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Authors: Don Winslow

Tags: #Policíaco

Muerte y vida de Bobby Z (22 page)

BOOK: Muerte y vida de Bobby Z
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Y Kit, pobre pequeño bastardo, apenas ha pronunciado una palabra desde que casi voló por los aires. Menuda sorpresa, ¿no?

—¿Te encuentras bien? —le pregunta al niño.

—Sí —contesta él como a la defensiva, como si no quisiera admitir lo contrario.

—¿Qué viste allí? —inquiere Tim, con la esperanza de que el crío viera una brillante luz blanca y nada más, porque él aún puede ver el cuerpo decapitado de Johnson y aquellas botas de vaquero, y aunque bregó con mucha de esa mierda en el Golfo, no es algo apropiado para un niño.

—Nada —dice Kit.

—Esto acabará pronto, tío —le promete Tim—. Luego te llevaré con tu mamá.

—No quiero volver con ella.

—Sí, vale, ya lo hablaremos, ¿de acuerdo? Ahora será mejor que duermas. Yo me quedaré aquí.

Abraza y da un beso al niño, y nota los labios del chaval en la mejilla, lo cual se le antoja muy raro, pero le gusta. Está a punto de salir cuando Kit le pregunta:

—¿Por qué la gente quiere matarte?

Él no está muy seguro del motivo, pero tiene una respuesta general a mano.

—Porque he hecho cosas malas en mi vida.

—¿La cagaste?

—No uses ese tipo de lenguaje. Pero sí, a lo grande.

Eso parece satisfacer al crío, parece bastarle.

—Yo también —dice Kit entonces.

Es generoso por parte del chaval decir eso, piensa Tim, que no ha estado muy familiarizado con la generosidad en su vida.

—Todo saldrá bien —añade Kit.

Después se da la vuelta y se tapa con las mantas.

Ojalá, piensa Tim, pero no sabe cómo va a ser posible que todo salga bien.

Sabe que ha de largarse de allí, volver a encontrarse con el Monje y averiguar qué sabe. Conseguir dinero suficiente para perderse, seguir perdido y devolver a Kit. Todo lo cual es bastante difícil en sí mismo, pero imposible con un crío a cuestas.

Y no pienso volver a colocarle en la línea de fuego, decide Tim. Eso seguro.

Así que tendrá que buscar una canguro. Está sentado, mirando por la ventana, contemplando el reflejo de la luna sobre las olas, y pensando en cómo coño va a encontrar a alguien de confianza, cuando llaman con suavidad a la puerta y es Elizabeth.

55

Tim se lleva un dedo a los labios.

—El crío está dormido.

Ella cierra la puerta con suavidad a su espalda y se quita la cazadora de vinilo. La tira sobre el viejo sofá que hay debajo de la ventana.

—¿Cómo sabías que estaba aquí?

—No lo sabía. He estado pasando en el coche todas las noches, mirando si había luces encendidas.

Tiene un aspecto estupendo. Una sedosa blusa verde esmeralda metida por dentro de unos vaqueros lavados a la piedra. Náuticos sin calcetines. Una finísima cadena de oro le cae desde la garganta hasta el inicio de los pechos.

—¿Cómo está Kit? —pregunta.

—Bastante alterado.

—¿Te importa si me siento?

—No me importa.

Se sienta en el sofá y sus vaqueros forman una V afilada entre sus piernas. Estira un brazo sobre el respaldo del sofá.

—Don Huertero te está buscando —dice.

—No me jodas.

Un brillo risueño aparece en los ojos de la mujer, lo cual de algún modo le impulsa a añadir:

—Y Brian también, supongo.

Ella niega con la cabeza.

—Brian ha muerto.

—¿En serio?

—En serio. Huertero le dio a él lo que quería darte a ti. Lo dejó desnudo al sol durante unas horas, después lo ató al parachoques de un Humvee y lo llevó a dar un paseo entre los cactus. Alégrate de no haber estado allí.

