Esta mañana no nos despertamos sudando. El aire sigue fresco. Quizás esté finalmente cambiando la estación. La cosecha de maníes, y los porotos y berenjenas que veo desde mi ventana ya no está en el jardín de atrás. Pero ya hay una nueva cosecha, está todo verde y frondoso, aunque ahora el sol se pone más temprano y la luz ha cambiado. Yo también , siento el cambio a mi alrededor.
14 de noviembre, Pagsanjan
Hoy Francis me contaba cómo él nunca sacrifica la calida de una escena. Si tiene una toma general con algo que cambia en el primer plano, trata de privilegiar el fragmento más logrado. Se detiene y se centra en ese fragmento más logrado, o intenta trabajado en el momento del montaje. «Lo que importa es lo que se ve en la pantalla. A nadie le importa lo que has cortado y si se ajustaba bien o no.»
17 de noviembre, Pagsanjan
Sigue lloviendo. Esta mañana le hablaba a Francis de estos contratiempos. Me decía que ha habido obstáculos muy grandes en cada etapa de la película. En Baler; fueron los helicópteros; en Iba, el tifón; en la plantación francesa, los actores; en el reducto de Kurtz, al principio fue Marlon y luego Dermis Hopper y el hecho de no tener un final escrito. Ahora son las dificultades climáticas. No ha habido ni un sólo día en que, sencillamente, se fuera a trabajar, trabajara mucho, lograra lo propuesto y punto. Hoy va a haber mil extras para la gran toma delante del templo. Llueve muchísimo. Habrá más barro que nunca.
21 de noviembre, Pagsanjan
Anoche el helicóptero tenía que recogemos a Sofía y a mí a las cinco en punto en Manila. Se presentó a las cinco y media con un piloto sustituto al que no conocía muy bien. Se suponía que debíamos haber salido antes de las cinco para poder llegar a Pagsanjan con luz de día, pero de todos modos partimos igualmente. Cuando sobrevolábamos la provincia de Laguna ya estaba demasiado oscuro para encontrar Pagsanjan. Cuando el piloto se dio cuenta de que no podía encontrar la pista de aterrizaje, hizo un descenso de emergencia y aterrizamos sobre un arrozal. Nos metimos en el barro hasta las rodillas y avanzamos hasta el camino. Allí detuvimos un jeep y le pagamos para que nos llevara a casa.
Hoy están desenterrando el helicóptero. Sus patines se quedaron hundidos en más de un metro de barro. El piloto confesó que no se había atrevido a decimos que era demasiado tarde para volar, pues temía no cumplir con las instrucciones: llevar a la señora Coppola a casa.
23 de noviembre, Pagsanjan
Anoche estuve sentada en la plataforma de una cámara, a unos cinco metros de altura. Fue como estar en la mejor butaca de primera fila de un palco. Desde allí veía toda la obra de teatro desarrollarse a mi alrededor. Era una toma de los guerreros ifugao danzando alrededor del carabao. Cuando Francis vio el primer ensayo tuvo una epifanía. La danza ritual con lanzas de los ifugaos era el paralelismo perfecto de lo que ocurría dentro del templo con Willard. Era como si los bailarines de fuera del templo estuvieran contando lo que Willard estaba haciendo dentro. Los guerreros ifugao matan el carabao, y Willard mata a Kurtz.
Luciano atrapó una enorme mariposa de veinte centímetros que se acercó a una de las luces de arco. Vittorio estaba filmando con cinco cámaras a la vez; verificaba cada una de ellas. El templo estaba iluminado. Sobre las luces había papeles transparentes color ámbar para que todo tuviera un reflejo cálido, un brillo amarillo anaranjado. El set tenía un aspecto extraordinario, con banderas de seda gigantes, tótems de madera tallada, carabaos de papel maché negros de tamaño natural, flores de madera y papel de llamativos colores; todo estaba iluminado por detrás.
