Hasheth salió de la herrería, recogió su caballo y se alejó al trote hacia el establo. Tenía que coger una montura más idónea para hacer una visita al caballero a quien pertenecía la moneda que acababa de comprar.
Pero antes tenía que ingeniarse algún pretexto. Sería bastante sencillo, como aprendiz de lord Hhune, conseguir audiencia, pero primero tenía que encontrar el modo de inmiscuirse en la sociedad de los Caballeros, algo que le permitiese comprar su participación en aquel grupo exclusivo y poderoso.
Los Arpistas eran una sociedad interesante, y pagaban cuando era preciso, pero por lo que Hasheth había observado, la mayoría de sus agentes no estaba interesada en amasar fortuna ni poder. Por el contrario, los Caballeros del Escudo era una sociedad mucho más adecuada para sus ambiciones. Hasheth estaba resuelto a introducirse en ella y fuera cual fuese el precio que tuviera que pagar por ello le parecería una ganga.
Habían transcurrido casi dos días. Los elfos del bosque parecían bastante impresionados con Kendel Hojaenrama porque el elfo de la luna había aprendido mucho sobre las costumbres de los elfos del bosque durante sus cuatro centurias de vida. Caminaba casi tan silenciosamente como ellos y se dedicaba a cazar para el grupo mientras los demás se quedaban en el campamento al cuidado de la elfa de la luna.
Jill se pasaba la mayor parte del tiempo burlándose de Hurón, para regocijo de Arilyn y Foxfire. Pronto quedó patente para todos menos para Hurón que el enano estaba flirteando descaradamente con ella. Cada vez que veía la ávida persecución de Jill por la elfa, Arilyn recordaba la pregunta que a menudo le acudía a la mente cuando veía un perro de granja que perseguía insaciable un carro de caballos: ¿qué ocurriría si, por casualidad, conseguía alcanzarlo?
En los ojos entrecerrados de Foxfire adivinaba pensamientos similares a los suyos, y tras la risa de sus ojos quedaba el recuerdo del tiempo que habían pasado juntos. Ese recuerdo hacía todavía más difícil para Arilyn la empresa que tenía pendiente, aunque espoleaba su determinación a seguir adelante. Apreciaba a Foxfire y deseaba hacer cuanto pudiera por él y por el Pueblo.
Así pues, en cuanto Arilyn se sintió lo suficientemente fuerte para viajar, anunció su intención de regresar a Espolón de Zazes.
—Fue idea tuya —replicó cuando Foxfire intentó disuadirla—. Tú me dijiste que eran los humanos quienes debían solucionar el tema de Bunlap y sus hombres. Deja que averigüe quién sostiene la correa de ese sabueso y luego deja que los humanos solucionen sus propios problemas.
—Iré contigo —anunció Hurón, desafiando con sus ojos negros a la semielfa a que replicara.
Arilyn no intentó siquiera hacerlo. Para hacer lo que tenía pensado, necesitaría al menos dos personas y estaba convencida de que Hurón apoyaría con entusiasmo el plan que Arilyn tenía en mente.
Deseaba retornar a Soora Thea a los elfos salvajes.
Pero Jill había adivinado ya su propósito.
—No estarás pensando en meterte en esa prisión rosada, ¿no? Estás planeando sacar a esa elfa dormida, ¿verdad? En efecto —añadió, disgustado—. Lo veo en tus ojos. Bueno, no pienso ir contigo.
—No te lo pediría —repuso Arilyn—. Te pasaste diez años en ese palacio. Es suficiente.
—Crees que estoy en deuda contigo por haberme sacado de aquella trampa — continuó rezongando el enano, como si no hubiese oído una palabra de lo que ella había dicho—. Tú y esa hembra escuálida no podréis salir de ahí solas, ni podréis arrastrar a esa elfa dormida de regreso al bosque. Bueno, no voy yo a hablar en nombre de Kendel, aquí...
—Yo también iré —lo interrumpió el elfo de la luna con calma.
—Nunca he dicho que yo fuera a ir, ¿a que no? —gruñó Jill—. Pero como este condenado elfo va y se apunta él solo, supongo que tendré que ir a vigilarlo. ¡Meterse en peleas, eso es lo que hace, sin pararse a pensar si puede o no ganarlas!
—Me alegraré de teneros a los dos —respondió Arilyn—. Y tú no tendrás ni siquiera que entrar en el palacio. Los dos podéis esperarnos en el exterior y vigilar a los caballos.
—¡Caballos! Vine en burro hasta aquí y me dará una patada en el culo si lo cambio por uno de esos comedores de heno de patas largas —protestó enojado Jill.
—En ese caso, será mejor que nos vayamos enseguida —intervino Hurón, sin darse cuenta de que las quejas del enano eran pura fanfarronada.
Pero a la insistencia de Foxfire, Arilyn accedió a esperar al alba antes de salir, así que se tumbaron a recuperar fuerzas para el viaje que los esperaba. Pronto Jill roncaba ruidosamente y los elfos Hurón y Kendel estaban inmersos en un profundo ensueño. Sin embargo, Arilyn vio que Foxfire, que normalmente parecía sereno, estaba ahora agitado y preocupado. Cuando los primeros parpadeos de luciérnagas anunciaron la inminencia de la noche, le pidió a Arilyn que diese un paseo con él.
