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Authors: Martin Gardner

Tags: #Ciencia, Ensayo

¿Tení­an Ombligo Adan y Eva? (36 page)

En 1984, Khalifa emprendió un infructuoso pleito legal contra la Academia Nacional de Ciencias, a la que reclamaba 38 millones de dólares por haber publicado
Ciencia y creacionismo
, un librito que consideraba la evolución como un proceso sin intervención divina. Por el contrario, aseguraba Khalifa, sabemos por el Corán y por las leyes de la probabilidad que la vida no habría podido surgir sin los actos creadores de Alá. Cada especie se creó de manera independiente, y la evolución sólo tuvo lugar en el seno de cada especie. Podemos estar seguros de que Dios creó a los primeros humanos con barro, porque el Corán lo dice en 32:7 y 15:28.

En Tucson, el doctor Khalifa fundó una masjid (mezquita) en la que oficiaba como imam. El 31 de enero de 1990 —nótese que los dígitos de 1990 suman 19— fue asesinado; murió en la cocina de la mezquita a causa de numerosas puñaladas. Tenía 54 años. Los presuntos asesinos eran musulmanes negros pertenecientes a una secta fundamentalista llamada Fuqra. Cuatro miembros de esta secta fueron detenidos en 1993 en sus locales, cerca de Buena Vista (Colorado), y acusados del asesinato. Uno de los hombres, John Williams, fue condenado; los otros aprovecharon la libertad condicional para desaparecer. La secta había sido acusada anteriormente de incendiar templos Haré Krishna en Denver y Pensilvania, y de la colocación de una bomba en 1983 en un hotel de Portiand (Oregón), cuyos propietarios eran seguidores del gurú indio Bhagwan Shree Rajneesh.

¿Qué debemos pensar de la numerología de Khalifa? Por supuesto, no tiene nada de sorprendente que el número 19 aparezca muchas veces en un libro tan largo como el Corán, pero los diecinueves de Khalifa sobrepasan los límites de la casualidad. La explicación más plausible es que se engañó a sí mismo manipulando los números inconscientemente. La mejor explicación que conozco de cómo pudo hacerlo con facilidad la encontré en
Running Like Zebras
, un libro publicado en 1995 por Edip Yuksel, el principal khalifista del país.

El libro consta de 19 x 6 = 114 páginas (¿coincidencia?), que reproducen un debate en Internet entre Yuksel y Daniel (Abduirahman) Lomax, un musulmán escéptico respecto a los descubrimientos de Khalifa. Éste acusa al químico de haber hecho un mal trabajo en su investigación con el ordenador, de rechazar dos versículos del Corán que considera espurios porque no se ajustan a sus cálculos, y de no reconocer que existen versiones del Corán que difieren en el número de palabras y letras y en la manera de dividir las suras en versículos. Por encima de todo, acusa a Khalifa de no dejar claro qué es lo que entiende por palabra.

Muchas palabras árabes tienen múltiples formas, y Khalifa se muestra inconsistente en sus normas de recuento. A veces incluye formas plurales, otras veces no. ¿Cómo se debe considerar una palabra con un pronombre incorporado, como una sola palabra o como dos? En inglés, el significado de palabra está bastante claro, gracias a los espacios entre palabras, pero en árabe no existen espacios. Incluso en inglés hay cierta vaguedad. Lomax pone como ejemplo la palabra truck. Cuando contamos las veces que aparece truck en un libro, ¿hay que incluir formas como trucks, trucked y trucking? Khalifa no ofrece en ninguna parte una definición de palabra.

Lomax compara al doctor con aquellos astrónomos que creían ver canales en Marte. Y llega a la conclusión de que «las afirmaciones del doctor Khalifa, en el mejor de los casos, pertenecen a la categoría del fraude piadoso. […] Si Dios hubiera querido que el Corán contuviera un código que garantizase su perfecta conservación, habría podido hacerlo de manera mucho más eficaz y simple que con el complejo, arbitrario y nada concluyente "código" promovido por el doctor Khalifa».

Yuksel, por supuesto, cree haber desbaratado por completo todas las objeciones de Lomax. Su curioso libro se puede adquirir solicitándolo a Monotheist Productions, P.O. Box 43476, Tucson, AZ 85733.

Veamos ahora algunos juegos numéricos con el 19, parte de los cuales se los debo a mi corresponsal Monte Zerger. El 19 es, para empezar, un número primo. Es igual a 10
2
— 9
2
; también es igual a 1
2
+ 3
2
+ 3
2
, y a 3
3
— 2
3
. El número 1.729, o 19 x 91, intervino en un famoso incidente entre el matemático británico G. H. Hardy y su amigo Ramanujan, el genio indio de la teoría numérica. Habiendo tomado un taxi para visitar a Ramanujan en un hospital, Hardy comentó que el número de la matrícula del taxi, 1.729, era un número soso. Ramanujan replicó al instante: «No, es un número muy interesante. Es el número más pequeño que se puede expresar como la suma de dos cubos de dos maneras diferentes [12
3
+ 1
3
y 10
3
+ 9
3
]». Nótese que los dígitos de 1.729 suman 19.

