Read Muerte y vida de Bobby Z Online

Authors: Don Winslow

Tags: #Policíaco

Muerte y vida de Bobby Z (14 page)

Debajo de miles y miles de flores silvestres.

O sea, la lluvia que recibe el desierto ha ido filtrándose hacia esa hondonada y...
voilà
, primavera. Es como darle una tela de ocho kilómetros a un pintor enloquecido por el ácido y dejarle plasmar en ella su locura.

—Si bizqueas —dice Kit—, parece un... ¿cómo se llama?

—¿Caleidoscopio?

—Sí, caleidoscopio.

Ve que el crío articula la palabra en silencio un par de veces para memorizarla.

Tim contempla aquel cuadro demencial. Justo en el centro se alza una enorme roca, que debe de ser del tamaño de una casa grande. Como si la hubieran dejado caer allí a modo de estúpido adorno de jardín.

Es como una toma de una superproducción, piensa, pero no se muere por verla en primer plano. No lo entusiasma en absoluto bajar a la hondonada, porque puede haber gente que se siente a esperar en el borde y te agarre. O que baje a la hondonada con más tíos de los que llevas tú (y mierda, tú solo llevas a un niño), te desborden por el flanco, te quedes sin terreno bajo los pies, y
adiós
, cabronazo.

La única alternativa es dar media vuelta y eso no es una alternativa. Las paredes del cañón son demasiado empinadas para trepar con un niño. Además, Kit está cansado (es como un juego, pero se está fatigando) y Tim sabe que, probablemente, acabará llevándolo a cuestas casi todo el resto del camino. También sabe que si tuviera seso dejaría al niño tirado, pero que no tiene seso es algo de sobra demostrado, de modo que no hay más remedio que atravesar la hondonada y llegar a las colinas del otro lado.

Vivir solo tiene muchas ventajas, piensa Tim; una de ellas es que vives más.

—Vamos a entrar en el caleidoscopio —le dice a Kit.

—Guay. Me gustan los caleidoscopios.

—Hará calor.

El niño se encoge de hombros.

—Es el desierto.

Tim se siente un poco mejor una vez que llegan a la hondonada, porque los arbustos son muy altos y es difícil verlos, a menos que tengan un avión, un helicóptero o algo por el estilo. Están en una especie de senda recorrida por animales, supone Tim, tal vez donde el coyote caza conejos, o el ciervo aprovecha para cruzar de un lado a otro, de modo que les resulta fácil andar y, hasta el momento, el niño se está portando muy bien.

Y hay colores por todas partes, cerca y lejos: los llameantes brotes rojos del ocotillo, las brillantes flores amarillas del chaparral, las de tonalidad amarillo verdoso de la cholla plateada, y los brillantes brotes rosáceos del cactus cola de castor. Hay lavanda del desierto y falso índigo, y yuca verde erizada de púas, y una planta alta con flores amarillas, el agave, que, según la leyenda, solo florece una vez cada cien años.

Y tal vez sea una señal de buena suerte, piensa Tim. La planta solo florece cada cien años y aquí la tenemos. Eso tiene que dar algo de suerte, y ya me toca un poco de la variedad buena.

Oye el aeroplano antes de verlo.

30

Johnson está de pie en el borde de la hondonada y ve cómo el ultraligero petardea sobre el suelo del desierto. Brian está a su lado con su atavío de la Legión Extranjera, mirando con unos prismáticos y luciendo como el sargento de esa película que le gusta tanto. Brian dice que el sargento de
Beau Geste
es el primer gran villano homosexual de la historia del cine, pero Johnson no sabe nada de eso.

Este ve que Willy va dando vueltas con su ultraligero, que a él se le antoja un juguetito. No le haría nada de gracia volar con eso.

—Parece un halcón describiendo círculos alrededor de su presa —comenta Brian sin apartar la vista de los prismáticos.

Lo que parece es un capullo, piensa Johnson. Él tiene más confianza en que Rojas persiga a Bobby Z y mantenga las distancias. El indio no necesita a ningún teutón idiota dando vueltas por el cielo y enviando mensajes por radio sobre la posición de Bobby. Rojas conoce perfectamente la maldita posición de Bobby.

Pero si le das un juguete a un niño, el niño ha de jugar con él, piensa. Brian es demasiado cobardica para subir al pequeño aeroplano, y Heinz, Hans, Cabeza de Chorlito o como se llame se muere de ganas por probar el trasto, y dice que sabe mucho de aviones gracias al Club Aéreo Bávaro o algo por el estilo, de manera que ahí están, contemplando el espectáculo circense.

Oye la voz del Cabeza Cuadrada por la radio, que susurra: «El sujeto está avansando a veintisiete grrados sur-sudoeste», y Johnson se pregunta: ¿Por qué cojones está susurrando? ¿Quién va a oírlo, los putos colibríes?

—Está avanzando a veintisiete grados sur-sudoeste —repite Brian sin aliento.

—Ya lo he oído —dice Johnson.

—Comunícaselo a Rojas —ordena Brian.

