Authors: Frederik Pohl
Al cabo de un momento, Sigfrid intercala:
—Puedes llorar si lo deseas, Rob —lo cual me hace darme cuenta de qué es lo que estoy haciendo.
—¡Dios mío! —exclamo, sonándome con uno de los pañuelos que siempre coloca a mi alcance sobre la alfombra. Espera.
—Sólo que yo sí salí —digo.
Y Sigfrid hace algo que nunca hubiera esperado de él; se permite una broma.
—Eso —dice— es bastante obvio, desde el momento que estás aquí.
—Esto es agotador, Sigfrid —protesto.
—Estoy seguro de que para ti lo es, Rob.
—Me gustaría beber algo.
Clic.
—El armario que está detrás de ti —dice Sigfrid—, el que acaba de abrirse, contiene un jerez bastante bueno. Lamento decirte que no está hecho de uva; el servicio sanitario no puede permitirse ciertos lujos. Sin embargo, no creo que te des cuenta de sus orígenes de gas natural. Ah, también tiene una pizca de THC para calmar los nervios.
—¡Cristo! —exclamo, habiendo agotado todas las interjecciones existentes para manifestar sorpresa. El jerez es tal como él ha dicho, y siento cómo su calor se extiende por todo mi cuerpo.
—Está bien —empiezo—. Vamos a ver; cuando regresé a Pórtico, ya nos habían dado por perdidos. Habíamos acumulado un retraso de casi un año. Esto se debe a que estuvimos casi dentro del horizonte de sucesos. ¿Sabes lo que es la dilatación del tiempo?... Oh, no importa —prosigo, antes de que pueda contestar—, era una pregunta retórica. Lo que quiero decir es que lo ocurrido fue un fenómeno que llaman dilatación del tiempo. Te acercas mucho a una singularidad y eso es lo que ocurre. Lo que para nosotros debió de ser un cuarto de hora, fue casi un año de tiempo normal... en Pórtico, aquí, o cualquier lugar del universo no relativista. Y...
Bebo otro trago, y después prosigo con valentía:
—Y, si hubiéramos llegado más abajo, habríamos ido más lentamente. Cada vez más lentamente. Un poco más cerca, y esos quince minutos se habrían convertido en una década. Aún un poco más cerca, y habría sido un siglo. Así de cerca llegamos, Sigfrid. Casi estábamos atrapados todos nosotros.
»Pero yo salí.
Se me ocurre una cosa y lanzo una mirada al reloj.
—Hablando de tiempo, ¡ya hace cinco minutos que ha terminado mi hora!
—Esta tarde no tengo ninguna otra entrevista, Rob.
Le miro fijamente.
—¿Qué?
Con gran amabilidad:
—Las he anulado todas antes de que tú llegaras, Rob.
No vuelvo a decir «Cristo», pero desde luego lo pienso.
—¡Me haces sentir acorralado, Sigfrid! —grito airadamente.
—No te obligo a quedarte más de una hora, Rob. Sólo quiero decirte que tienes esa opción.
Lo medito un rato.
—Eres una computadora insoportable, Sigfrid —digo—. Está bien. Bueno, verás, no había forma de que pudiéramos salir de allí, considerados como una unidad. Nuestras naves estaban atrapadas, mucho más allá del punto de retroceso, y no había modo de volver a casa. Pero el viejo Danny A. era un tipo listo. Sabía todo lo que se puede saber respecto a los agujeros negros. Considerados como una unidad, estábamos perdidos.
»¡Pero no éramos una unidad! ¡Éramos dos naves! ¡Y cada una de ellas podía dividirse en dos! ¡Y, si lográbamos transferir la aceleración de una parte de nuestro sistema a la otra... ya sabes, impulsar una parte de nosotros hacia dentro del pozo y, al mismo tiempo, impulsar la otra parte hacia arriba y hacia fuera... una parte de la unidad podría salir!
Una larga pausa.
—¿Por qué no tomas otra copa, Rob? —ofrece solícitamente Sigfrid—. Cuando dejes de llorar, quiero decir.
