Misterio de los mensajes sorprendentes (13 page)

Y en cuanto hubo pronunciado estas palabras, el viejo Grimble empezó a sollozar ante las miradas atónitas de los muchachos y reanudó su trabajo.

—¡Vámonos! —dijo Fatty, impresionado—. ¡Vámonos de prisa!

CAPÍTULO XIII
EL SEÑOR GOON ESTA ORGULLOSO DE Sí MISMO

Los cinco muchachos murmuraron un adiós muy quedo al anciano, que no se dio por enterado.

Era indudable que los sucesos que acababa de relatar se habían grabado de manera tan indeleble en su mente que todavía, después de tantos años, no se había recuperado.

Todos ellos compadecieron al pobre jardinero y compartieron su tristeza; incluso Bets notó que sus ojos se humedecían.

—No debimos preguntarle nada de eso —comentó la muchacha—. ¡Hasta me siento responsable de su pena!

—Bueno, pero es que no podíamos suponer que se lo tomaría de esta manera —replicó Fatty, bastante preocupado.

Luego añadió:

—De todas maneras lo importante es que teníamos razón al pensar que Fairlin Hall antes se llamaba «Las Yedras». Ahora me gustaría saber qué disparates hizo ese Wilfrid Hasterey hasta conseguir tan mala fama, conocida en todo el país y que llegara hasta el límite de que sus padres tuvieran que vender la mansión.

—Mejor será averiguarlo —dijo Larry.

—Pero ¿cómo? —preguntó Pip.

—Lo más conveniente será preguntar al superintendente Jenks —contestó Fatty—, y si nos explica algo de lo que ocurrió es posible que aportemos algunos datos valiosos para el esclarecimiento del misterio de tantos anónimos.

Bets y los demás escuchaban atentamente las explicaciones de Fatty, pues estaban interesados en saber su verdadera opinión.

—Está claro —continuó— que ese escritor anónimo quiere echar a Smith de Fairlin Hall y al mismo tiempo no dudo que el mismo individuo ha estado durante muchos años sin tener contacto con la mencionada Fairlin Hall, puesto que a esta casa le cambiaron el nombre ¡hace veinte años! ¡A esto le llamo yo un buen misterio!

—Llama al «Super» por teléfono en cuanto llegues a casa —dijo Larry—. ¡Dios mío, si es casi la una! ¡Vámonos, Daisy, que llegaremos tarde a comer!

Fatty fue hacia su casa, ensimismado con sus pensamientos. Había muchas preguntas que no tenían contestación en este dichoso misterio. Por ejemplo: ¿quién escribía estas notas? ¿Cómo las colocaba, sin ser visto y donde Goon tuviera que encontrarlas necesariamente? ¿Cómo es que desconocía que habían cambiado el nombre de «Las Yedras» por el de «Fairlin Hall» hacía tantos años? Y finalmente, ¿por qué Smith tenía un apellido falso aparentemente?

«Demasiados misterios esta vez», pensó, mientras pedaleaba con rapidez camino de su casa.

«Ha llegado el momento de investigar con el superintendente; le telefonearé inmediatamente después del almuerzo», se dijo para sí.

A eso de las dos le llamó, esperando que el «Super» habría terminado de almorzar, lo mismo que él, pero por desgracia había salido en misión de servicio al norte de Inglaterra. Su ayudante, que sabía algo de las aficiones detectivescas del muchacho, estuvo muy simpático, pero no se ofreció a ayudarle.

—Vaya a ver al señor Goon —sugirió—. Seguramente podrá ayudarle y además creo, señor Federico, que esto es lo que debe hacer. Precisamente el señor Goon nos ha dado detalles sobre unos anónimos llegados a su casa y si usted sabe algo al respecto, su deber es comunicárselo tan pronto como le sea posible. Sin embargo, cuando vuelva el superintendente, le informaré de su llamada, aunque espero no esté de vuelta en varios días.