Dean se ocupaba de los pequeños detalles. Un ifugao tenía una rasgadura en la camisa y Dean quería que se la cambiaran. Acomodó un cesto que un electricista había movido ligeramente; detalles que nadie más era capaz de ver. Había cierto nerviosismo porque era la última noche que los ifugaos trabajaban; si quedaba alguna toma por hacer, no habría otra oportunidad. Los niños ifugao se estaban durmiendo y había que despertarlos antes de cada toma.
28 de diciembre, San Francisco
Desde que me marché de Pagsanan, hace tres semanas, todo me parece como envuelto en una nebulosa. Sofía y yo regresamos a casa vía Tokio. Yo quería tomar té en el jardín de un templo y mirar en las pequeñas tiendas de baratijas y en las papelerías donde los niños compran sus útiles escolares. Quería mirar las telas estampadas como las que se ven en los viejos grabados. Mi guía era una encantadora joven que me llevaba a las joyerías como las de Madison Avenue, a ver perlas y relojes. Estaba tan programada para mostrarme lo mejor que no oía lo que yo quería hacer, a pesar de entender el inglés a la perfección. Tengo recuerdos de tomar el tren a Kioto, de comer angulas en vinagre y. arroz en un restaurante y de estar mirando por la ventana un laberinto de chimeneas y fábricas, con el monte Fuji, como telón de fondo. En Kioto me sentí muy bien, de una manera que no soy capaz de explicar. Era como si ya hubiera estado allí o como si aquel lugar tuviera para mí algo indescriptible. Jamás me he sentido así en Londres, Roma, París o Madrid. Visitamos algunos templos; fue como visitar un sueño. Había visto estos sitios en una sala de proyecciones oscura de las clases de historia del arte, muchos años atrás. Todo me resultaba familiar, aunque distinto. Cuando nos acercábamos a aquel famoso jardín de arena y piedras, esperaba alcanzar en él la tranquilidad zen. Pero había un sistema de altoparlantes por el que se emitían anuncios a todo volumen. Visitamos maravillosos templos de madera. Nos detuvimos frente a un pequeño puesto y tomamos té y comimos galletas redondas hechas con unos antiguos moldes de hierro. El hombre que nos sirvió comía galletas saladas Ritz detrás del mostrador.
Sofía y yo llegamos a San Francisco muy cansadas e ilusionadas por ver a los chicos. Fue fantástico; estuvimos jugando juntos durante tres días. Los chicos no riñeron. Fuimos a jugar a los bolos y paseamos por San Francisco. Comimos en restaurantes. Visitamos una sala de juegos y probamos todos los juegos electrónicos nuevos. Miramos las decoraciones navideñas de las vidrieras y fuimos al parque. Hablábamos y nos abrazábamos. Luego los niños regresaron al colegio y yo me puse a deshacer las maletas y a ocuparme de la casa. Todos los cajones y armarios estaban hechos un desastre. Bajo la rápida limpieza que se había realizado ante nuestro inminente regreso todo era un caos absoluto. Era necesario reparar caños, había ratones, muchas plantas estaban secas. El filtro de la piscina no funcionaba. El teléfono no paraba de sonar. La gente llamaba a las puertas de delante y de detrás todo el tiempo. Robin se había quedado a cenar la casa de Pagsanjan y yo no tenía a nadie que me ayudara. Caí en una depresión. Me llamaban los amigos y yo no quería verlos. No quería hablar con nadie ni salir. Estaba furiosa por encontrarme de nuevo ante esta montaña de responsabilidades hogareñas. No paraba de oír comentarios de la oficina sobre lo increíble que estaba resultando la filmación. Lo emocionante que había sido la secuencia de la Aldea 1 y que, luego, Hau Phat la había incluso superado. Y yo era la esposa a la que se había mandado a casa para que la pusiera en orden y poder así celebrar una Navidad en familia. Estaba furiosa y confusa, enojada; me enfrentaba otra vez con esta casa enorme en mi vida. Las autopistas y llevar a los chicos al colegio y los supermercados, todo me parecía una idiotez. La gente me preguntaba cómo nos había ido en Filipinas y si me alegraba de estar en casa. Me sentía como si estuviera en un lugar conocido en el que no hablaban el mismo idioma que yo. Y después Francis llegó a casa muy ilusionado y dijo que cada día había sido más espectacular que el anterior y que estaba más feliz de lo que había estado en toda su vida. Me eché a llorar. Hay una pequeña parte de mí que todavía sigue penando. Contrariada porque lo que me motiva está ausente en mi vida. Contrariada porque ni siquiera estoy segura de qué es lo que podría motivarme. Consciente de que tengo que ocuparme de este problema y no es algo a lo que pueda resistirme o de lo que pueda escapar.
