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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástica

Sueño del Fevre (46 page)

—Ahora es Billy quien dirige el barco, ¿no?

—Sour Billy es un capataz, no un marinero —contestó Julian encogiéndose de hombros—. Puedo eliminar a Billy. ¿Le gustaría eso, capitán? Esta puede ser su primera recompensa, si se une a mí: la muerte de Billy. Yo me encargaré de matarlo por usted, o dejaré que lo haga usted mismo. El mató a su primer oficial, ¿lo sabía?

—¿A Hairy Mike? —dijo Marsh, con un escalofrío.

—Sí —prosiguió Julian—. Y al jefe de máquinas también, pocas semanas después. Le descubrió intentando forzar las calderas para que estallaran. ¿Le gustaría vengar a los suyos, capitán? Está en sus manos.

Julian se inclinó hacia adelante apasionadamente, excitadamente, con un fulgor en sus ojos oscuros, y prosiguió:

—Puede conseguir también otras cosas. Riqueza. A mí no me preocupa. Puede quedarse con todo el dinero.

—Todo el que usted le robó a Joshua.

—Los maestros de sangre reciben muchos regalos —dijo con una sonrisa—. También le ofrezco mujeres. He vivido entre su raza muchos años y conozco sus impulsos, sus instintos lujuriosos. ¿Cuánto hace que no ha estado con una mujer, capitán? ¿Le gustaría Valerie? Puede ser suya. Es más adorable que cualquier mujer de su raza y nunca se hará vieja y horrible, al menos mientras usted viva. Puede conseguirla, capitán. Y también a las demás. No le harán daño. ¿Qué más desea? ¿Comida? Toby sigue viviendo, así que podrá usted disfrutar de sus comidas seis, siete veces al día si lo desea.

»Es usted un hombre práctico, capitán. No comparte las fantasías religiosas de su raza. Piense en todo lo que le ofrezco. Tendrá poder para castigar a sus enemigos y para proteger a sus amigos, el estómago lleno, dinero y mujeres. Y todo ello a cambio de eso que ansía con desesperación: gobernar este barco, su
Sueño del Fevre
.

—Ya no es mío —replicó Abner—. Usted lo ha manchado con su presencia.

—Mire a su alrededor, Marsh. ¿Tan mal está el barco? Hemos hecho el recorrido entre Natchez y Nueva Orleans con regularidad, el barco sigue en buen estado y cientos de pasajeros han ido y venido sin advertir siquiera que faltara algo. Algunos de ellos han desaparecido, la mayor parte en tierra, en las ciudades que hemos visitado, pues Billy insiste en que de esta manera es más seguro. A bordo del barco sólo han muerto unos pocos, aquellos cuya belleza y juventud eran demasiado excepcionales. Más son los esclavos que mueren cada día en Nueva Orleans, y en cambio no actúa usted contra la esclavitud. El mundo está lleno de malvados, Abner. No le pido que esté de acuerdo conmigo ni que participe en mis acciones. Limítese a llevar el barco y cuídese de sus asuntos. Necesitamos su experiencia. Billy ahuyenta los pasajeros, y en cada viaje perdemos dinero. Ni siquiera los fondos de Joshua son inagotables. Vamos, Marsh, déme la mano. Acceda. Lo desea usted, se le nota en los ojos. Desea usted recuperar este barco, pues para usted es un sueño, una sed. Bien, tómelo entonces. El bien y el mal son cosas sin sentido, ideadas para trastornar a los hombres débiles y sensibles. Yo le conozco, Abner y puedo darle lo que desea. Únase a mí, sírvame. Déme la mano, y juntos venceremos al
Eclipse
.

