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Authors: Anónimo

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Sir Gawain y el Caballero Verde (10 page)

99.

»Ella fue quien me envió de esta forma a vuestra noble corte para poner a prueba vuestro orgullo, y ver si es cierta la fama de la Tabla Redonda. Ella me embrujó de este modo, a fin de confundiros, y de sobrecoger a Ginebra y hacerla morir de terror ante la visión de un hombre hablando horriblemente con la cabeza en la mano, delante de esa mesa tan excelsa. A ella, a esa antigua dama, tengo yo en mi casa: tía tuya es, hermanastra de Arturo, hija de la duquesa de Tintagel, la cual tuvo de sir Uther a Arturo, hoy en la plenitud de su gloria. Por tanto, te insto, caballero, a que vuelvas con tu tía, y alegres mi casa; mis gentes te quieren, y yo te he cobrado afecto como a ningún hombre salido de la mano de Dios, por tu probada lealtad».

Pero el caballero no quiso acceder de ningún modo. Se abrazaron y besaron a continuación, encomendándose el uno al otro al Príncipe del paraíso; y dejaron aquel paraje frío. Gawain, montado en su buen caballo, emprendió rápido retorno a la corte del rey; y el caballero de vivo verde se encaminó adonde quería.

100.

Por caminos abruptos cabalga ahora Gawain sobre su Gringolet, gracias a Dios con vida todavía. Muchas son las veces que es acogido bajo techo, muchas las que tiene que dormir al raso, y muchas las aventuras de las que sale airoso, que no es mi intención recordar aquí. Ha sanado la herida de su cuello, y lleva siempre el brillante cinturón ceñido en bandolera bajo el brazo izquierdo, atado en apretado nudo, en prueba de que fue cogido una vez en falta. Y así llega el caballero a la corte, sano y salvo. Y cuando los nobles supieron la noticia de que el buen Gawain había regresado, el júbilo despertó en aquel castillo. Le besa el rey, también la reina; y después, muchos caballeros deseosos de saludarle. A continuación le hacen multitud de preguntas acerca de su aventura, y él les cuenta los prodigios, y les habla de los trances por los que tuvo que pasar: la aventura de la Capilla, la feliz acogida del caballero, el amor de la dama, y por último, el cinto. Les mostró la señal de su cuello desnudo que recibió, en castigo por su falta de lealtad, de manos del caballero. Y sufrió terriblemente cuando tuvo que contar la verdad: gimió de pesar y de vergüenza, y el rubor se le agolpó en la cara al enseñarla.

101.

—¡Mirad, mi señor! —exclamó el caballero, mostrándole la prenda—, ésta es la cinta por la que llevo este estigma en el cuello; ésta es la afrenta y el menoscabo que allí he recibido por la cobardía y la codicia; ésta es la prueba de la deslealtad en que he sido cogido, y es preciso que la lleve mientras viva. Un hombre puede ocultar su mancha, pero nunca podrá deshacerse de ella; pues, una vez impresa en él, quedará imborrable para siempre.

El rey animó al caballero, y también el resto de la corte; rieron todos de buena gana con este trance, y acordaron jovialmente que todos los señores y damas pertenecientes a la Tabla Redonda, y cada paladín de esta confraternidad, llevasen cruzada una cinta de verde brillante, en prueba de afecto por aquel caballero. Y se acordó reconocer en ella el distintivo de la Tabla Redonda, honrando así eternamente a quien la llevara, tal como cuenta el mejor de los libros sobre romances. Ésta es la ventura que aconteció en tiempos de Arturo, después de que diesen los libros testimonio de Bruto; después de llegar este esforzado varón a Britania; después de terminado el asedio y asalto de Troya. Y son muchas las aventuras como ésta que acontecieron en tiempos pasados.

¡El que ciñe corona de espinas nos conceda su alegría!

AMÉN.

HONY SOYT QUI MAL PENCE[
24
]

E P Í L O G O

L
a literatura del Medievo nos queda distante en el tiempo, pero lo que realmente nos separa no es tanto la distancia temporal como los modelos culturales que alejan ambos mundos. Para el hombre medieval, el mundo era representación de
otra realidad
que no era posible percibir en sí misma. Los astros, los peces, las plantas, los hombres, todo el universo era un inmenso símbolo de lo invisible cuya unidad radical se traduce por las correspondencias misteriosas entre sus más diversas partes. Lo «sobrenatural» —esa experiencia ausente de nuestra cultura— era el barro inspirador de la Imagen del Mundo. Los pilares de su modelo se construyen bajo estas nociones. Por ello, no es de extrañar que la literatura tomara raíces en este sentimiento alegórico de las cosas, ni que gran parte de los llamados
romans d’aventure
no fueran para su época simples fantasías de fácil maravilla, sino que encerraran un sentido simbólico bajo sus imágenes.