¡Miedo! Había tanto terror dentro de mí que ya ni siquiera lo notaba; mis sentidos estaban saturados; no sé si grité o balbucí, sólo sé que obedecí a Danny A. en todo lo que dijo. Hicimos retroceder las dos naves al mismo tiempo y las ensamblamos por el módulo; una vez lo conseguimos, intentamos trasladar los mecanismos, instrumentos, ropa, todo lo que podía transportarse de la primera nave a los espacios libres de la segunda que pudimos encontrar, a fin de hacer sitio para diez personas donde cinco cabían a duras penas. De mano en mano, de delante atrás, todo pasó de una nave a otra en pocos minutos. Los riñones de Dane Metchnikov debieron recibir más de un golpe; él era el que estaba en los módulos, cambiando los interruptores medidores de combustible para quemar hasta la última gota de hidrógeno. ¿Sobreviviríamos a ello? No había forma de saberlo. Las dos Cinco estaban acorazadas, y no esperábamos dañar los cascos de metal Heechee. Sin embargo, el contenido de los cascos seríamos nosotros, todos nosotros reunidos en el que saliera despedido —o en el que nosotros confiábamos que saldría despedido— y la verdad es que no había modo de saber si ocurriría así o si, de todos modos, quedaríamos convertidos en una masa de gelatina. Sólo disponíamos de unos pocos minutos, no demasiados. Debí de cruzarme veinte veces con Klara en el espacio de diez minutos, y recuerdo que una vez, la primera, nos besamos. Por lo menos, aproximamos nuestros labios, y éstos se rozaron. Recuerdo haber aspirado su perfume y que una vez levanté la cabeza porque el olor a aceite de almizcle era muy fuerte y no la vi, y casi enseguida lo olvidé nuevamente. Y todo el rato, por una pantalla u otra, aquella inmensa y funesta bola azul nos vigilaba desde el exterior; las veloces sombras de su superficie, que eran efectos de fase, formaban aterradores dibujos; la poderosa atracción de sus ondas de gravedad nos arrastraba hacia allí. Danny A. estaba en la cápsula de la primera nave, controlando el tiempo y tirando sacos y paquetes por la compuerta del módulo para que los fueran pasando, a través de la compuerta, a través de los módulos, hasta la cápsula de la segunda nave, donde yo los apartaba de cualquier manera a fin de hacer sitio para más.
Querida Voz de Pórtico: |
El miércoles de la semana pasada estaba atravesando el estacionamiento del supermercado Safeway (adonde había ido para depositar mis pólizas de comida) y me dirigía hacia la parada del autobús que me llevaría a mi apartamento, cuando vi una extraña luz verde. Una rarísima nave espacial aterrizó a poca distancia. Cuatro hermosas, aunque minúsculas mujeres, vestidas con unas etéreas túnicas blancas, salieron de ella y me inmovilizaron por medio de un rayo paralizador. Me tuvieron prisionero en su nave durante diecinueve horas. A lo largo de ese tiempo me sometieron a ciertas indignidades sexuales que el honor me impide revelar. La jefe de las cuatro, cuyo nombre era Moira Glow-Fawnn, declaró que, como nosotros, no habían logrado superar totalmente su herencia animal. |
Yo acepté sus disculpas y consentí en transmitir cuatro mensajes a la Tierra. Los mensajes Uno y Cuatro no puedo revelarlos hasta su debido tiempo. El mensaje Dos está dirigido al administrador de mi edificio de apartamentos. El mensaje Tres está destinado a los habitantes de Pórtico, y tiene tres partes: 1, tienen que dejar de fumar inmediatamente; 2, no puede haber más enseñanza mixta hasta, por lo menos, el segundo año de universidad; 3, tienen que interrumpir la exploración del espacio. Nos vigilan. |
Harry Hellison Pittsburgh |
—¡Cinco minutos! —gritó, y—: ¡Cuatro minutos!
¡Tres minutos, ya podéis soltar ese maldito plomo!
—Y después—: ¡Ya está! ¡Todos vosotros! ¡Dejad lo que estáis haciendo y subid inmediatamente!
Así lo hicimos. Todos nosotros. Todos menos yo. Oí que los otros gritaban, y después me llamaban; pero yo me había quedado atrás, nuestro módulo estaba bloqueado, y no podía pasar a través de la compuerta. Agarré un saco de lona para quitarlo de en medio, justo cuando Klara gritaba por la radio TBS:
—¡Rob! ¡Rob, por el amor de Dios, ven enseguida!
Comprendí que ya era tarde; bajé la compuerta y la cerré herméticamente, mientras oía gritar a Danny A.:
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—¡No! ¡No! ¡Espera...
Esperar...
Esperar mucho, muchísimo tiempo.
Al cabo de un rato, no sé cuánto, levanto la cabeza y digo:
—Lo siento, Sigfrid.
—¿Por qué, Rob?
—Por llorar de este modo.
Estoy físicamente agotado. Es como si hubiera corrido quince kilómetros a través de una tribu de enloquecidos indios chactas que me golpearan con porras.
—¿Ya te sientes mejor, Rob?
—¿Mejor? —Reflexiono un momento sobre esa estúpida pregunta, después hago inventario y, aunque ello me sorprende, me doy cuenta de que así es—. Pues sí. Creo que sí. No puedo decir que me sienta bien, pero sí mejor.
—Tómatelo con calma unos minutos, Rob.
Me llama la atención la estupidez de este consejo, y así se lo digo. Tengo la misma energía que una pequeña y artrítica medusa que lleva muerta una semana. No puedo hacer otra cosa más que tomármelo con calma.
Sin embargo, me encuentro mejor.
—Me siento —digo— como si al fin me hubiera enfrentado a mi culpa.
—Y has sobrevivido.
Lo medito unos instantes.
—Creo que sí —contesto.
—Estudiemos esa cuestión de la culpabilidad, Rob. ¿De qué te sientes culpable?
—¡De haber matado a nueve personas para salvarme yo, imbécil!