5 de enero, San Francisco
Anoche Francis estuvo abajo en la sala de proyecciones viendo una primera versión en bruto del metraje, equivalente a unas cinco horas de película. Sólo estaban con él Dennis y Dean. Debían de tener el volumen al máximo, porque oía la banda sonora desde el dormitorio, dos pisos más arriba. Me quedé dormida cerca de medianoche, y cuando Francis vino a la cama, a alrededor de las dos o las tres, estaba tan entusiasmado que fue como una descarga eléctrica. Me desperté de inmediato y luego no conseguía volver a dormirme. Dijo que la película era excelente, una obra de arte y que todo estaba allí, que lo podía ver. Comentó que todo lo que le quedaba por hacer era cortar las partes que no eran
Apocalipsis Now
y la película ya estaría hecha. Me recordó algo que leí en alguna parte sobre Miguel Ángel, quien dijo que se limitaba a tallar la piedra hasta encontrar la escultura. Francis exclamó: «¿No es increíble haber improvisado todo el final y que además sea magnífico?».
Nunca estuvo, en ninguna de sus películas, tan ilusionado y rebosante de seguridad como ahora. Siempre ha sido un auténtico atormentado, un sufrido. Una parte de mí está encantada por él, por su optimismo y su ilusión, pero otra parte está asustada por el cambio. Cambió a partir de los días que pasó lejos, solo, en la época de Halloween. Está tan diferente. Me doy cuenta de que siempre estoy vigilando atenta para ver si decae su entusiasmo y vuelve a ser quien era: el depresivo que he conocido durante todos estos años.
7 de enero, San Francisco
Últimamente estoy cada vez más enojada y negativa. Me recuerda a cómo me sentía durante
El Padrino II
.
Durante todo el tiempo que llevamos casados he querido hacer algún tipo de trabajo. Eso siempre estaba en segundo lugar, después de lo que fuera que Francis estuviera haciendo, y cuando nos íbamos a una locación, más o menos mi actividad se interrumpía. Finalmente, durante
El Padrino II
, el asunto llegó al extremo. Las cosas que yo quería hacer, que quería aprender, en las que quería participar, lo que me estimulaba, estaban en San Francisco, y Francis se encontraba en la locación. Cuando yo me quedaba en San Francisco me ponía frenética porque tenía la sensación de que lo estaba perdiendo. Cuando iba a la locación me sentía enojada y resentida porque allí no encontraba nada que me interesara y, al mismo tiempo, no podía expresar mis quejas porque sonaban ridículas. Allí estaba yo, en mi suite con aire acondicionado, viajando por todo el mundo con una compañía cinematográfica, la esposa privilegiada del director, y sin embargo me pasaba el día sollozando, sintiéndome como una mujer de mediana edad miserable, apática y neurótica, incapaz de actuar con entereza.
Hay una parte de mí que quiere trabajar. Allí estuve, nueve meses en Filipinas, trabajando en el documental. Fue algo estimulante y muy significativo para mí. No me había dado cuenta, pero fue la primera vez que mi trabajo y mi matrimonio se integraron. Desde que aquello terminó, cuando regresamos a casa en diciembre, me he ido hundiendo lentamente en una ciénaga de rabia y negatividad. Ahora, el solo hecho de comprenderlo me ha ayudado a quitarme de encima una carga de mil kilos.