Sus ojos oscuros giraron y ardieron, inmundos pero seductores, como simas insondables, llegando a lo más hondo de Marsh, conmoviéndole, llegando a sus pensamientos íntimos, atrayéndole, atrayéndole... Tenía la mano extendida. Abner Marsh empezó a adelantar la suya. Julian sonreía de tal forma, y sus palabras tenían tanta lógica... No le estaba pidiendo hacer nada terrible, sólo conducir el barco, ayudar a protegerle y cuidar de sus amigos. ¡Qué diablos! Ya ha protegido a Joshua, y Joshua es un vampiro, ¿no? Y quizás haya algunas muertes en el barco, pero ya en el 54 un hombre había sido estrangulado a bordo del
Dulce Fevre
, y dos jugadores profesionales habían sido muertos a tiros en el
Nick Perrot
, bajo su mando. Naturalmente, ninguna de aquellas muertes podían achacárseles a usted, pues estaba atendiendo a sus asuntos, dirigiendo sus vapores, etcétera. Y no podía haber matado personalmente a nadie. Un hombre tenía que proteger a sus amigos, pero no al mundo entero, y también debía conseguir que Sour Billy obtuviera su merecido. Todo aquello sonaba bien, condenadamente bien. Los ojos de Julian eran negros y hambrientos, y su piel estaba helada, como la de Joshua, como la de Joshua aquella noche en el embarcadero...

...Y Abner Marsh retiró la mano.

—¡Joshua! —dijo en voz alta—. Eso es, claro. No ha conseguido derrotar a Joshua todavía, ¿verdad? Le ha castigado usted, pero todavía sigue con vida y no ha conseguido hacerle beber sangre ni cambiar de idea. Claro, esta es la razón —Marsh notó que su circulación se normalizaba—. A usted no le importa el dinero que se pueda ganar con el barco. Si mañana se hundiera, seguiría usted tan indiferente como está ahora. Simplemente, se cambiaría de lugar. Y respecto a Sour Billy, quizás quiera usted librarse de él y hacer que yo ocupe su lugar, pero no será así. No, se trata de Joshua. Si yo acepto su propuesta, cederá en él la fuerza de voluntad que le queda y le tendrá que dar la razón a usted. Joshua confiaba en mí y usted quiere mi colaboración sólo porque sabe el daño que eso le haría a él.

Julian tenía todavía la mano extendida, con varios anillos brillando débilmente en sus largos y blancos dedos.

—¡Maldito sea! —rugió Marsh al tiempo que asía el bastón de nogal y lo blandía, dándose golpecitos con él en el costado de la pierna—. ¡Maldito sea, Julian!

La sonrisa de los labios de Damon Julian se difuminó y su rostro se hizo inhumano. No había en sus ojos más que oscuridad y años, y unas débiles llamitas que ardían con ancestral perversidad. Se levantó, dominando con su estatura a Abner Marsh, y asió de un golpe el bastón que éste blandía ante su rostro. Lo rompió con las manos con la misma facilidad que si se tratara de una cerilla, y lo apartó a un lado. Los pedazos fueron a dar contra el tabique y cayeron sobre la alfombra.

—Abner, pudo usted pasar a la historia del río como el hombre que superó al
Eclipse
—le dijo Julian con una malvada frialdad—. En cambio, acaba de sentenciarse a muerte. Y va a tardar mucho en morir, capitán Marsh. Me resulta demasiado feo y desagradable. Temo que servirá para enseñarle a Billy cuál es el sabor de la sangre. Quizás el queridito Joshua tenga que tomar también una ración. Creo que le irá muy bien —añadió con una sonrisa—. En cuanto a su barco, capitán Marsh, no tiene que preocuparse. Me cuidaré mucho de él cuando usted ya no esté. Nadie en este río olvidará nunca el
Sueño del Fevre
.

CAPÍTULO VEINTISIETE
A bordo del vapor
OZYMANDIAS
, río Mississippi, octubre de 1857

Amanecía ya cuando Abner Marsh fue conducido fuera del camarote de Julian. La niebla matutina cubría pesadamente el río, en jirones que se estiraban y retorcían sobre las aguas y se enredaban en las pasarelas y columnatas del barco, serpenteando como seres vivos prontos a arder y perecer bajo la luz del sol matutino. Damon Julian vio el resplandor rojizo por el este y permaneció en la oscuridad del camarote. Empujó a Marsh al otro lado de la puerta.

