Misterio del príncipe desaparecido (7 page)

—¡ERN! ¿Qué haces aquí?

—Huir de ti, tío —farfulló Ern, alarmado—. Al ver que me perseguías de ese modo, me asusté. ¿No me reconociste?

El señor Goon hizo un esfuerzo para serenarse y, mirando a su sobrino, tendido aún en el suelo, preguntó severamente.

—¿Por qué huiste de mí?

—Ya te lo he dicho. Porque me perseguías.

—Te perseguí porque huías —repuso el policía majestuosamente.

—Y yo hui porque me perseguías —repitió el pobre Ern.

—¿Tratas de hacerte el gracioso? —rugió el señor Goon.

—No, tío —repuso Ern, diciéndose que era preferible ponerse de pie para no estar tan a merced de su pariente.

Éste estaba tan furioso que sería capaz de cualquier cosa. Ern ignoraba a qué obedecía todo aquello. Todo cuanto había hecho era tratar de huir de su tío.

—¿Has visto a tu amigo Fatty hoy? —inquirió el señor Goon, observando a su sobrino en el cometido de levantarse lenta y cautelosamente.

—No, tío —replicó Ern.

—¿Has vuelto a ver a aquella princesa? —prosiguió su tío.

—No, tío —respondió Ern, alarmado—. Supongo que... que no andas tras «ella», ¿verdad?

—¿Sabes dónde vive? —insistió el señor Goon, pensando que quizá podría sacar algo a Ern, a falta de dar con el evasivo Fatty.

—¿Por qué no se !o preguntas a Fatty? —propuso Ern, inocentemente—. Él la conoce mucho. Creo que se ven todos los días. ¡Atiza! ¡A lo mejor la princesa sabe algo de la desaparición de su hermano! ¡No se me había ocurrido semejante cosa!

—Atiende, Ern —dijo el señor Goon solemnemente—. ¿Recuerdas al Inspector Jefe Jenks? Pues bien: esta mañana he estado hablando con él por teléfono sobre esa desaparición y he recibido órdenes de tomar las riendas de este asunto. Por consiguiente, estoy tratando de localizar a la princesa para interpelarla. Lo malo es que no puedo encontrar a ese condenado chico para preguntarle por ella. ¡No aparece por ninguna parte!

Ern levantó su bicicleta del suelo, escuchando atentamente. Sí, era muy probable que Fatty esquivase a su tío, cosa que, por otra parte, se le antojaba muy sensata. A lo mejor Fatty trabajaba también en aquel caso. ¡Quién sabe! Tal vez había surgido al fin el esperado misterio. ¡Qué dicha si así era! En tal caso, cabía la posibilidad de que Fatty estuviera esquivando al señor Goon para no revelar lo que sabía de la princesa.

De pronto, Ern sonrió, ante el asombro de su tío.

—¿A qué viene esta sonrisa? —preguntó el policía, intrigado.

Ern se abstuvo de contestar. Su sonrisa desvanecióse como por encanto.

—Escúchame bien, Ern —bramó el señor Goon—, ten en cuenta que si te pesco merodeando por Peterswood en compañía de ese demonio de chico, os haré expulsar a los tres del campamento en menos que canta un gallo, ¿me oyes? No sabes nada de ese caso, ni lo sabrás. Te conozco perfectamente y me consta que eres un cuentista y un charlatán. Pero esta vez sólo podrás contarle a ese chico que estoy al frente de este caso, y que si no me dice todo cuanto sepa de aquella princesa antes de la hora de cenar, a fin de que yo pueda informar al Inspector Jefe, lo va a pasar Muy Mal, pero Muy Requetemal.

Tras este largo discurso, señor Goon quedóse casi sin aliento. Ern salió del pajar. Las gallinas que curioseaban junto a la puerta se desperdigaron al punto, cloqueando. Ern saltó a su bicicleta y alejóse a toda prisa.

—¡Ve a decir a ese chico que quiero hablar con él! —gritó el señor Goon con voz sibilante como una bala—. ¡No pienso volver a andar de la Ceca a La Meca para localizarle!

