX: Mussolini, Pétain, Franco, Hitler, Pinochet, Salazar, los coroneles griegos, los dictadores de América del Sur, etc. Millones de muertos por amor al prójimo.

4. EL ANTISEMITISMO CRISTIANO

Para un cristiano resulta difícil amar al prójimo, sobre todo si es judío... Saulo convertido en Pablo se entregó con entusiasmo a combatir el judaísmo, con la misma pasión con que se dedicó, antes de emprender el camino de Damasco, a perseguir a cristianos, molerlos a golpes, e incluso enviarlos sin demoras al otro mundo. Para promocionar la secta a la que se volvió adicto, le era necesario imponer la noción de que Jesús era el Mesías anunciado en el Antiguo Testamento y que Cristo abolía el judaísmo al cumplir la profecía. Como los seguidores de Yahvé no creyeron en esas tonterías del Hijo de Dios muerto en la cruz para salvar a la humanidad, se convirtieron en adversarios, y luego, muy pronto, en enemigos.

El judío errante, como se suele decir, sufrió esa maldición cuando el primero de ellos se negó a dar de beber a Cristo camino al Gólgota. Por no haber ayudado al Crucificado, la maldición recayó sobre él, no muy caritativo este Jesús, pero también sobre los suyos, sus descendientes y su pueblo. Así pues, la versión cristiana de la muerte de Jesús presupone la responsabilidad de los judíos, no la de los romanos... ¿Poncio Pilatos? Ni responsable ni culpable. Lo afirma Pablo, cuando habla de los judíos que mataron a Jesús, el Señor (1 Te 2:15). En los Evangelios abundan los pasajes abiertamente antisemitas. Goldhagen ha destacado una cantidad considerable de ellos: unos cuarenta en Marcos; ochenta, en Mateo; ciento treinta, en Juan; ciento cuarenta, en los Hechos de los Apóstoles... El mismo Jesús, el dulce Jesús, enseña que los judíos tienen «al diablo por padre» (Jn 8:44). Difícil amar al prójimo en esas circunstancias.

Ello resulta evidente desde los primeros cristianos que convirtieron a los judíos en un pueblo deicida, hasta el reconocimiento tardío del Estado de Israel por Juan Pablo II, a fines de 1993, pasando por la larga historia de amor de la Iglesia católica, apostólica y romana con todo lo que pudiera interpretarse en la historia como antisemitismo, incluso, y en especial, los doce años de nacionalsocialismo alemán. El odio alcanzó su apogeo con la colaboración activa entre el Vaticano y el nazismo. Más tarde, cosa menos conocida, entre el nazismo y el Vaticano. Pues Pío XII y Adolf Hitler compartían varios puntos de vista, en particular, la abominación hacia los judíos en todas sus formas.

5. EL VATICANO AMA A ADOLF HITLER

El matrimonio de amor entre la Iglesia católica y el nazismo es incuestionable: abundan los ejemplos y no son insignificantes. La complicidad no se estableció con silencios de aprobación, con no dichos explícitos o cálculos realizados a partir de hipótesis interesadas. Los hechos le demuestran a cualquiera que investigue el tema en la historia que no fue un matrimonio de conveniencia, impuesto por una necesidad de supervivencia de la Iglesia, sino por una pasión común y compartida hacia los mismos enemigos irreductibles, los judíos y los comunistas, igualados, la mayor parte del tiempo, en el revoltijo conceptual de judeobolchevismo.

Desde los inicios del nacionalsocialismo hasta la protección de los criminales de guerra del Tercer Reich después de la caída del régimen, a quienes ayudaron a huir a otros países, aparte del silencio de la Iglesia sobre estos asuntos, desde entonces, y aún hoy —incluso la imposibilidad de consultar los archivos sobre este tema en el Vaticano—, el feudo de San Pedro, heredero de Cristo, fue también el de Adolf Hitler y sus secuaces: nazis, fascistas franceses, colaboracionistas, vichyistas, milicianos y otros criminales de guerra.