Realmente esto era un contratiempo. El chico colgó el teléfono, al mismo tiempo que gimió. ¡Sopla! ¡Ahora tenía que ver al señor Goon! porque al «Super» no le complacería saber que retenía la información simplemente porque no eran muy amigos el policía y él. Se sentó meditando el problema.

«Bueno, no tengo otra solución, así que mejor será terminar de una vez», pensó el muchacho.

Y tomando la bicicleta se fue directamente a casa del policía, pensando que éste se aprovecharía de sus descubrimientos sin derecho alguno.

—De todas formas no le diré cómo he conseguido esta información —dijo en voz alta, un tanto irritado.

Fatty sabía perfectamente que Goon asumiría para sí el mérito de haber descubierto la mayoría de datos del mismo para presumir ante el superintendente.

En esto llegó a la casa del señor Goon y llamó a la puerta con los nudillos.

La señora Hicks abrió, soplando, como de costumbre, como si acabara de correr los cien metros libres.

—El señor Goon no está —explicó—, pero Ern se encuentra aquí. ¿Quieres verle? Está arriba, en su habitación, vigilando desde la ventana. Hemos recibido otro anónimo de esos... esta mañana.

Esta noticia gustó a Fatty, que subió las escaleras de dos en dos, entrando en la habitación de su amigo, que estaba sentado cerca de la ventana mirando fijamente la parte trasera de la casa.

—Oí tu voz, Fatty —dijo Ern, sin volver la cabeza—. Hemos recibido otra nota esta mañana, ¡estaba pegada en la cuerda de tender la ropa!

—¿Qué está justamente en el centro del patio? —preguntó Fatty, atónito—. ¡Este individuo es increíblemente osado! ¿Supongo que nadie le vio?

—No —contestó Ern—, pero nadie estaba vigilando; es una nota muy divertida. Esta vez no habla de «Las Yedras», sino de «Fairlin Hall». Textualmente dice: «Pregunta a Smith, en «Fairlin Hall», cuál es su verdadero nombre.» ¿Qué te parece?

—¡Ah, ah! De modo que al fin nuestro personaje anónimo se ha enterado de que «Las Yedras» ha cambiado de nombre —dijo Fatty—. ¿Por este motivo tu tío ha salido como una exhalación hacia «Fairlin Hall», me equivoco?

—Estás en lo cierto —contestó Ern—, y además no le ha hecho mucha gracia haber metido al señor Smith en este lío. Tampoco sabe que estuviste esta mañana con la señora Smith y que sacaste buena información.

—¡Pobre señor Smith! —exclamó Fatty—. No me gustaría estar en su lugar cuando tu tío empiece a interrogarle. Lo mejor será esperarle hasta que vuelva, ¿no te parece, Ern? Tal vez traiga buenas noticias. ¡Repato! ¡Pensar que hemos trabajado tanto para averiguar que «Las Yedras» y «Fairlin Hall» son una misma casa y luego a Goon le sirven en bandeja la misma información en una de esas notas!

De pronto se oyó un grito que, al parecer, procedía del piso inferior, el cual hizo que los dos amigos se levantaran de un salto.

—Es la señora Hicks —dijo Ern.

Los dos chicos echaron a correr escaleras abajo, encontrándose a la pobre mujer tumbada sobre una silla, abanicándose con un trapo, presa del mayor nerviosismo.

—¿Qué ocurre? —preguntó Ern.

—¡Otra nota! —casi gritó la sirvienta—. Al entrar en la despensa encontré otro papel, que posiblemente tiraron por la ventana sobre el pescado.

La mujer daba muestras de histerismo, y para calmarla Ern dijo:

—No se preocupe, señora Hicks, inmediatamente voy a buscarlo.

Fatty se adelantó al muchacho. Miró al interior, desde la puerta abierta y vio el sobre cuadrado sobre un plato de pescado, junto a la ventana. Lo abrió, aun a sabiendas de que debía esperar al señor Goon, y leyó:

«¿DESCUBRISTE ALGO SOBRE SMITH, CABEZA DE CHORLITO?»