Ern pedaleó a casa de Fatty con la máxima celeridad, aliviado de haber podido escapar de su tío sin recibir ningún coscorrón ni soplamocos. ¡Ojalá encontrase a Fatty en casa! La suerte le acompañó. Fatty estaba en su cobertizo con los demás, acechando cualquier posible visita de Goon.

Ern les refirió su aventura, pero tuvo una desilusión al ver que sus amigos sabían ya lo de la desaparición del príncipe por los periódicos.

—¿Y la princesa, Fatty? —sugirió Ern—. ¿No sabe nada de su hermano?

—Escucha, Ern —suspiró Fatty, diciéndose que ya era hora de confesar su broma—. En realidad no existe tal princesa. Era simplemente la pequeña Bets vestida con un vestido oriental que traje de Marruecos. Y su prima era Daisy, y los demás Larry y Pip.

—Kim-Larriana-Tik, para servirte —profirió Larry con una reverencia.

—Kim-Pippy-Tik —declaró Pip con otra reverencia.

Ern se los quedó mirando de hito en hito, francamente aturdido. Luego, frotándose los ojos con la mano, clavó de nuevo la vista en los muchachos y acertó a balbucir:

—¡Atiza! ¡No! ¡No puedo creerlo! ¿Es posible que fueses tú disfrazada, Bets? ¡Pero si parecía una verdadera princesa! ¡Cáscaras! ¡Ahora comprendo por qué mi tío quiere verte, Fatty, para preguntarte por la princesa! ¡Y, naturalmente, tú no quieres «verle»! ¡Le engañamos como a un chino! ¡Vosotros y yo, con la Sombrilla de Ceremonial!

—Estuviste estupendo, Ern —ensalzó Bets riéndose—. Y nosotros hablamos en un idioma extranjero a maravilla! ¡Onnamatta-ticly-pop!

—No sé cómo te las arreglas para hablar así —murmuró Ern con admiración—. Pero, ¿qué opinará el inspector de todo esto? Mi tío se lo ha contado todo esta mañana y ha recibido órdenes de ocuparse del caso. Me ha encargado que te diga que no te metas en nada. Pretende que le indiques dónde vive la princesa para poder interpelarla.

—¡Ya me figuraba que sucedería esto! —lamentóse Fatty—. ¿Quién me mandaba meterme en este lío. Tu inesperada visita fue la causa de todo, Ern. En fin, supongo que lo mejor que puedo hacer es telefonear al Inspector Jefe y contárselo todo. ¡Ojalá le dé por tomárselo a risa.

—Procura hacerlo ahora mismo —instó Pip, visiblemente nervioso—. Debemos evitar que el viejo Goon vuelva a quejarse de nosotros. Si consigues que el inspector se ponga de tu parte, no tendremos por qué preocuparnos.

—De acuerdo —convino Fatty, levantándose—. Iré a telefonear ahora mismo. ¡Hasta luego! Si no vuelvo dentro de cinco minutos, es que el inspector me ha tragado vivo.

El muchacho encaminóse hacia la casa por el sendero del jardín. Los otros cambiaron graves miradas entre sí. ¿Qué diría el inspector cuando se enterase de que no existía la princesa?

Y lo que era aún peor, ¿qué diría «Goon»? A buen seguro, se lo había contado ya al inspector. ¡Qué poca gracia le haría descubrir que todo había sido una broma!

CAPÍTULO VIII
DOS CONVERSACIONES DESAGRADABLES

El Inspector Jefe se tomó lo cosa muy a mal. Al principio no acertaba a comprender del todo lo que le decía Fatty. Luego gruñó con voz tajante:

—Primero telefonea Goon contándome una peregrina historia acerca de una princesa que afirma ser la hermana del príncipe Bongawah, y ahora me sales tú diciendo que no existe tal persona y que la princesa en cuestión no era otra que la pequeña Bets disfrazada. Esto no está bien, Federico. Una broma es una broma, pero opino que esta vez has ido demasiado lejos. Has hecho perder el tiempo a Goon en una porción de tonterías en un momento en que se imponía una investigación seria.