—El Pueblo se tendrá que enfrentar a muchas batallas en un futuro próximo — comentó en tono sombrío—. En el interior del bosque, soy un dirigente capaz. Los elmaneses no han sufrido incursiones de otras tribus durante muchos años e incluso los orcos se mantienen alejados de nuestras zonas de caza, pero estos nuevos problemas me superan. Te necesitamos aquí. No te alejes demasiado del bosque.
—Unos cuantos días, no más —le prometió—. Pero hay cosas que tengo que hacer y que sólo pueden llevarse a cabo en la ciudad. Como he dicho antes, tenemos que saber por qué Bunlap hace lo que hace. Tengo contactos en Espolón de Zazes; llegaré hasta la raíz del problema.
—Sé que lo harás. Trabajamos bien juntos, tú y yo. —De repente, Foxfire se detuvo y contempló a la semielfa cara a cara, cogiéndole ambas manos entre las suyas—. Tengo que decirte algo antes de que te vayas. Estamos bien como estamos, pero hay algo que podría profundizar más nuestra relación. ¿Qué metas podríamos alcanzar si nuestras mentes pudiesen hablar entre ellas, si pudiésemos percibir los pensamientos del otro y sus planes sin necesidad de palabras? ¡Establece un vínculo de armonía conmigo Arilyn, y cuando regreses de la ciudad, quédate en el bosque conmigo para siempre!
Arilyn se quedó mirando al elfo, demasiado aturdida para hablar. La armonía era el lazo más íntimo que podía existir entre elfos, uno que perduraba durante el resto de sus vidas mortales. Era poco habitual incluso entre miembros del Pueblo, y no se tenía constancia de que ningún elfo hubiese establecido relación con un humano. Ni siquiera estaba segura de que ella, siendo sólo semielfa, fuese capaz de establecer ese vínculo místico con un elfo.
Además, para su sorpresa, Arilyn se dio cuenta de que en realidad no deseaba intentarlo. Foxfire era un elfo noble y admirable en todos los valores que ella apreciaba. También era un amigo bueno y verdadero, y su suerte le preocupaba profundamente. Pero aunque amaba al elfo, la idea de trabar con él un vínculo de armonía semejante parecía errónea. No podría hacerlo. Foxfire significaba todo lo que Arilyn había pensado siempre que deseaba, pero por algún motivo no le parecía suficiente.
Sin embargo, no existían palabras suaves con las que poder explicar esos sentimientos a un elfo. El único método alternativo que le quedaba como respuesta era mucho menos noble, pero fue todo lo que se le ocurrió a la semielfa en aquel momento; así que se preparó para hacer lo que muchas mujeres decentes habrían hecho en circunstancias similares. Mentir.
—Me honras más de lo que puedas suponer —empezó, para al menos poder decir palabras por completo sinceras—. Admiro la devoción que sientes por tu tribu y sé que tienes razón. Seríamos mucho mejores líderes de la tribu si pudiésemos leer la mente del otro sin palabras.
—No creas ni por un momento que te propongo establecer relación sólo por el beneficio de la tribu —intervino Foxfire con una fugaz sonrisa—. Sería un infortunio para mí establecer un vínculo de armonía en semejantes términos.
—Y también para mí. Pero no puedo. Yo..., yo ya estoy unida a otra persona.
Foxfire se la quedó mirando durante largo rato.
—¿Cómo es posible? Hasta la víspera del solsticio de verano, ¡eras todavía una doncella!
—Sí, pero ¿qué ocurre con los gemelos, por ejemplo? —replicó ella—. Establecen un vínculo desde el nacimiento. Hay muchos sistemas para establecer lazos. Así como lo sucedido aquella noche fue un tesoro muy apreciado para mí, hay otras cosas en la vida que bien merece la pena compartir.
La comprensión pareció llegar poco a poco a sus ojos.
—Ya veo, perdona —murmuró.
Arilyn apoyó una mano en su hombro.
—No hay nada que perdonar, sólo darte las gracias por el honor que me has concedido.
Él asintió y cubrió su mano con una de las suyas, aceptando con gracia su decisión.
—Es tarde, y la mañana llegará pronto. Debes descansar para poder emprender mañana el viaje.
Regresaron al lugar donde Hurón y Kendel seguían inmersos en el ensueño, pero Arilyn no pudo conciliar el sueño y sospechaba que tampoco Foxfire pudo encontrar el camino para sumirse en el reposo de los elfos.
Las dos mujeres elfas y su extraña escolta viajaron rumbo al este bordeando el lindero del bosque, un trayecto largo, pero Arilyn deseaba poner tierra de por medio entre ellos y la fortaleza de Bunlap antes de salir a campo abierto. El primer día avanzaron a pie, pero al segundo Arilyn, disfrazada de muchacho humano, se coló en una aldea de granjeros y gastó parte de sus monedas de emergencia en un trío de robustos caballos, y un burro para Jill.
