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Authors: Javier Casado

Rumbo al cosmos (32 page)

BOOK: Rumbo al cosmos
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No apto para gourmets

Pero pese a todos los esfuerzos, a toda la variedad de alimentos introducida en las misiones, y a todas las mejoras en los métodos de conservación, aún no podemos decir que comer en el espacio sea una experiencia tan gratificante como hacerlo sobre nuestro planeta. No sólo por la incomodidad que supone la falta de gravedad, que obliga a utilizar recipientes especiales y a llevarse los alimentos a la boca con sumo cuidado para que no escapen flotando gotas o fragmentos que acaben ensuciando todo lo que hay alrededor (algo que, no obstante, casi siempre termina por ocurrir), sino por el cambio de sabor que un mismo alimento tiene en el espacio frente al que tiene en la Tierra.

Parte de la culpa la tienen los propios procesos de conservación (deshidratación, irradiación o termoestabilización), que, al igual que sucede con los alimentos precocinados que compramos en el supermercado, consiguen que el sabor de la comida no sea todo lo bueno que sería de desear. Pero a esto se le suma lo que parece ser un cambio en el sentido del gusto de los astronautas cuando se encuentran en gravedad cero. Por una parte, la redistribución de líquidos en el cuerpo que tiene lugar en el espacio, con su mayor acumulación en la cabeza, torso y miembros superiores, le provoca al astronauta una sensación de congestión similar a la del catarro, disminuyéndole el sentido del olfato y con ello la apreciación de los sabores; pero no se descarta que no se altere también de alguna forma el sentido del gusto, de acuerdo a los comentarios de quienes lo han vivido. En cualquier caso, afirman que la misma comida no les sabe igual en órbita que sobre la superficie terrestre; en general, suelen coincidir en que en algunos casos cambia la textura, y en la mayoría se pierde sabor. Por esta razón, suelen preferir comidas algo más fuertes y especiadas de las que tomarían normalmente en nuestro planeta.

En la variedad está el gusto

Pese a todo, se hace lo posible por hacer de las comidas de los astronautas un momento placentero. Y para ello se cuenta con la variedad (hasta 200 elecciones tienen los astronautas norteamericanos en su menú, aunque los rusos no les van muy a la zaga, con 100 especialidades para elegir), y con la posibilidad de que cada astronauta elija antes de partir cuáles son los alimentos que desea consumir en órbita, siempre que no se salgan de una dieta equilibrada que es supervisada por nutriólogos. Y en cualquier caso, los momentos de las comidas son siempre una pequeña fiesta, siendo habitual que los tripulantes de distintas nacionalidades intercambien sus alimentos para disfrutar de la novedad de probar algo diferente a lo habitual. Y es que, a diferencia del resto de animales, para el hombre la comida siempre será un placer. O, al menos, se intenta…

El fuego en el espacio

Pocos accidentes son más temidos en el interior de una vivienda que la posibilidad de un incendio. La aparición de un fuego en un lugar cerrado nos provoca fácilmente el pánico, a pesar de que casi siempre podremos contar con algún medio para intentar escapar del incendio. Pero imaginemos ahora que el incendio tiene lugar mientras estamos en un vehículo espacial…

La situación, sin duda, es muy diferente: en la Tierra, lo que llamamos lugares cerrados en realidad no lo son tanto: en situaciones normales, salvo que su acceso esté bloqueado por el fuego, existen puertas y ventanas por las que quizás sea posible escapar del incendio. También se puede contar con la ayuda exterior, con que en un momento dado llegarán los bomberos a intentar ayudarnos. Aún así, el simple hecho de pensar que podamos alguna vez hallarnos en una situación similar, nos causa terror.

El escenario es muy diferente en el interior de un vehículo o de una estación espacial. Aquí no hay puertas, no hay ventanas, el espacio es extremadamente reducido, y no podemos contar con ninguna ayuda del exterior. ¿Qué pasaría si se produjera un incendio en estas circunstancias?