Los hechos: la Iglesia católica aprobó el rearme de Alemania, yendo en contra del Tratado de Versalles, desde luego, pero también en contra de las enseñanzas de Jesús, en especial, las que celebran la paz, la bondad y el amor al prójimo; la Iglesia católica firmó un acuerdo con Adolf Hitler desde su asunción como canciller en 1933; la Iglesia católica calló sobre el boicot a los comerciantes judíos, no protestó ante la proclamación de las leyes raciales de Nüremberg en 1935, guardó silencio en 1938 cuando ocurrió la Noche de los Cristales; la Iglesia católica entregó su archivo genealógico a los nazis, que supieron desde ese momento quiénes eran cristianos y, por lo tanto, no judíos; la Iglesia católica reivindicó, en cambio, «el secreto pastoral» para no dar a conocer los nombres de judíos convertidos a la religión de Cristo o casados con cristianos; la Iglesia católica, sostuvo, defendió y apoyó al régimen ustachi, pro nazi, de Ante Pavelic en Croacia; la Iglesia católica, aunque estaba al corriente de la política de exterminio iniciada en 1942, no la condenó, ni en privado ni en público, como tampoco dio órdenes a los curas u obispos de censurar, ante los fieles, al régimen criminal.

Las fuerzas aliadas liberaron Europa, llegaron a Berchtesgaden y descubrieron Auschwitz. ¿Qué hizo el Vaticano? Siguió apoyando al régimen derrotado: la Iglesia católica, a través del cardenal Bertram, mandó decir una misa de réquiem en memoria de Adolf Hider; la Iglesia católica guardó silencio y no hizo ninguna declaración condenatoria cuando se descubrieron las pilas de cadáveres, las cámaras de gas y los campos de exterminio; la Iglesia católica, más bien, organizó para los nazis sin Führer lo que nunca hizo por ningún judío o víctima del nacionalsocialismo: coordinó la oficina de ubicación de los criminales de guerra fuera de Europa; la Iglesia católica utilizó al Vaticano, expidió papeles sellados con visas y creó una red de monasterios europeos como lugares de escondite para protección de los dignatarios del Reich derrotado; la Iglesia católica incluyó en su jerarquía a personas que habían ocupado cargos importantes en el régimen hitleriano; la Iglesia católica nunca se arrepentirá de nada, puesto que no reconoce oficialmente nada de esto.

De darse algún día el arrepentimiento, habrá que esperar, sin duda, unos cuatro siglos, el tiempo que se necesitó para que un papa reconociera el error de la Iglesia sobre el caso Galileo... ya que el dogma de la infalibilidad del Papa, proclamado en el primer concilio del Vaticano en 1869-1870 —
Pastor Aeternuí
—, prohíbe el cuestionamiento de la Iglesia, puesto que el soberano pontífice, cuando se expresa o toma una decisión no lo hace como hombre capaz de equivocarse, sino como representante de Dios en la Tierra, siempre inspirado por el Espíritu Santo, la famosa
gracia de asistencia.
¿Debemos llegar a la conclusión, por lo tanto, de que el Espíritu Santo era profundamente nazi?

Mientras permanecía en silencio sobre la cuestión nazi durante y después de la guerra, la Iglesia no dejaba de tomar decisiones contra los comunistas. Con respecto al marxismo, el Vaticano dio muestras de un compromiso, de una militancia y de una fuerza que bien nos hubiera gustado verle utilizar para combatir y desacreditar el Reich nazi. Fiel a la tradición de la Iglesia que, por la gracia de Pío IX y Pío X, condenó los derechos del hombre como contrarios a la enseñanza católica, Pío XII, el famoso Papa amigo del nacionalsocialismo, excomulgó en masa a los comunistas del mundo entero en 1949. Alegó la colusión de los judíos y el bolchevismo como una de las razones de su decisión.

A modo de información: ningún nacionalsocialista de las bases, ningún nazi del alto mando o miembro del estado mayor del Reich fue excomulgado y ningún grupo fue excluido de la Iglesia por haber enseñado y practicado el racismo, el antisemitismo o por haber operado las cámaras de gas. Adolf Hitler no fue excomulgado, y su libro,
Mi lucha,
nunca formó parte del Index. Recordemos que después de 1924, fecha de publicación de ese libro, el famoso
Index Librorum Prohibitorum
agregó a su lista—junto a Pierre Larousse, culpable del
Grand Dictionnaire universel
(!)— a Henri Bergson, André Gide, Simone de Beauvoir y a Jean-Paul Sartre. Adolf Hitler nunca figuró allí.

6. HITLER AMA AL VATICANO

Un lugar común, que no resiste ni el menor análisis, y aun menos la lectura de los textos, presenta a Adolf Hitler como un ateo pagano, fascinado por los cultos nórdicos, amante de un Wagner de cascos con cuernos, del Walhalla y de las valquirias de grandes pechos, un anticristo, convertido en la antítesis del cristianismo. Además de la dificultad de ser ateo y pagano a la vez —negar la existencia de Dios o de los dioses, y creer en ellos al mismo tiempo...—, es necesario pasar por alto todos los pasajes de la obra escrita —
Mi lucha
—, de la obra política —ausencia en el Reich de persecuciones contra la Iglesia católica, apostólica y romana, al contrario de las llevadas a cabo contra los Testigos de Jehová, por ejemplo—, y las confidencias privadas del Führer —conversaciones publicadas con Albert Speer—, donde Adolf Hitler afirma sin ambigüedades y de modo constante su buena opinión del cristianismo.