Johnson sabe que el indio sería incapaz de distinguir veintisiete grados de su culo, pero obedece. Lo único malo es que con eso lo cabreará, pero ¿a quién le importa una mierda que Rojas se cabree?

—¿Lo tenemos acorralado? —oye que le pregunta Brian al teutón.

Ja
, lo tenemos acorralado.

Brian se pone tan contento que a Johnson le dan ganas de vomitar.

—Vamos a machacarlo —dice Brian.

Johnson no está muy seguro de a qué se refiere, pero ve que el ultraligero desciende en picado. Y luego el jodido idiota se asoma y saluda.

Entonces, el jodido idiota empieza a disparar.

31

—No mires hacia arriba —le dice Tim a Kit.

—Pero...

—Lo sé, pero no mires hacia arriba.

El puto ultraligero los tiene acorralados. El jodido piloto está volando sobre ellos, se asoma por la cabina y dispara.

Cabrón de mierda, piensa Tim. Sabe que hay un niño aquí abajo.

Y el crío está asustado. Puede verlo en sus ojos.

—Mierda —dice.

Kit asiente.

—Magneto —añade Tim en tono ominoso, en referencia al malo de los X-Men.

Kit se anima enseguida.

—¿Qué vamos a hacer? —pregunta en tono perentorio y con burlona desesperación.

—¡Correremos hacia esa gran roca! ¡Hay un campo de fuerza encima y Magneto no podrá atravesarlo!

—¡Vamos!

Echan a correr. El juego hace que las piernas cansadas del niño recuperen energía, y avanzan con el chiflado del piloto encima de sus cabezas, chillando y disparando. Tim sabe que ya es bastante difícil acertarle a un blanco en movimiento con una pistola estando parado, no te digo ya si encima pilotas un avión de juguete, de modo que no le preocupan demasiado las balas, pero aun así... Los gritos son muy peculiares, con acento alemán, como el del malo de una de esas películas antiguas que dan por cable, por lo que Tim supone que debe de ser el alemán de la piscina. Así pues se trata de algo personal.

Por mí, ningún problema, piensa.

Ahora, el piloto canta eso de «da-da-da-dah-da»,
Muerte desde el cielo
, la música de ataque que los tíos de los helicópteros ponían a toda hostia por los altavoces en el Golfo para acojonar a los iraquíes, y Tim piensa: Esos tipos están pirados.

Será mejor que lleguemos a la roca.

No es que sepa qué hará cuando lleguen allí, pero será mejor que seguir corriendo como conejos perseguidos por un halcón.

Decide que tienen que acelerar, de modo que se para y grita:

—¡Cíclope, súbete a mi espalda!

—¡Estoy bien!

—¡Lo sé! ¡Pero tu armadura de protección espinal supermagnetizada nos protegerá a los dos!

—¡Buena idea, Lobezno!

Una puta matrícula de honor, piensa Tim.

Kit salta a su espalda y echan a correr de nuevo. Tim hace gala de su mejor sprint, como en la carrera de obstáculos de Pendleton, como si un instructor cabronazo le estuviera gritando y disparando balas de verdad para motivarle. Pronto ve la roca cerca, y puede que haya algo de cierto en el rollo de la planta que florece cada cien años, porque da la impresión de que la roca vaya a darles buena suerte.

Con esa gran grieta que la parte por el centro.

32

—¿Adónde va? —pregunta Brian alarmado.

—Parece que se ha metido en Split Rock —contesta Johnson.

Buena noticia. El listillo de Bobby Z ha caído en una trampa. Se ha metido en mitad de un peñasco de quince metros de altitud que solo tiene dos salidas. Una a cada lado de la estrecha hendidura. Será muy fácil acordonar una y entrar por la otra. Es como si se hubiera metido en un corral.

La partida está a punto de terminar, piensa Johnson.

—¿Tenemos la certeza de que es así? —pregunta Brian. Está preocupado porque ve que el ultraligero está ganando altitud y empieza de nuevo a describir círculos—. ¿Estás seguro de que no lo hemos perdido?

—No, está ahí.

Y cuando llegue la noche, lo sacaremos.

Pero Brian ya está farfullando en la radio.

—Confirma la posición del sujeto. Confirma la posición del sujeto.

Vuelve a levantar los prismáticos y ve que el ultraligero vuela alrededor de la roca.

33

Tim también lo está viendo.

Tendido de espaldas en la hendidura, cuya anchura es más o menos la de dos hombres de pie uno al lado del otro, mira el cielo. La roca es jodidamente rara, piensa mientras intenta recuperar el aliento. Como si Dios hubiera cogido un hacha para descargarla sobre la piedra y partirla por la mitad. Y hay unos extraños dibujitos tallados en las paredes.

—¿Por qué estás tumbado? —pregunta Kit.

—Solo estoy recuperando el aliento.

—¿Estás en baja forma?

—Sí.

El crío se tumba a su lado. Ven que el ultraligero aparece por la rendija de cielo azul y vuelve a desaparecer.

—Está muy alto —dice Kit—. ¿Crees que nos ha visto?

—No exactamente —responde Tim—. Pero si sabe dónde no estamos, muy pronto sabrá dónde sí estamos.