—Tiene usted razón, señor —reconoció el pobre Fatty—. Pero, de hecho, todo ha sido una casualidad. Cuando nos disfrazamos y Bets se hizo pasar por la princesa Bongawee, no teníamos idea de que el príncipe Bongawah iba a desaparecer. Fue una desdichada coincidencia. ¿Quién iba a sospechar que ocurriría eso?

—Al parecer, tienes especialidad en meterte en esta clase de atolladeros, Federico, ya sea accidentalmente o de otro modo. ¡Apuesto a que esta vez conseguirás que Goon rechine los dientes de cólera! A propósito, ¿cómo diablos se mezcló con este estúpido asunto de la princesa su sobrino, ese chico llamado Ern?

—Ern se presentó inesperadamente mientras nos disfrazábamos —explicó Fatty—. Como usted sabe, está acampado con sus hermanos mellizos en el campamento inmediato al campo donde se hallaba el pequeño príncipe. Lástima que sea tan zoquete, de lo contrario habría notado algo referente a la desaparición.

Sobrevino un silencio.

—Sí —murmuró al fin el Inspector Jenks—. Pensaba encargar a Goon que los interpelase, pero no creo que logre sacar gran cosa a Ern. Lo mejor será que tu intentes averiguar algo, Federico, aunque no mereces intervenir en este asunto por tu estúpido comportamiento.

—Tiene usted razón, señor —convino Fatty, humildemente, esbozando una amplia sonrisa ante la idea de «intervenir» en el asunto.

Eso significaba que podría volver a hacer de detective. ¡Magnífico! ¡Por fin surgía algo emocionante en aquellas vacaciones!

—Bien —concluyó el inspector Jenks—. Haz las paces con Goon, si puedes, y luego dile que me telefonee. «No» le gustará tu proceder, Federico. Yo tampoco lo apruebo. Debes procurar borrar lo antes posible esta mancha que pesa sobre ti.

Y sin despedirse, el Inspector Jefe colgó el receptor. Fatty hizo lo mismo y permaneció unos instantes junto a la pared, reflexionando profundamente. Sentíase emocionado, pero, al propio tiempo, algo molesto. Por pura casualidad veíase envuelto en el caso del príncipe Bongawah. ¡Todo porque Bets se había disfrazado de princesa y Ern la había visto! ¿Pero quién iba a sospechar que el príncipe desaparecería y que al viejo Goon le faltaría tiempo para divulgar la noticia de su hermana imaginaria? ¡Era muy propio de Goon! ¡Siempre metiendo la pata!

¡Qué desagradable sería confesar a Goon que la princesa Bongawee era un ser imaginario y que la pequeña Bets había conseguido engañarle con su disfraz!

«Gasto demasiadas bromas —se dijo Fatty—. Pero la verdad es que la vida sería muy aburrida para mí y para los demás, si prescindiéramos de todas las bromas y travesuras que la animan. Lo que ocurre es que quizá las hacemos demasiado bien. ¡Demontre! ¡Ahí viene Goon! ¡Manos a la obra!»

Fatty fue a abrir la puerta anterior antes de que el policía pudiera llamar con la aldaba, pues no tenía el menor interés en que su madre oyese lo que tenía que contar a Goon.

Goon quedóse mirando al chico como si no diera crédito a sus ojos. Por último, exclamó:

—¡Vaya! ¡Resulta que me paso el día intentando localizarte y ahora vienes a abrirme la puerta antes de darme tiempo a llamar! ¿Dónde te habías metido?

—Eso no tiene importancia —repuso Fatty—. Pase usted a esta sala, señor Goon. Tengo algo que contarle.

El corpulento policía tomó asiento en una silla del pequeño despacho de la planta baja, sin poder ocultar su sorpresa.

—Tengo mucho que «preguntarte» —empezó el hombre—. He estado buscándote todo el día para obtener cierta información.

—Sí —masculló Fatty—. Tendrá usted toda la que quiera. Pero me temo que se va a llevar usted un sobresalto, señor Goon. Ha habido un infortunado error.

—¡Bah! —espetó el policía, enojado por el tono adoptado por Fatty—. No me interesan los errores, cualesquiera que éstos sean. Simplemente quiero preguntarte por la princesa Bonga... Bonga...