—Me alegro.

—Huertero envió a Johnson en tu busca.

—Johnson me encontró.

Ve que una ceja de Elizabeth se curva en un elegante arco de curiosidad.

—Pero una bomba trampa lo dejó sin cabeza antes de que tuviéramos oportunidad de hablar.

Ella parece muy alarmada.

—Joder —dice—. No lo vería Kit, ¿verdad?

—Creo que no.

—Joder.

Tim se sienta a su lado en el sofá.

—La casa de Brian se quemó hasta los cimientos —continúa explicando ella.

Un destello de algo... suspicacia, quizá... aletea en su estómago.

—¿Cómo escapaste? —pregunta.

—Bueno, Brian me dio una paliza, y eso pareció satisfacer a Don Huertero.

—¿Te dejó marchar así por las buenas?

—No —contesta Elizabeth, y lo mira a los ojos. Le dirige aquella mirada cínica, inteligente y airada—. Así por las buenas, no.

—¿Qué significa eso?

—Tú ya sabes qué significa.

Se están mirando, y después Tim observa cómo su propia mano se adelanta y le desabrocha el primer botón de la blusa, preguntándose de dónde ha sacado el valor. Pero ella no hace nada para detenerlo, de manera que desabrocha el resto de los botones de uno en uno y deja al descubierto sus pechos, cubiertos por un sucinto sujetador negro, y siente que un maravilloso calor se apodera de él.

Levanta con su mano un hermoso pecho del sujetador, se inclina y le besa el pezón con suavidad; nota los largos dedos de ella en la nuca, y nota que el pezón se pone duro y grueso contra su lengua. Lo deja y le saca la blusa de los vaqueros, luego se sienta en el suelo para quitarle los zapatos, preguntándose todavía quién coño es la persona que está haciendo eso, porque no soy yo.

Pero le quita los zapatos, y Elizabeth todavía sigue reclinada en el sofá, y le baja los pantalones por sus piernas maravillosamente largas, y después las bragas negras, que son suaves incluso contra su piel suave. Las sigue con los ojos... caen de los pies de ella sobre la barata alfombra del suelo, y luego levanta la vista para ver el bien definido triángulo de pelo rojizo que crece entre sus piernas. Sube las manos por sus muslos para abrírselos con delicadeza, y después baja la cabeza. Las manos de Elizabeth agarran sus hombros cuando la acaricia con la lengua, moviéndola de arriba abajo con absoluta suavidad. Aunque tiembla en erección debajo de los vaqueros, la lame con delicadeza y ternura, porque le han hecho daño y piensa que merece delicadeza y ternura, y además saborea la recompensa de su paciencia.

Ella emite ruiditos ahogados, porque el niño duerme en la habitación de al lado, pero ese suave sonido podría provocar que se corriera mientras le abre los labios con una mano y la acaricia con la lengua. Sin prisas, porque es un lugar estupendo en el que estar. La mira a la cara y no puede creer que esté haciéndole eso a una mujer tan hermosa, y que a ella le guste. Contempla su cara mientras Elizabeth apoya una mano sobre su hombro y con la otra se pellizca los pezones. Aún continúa contemplando su rostro unos minutos después, cuando ella se retuerce para apartarse pero también para encontrarse con su lengua, y él le introduce un dedo y lo aprieta con suavidad en la parte superior, y no puede creerlo, pero se corren al mismo tiempo.

Entonces Elizabeth toma su polla, semierecta y pegajosa, de sus vaqueros, y él se quita la ropa y enseguida está de nuevo en acción dentro de ella, que sube las rodillas y las echa hacia atrás para que Tim pueda penetrarla más profundamente. Al principio abarca su culito con las manos, pero luego se abrazan febrilmente mientras se mecen adelante y atrás, y esta vez Elizabeth grita cuando se corre pero sigue meciéndose y apretándolo cuando él se corre, y Tim siente la humedad de sus mejillas cuando apoya su cabeza contra la de ella.