—¿Cuándo fue a la despensa por última vez, señora Hicks? —preguntó Fatty.

—Hace unos veinte minutos —contestó—, pero entonces la nota no estaba allí. Juro que no estaba, porque saqué algo de pescado para el gato y puse el plato nuevamente en la repisa.

—No ha podido colocarla en esos veinte minutos —saltó Ern—. Usted sabe perfectamente que estuve vigilando desde la ventana durante esta última hora.

—¡Ah!, pero tu amigo subió a verte —dijo la sirvienta—, seguramente aprovecharían este momento en que hablabas con Fatty y por lo tanto no vigilabas.

—Nada de eso; estaba vigilando y no quité los ojos del patio en ningún momento, ¿no es verdad, Fatty? —replicó Ern, disgustado.

—Bueno, pero oí cómo hablabas con tu amigo, y cuando la gente habla no puede vigilar al mismo tiempo. ¡Ya arreglarás cuentas con tu tío! —amenazó la señora Hicks.

—No me explico cómo este mensajero se pasea arriba y abajo del patio, tan tranquilo —comentó Fatty.

Y añadió:

—Desde luego, tenía que saber que Ern estaba al acecho y además podía verle en la ventana de su habitación. Esto quiere decir que este individuo se escondió en algún lugar y esperó el momento oportuno para colocar el anónimo.

—Eso es —exclamó la señora Hicks—. ¡Rápido como un mono debe de ser! La verdad es que nunca he logrado verle, aunque en un par de ocasiones me ha parecido oírle. Estoy muy asustada...

—Aquí está mi tío —dijo Ern nerviosamente—, ¡repato!, espero que no se enfade conmigo cuando se entere que nos han dejado una nota estando además yo de centinela.

El policía entró silbando suavemente.

—¡Orgulloso de sí mismo! —exclamó Ern, mirando a Fatty.

Goon entró en la cocina, llamando a la señora Hicks.

—Señora Hicks, una taza de té, por favor —pidió.

Una vez en la cocina, y al darse cuenta de la presencia de Fatty, exclamó:

—¡Hola, Federico! ¿Qué te trae por aquí?

Y echando una mirada inquisitiva a Ern, añadió:

—¿Por qué no estás vigilando desde la ventana?

—Verás..., resulta que la señora Hicks ha encontrado otra nota, tío —contestó, temeroso el muchacho—. Ella gritó y entonces Fatty y yo bajamos para ver qué pasaba.

—Bueno, de todas formas ya no habrá más notas —dijo Goon—, por lo menos desde que nuestro personaje se entere de que el viejo Smith se ha marchado de «Fairlin Hall». ¡Le he ordenado que se vaya hoy mismo!

—Pero ¿por qué, señor Goon? —Fatty estaba preocupado al pensar que la pobre señora Smith se habría ido con su marido enfermo.

—Pasad al despacho —ordenó Goon, al que se le notaba un aire de suficiencia.

El policía entró en el mencionado despacho, adoptando una postura de superioridad y, dirigiéndose a Fatty, exclamó:

—Será muy constructivo para ti, Federico, oír cómo la policía trabaja y soluciona los problemas en un santiamén.

Los dos chicos le siguieron, dejando a la señora Hicks sola en la cocina con cara de preocupación.

—¡Sentaos! —dijo imperiosamente Goon.

Ambos hicieron lo que les ordenaba, al mismo tiempo que Goon se recostaba en su sillón, juntando las manos. Miró fijamente a los chicos durante un instante con expresión irritante al tiempo que decía:

—Bien, actuando de acuerdo a una información recibida, fui a «Fairlin Hall» que, por cierto, no creo sepas que en otro tiempo se llamó «Las Yedras» —empezó el policía— y allí encontré a ese sujeto llamado Smith, del que hacen mención en esas notas. Su mujer trató de entorpecer mi labor, pues dijo que su marido estaba enfermo y que no debía molestarle. ¡Decirme esto a mí! —gruñó Goon.