Pusieron las monturas al trote al pie de las colinas, rumbo a la guarida oculta de Chatarrero. La tarea que tenían que llevar a cabo parecía hecha a medida para las habilidades del excéntrico alquimista. Había ocasiones en que valía más la pena ser sutil y discreto; ésta no era una de ellas.
Hostigaron a las monturas tanto como Arilyn se atrevió a hacerlo, con el permiso de Hurón, y así llegaron a la entrada de la cueva en mitad de la noche. Arilyn se introdujo en cabeza a través de la cortina de pinos que flanqueaba la entrada de la cueva y luego guió a los demás por los pasadizos.
Chatarrero estaba despierto y en pleno trabajo, como Arilyn había supuesto. El alquimista tenía poca afición a seguir horarios de ningún tipo. En aquel lugar, en una caverna horadada en las montañas donde ningún atisbo de luz natural marcaba el paso del tiempo, se sentía incluso a salvo de aquella molestia menor que significaban el día y la noche.
Cuando los cuatro viajeros se introdujeron en la guarida del alquimista, lo encontraron tumbado de espaldas sobre un enorme artilugio de madera que tenía el tamaño y la apariencia de un carruaje. Sus piernas rollizas y arqueadas sobresalían por debajo, y tenía los pies peligrosamente cerca de un caldero hirviendo.
Arilyn pensó enseguida en alargar una mano y apartar el peligro, pero se le ocurrieron de repente dos cosas: Chatarrero podía parecer despistado, pero siempre tenía muy presente su entorno. Era menos probable que por error pusiese el pie en el caldero que un halfling se saltara una comida. Segundo: no había razón aparente que indicase que el caldero estaba hirviendo. Pendía encima de un trípode sobre la piedra desnuda de la caverna, pero no había fuego debajo, ni siquiera un montón de carbón incandescente. Ergo, fuera lo que fuese lo que había en el caldero, mejor no tocarlo.
—Así que has regresado —anunció Chatarrero, sin molestarse en bajar de su último invento—. Y traes amigos, veo.
La semielfa se agachó para contemplar al alquimista, que estaba enfrascado conectando una compleja red de tubos y viales. Arilyn no quería ni pensar qué fuerza explosiva podía tener en mente que justificara toda aquella extraña preparación.
—Tengo trabajo para ti.
—Como ves, por el momento estoy ocupado.
Las palabras se le agolparon a Arilyn en la boca por la importancia y la urgencia de la tarea que tenían entre manos, por el impacto que tendría sobre los elfos y por cuán desesperada era su propia necesidad de liberar a su compañero Arpista, sino a sí misma, de la servidumbre que exigía la espada que portaba. Pero era consciente de que ninguno de esos razonamientos tendría el más mínimo efecto en el alquimista.
—¿Cómo te gustaría volar por los aires un palacio? —preguntó, en tono despreocupado.
Chatarrero la miró por fin con la expresión de quien no se atreve a confiar en haber oído bien.
—¿
Cómo
me gustaría? ¿Qué método preferiría usar?
—No, no me entiendes. Puedes usar el método que quieras, pero necesito que la explosión sea lo bastante fuerte para sumir a todo y a todos los que hay dentro en la más completa confusión. La explosión debe originarse dentro, y tiene que suceder con rapidez, para que no lo advierta la guardia de la ciudad que haya estos días en Espolón de Zazes.
El alquimista salió de debajo del carruaje, se puso en pie de un salto y se inclinó sobre una mesa. Luego, sin dejar de murmurar por lo bajo, empezó a introducir polvos de olores extraños y diminutos frascos de líquido en un enorme caldero, trabajando en apariencia con indiscriminada precipitación.
—Había querido probar esto desde hace años —comentó en tono alegre sin dejar de batir la masa como haría una ama de casa con un bizcocho—. Bueno, he hecho un par de pruebas, pero nada sustancioso.
—Aquella mansión que redujiste a escombros en Suzail..., ¿no sería por casualidad una de esas pruebas? —preguntó Arilyn en tono cauteloso.
—Oh, sí, por supuesto. Me falta saber lo que esto puede provocar con un poco de tiempo y de espacio. ¿Qué palacio tenemos que destruir, si me permites preguntarlo?
—El hogar de Abrum Assante.
—¿El maestro de asesinos? —intervino Hurón, que no había abierto la boca desde que habían entrado en la caverna—. ¿Te has vuelto loca?
Arilyn se volvió hacia la incrédula elfa.
—Assante tiene algo que necesitamos. ¿Recuerdas la historia que contaste de Soora Thea, el héroe que regresará? Bueno, puede hacerlo y desea hacerlo, pero antes la tenemos que sacar de su lugar de reposo, en la cámara del tesoro de Assante.
Los ojos de la elfa se iluminaron un instante, esperanzados, pero luego resplandecieron al comprender el sacrilegio.
—Así que eso es lo que ha estado diciendo el enano todo este tiempo. «La mujer elfa, pequeña y de cabellos azules», claro. Por supuesto que os ayudaré, pero dijiste que la explosión tenía que proceder del interior del recinto. ¿Cómo es eso posible? Las defensas de aquel lugar tienen fama de ser inexpugnables.