Se quedan tendidos un rato en silencio, y Tim nota la tibieza de su piel, escucha su respiración, y, para variar, la vida parece calmarse.

Se siente sereno y a salvo cuando ella murmura:

—Dime la verdad.

—¿Sobre qué?

Se siente adormecido.

—Sobre quién eres en realidad.

Eso consigue despertarlo.

56

—Soy Bobby Zacharias —dice Tim.

—No, no lo eres.

Su puta seguridad es lo que más lo desconcierta. Está sentado en la taza del váter, mirando cómo ella se limpia con un paño caliente.

—¿Cómo lo sabes? —pregunta, no tanto desafiándola como pidiéndole información.

—Nene, una mujer sabe esas cosas.

Tim no quiere profundizar en ello.

—¿Desde cuándo lo sabes?

—Desde el primer momento.

—¿Desde el primer momento?

Elizabeth sonríe y asiente.

¿Qué primer momento?, se pregunta Tim. ¿Cuando llegó a la piscina de Brian, o cuando le sacó la polla de los pantalones? Una vez más, decide que prefiere no saberlo.

—¿Por qué me advertiste acerca de Huertero? ¿Por qué no mantuviste la boca cerrada y dejaste que me mataran?

Ella se seca y empieza a ponerse los vaqueros.

—No me pareció justo dejar que te mataran por algo que hizo Bobby.

—¿Qué hizo Bobby?

Elizabeth se pone la blusa y se la abotona.

—Tú primero.

—Yo primero ¿qué?

—Por ejemplo, quién coño eres. Y qué haces yendo por ahí fingiendo que eres Bobby. Y dónde está Bobby.

Parece que habla en serio, piensa Tim. La sonrisa burlona ha desaparecido y tiene pequeñas arrugas alrededor de los ojos. Parece mayor que antes. Mayor y más hermosa.

—¿Le querías?

—En otro tiempo.

—¿Todavía?

Ella se encoge de hombros.

Tim respira hondo.

—Me llamo Tim Kearney y soy un triple reincidente. La DEA me propuso un trato: hacerme pasar por Bobby para poder canjearme por un agente en poder de Huertero.

Ella se limita a mirarlo, como a la espera de que deje caer las malas noticias, porque le ha hecho tres preguntas y él solo ha contestado a dos. Pero Tim no quiere responder a la tercera. Preferiría mentir y decirle que no lo sabe, pero esa mujer le hizo un favor en el rancho y se portó como un hombre cuando Brian le arreó con el cinturón, así que Tim piensa que le debe la temida respuesta.

—Y Bobby está muerto —dice.

Se levanta, dispuesto a cogerla si se desmaya como pasa en las películas, pero ella se mantiene firme y va al grano.

—¿Cómo murió?

A juzgar por su tono de voz, Tim deduce que cree que se cargaron a Bobby, y está a punto de decir «Por causas naturales» cuando recuerda que en el negocio de la droga morir asesinado es una causa natural.

—Un infarto.

—Estás de broma.

—En la ducha. La DEA lo había atrapado e iban a intercambiarlo, pero murió de un infarto en la ducha.

—Así sin más.

—Así sin más —dice él. Luego pregunta—: ¿Estás bien?

—Sí, estoy bien. Es que nunca me había imaginado el mundo sin Bobby. Quiero decir, hace años que no lo veía, pero siempre estuvo presente, ¿entiendes?

—Claro.

Y entonces empieza a hablar. Tim lo ha visto antes en el trullo: un tipo no dice una palabra durante meses, y de repente se pone a largar, a decir lo que le pasa por la cabeza sin siquiera pensarlo.