En 1989 (un múltiplo de 9) se demostró que todo número entero es la suma de, como máximo, diecinueve cuartas potencias.

El número más bajo que requiere esas diecinueve potencias es el 79, la suma de cuatro cuartas potencias de 2 y quince cuartas potencias de 1. El período decimal que se repite en la fracción 1/19 es el número de 18 (2 x 9) dígitos 052631578947368421. Si multiplicamos esta cifra por cualquier número del 2 al 18, el producto tiene los mismos dieciocho dígitos en el mismo orden cíclico. Si se multiplica por 19, se obtiene una serie de 2 x 9 = 18 nueves.

La enmienda a la Constitución que concede el voto a las mujeres es la número 19. En el golf, el decimonoveno hoyo es el bar en el que los jugadores se meten bebidas como antes metieron pelotas en dieciocho hoyos. Cada diecinueve años, todas las fases de la luna caen en los mismos días de la semana durante todo el año. El Libro de los Salmos es el decimonoveno libro de la Biblia. El salmo 19 empieza diciendo «Los cielos cantan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos».

Los números que aparecen con más frecuencia en la Biblia son el 12 y el 7. Han quedado reflejados en nuestro calendario, con los siete días de la semana y los doce meses del año. La suma de estos dos números es 19.

Addendum

Ibn Warraq es el autor de un valiente libro que recomiendo encarecidamente:
Why I Am Not a Muslim
(Prometheus, 1995). Warraq me envió un fascinante artículo de Franz Rosenthal, profesor emérito de idiomas y civilizaciones del Oriente Medio en la Universidad de Yale. Se titula «Diecinueve», apareció por primera vez en
Analecta Bíblica
(vol. 12, 1959, pp. 304-318) y está reproducido en el libro de Rosenthal,
Muslim Intellectual and Social History
, una recopilación de ensayos publicada por Variorum en 1990. Ofrece una detallada historia del papel del número 19 en la cultura islámica.

Durante un breve período, los descubrimientos del doctor Khalifa fueron acogidos con entusiasmo en el mundo islámico. La buena acogida se acabó rápidamente, en cuanto empezó a hacer declaraciones heréticas. Uno de sus críticos más virulentos fue Abu Ameena Bilai Phillips, un jamaicano convertido al Islam. Su análisis informático de la numerología de Khalifa está recogido en su libro
The Qur'an's Numerical: Hoax and Heresy
(1987).

Phillips acepta algunos de los descubrimientos de Khalifa, pero rechaza la mayoría aduciendo que Khalifa manipuló sus estadísticas, principalmente por no dejar claro qué era lo que consideraba una palabra. Dice Phillips que es como si tomamos la palabra
nevertheless
, y la contamos como una sola palabra o como tres palabras diferentes, según cómo queramos que salga la cuenta. El golpe definitivo contra Khalifa llegó cuando el jeque Abdullah ibn Abdul Aziz ibn Baz, uno de los principales eruditos de Arabia Saudí, publicó una nota declarando apóstata a Khalifa.

Para más información sobre estas y otras cuestiones referentes a la numerología de Khalifa, ver
Islamic Mysticism: A Secular Perspective
(Prometheus Books, 2000), escrito por un estudioso británico que utiliza el seudónimo de Ibn Al Rawandi.

25. Las opiniones religiosas de Stephen Jay Gould y Darwin

Rocks of Ages
(«Rocas eternas», pero también, en sentido figurado, «La fe de Cristo») es el ingenioso título del último libro de Stephen Jay Gould, famoso paleontólogo de Harvard y autor de libros de gran éxito comercial. Una de las dos «rocas» del título es la religión. La otra es la ciencia, representada por las rocas llenas de fósiles que demuestran la realidad de la evolución.

El profesor Gould es totalmente contrario a la idea de que la ciencia y la religión son irreconciliables, una postura defendida en dos obras clásicas:
The Conflict Between Religión and Science
(1877), del científico norteamericano John William Draper, y
History of the Warfare of Science and Theology
(en dos tomos, 1894), del historiador y primer rector de Cornell Andrew Dickson White. Ambos libros, que Gould comenta exhaustivamente, consideran que la ciencia y la religión —en especial, el catolicismo— están enzarzadas en un eterno combate.

Aunque Gould se declara agnóstico y con tendencia al ateísmo, su libro es una apasionada llamada a la tolerancia entre los dos campos. La ciencia y la religión, sostiene Gould, son ejemplos de un principio que él llama NOMA (
Non Overlapping Magisterio
, magisterios que no se solapan). Existe, efectivamente, un conflicto entre las dos si se entiende la religión en el estrecho sentido de una creencia que exige intervenciones milagrosas de Dios en la historia y se niega a aceptar la abrumadora evidencia a favor de la evolución. Estas supersticiones, que enmarañan los dos magisterios, generan enemistad mutua. Pero si la religión se entiende en un sentido más amplio, bien como un teísmo filosófico libre de supersticiones, bien como un humanismo seglar basado en normas éticas, Gould no ve que haya conflicto alguno entre los dos magisterios. No es que se puedan unificar en un único esquema conceptual, pero pueden florecer una junto a otra, como dos naciones independientes que están en paz una con otra.

