Misterio de los mensajes sorprendentes (7 page)

—¡Oh!, se equivoca usted —replicó vivamente la viejecita—. Aquí no hay ninguna señorita Smith. Vivimos solos mi esposo y yo. Pero espere un momento que mi esposo se acerca y quizás él conozca a algún Smith por aquí cerca. Querido, ven un momento, ¿quieres?

Apareció un viejecito simpático, con una cara amable, pero muy arrugada y ojos centelleantes. Fatty al momento se sintió atraído hacia el viejecito. Su esposa lo repitió la que Fatty le había dicho.

—¿La señorita Annabella-Mary Smith? —repitió—. No, no conozco a nadie por este nombre en esta calle. Nosotros hemos vivido mucho tiempo en la gran casa que está contigua a ésta, sabes, y conocíamos a todo el mundo en el distrito, pero la casa era demasiado grande para nosotros y nos mudamos a ésta, que es más reducida, pero muy cómoda y agradable. Era la casita de nuestro jardinero.

—¿No se la conocía antes por «Las Yedras»? —inquirió Fatty, algo esperanzado.

El señor Smith, moviendo la cabeza, contestó:

—No. Siempre la he conocido como «La Cabaña». Lo siento, pero no puedo darle mejores informes.

—Y yo siento de veras también el haberlos molestado —dijo Fatty, descubriéndose muy cortésmente para despedirse muy contento de haber encontrado a esta pareja de viejecitos. Regresó al lugar donde había dejado a Bets y le explicó todo lo sucedido.

—Me he sentido bastante ruin y despreciable molestando a esos viejecitos tan agradables —dijo soltando a «Buster», que retenía todavía en sus brazos—. Nada, aunque se llaman Smith y viven en una casa cubierta de yedra, no pueden tener ninguna relación con ese Smith que se cita en las notas. El lugar se ha llamado siempre «La Cabaña» y no «Las Yedras». Continuemos nuestras investigaciones, Bets. Tengo unas ganas locas de saber qué es lo que el resto de la pandilla ha logrado descubrir.

Bets y Fatty estaban asombrados al comprobar que no había otras casas recubiertas con yedra por las calles y avenidas que recorrieron.

—La yedra debe de estar pasada de moda —dijo Bets—. Abundan las casas por cuyas paredes trepan rosas, jazmines y toda clase de enredaderas, pero ni una sola con yedra. Hemos de considerar que la yedra es una planta de un verde que por ser tan oscuro resulta bastante feo para cubrir una casa con ella, cuando hay otras plantas mucho más bonitas para hacer crecer pegadas a las paredes. ¿Qué hora es, Fatty?

—Ya es hora de que nos reunamos con el resto —contestó Fatty mirando a su reloj—. Vamos a ver qué es lo que han logrado. Seguramente más que nosotros y así lo espero. Aunque no quedaremos tan mal, pues hemos encontrado nuestra casa y a un hombre llamado Smith, aunque sus trazas no son las de ser el Smith por quien nos interesamos.

Y se dirigieron a la esquina que se tomó como punto de cita con los demás. Larry y Daisy estaban ya allí, esperando pacientemente. Ern y Pip llegaron muy poco despues, y Ern haciendo como siempre sus muecas, que tanto hacían reír a sus compañeros.

—¿Hubo suerte? —preguntó Fatty.

—No estamos del todo seguros —contestó Pip—. Pero mejor que nos fuéramos a tu cobertizo, Fatty. No podemos hablar aquí. Tenemos que leer y contrastar notas, para ver si hemos logrado algo que nos sea útil para nuestro propósito, y aquí llamaríamos demasiado la atención.

CAPÍTULO VII
PIP Y ERN OBTIENEN ALGUNA INFORMACIÓN

Pronto los seis se encontraron de nuevo sentados en el cobertizo de Fatty y junto a ellos el inseparable «Buster» correteando afanosamente a su alrededor. Fatty sacó algunas galletas de chocolate y al momento «Buster» se sentó a su lado, con sus orejas bien tiesas y con una cara que pedía para él algún cachito de aquellas golosinas.