NOTIFICACIÓN DE INGRESO Para Robinette Broadhead: 1. Se confirma que su combinación de rumbo hacia Pórtico 2 permite un ahorro global de tiempo en los viajes de ida y vuelta de aproximadamente 100 días sobre el rumbo fijado con anterioridad para los vuelos regulares. |
2. Por decisión de la Junta, se le conceden unos derechos de descubrimiento del uno por ciento sobre todas las ganancias de futuros vuelos que utilicen dicha combinación de rumbo, y un adelanto de $ 10.000 sobre dichos derechos. |
3. Por decisión de la junta, se le deduce la mitad de los mencionados derechos y adelanto como multa por los daños ocasionados a la nave utilizada. |
Por lo tanto, se le ha INGRESADO en cuenta la siguiente cantidad: |
Adelanto de derechos (Orden de la Junta A-135-7), menos deducción (Orden de la Junta A-135-8): $5.000 Su SALDO actual es: $ 6.192 |
—¿Te han acusado alguna vez de eso? Alguien que no sea tú, quiero decir.
—¿Acusado? —Vuelvo a sonarme, sin dejar de pensar—. Pues, no. ¿Por qué iban a hacerlo? Cuando regresé era poco menos que un héroe. —Pienso en Shicky, tan amable, tan cariñoso; y en Francy Hereira, que me sostuvo entre sus brazos mientras yo gemía, a pesar de haber matado a su prima—. Ellos no estaban allí; no me vieron volar los depósitos para salvarme.
—¿De verdad fuiste tú quien voló los depósitos?
—Oh, demonios, Sigfrid —digo—. No lo sé. Iba a hacerlo. Ya tenía el dedo en el botón.
—¿Crees que es lógico que el botón de la nave que pensabais abandonar hiciera explotar los depósitos de los módulos?
—¿Por qué no? No lo sé. De todos modos —prosigo—, no podrás darme ninguna excusa en la que yo mismo no haya pensado. Yo sé que quizá Danny o Klara apretaron el botón antes que yo. ¡Pero yo estaba dispuesto a hacerlo!
—¿Y qué nave pensabas que saldría despedida?
—¡La suya! La mía —me corrijo—. No, no lo sé.
Sigfrid dice gravemente:
—La verdad es que hiciste lo único que podías hacer. Sabías que no todos podíais sobrevivir. No había tiempo. La única elección posible era que algunos de vosotros murierais, en lugar de todos. Tú sólo decidiste que alguien se salvara.
—¡Estupideces! ¡Soy un asesino!
Una pausa, mientras los circuitos de Sigfrid meditan lo que he dicho.
—Rob —empieza prudentemente—, creo que te estás contradiciendo. ¿No me habías explicado que ella sigue viva en aquella discontinuidad?
—¡Todos siguen vivos! ¡El tiempo se ha detenido para ellos!
—Entonces, ¿cómo puedes decir que has matado a alguien?
—¿Qué?
Él repite:
—¿Cómo puedes decir que has matado a alguien?
—... No lo sé —digo—, pero, sinceramente, Sigfrid, ya no quiero seguir pensando en ello.
—No hay motivo para que lo hagas, Rob. Me pregunto si te das cuenta de todo lo que has adelantado durante las últimas dos horas y media. ¡Estoy orgulloso de ti!
Y, aunque parezca extraño o incongruente, le creo; fichas, circuitos Heechee, hologramas y todo, y es un gran alivio para mí poder creerlo.
—Puedes irte cuando quieras —me dice, levantándose y volviendo a su mecedora del modo más humano posible, ¡incluso sonriéndome!—. Sin embargo, me gustaría enseñarte una cosa.
Mis defensas han quedado reducidas a la nada, de modo que me limito a preguntar:
—¿Qué, Sigfrid?
—Esa otra habilidad nuestra que antes he mencionado, Rob —dice—, la que nunca hemos utilizado. Me gustaría enseñarte a otro paciente que tuve hace tiempo.
—¿Otro paciente?
Me dice amablemente:
—Mira hacia el rincón, Rob.
Miro.
... y ahí está ella.
—¡Klara!
En cuanto la veo comprendo dónde lo ha obtenido Sigfrid; de la máquina que Klara consultaba en Pórtico. Está suspendida allí, con un brazo encima de un fichero, los pies flotando perezosamente en el aire, hablando seriamente; sus tupidas cejas negras se fruncen y sonríen, y su cara esboza una sonrisa, y hace una mueca, y después parece dulce e invitadoramente relajada.
—Si quieres, puedes oír lo que dice, Rob.
—¿Quiero?
—No necesariamente. Sin embargo, no hay razón para tener miedo. Ella te amaba, Rob, del mejor modo que sabía. Igual que tú.
La miro largo rato, y después digo:
—¡Desconéctala, Sigfrid!
Una vez en la sala de recuperación, estoy a punto de quedarme dormido. Nunca he estado tan relajado.
NOTIFICACIÓN DE INGRESO Para Robinette Broadhead: Se le han INGRESADO en cuenta las siguientes cantidades: |
Bonificación garantizada para la misión 88-90A y 88-90B |
(total de supervivencia): $ 10.000.000 |
Bonificación científica otorgada por la junta: $ 8.500.000 |
Total: $ 18.500.000 |
Su SALDO actual es: $ 18.506.036 |