9 de enero, San Francisco
Hoy en tramos en la sala de proyecciones hacia las diez y media de la mañana, salimos a las dos para almorzar y luego regresamos hasta las seis de la tarde. Nos pasamos todo el día en la cálida oscuridad, mirando todas las horas del metraje de Hau Phat con Barry y los niños. Se van a reducir a una secuencia de seis minutos. Me pregunto qué efecto les causa a los niños estar allí sentados, contemplando todas las tomas de las ocho cámaras, con las conejitas de
Playboy
saltando y trotando durante horas. El día me pareció suspendido en la oscuridad y ahora es de noche. El metraje es asombroso.
12 de febrero, San Francisco
Ya hace un mes que no tengo ganas de escribir nada. No he querido preocuparme por mi angustia. Estoy en esta casa tan grande, con los niños. Francis ha regresado a Filipinas para dirigir las últimas semanas de filmación. Todo el tiempo que permaneció en casa estuvo siempre muy contento. Se mostraba encantador. Ponía música, jugaba con los niños, se concentraba en toda clase de detalles, como enseñar a Sofía a comer con palitos chinos. Tenía docenas de ideas sobre la casa, el sistema de sonido, las flores, cómo cambiar el dormitorio. Tenía ideas sobre nuevos proyectos, ideas sobre su oficina, ideas sobre los ceniceros, las toallas, los palilleros, cosas de las que nunca antes se había ocupado. Vio mucho metraje de la película, y le pareció fantástica. Ahora, de vuelta en Filipinas, está enviando un bombardeo constante de télex para encargar cosas para la producción y cosas para amueblar el chalet en el complejo donde se aloja en Hidden Valley. La lista incluye manteles, utensilios de cocina, vinos buenos, carne congelada, equipos de alta fidelidad. Dice que está diseñando su vida para vivir cada momento con exquisitez, que está dirigiendo mejor que nunca y ampliando el cronograma para añadir escenas nuevas.
En general, estoy de acuerdo con el punto de vista de Francis, pero hay algo en él que no me parece correcto. Hay una especie de histerismo. Todos los demás parecen pensar que lo que está haciendo es sencillamente fantástico. Si digo cualquier cosa en el sentido contrario, se interpreta como negatividad, deslealtad o celos.
Antes de que Francis se marchara, una actriz muy atractiva vino a verlo. Le dijo que era el hombre más increíble del planeta, un genio, capaz de comunicarse directamente con las mentes de millones de personas en todo el mundo.
Creo que Francis es realmente un visionario, pero hay una parte de mí que está preocupada. Creo que hay una pequeña falta de discernimiento, el sutil discernimiento que separa al visionario del loco. Estoy aterrorizada.
Hoy consulté el I Ching. Me salió el 36, «oscurecimiento de la luz». Decía lo siguiente:
«Estás en la intolerable posición de encontrarte bajo el poder de fuerzas contrarias a tus principios y creencias… No hay nada que puedas hacer para cambiar esta situación… El alcance de este poder es muy amplio, y debido a que su influencia es tan penetrante te verás obligada a ceder a sus ímpetus en todos los niveles de tu vida, excepto el más personal; estás sola entre tus conocidos mientras padeces la condena de estas fuerzas oscuras. Otros eligen excusadas o mantener una actitud desinteresada. Nadie se mostraría receptivo a cualquier iniciativa para cambiar o destruir los poderes que imperan, al menos en el presente. Tienes que resignarte. No debes hacer olas. Debes esconder tus auténticos sentimientos. Debes mostrarte ciega ante el mal que te rodea. Para ti es un momento lleno de afrentas. Pero, mientras te ves forzada a cometer todos estos pecados de omisión, no deberás permitirte caer en el pecado de acción.»