—No, «Buster». ¿Ya has visto la cara de goloso que pones? —le dijo Fatty, reprendiéndole, a lo que el perro contestó con algunos ladridos.

—Fíjate, Fatty, lo que te contesta el perro: ¡Ya os habéis mirado la vuestra, que me ganáis en lo de golosos! —dijo Bets con una estridente sonrisa—. Yo no quiero más que una, gracias. Dentro de poco será la hora de comer, y hoy tenemos budín de carne y riñones y quiero conservar mi buen apetito para hacer los honores a este guiso.

—Bien, ¿alguna novedad? —preguntó Fatty, sacando su bloc de notas.

—Dinos primero las tuyas —dijo Pip.

—No es mucha cosa —explicó Fatty—. Bets y yo hemos encontrado una gran casa recubierta de yedra, llamada «Granja Barton», en la avenida Hollins. La yedra la cubre casi hasta el tejado. Tendremos que averiguar si es que tiempo antes se llamó «Las Yedras». Hemos encontrado también una casita que no tiene nombre, en el número veintinueve de la avenida Jordans y sus inquilinos se apellidan Smith.

Al oír esto se quedaron todos sorprendidos.

—¡Dios mío!¿Y quieres decir que no habéis encontrado la casa en cuestión y con la gente que buscamos? —inquirió Larry, asombrado.

—No. Por lo que parece, la casa estaba destinada al jardinero de la gran mansión que está a su lado y siempre se la conoció por «La Cabaña» y nunca por «Las Yedras» —explicó Fatty—. Y los Smith no eran los Smith que nosotros buscamos. ¡Nos hemos llevado un verdadero chasco! ¿Qué habéis visto vosotros? —preguntó a Larry y Daisy.

—No hemos encontrado nada en absoluto —contestó Larry—. Solamente una casa recubierta de yedra hasta el mismo tejado; por tanto, debe de ser muy antigua...

—Pero su nombre es Fairlin Hall —continuó Daisy—. Estaba deshabitada. Entramos por el sendero que conduce desde la verja del jardín hasta la puerta de la casa, porque desde la verja no la podíamos ver bien. Se nos hubiese tenido que ocurrir que estaba deshabitada porque fuera, en la verja, había un gran cartel que decía: «EN VENTA.»

—Tenía el aspecto formidable de un caserón muy antiguo —siguió Larry—. Grandes columnas de piedra frente a la puerta principal y pesados balcones que sobresalían por todas partes. Yo me digo si es que hubo alguien que algún día ya muy lejano se asomó por aquellos majestuosos balcones de piedra.

—Tenía un aspecto tan solitario y fúnebre —interrumpió Daisy—, que en verdad sentí escalofríos. Me recordó aquel pasaje del poema: «Todas mis ventanas claveteadas». Parecía como si las ventanas tuvieran su vista fija en nosotros con la esperanza de que fuéramos a vivir allí y a ponerles cortinas a las destartaladas ventanas y a encender las lámparas de los interiores.

—Pero nos marchamos; primeramente, porque se llamaba Fairlin Hall, y como además estaba deshabitada, desde luego era seguro que no podía haber allí ningún Smith —terminó Larry.

—A ver. Los siguientes —dijo Larry, dirigiéndose a Ern y Pip— ¿Qué nos traéis vosotros de nuevo?

—Nosotros hemos encontrado dos casas recubiertas con yedra —explicó Pip—. Una de ellas creemos que realmente valdría la pena de inspeccionarla por dentro. Tanto Ern como yo estamos de acuerdo en que ésta podría muy bien ser la casa que buscamos.

—¡Ah, esto ya son mejores noticias! —exclamó Fatty—. Explícate, explícate, Pip.

—Pues bien, Ern encontró la primera —se explicó Pip viendo que Ern había sacado su bloc de notas y echado una mirada de súplica, ávido de que le permitieran meter «baza» en el debate.

—Se llama «Pabellón de Deán», y está situado en la avenida Bolton —continuó Ern con voz reposada y echando de cuando en cuando un vistazo a las notas que tenía escritas en su bloc, y tal y como lo había visto hacer a su tío—. La yedra la cubría hasta el tejado; mejor dicho, casi hasta el tejado, y no estaba deshabitada como la otra de la que Pip os ha hablado. Había gente viviendo en ella.