—Lleva al capitán a su camarote, Billy —le dijo a éste—. Y manténlo vigilado hasta el amanecer. ¿Será tan amable de acompañarnos a cenar esta noche, capitán? —prosiguió con una sonrisa—. Sé que lo será.

Billy estaba aguardando justo a la puerta del camarote. Sour Billy, con un traje negro y un chaleco a cuadros, estaba sentado en una silla recostada hacia atrás contra la pared de la cubierta principal, limpiándose las uñas con el cuchillo. En cuanto la puerta se abrió, se puso en pie y guardó con destreza el arma en la mano.

—Sí, señor Julian —contestó con sus ojos del color del hielo fijos en Marsh.

Acompañaban a Sour Billy otros dos tipos. Los seres de la noche que habían ayudado a Billy a llevarse a Marsh del
Eli
Reynolds
se habían retirado ya a sus camarotes para escapar al toque de la mañana, y Sour Billy había mandado llamar algunos de sus rebanacuellos, según parecía. Cuando Julian hubo cerrado la puerta, los tipos se adelantaron. Uno de ellos era un joven gordo de descuidado bigote castaño, que lucía al cinto una cachiporra de roble. El otro era un gigante, el tipo más horrendo que Abner Marsh había visto nunca. Debía medir más de dos metros y diez centímetros, pero tenía una cabecita minúscula, ojos bizcos, dientes como de madera, y carecía totalmente de nariz. Abner Marsh se quedó mirándolo.

—No mires así a Desnarizado —dijo Sour Billy—. No es de buena educación, capitán.

Desnarizado, como para darle la razón a Billy, asió a Marsh con rudeza por el brazo y se lo puso a la espalda, retorciéndolo hasta que le hizo daño.

—Un caimán se le comió la nariz —añadió Sour Billy—. No fue culpa suya. Mantén bien sujeto al capitán Marsh, Desnarizado. Al capitán Marsh le encanta tirarse al río, y no queremos que haga nada de eso —se acercó a Marsh y le puso la navaja en el estómago, sólo para que Abner notara la presión del arma—. Nada usted mejor de lo que pensaba, capitán. Debe ser toda esta grasa, que le hace más fácil flotar.

Giró la navaja de repente e hizo saltar un botón de plata del tabardo de Marsh. El botón cayó sobre la cubierta con estrépito y rodó una y otra vez en un círculo hasta que Sour Billy lo detuvo.

—Nada de baños hoy, capitán. Vamos a acostarnos como buenos chicos, ¿de acuerdo? Hasta dispone usted de su antiguo camarote. Supongo que tampoco intentará escapar, ¿verdad? Quizás los seres de la noche estén todos dormidos, pero Desnarizado y yo estaremos aquí afuera todo el día. Andando, vámonos.

Billy tiró el cuchillo al aire con gesto perezoso, lo recogió, lo guardó. Condujo a Abner hacia la proa, y Desnarizado se encargó de empujar al capitán desde atrás, cerrando la marcha el tercer tipo. Dieron la vuelta a una esquina de la cubierta y casi toparon con Toby Lanyard.

—¡Toby! —exclamó Marsh. Intentó seguirlo pero Desnarizado le retorció el brazo. Marsh gruñó de dolor y se detuvo. Sour Billy también se detuvo y contempló al cocinero.

—¿Qué diablos estás haciendo aquí arriba, negro? —le soltó.

Toby no le miró siquiera. Se quedó donde estaba, con un traje marrón a rayas, las manos unidas a la espalda y la cabeza inclinada, rascando nerviosamente el suelo de la cubierta con una bota.

—He dicho que qué diablos haces aquí arriba, negro —repitió Sour Billy en tono peligroso—. ¿Por qué no estás encadenado en la cocina? O me contestas en seguida, o vas a lamentarlo durante mucho tiempo.

—¡Encadenado! —exclamó Marsh.

Entonces, Toby Lanyard levantó por fin la cabeza y asintió.

—Sí. El señor Billy dice que vuelvo a ser esclavo y que no importa que tenga los papeles de la emancipación. Cuando no trabajamos, nos encadena a todos.