—¿Cómo?

—No lo sé. Escucha, no te lo tomes a mal, pero la verdad es que no tengo ganas de hablar. Quiero recuperar el aliento.

—Yo también.

El ultraligero reaparece y Tim piensa que le ha pillado el ritmo. Una o dos vueltas más, y mi respiración se habrá normalizado.

Espera a que vayan desapareciendo los jadeos.

—¿Quieres hacerme un favor, Cíclope? Cierra los ojos.

—Querrás decir el ojo.

—Sí, vale. El ojo.

—¿Por qué?

—Tú hazlo.

Tim cree oír las carcajadas del tío de allá arriba, pero puede que solo sean imaginaciones suyas. En cualquier caso le importa una mierda, mientras levanta poco a poco el rifle hasta su hombro, se incorpora y espera.

Ve el ultraligero allí arriba.

Tim canturrea para sí «da-da-da-dah-da» y aprieta el gatillo.

34

Johnson no oye el disparo, solo el petardeo del motor.

Ve que sale humo negro del ultraligero y distingue con dificultades al teutón con medio cuerpo fuera de la cabina, como si buscara un lugar donde saltar.

—¿Lleva paracaídas? —le pregunta a Brian.

—Demasiado bajo para saltar en paracaídas —murmura este.

Entonces el ultraligero petardea una última vez, se para en el aire un segundo, y cae en picado.

Como un pájaro herido, piensa Johnson.

Se estrella al otro lado de la roca hendida, así que no lo ven.

—¿Crees que habrá sobrevivido? —pregunta Brian.

—Mierda, debe de haber caído desde treinta metros.

Un segundo después oyen la explosión, y después ven elevarse una torre de llamas rojas y anaranjadas.

Johnson no puede reprimirse.

—Su amigo no era una lumbrera, ¿verdad?

—Cierra el pico.

—Quiero decir, en su país.

Brian está muy rojo. Parece un tomate a punto de estallar. Intenta farfullar alguna palabra, pero de su boca solo salen escupitajos.

Por más satisfactorio que fuera verlo expirar de un infarto, Johnson calcula que los posibles problemas potenciales superarían el grado de diversión, de modo que se anima a decir algo.

—No sé yo, comandante, pero puede que haya llegado el momento de enviar a la infantería, ¿no?

A menos, piensa, que tengas una lancha motora o algo así.

35

Kit también oye el estruendo.

—¿Qué le ha pasado a Magneto? —pregunta.

—Creo que se ha caído —contesta Tim.

El niño reflexiona sobre ello unos segundos.

—Como Ícaro —dice.

Tim se queda impresionado.

—¿Has leído el libro?

Kit niega con la cabeza.

—Vi la peli de dibujos en la tele.

—Ah.

De todos modos, es una historia estupenda, piensa Tim. Con una moraleja práctica. Si te acercas demasiado al cañón de un M-16, es muy probable que tus alas de capullo se fundan.

—¿Cuántos años dices que tienes? —le pregunta a Kit.

—Seis —insiste el crío—. Elizabeth dice: Para veintiséis.

—No me extraña.

—¿Qué quiere decir?

—Significa que eres mayor para tu edad.

—Ah.

Tim se saca la pala del cinturón, la despliega, la mira y se la da a Kit.

—De hecho —dice—, eres tan mayor que ya puedes empezar a cavar.

—¿A cavar?

—Un agujero.

—¿Para qué?

—Para dormir en él.

Lo que está pensando en realidad (pero no quiere aterrorizar al niño) es que, a menos que Willy estuviera jugando a Von Richtofen él solito, Johnson y los chicos vendrán a por ellos esa noche.

Y si bien la grieta en la roca parecía una buena idea al principio (como tantas cosas, piensa Tim con pesar), también significaba que estaban atrapados.

Si fueran listos, Brian y sus chicos esperarían a que salieran, pero Brian carece de disciplina para eso. Aunque lo mejor sería trepar a lo alto de la roca y lanzar explosivos en la hendidura. Pero si todavía lo quieren vivo, no lo harán.

Así que vendrán. Y si la mala noticia es que solo hay dos salidas de la roca, la buena es que solo hay dos entradas.

Pero solo una para mí.

Porque aunque Kit supiera disparar (y hasta Mister Magoo sabría hacerlo por esa hendidura), Tim no piensa pedirle a un niño que mate a nadie.

Es probable que Kit ya tenga bastantes pesadillas sin necesidad de ayuda.

Así que le pide que cave. Para que esté lo más a salvo posible cuando las balas empiecen a rebotar en las paredes. Será como combatir en un pasillo.

Además, ha de pensar en cómo transformarse en dos soldados.

No será fácil, piensa, sobre todo para alguien tan desastroso como yo.

Other books

Cold as Ice by Charlene Groome
The Dragon Charmer by Jan Siegel
Hooked by Polly Iyer
Crime Stories by Jack Kilborn
Outwitting Trolls by William G. Tapply
Kindred by Adrianne Lemke
A Dark and Broken Heart by Ellory, R.J.
The Day to Remember by Jessica Wood


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024