En los lapidarios y los bestiarios, encontramos en cada animal una enseñanza moral, o en cada piedra un fundamento de la simpatía universal. Para el
Trobar Clus
, el trovar más oscuro y difícil, el sentido literal puede esconder otro argumento que el que nos da la letra. «Mi verso —dice Alegret— parecerá insensato al tonto, si no tiene doble entendimiento… Si alguno quiere contradecirlo, adelántese, y le diré cómo me fue posible poner palabras de diverso sentido». En la misma
Vita nuova
de Dante hay complicados juegos numéricos, y uno de los editores advierte que la obra no puede ser interpretada literalmente.

El sensus allegoricus
de los exégetas se convierte también para los hombres de letras y los humanistas medievales en el instrumento principal para desarrollar el contenido de su lenguaje. No es una estética de la imaginación pura, ni una estética de la razón pura. Se funda esencialmente en el dinamismo heterogéneo de las imágenes. Bajo la guía de la imaginación la razón se eleva a
otra visión
, de doble o múltiple significado. Y como la unidad de significación no es adecuadamente representable por palabras o con una sola imagen, es natural que las representaciones se multipliquen con sus analogías y oposiciones para sugerir o manifestar el contenido.

Por meros hábitos culturales nos negamos a establecer coherencia interna en una sucesión de imágenes fantásticas. Para nuestro mundo, estructurado en la hipertrofia de la razón, el juego parabólico del símbolo es una pura suplantación de la realidad. Pero en la Edad Media lo «fantástico» era tan concebible como la espada, pues el «otro mundo» era la otra parte de la realidad y estaba íntimamente interrelacionado por medio de los símbolos, o los «oscuros» designios divinos.

Sir Gawain and the Green Knight
es un pequeño diamante de alegorías. Como literatura nos quedan vivas sus ricas y complejas imágenes, singularmente tejidas en la rara perfección de su argumento. En ellas, nada hay del realismo crítico que podemos apreciar en Chaucer, ni de la crisis de valores que pesaba sobre su tiempo. Observamos que los protocolos se cumplen con rigor, que las escenas de caza son directas y minuciosas; incluso el detallado desollamiento de las presas es una lección del oficio. Estas tonalidades realistas, que nos hacen evocar la época, contrastan con las secuencias intemporales de las «aventuras» y «maravillas» del reino de Arturo. Si éstas dan el sentido simbólico al cuento, no están aisladas como endebles figuras de una alegoría abstracta, y se arraigan en el mundo cotidiano medieval con sus reglas y costumbres.

El poema da comienzo, durante la celebración de la Navidad en Camelot, con la llegada inesperada de un inmenso y pavoroso caballero verde, que irrumpe bruscamente en la corte, empuñando una horrible y grande hacha de muerte. Éste propone a la corte el
juego de la Decapitación
, cuyo modelo se remonta seguramente, según Jean Maréale, a las iniciaciones guerreras de los celtas. Encontramos este tema en la épica irlandesa del siglo IX, en el
Festín de Briciu
. Este relato narra cómo un gigante, Uath mac Immain (Terror, hijo del Gran Miedo), propone a Cuchulainn jugar este juego en los mismos términos: «Haremos lo siguiente —dice—: aquí está mi hacha; es preciso que uno de vosotros la tome y me corte la cabeza. Pero mañana será preciso que yo le corte la suya». Cuchulainn acepta, toma el hacha y le sesga la cabeza. «Uath se levantó, tomó su cabeza contra el pecho, recogió con una mano el hacha y se precipitó hacia el lago». Al día siguiente, Cuchulainn vuelve y coloca la cabeza sobre una piedra delante de Uath. Entonces el gigante volteó tres veces el hacha, sin abatirla, y declara a Cuchulainn vencedor.

Este hermoso fragmento arcaico, u otras posibles fuentes del tema de las decapitaciones, como dice Tolkien, interesaban poco al hombre cultivado del siglo XIV. A éste no le importaba buscar los orígenes de la historia; le atraía el significado directo de las figuras del cuento[
1
], o de los modelos emblemáticos que van apareciendo a lo largo de la historia. Siguiendo esta pauta, el poeta describe con minucioso cuidado, en la vigesimoséptima estrofa, el blasón de Sir Gawain con el Pentáculo y la Virgen «pintada en su cara interior».

En aquella época, la heráldica tenía gran importancia no sólo como signo de poder, sino como cifra simbólica. El escudo era una protección que salvaguardaba, pero también una enseña que exponía el emblema moral y espiritual del caballero. Aunque, a partir del siglo XI, el blasón se convertiría en hereditario, aquí guarda un claro sentido alegórico de la figura de Sir Gawain.