¿Fue decisión de un Führer ateo mandar inscribir en los cintos de los soldados de las tropas del Reich
Gott mit uns!
¿Se sabe que la frase fue tomada de las Escrituras? En particular, del Deuteronomio, uno de los libros de la Tora, donde podemos leer explícitamente: «Dios marcha con nosotros» (Dt 20:4), una frase extraída de la arenga que Yahvé dirige a los judíos cuando parten a luchar contra sus enemigos, los egipcios, a los que Dios promete un exterminio total (Dt 20:13). ¿Un Führer ateo fue el que determinó que todos los niños de la escuela pública alemana comenzaran la jornada en el Reich nacionalsocialista rezando una oración a Jesús? No a Dios, lo que podría hacer de Hitler un deísta, sino a Jesús, lo cual lo define, en forma explícita, como cristiano. El mismo Führer, supuestamente ateo, les exigió a Goering y a Goebbels, en presencia de Albert Speer, que relata la conversación, que permanecieran en el seno de la Iglesia católica, como lo haría él hasta el último de sus días.

7. LAS COMPATIBILIDADES CRISTIANISMO-NAZISMO

Las buenas relaciones entre Hitler y Pío XII se dieron más allá de las complicidades personales. Las dos doctrinas comparten varios puntos de vista. La infalibilidad del Papa que, recordémoslo, también es jefe de Estado, no podía disgustar a un Führer que estaba a su vez persuadido de la propia. La posibilidad de construir un Imperio, una Civilización y una Cultura con un líder supremo investido de todos los poderes — como Constantino y algunos de los emperadores cristianos que lo sucedieron— era lo que fascinaba a Adolf Hitler mientras escribía su libro. ¿La erradicación por parte de los cristianos de todo lo que se relacionara con el paganismo? ¿La destrucción de altares y templos? ¿La quema de libros —Pablo lo alentaba, se acuerdan...—? ¿Las persecuciones contra los opositores de la nueva fe? Excelente, consideraba Hitler.

El Führer exaltaba el devenir teocrático del cristianismo: la «intolerancia fanática» que crea la «fe apodíctica», según sus propias palabras, en la página 451 de
Mi lucha;
la capacidad de la Iglesia para no renunciar a nada, incluso ante la ciencia cuando ésta contradice sus posiciones y cuestiona algunos de sus dogmas, página 457; la plasticidad de la Iglesia a la que predice un futuro más allá de lo imaginable, página 457; y la permanencia de la venerable institución, a pesar de este o aquel comportamiento deplorable de algunos miembros de la Iglesia, lo cual no compromete al movimiento general, página 119. Por todo ello, Adolf Hitler invita a «aprender de la Iglesia católica», página 457, y también páginas 118, 119 y 120.

¿Cuál es el «verdadero cristianismo» —página 306— del que habla Hitler en
Mein Kampf?
El del «gran fundador de la nueva doctrina» —en la misma página—, Jesús, el mismo al que le rezan los niños en las escuelas del Reich. ¿Pero cuál Jesús? No el de la otra mejilla, no, sino el colérico que expulsa a latigazos a los mercaderes del templo. Hitler hace referencia explícita al pasaje de Juan en su demostración. Y además, a modo de recordatorio, ese látigo crístico sirve para desalojar a los infieles, a los no cristianos, a las personas que practican el comercio y hacen transacciones de dinero, en una palabra, los judíos, la razón de la complicidad entre el Reich y el Vaticano. El Evangelio de Juan (2:14) no impide la lectura filocristiana y antisemita de Hitler; mejor, la hace posible... Y más aún si recordamos los pasajes que condenan a los judíos a la
gehena,
pasajes que abundan en el Nuevo Testamento. Los judíos, pueblo deicida, ésa es la clave de aquella camaradería funesta: se sirven de la religión para sus negocios, dice; son los enemigos de toda la humanidad, agrega; y crean el bolchevismo, precisa. Cada uno llegará a su propia conclusión. Él, Hitler, explica por qué: «Las ideas y las instituciones religiosas de su pueblo deben ser sagradas para el jefe político», página 120. Así pues, las cámaras de gas se alumbrarán en las hogueras de San Juan.

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