—¿Apellidado Smith? —inquirió Bets con ansiedad.

—No, desgraciadamente no —aclaró Ern mirando insistentemente a su bloc de notas como si tuviera que leerse una lista interminable de nombres—. Pip y yo estuvimos de acuerdo en que la casa que buscábamos debía de estar en un lugar como aquél y que sus primeros ocupantes debieron de llamarle «Las Yedras». Esto nos decidió a ir a preguntar si es que vivía alguien allí llamado Smith.

—¿Y fue así? —interrumpió bruscamente Fatty.

—No. El lechero vino exactamente cuando íbamos a entrar, y se lo preguntamos a él —aclaró Ern—. Yo le dije: Oiga, amigo. ¿Vive alguien aquí que se llame Smith? Y nos contestó que no, que el inquilino que habitaba la casa era un tal Willoghly-Jenkins o algún nombre por el estilo y que estaba viviendo en la casa desde hace unos dieciséis años y que durante todo este tiempo él les había estado llevando la leche sin faltar ni un solo día, excepto dos de vacaciones que se tomó para su boda con su luna de miel incluida.

Le reunión en pleno tuvo que soltar la carcajada a esta nueva ocurrencia del chistoso Ern, que sabía muy bien donde poner una pizca de su graciosa salsa en sus narraciones.

—Ahora explícate tú, Pip —le dijo Ern cerrando su bloc de notas.

—La casa que yo he localizado se halla en la callejuela Haylings —empezó Pip, leyendo su bloc de notas—. No es ni muy grande ni muy antigua. En realidad, lo que anteriormente había sido una casa, lo han convertido hoy en medio tienda y medio vivienda y sobre su verja hay un cartel que dice: «Smith y Harris, Jardineros. Se venden plantas y arbustos.»

—¡Smith y Harris! —exclamó Fatty inmediatamente—. ¿Y decís que la casa está cubierta de yedra?

—Cubierta no es la palabra justa —siguió Pip—. Tiene una variedad de yedra jaspeada que crece por las blanqueadas paredes de la casa alcanzando una altura aproximadamente a la mitad de las mismas. Las hojas eran verdes y amarillas. Realmente es una variedad de yedra, muy poco corriente. A nosotros se nos ha ocurrido que, dado que Smith y Harris cultivan arbustos y otras plantas, probablemente habían plantado ellos una de sus variedades para cubrir la casa. Ahora bien, el lugar «no» es conocido por «Las Yedras», sino simplemente por «Jardinería Haylings». Supongo que han dado a la jardinería el nombre de la calle, pues ya os he dicho que está en la calle Haylings.

—Sí —dijo Fatty muy pensativo y después de algunos minutos de silencio, añadió—: Pip, no puedo dejar de pensar que «tu casa» es la que más se parece a la que buscamos. Fíjate bien; tiene yedra en las paredes, uno de los propietarios es un Smith y posiblemente haya sido conocida por «Las Yedras» antes de que ellos la adquirieran o alquilaran.

—Y ahora, ¿qué hemos de hacer? —preguntó Ern, ansioso—. ¡Repato! ¡Cuánta cosa no se explicaría mi tío si el supiera todo lo que hemos estado haciendo esta mañana!

—Demos un rápido repaso sobre las notas que tenemos acerca de las casas recubiertas con yedra —indicó Fatty—, y fijémonos bien cuáles son las que podemos rechazar definitivamente y cuáles las que verdaderamente interesan para continuar con nuestras pesquisas. Empecemos por la de Bets y la mía.

Y repasando rápidamente los apuntes leyó: «Granja Barton», en avenida Hollins. Cubierta de yedra. Supongo que sería mejor investigar si alguien llamado Smith la habitó y si, algún día, fue conocida por «Las Yedras». A continuación repasó lo anotado sobre la casa de la avenida Jordans, pero ya se había desechado porque nunca se la había conocido por «Las Yedras». A continuación la casa llamada Fairlin Hall, que Larry y Daisy habían encontrado, pero está deshabitada y por tanto no interesa.