El escudo en su cara exterior es de «gules brillantes»[
2
], con una estrella de cinco puntas en oro. Este emblema es un modelo particular del poema, pues Gawain, en las demás versiones artúricas, siempre tiene un león o una águila pintada en sus armas. No se encuentra en literatura inglesa de la época, aunque sí existen pentáculos en diversos manuscritos e iglesias. En todo caso, los arduos exégetas ya habían observado que el hombre puede definirse sea por las cinco extremidades de la cabeza, de los pies y de las manos, sea por los cinco sentidos que expresan la vida de la carne. En el
Génesis
los animales fueron creados el quinto día; por esta razón la vida animal se expresa por los cinco sentidos. Y como el hombre ha pecado por los cinco sentidos ha de ser rescatado por las cinco llagas del Salvador, como dice San Agustín. Éste es el sentido teológico del escudo, aunque el símbolo en sí sea más extenso y no se circunscriba necesariamente a una sola significación.

El Pentáculo para Agripa de Nettesheim es el símbolo del Hombre y el Microcosmos. Si se dibuja, puede trazarse sin levantar el lápiz e infinitamente; por ello, acaso, sea llamado por el autor «Nudo Sin Fin». Además, el 5 es un número circular, porque al multiplicarse vuelve a sí mismo sin cesar: 5 × 5 = 25; 25 × 5 = 125; 125 × 5 = 625…

Siguiendo la historia, el héroe se adentra en bosques desconocidos, cruza vados y encuentra «maravillas», combate con dragones y hombres salvajes en los despeñaderos, hasta que súbitamente se le aparece el castillo. Este pasaje incorpora el tema de las tentaciones y el intercambio de trofeos de caza. Las tres historias están intrincadamente ligadas con gran sutileza: Sir Gawain, incapaz de hallar la Capilla Verde, encuentra su opuesto correspondiente en el castillo donde se hospeda, que es la otra cara de su aventura. La bella mujer de su huésped visita su lecho tres veces, proponiéndole con perspicacia el deleite. En sus cortas venidas, el autor, sonrientemente, escenifica una alta comedia donde Sir Gawain ha de rechazar los delicados avances de la dama sin caer en descortesía. A ello, el poeta ha añadido tres espléndidas escenas de caza, en las que el huésped del castillo, durante los tres días de la seducción, caza los venados, el jabalí y el zorro. Es obvio que estos tres episodios son paralelos a los del aposento. El gozo físico de la caza se corresponde al gozo del cuerpo y su animal. Los encantos de la dueña concluyen con el contraste del ceremonial de desollamiento, que semeja, como en sueño, una cruda imagen carnal de obediente represión, ya que Sir Gawain ahoga su cuerpo por mantenerse firme en el ideal de la pureza.

Cada animal parece claramente tener una cualidad simbólica particular de acuerdo con el comportamiento del caballero; lo que ilustra con cierto humor el juego de los intercambios. El ciervo y el jabalí son instintos, fieras más o menos puras o domesticables. Pero el zorro, en los bestiarios y fábulas medievales, es una imagen frecuente del diablo y sus tretas. Así, el tercer día, la dama, «con astuta malicia», ofrece al caballero su anillo. Pero él se resiste, porque un anillo implica fidelidad y entrega. La dama persevera con sutileza y logra que acepte el cinto verde para hacerle invulnerable. La prenda, entonces, se carga de poder mágico: «pues no podrán matar al que lo lleve por ninguno de los medios terrenales».

Sir Gawain no se ata a ningún vínculo de amor, pero acepta servirse de la prenda mágica que le confía la dama para protegerse, pues siente miedo del misterio que le aguarda en la Capilla Verde. En el Castillo de la Tentación, en aquella magnífica morada de gozos y esparcimiento, que puede entenderse como una alegoría del cuerpo, Gawain no se abandona al solaz de los cinco sentidos, fiel al Pentáculo de la pureza. Pero el personaje cobra realidad humana, tiene debilidades, de alguna forma se aparta de su
Dama del Corazón
, de su fe en la Virgen, para aliarse con la magia femenina.

El resto de la historia nos es conocida: el caballero cruza un sombrío y descarriado valle hasta llegar a la boca de la Capilla Verde, que es una caverna ancestral, y allí, como Cuchulainn, vence la prueba. El romance parece perder intensidad y profundidad con la explicación de la aventura de Gawain, que no es un simple examen de lealtad caballeresca, cuyos ideales, además, ya estaban algo oxidados y resecos en el último tercio del siglo XIV. No sabemos si el autor quiso encubrir la tensión simbólica del cuento involuntaria o consentidamente. Ni siquiera podemos estar seguros si se propuso profundizar en los componentes míticos que había manejado con tanta fortuna. Aun así, la historia no deja de perder su grandeza arcaica ni su fuerza intemporal.

Sir Gawain, en esta obra, es la imagen del caballero cristiano en su encrucijada, pero, fuera de todo contexto histórico o religioso, es el hombre arquetípico frente a
lo femenino
y sus símbolos. Inicia su andadura protegido por el escudo de la Virgen para enfrentarse a la magia de Morgana. La Virgen y Morgana son dos símbolos femeninos de la Luz y de la Noche. De la pureza del hombre y del poder oscuro de la mujer, de la
Madre primitiva
, el eterno contrario maldito por los siglos.

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