La posibilidad de que algo así pueda suceder en el interior de un vehículo espacial quedó claramente expuesta con el accidente del Apollo 1. Algo que nadie se había planteado que podría ocurrir, ocurrió, y ni siquiera fue necesario que hubiera dado comienzo la misión: durante el curso de un simple ensayo en tierra, tres astronautas murieron en el interior de su nave Apollo como consecuencia de un incendio provocado por un cortocircuito, y rápidamente propagado por el interior del pequeño habitáculo con atmósfera de oxígeno puro. De nada sirvieron los esfuerzos de los técnicos que rodeaban la cápsula para intentar salvar a los astronautas: antes de que pudieran abrir la escotilla, ya habían muerto.

Imagen: Interior de la cápsula del Apollo 1 tras el incendio. (
Foto: NASA
)

El accidente del Apollo 1 removió las conciencias de los técnicos e ingenieros involucrados en el programa espacial. El peligro de incendio resultaba ser un riesgo real, algo que podía ocurrir incluso antes de abandonar la plataforma de lanzamiento. Y un riesgo que necesariamente se agravaría durante los extensos periodos de permanencia a bordo de una estación espacial.

Más vale prevenir…

Desde un primer momento, la lucha contra el peligro de incendio a bordo de un vehículo espacial se basó en la prevención: evitar por todos los medios los posibles orígenes de cualquier llama o chispa, eliminar o reducir al mínimo imprescindible la presencia de materiales inflamables a bordo, utilizando por el contrario materiales ignífugos o autoextinguibles, y prescindir en lo posible de las atmósferas con altas concentraciones de oxígeno. Actuando de esta forma, con unos criterios de seguridad sin duda acentuados tras el accidente del Apollo 1, se consiguió que la historia de la exploración espacial tripulada fuese avanzando sin que apareciese el temido incendio en el espacio.

Así fue hasta 1997. Hasta entonces, pequeños fuegos de origen eléctrico habían aparecido a bordo de algunas estaciones Salyut, pero siempre se habían autoextinguido antes de llegar a representar un problema serio (generaron humo y olor a cable quemado, pero poco más). Pero el 23 de febrero de 1997, un incendio estalló a bordo de la estación espacial rusa Mir. Seis hombres ocupaban en aquel momento la estación, al haberse producido durante el periodo de solape entre dos tripulaciones sucesivas; entre ellos, un norteamericano y un alemán que formaban parte de las visitas internacionales a la estación espacial tras los acuerdos de colaboración establecidos tras la caída del régimen soviético. Seis hombres que se enfrentaron al estallido de un fuego que les hizo temer seriamente por sus vidas y por la integridad de la estación que ocupaban. Un fuego que se prolongó durante unos interminables 14 minutos, durante los cuales la tripulación luchó con todos los medios a su alcance para extinguirlo pero sin éxito, mientras lo preparaban todo para una evacuación de emergencia de la Mir. Un incendio que sólo se apagó al consumirse el combustible del cual se alimentaba, un cartucho de perclorato de litio utilizado para la generación química de oxígeno, y que no se extendió gracias al diseño a base de materiales ignífugos de la estación espacial. Pero un incendio que generó llamas de más de medio metro que impedían el acceso de los cosmonautas a una de las naves Soyuz que debían servirles de vehículo de escape en caso de necesidad, y que además amenazaban con fundir las delgadas paredes de aluminio de la Mir, lo que habría podido provocar una descompresión fatal.

Imagen: El incendio de 1997 en la Mir estuvo a punto de terminar en catástrofe. Una vez extinguido, los astronautas tuvieron que usar máscaras de gas durante horas, debido al denso humo que llenaba la estación. (
Foto: NASA
)

Aquel accidente tuvo un final feliz, pero faltó poco para que el resultado hubiese sido otro mucho más trágico. Y lo que realmente mostró aquel accidente fue la ineficacia de los medios habituales de lucha contra el fuego en estado de ingravidez: los extintores disponibles en la Mir, de agua pulverizada y CO2, se mostraron totalmente ineficaces contra el fuego, pero además se demostró que la tripulación no estaba preparada para saber cómo atacar un fuego cuyo comportamiento es muy diferente en el espacio de aquel al que estamos acostumbrados en la Tierra.