—No queda más que la Jardinería Haylings, habitada por «Smith» y Harris —dijo Pip—. Yo propongo que investiguemos sobre la jardinería. Si no es la que nos suponemos, continuaremos las investigaciones sobre la Granja Barton en la avenida Hollins, que encontraste tú, Fatty, yendo con Bets.

—Yo procuraré saber si es que mi madre conoce a los que viven en la granja Barton —dijo Fatty—. Hace ya tanto tiempo que vive en Peterswood que prácticamente conoce a todo el mundo. Se lo preguntaré. ¡Caramba! ¿Sabéis qué hora es? ¡Vámonos todos a comer y aprisa, porque si no llegaremos tarde y os veo todos castigados de cara a la pared!

—¡Oh, Dios mío! —exclamó Ern con verdadero pánico—. ¡Qué va a decir mi tío si es que llego tarde! ¡Y tiene que pagarme mi primera media corona a la hora de la comida! ¡Me voy como una flecha! ¡Adiós a todos!

Y salió a todo correr de su bicicleta seguido de Larry y del resto, que también echaron a correr, a toda velocidad.

—¡Ya os telefonearé más tarde! —les gritó Fatty y se metió en su casa, pensando: «¡Qué aprisa pasa el tiempo cuando hay que hacer trabajos de detective!»

Se lavó las manos y se peinó un poco antes de entrar en el comedor, donde encontró ya a su madre justo en el momento en que se sentaba a la mesa.

—Lo siento, madre, me he retrasado unos segundos —se excusó Fatty, deslizándose en su silla.

—Tendré una agradable sorpresa al día en que te decidas a ser puntual —le reprendió su madre—. ¿Qué has estado haciendo esta mañana?

—Hemos estado rondando por los alrededores —contestó Fatty—. También hemos salido un poco en bicicleta. Por cierto, ¿podrías decirme quiénes son los que viven en la Granja Barton? Aquel caserón de la avenida Hollins.

—¿Granja Barton? Déjame que lo piense un momento —dijo su madre—. Los Ford fueron los primeros que conocí viviendo allí, pero el viejo Ford se murió y su viuda se fue a vivir con su hijo. Después vinieron los Jenkins, pero perdieron todo su dinero y se marcharon. Los George vinieron luego, pero... ¿qué les ocurrió? ¡Ah, sí; ya lo recuerdo!, dejaron la casa precipitadamente porque les ocurrió algún contratiempo desagradable...

—¿Y entonces vinieron los Smith? —interrumpió Fatty, muy esperanzado de que así fuera.

—¿Los Smith? ¿Qué Smith? —inquirió su madre, sorprendida.

—¡Oh! En realidad no lo sé —contestó Fatty—. Pero el que ahora vive allí, bien podría ser alguien llamado Smith, ¿verdad?

—No. Nada de «Smith» —dijo la madre muy segura de sí misma—. Sí, ahora recuerdo; es la anciana señora Hammerlit. Yo no la conozco. Sé que está postrada en la cama, la pobre viejecita. Pero, ¿por qué tanto interés por la Granja Barton, Federico?

—He estado interesado, pero ahora ya no lo estoy —le contestó Fatty, desilusionado al ver que no eran «Smith» los que habitaban la granja—. Madre, me supongo que no conoces, aquí en Peterswood, ninguna casa, ningún lugar que tiempo atrás se le conociera por «Las Yedras», ¿verdad?

—Federico, ¿qué es todo este asunto? —preguntó su madre sospechando algo—. ¿No estarás de nuevo mezclado en algún asunto raro, verdad? No me gustaría que viniera otra vez ese desagradable señor Goon con alguna queja contra ti.

—No, madre, no tendrás ninguna queja de mí —contestó Fatty un poco impaciente—. Pero no me has contestado a mi pregunta. ¿Es que en algún tiempo, hubo en Peterswood alguna casa llamada «Las Yedras» y que hoy figura con otro nombre? A nosotros nos han dicho que hubo una, pero, por lo visto, nadie la conoce en la actualidad.

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