Hizo una pausa y continuó:

—Así es que le dije que no estaba dispuesto a aguantar ninguna impertinencia y la empujé a un lado.

—¿Es posible que hiciera eso? —interrumpió Fatty, alarmado al pensar que la señora Smith hubiera sufrido algún manotazo del fornido policía.

—Bueno, apartarla, si quieres que te lo diga de otra manera —graznó Goon—; una vez dentro encontré a Smith en la cama haciendo ver que estaba enfermo. Le ordené levantarse, y como se resistiera le dije: «¿A qué viene esta mascarada de usar nombre falso? ¿Me lo puede usted decir? ¡Ande, explíquemelo!»

Goon hizo una pausa a propósito para que los dos amigos pudieran llenarla con alguna exclamación admirativa hacia su comportamiento con los Smith, pero como nadie dijo «esa boca es mía», continuó sin dejar de perder su aire pedante.

—En aquel momento la mujer se agarró a mi brazo y empezó a sollozar. Como era natural cantaron de plano; ella dijo que su apellido no era Smith, sino Cauley, lo cual me hizo recordar... ¡Cauley! ¡Vaya un granuja! Me acordé perfectamente de Cauley, un sujeto que vendió los planos secretos de un avión de guerra de fabricación inglesa al enemigo. Después estuvo en la cárcel muchos años, y cuando salió tenía que presentarse tan a menudo a la policía que decidió cambiar su verdadero apellido por otro falso y ¡desaparecer! Desde luego, ayudado por su mujer; ella lo esperó mientras estaba en la prisión.

Fatty estaba muy disgustado por la narración de Goon y no lo disimulaba. Éste, entusiasmado con su perorata, continuó:

—Les dije que hicieran las maletas y salieran en seguida y añadí: «No podemos tener gente de su «calaña» ocupando un puesto de tanta responsabilidad como el que desempeña un guarda.»

—Pero, sin duda alguna, el señor Smith estaba enfermo y su mujer es una anciana y para colmo son muy pobres —explotó Fatty.

—¡Enfermo!, eso es lo que dice, pero es posible que te engañe; en cambio a mí, ¡ni pensarlo! —replicó Goon convencido.

Se serenó y prosiguió:

—Mañana tiene que presentarse aquí y acabaremos de ultimar los detalles, porque ahora sabemos el significado de esas notas.

—No, no lo sabemos —replicó Fatty, negando con la cabeza—, simplemente todo lo que conocemos es que alguien odia al viejo Smith y desea que le hagan salir de «Fairlin Hall» y además ignoramos la verdadera razón de todo esto. Sin duda tiene que existir un motivo justificado.

—Se te van a secar los sesos, muchacho —dijo Goon—. No hay ningún misterio, no pretendas otra cosa. Deberías sentirte afortunado de haber podido escuchar el final de todo lo referente a «Yedras, Smith y secretos». ¡Está todo tan claro como la luz del día, y gracias a mí!

Dichas estas últimas palabras, súbitamente se volvió a Ern y le dijo:

—Puedes marcharte a tu casa, porque no se necesitan hacer más vigilancias. Aunque no sé quién es el que envía estas notas, no me importa. He echado el guante a un hombre que la policía está interesada en no perderle de vista y ¡no me cabe duda que el superintendente estará contento! Y yo obtendré otra Carta de Recomendación, ¡ya lo veréis!

—¡Es posible, pero no la conseguiría si dependiera de mí —dijo Fatty levantándose—. No tiene ningún derecho a tratar tan duramente a una pobre mujer y a un hombre enfermo. Además, permítame que le diga esto: Usted cree que el misterio está solucionado; sin embargo se equivoca del todo. A usted nunca se le secará el cerebro, señor Goon, ¡no lo utiliza lo suficiente!

CAPÍTULO XIV
FATTY ES DE GRAN AYUDA

Nuestro protagonista salió del despacho del policía muy ofendido, sin prestar la menor atención a los improperios que le dedicaba el señor Goon. Al mismo tiempo, Ern le seguía sin saber qué posición tomar.

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