El fuego en ingravidez

En nuestro entorno cotidiano, el comportamiento del fuego está muy determinado por la gravedad: la combustión genera un intenso calor en el núcleo del fuego, con generación de gases a alta temperatura y calentamiento del aire del entorno, que ascienden rápidamente como consecuencia de su menor peso frente a la atmósfera circundante. Así, estamos acostumbrados a que las llamas (que no son otra cosa que gases incandescentes) asciendan hacia lo alto, con el núcleo del fuego en su base.

En condiciones de microgravedad, en cambio, los gases calientes no tienen motivo alguno para ascender. La convección en ausencia de gravedad no existe, por lo que los gases calientes se acumulan esféricamente alrededor del núcleo central. El fuego tiende a convertirse así en una bola de llamas, una bola de fuego con el núcleo de la combustión alojado en su centro. La tendencia a formar esta bola esférica obstaculiza el acceso de oxígeno fresco al núcleo central, lo que en parte dificulta el desarrollo del incendio, pero por otra parte también dificulta enormemente la extinción del mismo, al imposibilitar el acceso directo al núcleo con los medios de extinción habituales. En la Tierra, los bomberos dirigen sus extintores y mangueras siempre que es posible a la base de las llamas, donde son más efectivos; en el espacio, esa base no existe.

Imagen: La llama de una vela en condiciones terrestres y en ingravidez. En ausencia de gravedad, la llama adquiere una forma esférica (deformada aquí en su base por la presencia de la propia vela). (
Foto: NASA
)

Además, en el espacio el comportamiento de los extintores frente al fuego es muy distinto. Cuando los cosmonautas a bordo de la Mir intentaron utilizarlos para apagar el incendio de 1997, se llevaron una desagradable sorpresa: al dirigir el chorro de agua pulverizada sobre las llamas, ésta se vaporizó, como era de esperar; pero mientras que en la Tierra ese vapor asciende hacia arriba por convección, en la ausencia de gravedad de la Mir simplemente se expandió de forma uniforme, volviendo hacia el cosmonauta que sostenía el extintor y abrasándole las manos. Nuestra intuición y experiencia en fuegos en nuestro entorno cotidiano no sirve en el espacio.

La ausencia de convección tiene otros efectos igualmente inesperados en el comportamiento del fuego en ingravidez. Sin convección, apenas hay refrigeración de los gases en el entorno del núcleo del fuego; al no haber afluencia de gases frescos, el entorno del fuego se calienta hasta extremos desconocidos en la Tierra. El calor, carente de la convección para escapar, sólo puede hacerlo mediante radiación y conducción; pero como el aire es un pésimo conductor térmico, en la práctica sólo queda la radiación, lo que limita enormemente la evacuación del calor.

Debido a la ausencia de convección, en una atmósfera en calma (sin movimiento inducido por ventiladores, como suele ocurrir en las estaciones espaciales, o por personas moviéndose alrededor), el fuego tendería a autoextinguirse, ahogado por sus propios gases, al no haber afluencia de oxígeno del exterior. Siempre habría un pequeño aporte por difusión a través de la esfera de gases calientes que rodean el núcleo, pero en la práctica el fuego como lo conocemos desaparecería, haciéndose invisible. Pero sólo sería un espejismo: en algún lugar, invisible a la vista, habría una acumulación de gases a enorme temperatura rodeando un núcleo incandescente, esperando la llegada de cualquier corriente de aire para reavivarse de forma casi explosiva. Podemos imaginar el peligro que esto supondría para un astronauta que se acercase inadvertidamente a su entorno cercano: la corriente de aire inducida por el movimiento del astronauta podría reavivar instantáneamente el fuego, que podría prender sobre las ropas del infortunado astronauta. No resulta un panorama muy tranquilizador.

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