La ciencia, nos recuerda Gould, es la búsqueda de los hechos y leyes de la naturaleza. La religión es una búsqueda espiritual del sentido definitivo de la vida y de valores morales que la ciencia es incapaz de aportar. Como decían Kant y Hume, la ciencia nos dice lo que es, no lo que debería ser. «Puestos a utilizar clichés manidos —escribe Gould—, nosotros nos dedicamos a la edad de las rocas y la religión conserva la roca de las edades; nosotros estudiamos cómo van los cielos, y ellos determinan cómo ir al cielo». No se menciona a John Dewey, pero el tema que trata Gould no está muy lejos, en lo esencial, del librito de Dewey
A Common Faith
.

Gould incluye abundantes citas de las cartas de Charles Robert Darwin, que, junto con Thomas Henry Huxley, es uno de sus dos grandes héroes. Esas citas me llevaron a consultar
The Life and Letters of Charles Darwin
(1887), escrito por su hijo Francis, el botánico. Uno de los capítulos está totalmente dedicado al lento y progresivo desencanto de Darwin con el cristianismo y a su decisión final de declararse agnóstico. El término había sido acuñado por Huxley, conocido en sus tiempos como «el bulldog de Darwin» por su vigorosa defensa de la selección natural y sus infatigables ataques al tosco fundamentalismo protestante del primer ministro inglés, William Ewart Gladstone.

En su juventud, Darwin creía firmemente que la Biblia era la palabra revelada de Dios. Su padre, anglicano, quería que Charles se hiciera clérigo, y éste pasó tres años en Cambridge preparándose para su ordenación. Aunque fue perdiendo la fe poco a poco, siempre fue tolerante y respetó las creencias de sus amigos y colaboradores cristianos, y en especial de su devota esposa.

Darwin se casó con su prima Emma Wedgwood, que le dio diez hijos. Se amaban intensamente, pero a todo lo largo de su matrimonio, feliz en todos los demás aspectos, los dos sufrieron por sus irreconciliables diferencias religiosas. Janet Browne, en su espléndida biografía Charles Darwin (1995), reproduce una de las cartas de Emma a Charles, escrita antes de casarse, en la que le suplica que renuncie a su manía de «no creer nada hasta que esté demostrado». Darwin dijo que era «una carta preciosa» y escribió en el sobre: «Cuando esté muerto, quiero que sepas cuántas veces la he besado y he llorado sobre ella». La muerte de su hija Anne intensificó la antipatía de Darwin hacia el cristianismo y ensanchó la brecha religiosa que lo separaba de Emma. Ésta nunca perdió su fe. Cuando se quedó viuda, es posible que siguiera atormentada hasta su muerte (así lo expresa Browne) por la idea de que «no podría reunirse con él en el cielo». Algunos biógrafos han llegado a especular, aunque sin ninguna prueba, que las enfermedades crónicas de Darwin eran consecuencias psicosomáticas de las diferencias religiosas entre él y su amada esposa. La tolerancia religiosa de Darwin es la base del libro de Gould.

Incluso elogia al papa Juan Pablo II por haber declarado en 1996 que la evolución ya no es una simple teoría, sino un hecho bien demostrado que los católicos deben aceptar, siempre que insistan en que Dios infundió almas inmortales en los cuerpos evolucionados de los primeros seres humanos. Gould ve esto como un paso trascendental del magisterio de Roma hacia la aceptación del principio NOMA.

«La naturaleza es amoral —escribe Gould—, no inmoral. […] Ha existido durante eones antes de que nosotros llegáramos, no sabía que íbamos a venir y le importamos un bledo. […] La naturaleza no muestra ninguna preferencia estadística ni por lo cálido y amable ni por lo feo y desagradable. La naturaleza, simplemente, es; en toda su complejidad y diversidad, en toda su sublime indiferencia a nuestros deseos. Por lo tanto, no podemos utilizar la naturaleza para nuestra educación moral, ni para responder a ninguna pregunta que entre dentro del magisterio de la religión». Aunque la ciencia es incapaz de aportar normas éticas o pruebas de la existencia de Dios, tampoco es capaz de descartar la posibilidad de una divinidad o la existencia de imperativos morales basados en una naturaleza humana común. Así es como Gould resume con exactitud la aceptación del principio NOMA por Darwin:

Darwin no utilizó la evolución para promocionar el ateísmo, ni para sostener que el concepto de Dios jamás podrá encajar en la estructura de la naturaleza. Lo que hizo fue argumentar que la realidad objetiva de la naturaleza, leída según el magisterio de la ciencia, no podía resolver, ni siquiera especificar, la existencia o el carácter de Dios, el sentido último de la vida, los fundamentos de la moralidad, ni ninguna otra de las cuestiones que entran dentro del magisterio de la religión, que es un magisterio diferente. Mientras que muchos pensadores occidentales invocaron en su momento un concepto indefendible y con anteojeras de la divinidad para proclamar la imposibilidad de la evolución, Darwin se negó a cometer el mismo error arrogante en sentido contrario y declarar que el hecho de la evolución implica la no existencia de Dios.

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