Sour Billy Tipton se llevó la mano a la espalda y sacó la navaja.

—¿Cómo te has soltado? —preguntó.

—Yo rompí la cadena, señor Tipton —dijo una voz desde encima de ellos. Alzaron la mirada. En la cubierta de arriba estaba Joshua York, mirándoles. Su camisa blanca brillaba contra el sol de la mañana y una capa gris ondeaba al viento—. Y ahora, hagan el favor de soltar al capitán Marsh.

—Es de día —dijo el joven gordo apuntando al sol con su cachiporra de roble. Tenía en la voz un tono temeroso.

—Apártese de ahí —le dijo Sour Billy a Joshua, con el cuello vuelto hacia arriba en extraña posición para ver a su interlocutor—. Si intenta algo, llamaré al señor Julian.

Joshua York se echó a reír.

—¿De veras? —dijo después, señalando el sol, claramente visible ahora como un ojo amarillo ardiente entre una explosión de nubes rojas y anaranjadas—. ¿Crees que vendrá?

Sour Billy se pasó la lengua por los labios en gesto nervioso.

—No me asustas —dijo, alzando la navaja—. Es de día y estás solo.

—No es cierto —dijo Toby Lanyard. El cocinero había sacado las manos de la espalda. Tenía una cuchilla de carnicero en una mano y un trinchante de filo mellado en la otra. Sour Billy lo vio y dio un paso atrás.

Abner Marsh miró por encima del hombro. Desnarizado todavía observaba a Joshua. Su apretón había cedido un poco, y Marsh comprendió su oportunidad. Se lanzó con todas sus fuerzas hacia atrás, sobre el gigante, y Desnarizado cayó al suelo. Abner Marsh se tiró encima de él con sus ciento cincuenta kilos y el gigante gruñó como si le hubiera caído una bala de cañón sobre el estómago. Se quedó sin respiración y Marsh liberó su brazo y rodó por la cubierta. Esto último fue muy oportuno, ya que al instante una navaja se clavó en la cubierta y se quedó allí, temblando, a apenas un centímetro de su rostro. Marsh tragó saliva y sonrió. Asió la navaja, la arrancó del suelo y se puso en pie.

El hombre de la cachiporra había dado dos rápidos pasos hacia adelante, pero lo pensó mejor. Ahora retrocedía y Joshua saltó con tal rapidez que Marsh no le vio hacerlo, se quedó justo detrás del individuo, esquivó un golpe furioso de la cachiporra de doble y, de repente, el muchacho gordo estaba sobre la cubierta, sin sentido. Marsh ni siquiera se apercibió del golpe.

—¡Déjame! —decía Sour Billy, retrocediendo ante Toby. En su retirada, fue hacia el lugar donde estaba Marsh, quien le asió, le hizo girar y le incrustó de un golpe en una puerta. —¡No me mate! —gritaba Billy. Marsh le apretó el brazo contra la garganta y se apoyó en él, presionando con la navaja contra las costillas magras de Billy, por encima del corazón. Los ojos de Sour Billy, helados un instante antes, estaban ahora abiertos y llenos de miedo.

—¡No! —musitaba.

—¿Por qué diablos no?

—¡Abner! —se oyó gritar a Joshua en tono de advertencia. Marsh volvió la vista justo a tiempo de ver a Desnarizado alzarse rápido sobre sus pies y lanzarse hacia delante con un grito animalesco. En ese momento, Toby se movió más veloz de lo que nunca hubiera imaginado Marsh y el gigante cayó de rodillas, ahogándose en su propia sangre. Toby había dado una sola cuchillada con el trinchante y le había abierto la garganta. La sangre salía a borbotones y Desnarizado parpadeó un par de veces con sus ojos bizcos, se llevó las manos al cuello como para impedir que se le cayera. Por último, rodó por el suelo, y quedó inmóvil.

—Eso no era necesario, Toby —dijo tranquilamente Joshua—. Yo podía haberle detenido.

El educado Toby Lanyard se limitó a fruncir el ceño y recoger sus dos cuchillos, uno de ellos ensangrentado.

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