—Bongawee —aclaró Fatty, cortésmente—. Precisamente de ella quería hablarle. Sepa usted que no existe la tal princesa.

Goon no dio el menor crédito a estas palabras. Primero miró a Fatty, desconcertado. Después, señalándole con un enorme dedazo, profirió:

—Atiende, chico. Es inútil que pretendas que esa princesa no existe, porque la vi con mis propios ojos. Su declaración es importantísima para la resolución de este caso, ¿oyes? De modo que aunque ahora finjas no conocerla, ni saber dónde se encuentra, no pienso dejarme engañar. Estoy al frente de este caso y exigiré respuestas a mis preguntas. ¿Dónde está esa princesa?

—Bien... titubeó Fatty—. Ya le he dicho que la princesa no existe. En realidad, era Bets disfrazada.

Goon se puso colorado como un tomate y, frunciendo los labios, miró al muchacho con ojos más saltones y centelleantes que nunca. ¿Qué se proponía aquel chico? ¿Cómo iba a creer él que la princesa era Bets disfrazada? ¿Qué tontería! ¿Acaso no la había oído hablar en un idioma extranjero con sus propios oídos?

—Estás inventando un cuento por algún motivo, Federico —espetó el hombre—. No sólo vi a la princesa, sino que la oí. Y hablando en otra lengua. Nadie puede hacer tal cosa si no sabe un idioma.

—¡Ya lo creo que sí! —replicó Fatty—. Yo mismo puedo hablar en un idioma extranjero durante media hora si usted quiere. ¡Escuche!

Y el muchacho soltó una serie de palabras ininteligibles que dejaron al señor Goon sumido en un mar de confusiones. El hombre parpadeó. ¿Cómo se las arreglaba aquel chico para hacer aquellas cosas?

—¿Ve usted? —dijo Fatty al fin—. ¡Es muy fácil! Pruebe usted a hacerlo, señor Goon. Basta con que deje usted la lengua suelta e intente hablar de prisa. Ese lenguaje no «significa» nada. Es una perfecta tontería. Ande, pruebe usted.

El señor Goon no aceptó la invitación. ¿Dejar él la lengua suelta? ¡Ni hablar, al menos delante de Fatty! Tal vez lo intentaría cuando estuviese solo. De hecho, parecía una buena idea. Él también podría «hablar en una lengua extranjera» cuando le apeteciese.

Total que el señor Goon prometióse intentarlo cuando estuviese solo en su casa.

—¿Ve usted? —dijo Fatty al estupefacto policía—. Todo es cuestión de dejar la lengua suelta, señor Goon. Pruébelo usted y verá. Tal es lo que hicieron Bets y los demás.

—¿Insinúas que aquel cortejo en que iba Ern estaba formada por Bets y tus amigos, disfrazados? —balbuceó el pobre señor Goon, recobrando el habla al fin—. ¿Y la Sombrilla de Ceremonial?

Fatty no pudo menos de ruborizarse.

—Pues... era simplemente un parasol de mi madre —declaró—. Ya le he dicho que fue todo una broma, señor Goon. Ern se presentó de improviso mientras mis amigos se disfrazaron, y ya sabe usted cómo es... se tragó todo el cuento de la princesa y de su azafata y compañía. Salimos a comprar unos helados... y entonces lo encontramos «a usted».

De pronto, el señor Goon lo comprendió todo, desconcertado de horror. ¡Pensar que se lo había contado al Inspector Jefe de pe a pa! ¿Cómo saldría de «aquel lío»? Olvidando la presencia de Fatty, el infeliz sepultó la cara entre las manos con un gemido.

Fatty estaba pasando un mal rato. No simpatizaba en absoluto con el señor Goon, pero sentía haberle metido involuntariamente en aquel humillante aprieto.

—Oiga usted, señor Goon —aventuró el muchacho—. Reconozco que fue una desagradable casualidad que el príncipe Bongawah desapareciese justamente después de nuestra broma de hacer pasar a Bets por su hermana. Se lo he contado al Inspector Jenks. Está tan enfadado conmigo como usted, pero comprende que fue una simple coincidencia... una desdichada casualidad. Todos lo sentimos mucho.

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