—Incluso cuando tenía problemas —dice—. Ya sabes, cuando estaba sin dinero, o cuando un tipo me acosaba, o si la patrulla de tráfico encontraba una colilla de porro en el coche, lo único que debía hacer era llamar al Monje y todo se arreglaba. Cuidaban de mí, y era Bobby, estuviera donde estuviese.

—Ya.

—Y yo le correspondía. O sea, no lo veía, pero si a veces necesitaba a alguien de confianza, me lo pedía y yo le hacía el favor, fuera cual fuese.

—Un acuerdo de reciprocidad.

—Y ahora ya no está.

—Exacto.

—Se ha ido de verdad.

—Ajá.

Tim se limita a emitir sonidos, deja que sea ella quien hable.

—El mundo no volverá a ser igual.

En efecto, piensa Tim, ni para ella ni para mí.

—¿Por qué no se lo dices? —pregunta Elizabeth.

—¿Decirle qué a quién?

—A Huertero, que no eres Bobby. Que Bobby ha muerto.

Él niega con la cabeza.

—No saldría bien, se ha derramado demasiada sangre, y, además, eso aún me dejaría con la DEA pegada a mi culo.

Por no hablar, cosa que no hace, de los Ángeles del Infierno.

—No, tengo que solucionarlo yo. Hacer las paces con Huertero y largarme del país.

—¿Cómo vas a hacerlo?

—No lo sé. En cualquier caso, será mejor que le devuelvas el crío a su madre.

Ella resopla.

—Olivia ni siquiera sabe que ha desaparecido. No podría importarle menos.

—Aun así...

—Él quiere estar contigo.

—¿Y...?

—Cree que eres su padre.

—¿Sabe lo de Bobby?

—Es pequeño, pero no gilipollas. Claro que lo sabe. El pobre bastardo crece sabiendo que su padre es una especie de leyenda, entonces la leyenda aparece y por una vez se pone de su lado. Lo recoge y lo saca de aquel manicomio como un héroe de cómic de los que ve en la tele. ¿Con quién crees que quiere estar?

—Joder, ¿te han dado cuerda?

—Bueno, no puedes jugar así con un niño. Arrastrarlo de un lado a otro.

—¿Como tú has estado haciendo?

—Exacto... Bien, ¿qué planes tienes? —pregunta Elizabeth unos segundos más tarde, después de sostenerle la mirada.

—Voy a ver al Monje. Si debo salir del país, mantener a un niño y ponerlo a salvo, voy a necesitar dinero. Montones de dinero. Dinero para pagar a Huertero, dinero para huir, dinero para esconderme, dinero para vivir. Y el Monje tiene el dinero, ¿verdad?

—El dinero de Bobby.

—Que le den. Es mi dinero. Tengo los enemigos de Bobby, sus problemas, sus tristezas, su hijo... Por tanto, tengo su dinero.

—¿Y su mujer?

Tim clava la mirada en sus ojos verdes.

—Eso depende de la mujer.

Sale de la habitación mientras aún se siente fuerte y duro. Cree que es el mejor mutis por el foro que va a lograr.

Elizabeth se lava la cara. Nota el agua relajante y se mira en el espejo. Con su larga uña, se recorre el rostro desde la frente a la mejilla, y contempla la tenue marca roja que deja.

Has cometido bastantes tonterías en tu, por así llamarla, vida, piensa, pero dejar que este dulce muchacho se escapara de Brian ha sido la peor de todas. Dejar que escapara otra vez sería..., bueno...

—Tonta, tonta, tonta, Elizabeth —le dice al espejo—. ¿Qué te pasa últimamente? ¿No puedes cepillarte a un tío sin ponerte tonta y enamorarte un poco?

»Mierda —exclama—. ¿Amor?

Como dice la dama: «¿Qué tiene que ver el amor con eso?».

Oye la respiración del niño en el dormitorio.

57

El Monje pega un bote cuando suena el teléfono. No es tanto un timbrazo como una vibración ronroneante, pero aun así lo sobresalta. Deja el café con leche y descuelga el auricular.

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