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Authors: Drew Karpyshyn

Tags: #ciencia ficción

Mass Effect. Revelación (10 page)

Normalmente, Edan no solía reunirse directamente con los mercenarios a los que contrataba. Prefería trabajar a través de representantes e intermediarios para mantener oculta su identidad (y también para evitar relacionarse con aquellos que estaban socialmente por debajo de él). Pero el hombre al que iba a contratar esta noche insistía en reunirse con él en persona. Edan no tenía la intención de traer a un cazarrecompensas a su casa… ni de reunirse a solas con él. Así que se puso esa ropa anodina, salió de su mansión y recorrió cientos de kilómetros en su avión privado hasta las afueras de la ciudad hermana de Ujon, al otro extremo del desierto. Pasaría la noche en un frío y polvoriento almacén lleno de soldados de alquiler sentado en una silla que le estaba dando dolor de espalda y le entumecía las piernas. ¡Y el cazarrecompensas llegaba con más de una hora de retraso!

Aunque ya no podía cambiar de idea. Estaba metido en el asunto hasta el fondo. Los Soles Azules del almacén conocían su identidad; tendría que mantenerlos a su lado como guardaespaldas personales hasta que este trabajo acabara. Era el único modo de asegurarse de que no revelaran su identidad al resto del equipo. Lo que había ocurrido en Sidon iba a llamar la atención y Edan no podía arriesgarse a que alguien descubriera que estaba implicado. También necesitaba asegurarse de que no quedaran cabos sueltos que pudieran relacionarle con el ataque, motivo por el que había accedido a este encuentro.

—Ya está aquí. —Edan se sobresaltó ligeramente al oír la voz. Uno de los Soles Azules, un conciudadano batariano, se había situado silenciosamente tras él, lo bastante cerca para poder susurrarle al oído.

—Hacedle pasar —replicó, recobrando rápidamente la compostura. El mercenario asintió y salió de la habitación mientras su patrón se ponía en pie, agradecido por abandonar la incómoda silla. Un instante después, apareció al fin el invitado de honor.

Sin duda, era el krogan más imponente que Edan hubiera visto jamás. De dos metros y medio de altura y casi doscientos kilos, sin ser enorme, era grande incluso comparado con el estándar de su especie. Como todos los krogan, tenía la parte superior de su espina dorsal ligeramente curvada, lo que le hacía parecer jorobado. Los grandes volantes de hueso y carne escamada que, como un grueso caparazón del que sobresalía su cabeza roma, le crecían en el dorso de la espalda, el cuello y los hombros realzaban aún más éste efecto. Unas láminas ásperas y curtidas le cubrían la nuca y la coronilla del cráneo. Sus rasgos eran rotundos y bestiales, casi prehistóricos. Carecía de oídos o nariz visibles y los ojos, aunque brillaban con cruel astucia, eran pequeños y estaban bastante separados entre sí a ambos lados de la cabeza.

Un krogan podía vivir varios siglos; con la edad, su tez se tornaba oscura y sin brillo; la piel de éste estaba moteada en tonos broncíneos, sin apenas rastro de las manchas verdes y de amarillo pálido comunes entre los miembros más jóvenes de la especie. Una maraña de cardenales y cicatrices descoloridos se entrecruzaban a lo largo del rostro y la garganta, antiguas heridas de batalla que desfiguraban sus rasgos, como si todas sus venas estuvieran a punto de reventar bajo la superficie de la piel. Llevaba un blindaje corporal ligero, pero no llevaba armas; de acuerdo con las órdenes previas de Edan, se las habían retirado en la entrada. A pesar de ir desarmado, seguía irradiando un aura de amenaza y destrucción.

Caminaba con una extraña y pesada elegancia, como si fuera una fuerza de la naturaleza, retumbando por el suelo del almacén, despiadado e imparable. Cuatro Soles Azules lo escoltaban, dos a cada lado. Estaban ahí para intimidar al cazarrecompensas y disuadirle de responder agresivamente si las negociaciones iban mal. Aunque estaba claro que eran ellos los que se sentían intimidados. Su tensión podía palparse a cada paso; se comportaban como si estuvieran al borde de un volcán a punto de entrar en erupción. Uno de ellos, un joven humano, que llevaba tatuado un sol azul sobre el ojo izquierdo, no dejaba de llevarse la mano a la pistola que portaba a un lado, como si, con el simple hecho de tocarla, intentara reunir coraje.

Edan habría encontrado divertido este desasosiego si su protección no hubiera dependido de ellos. El batariano decidió que haría todo lo que estuviera en su mano para asegurarse de que la reunión fuese como la seda.

A medida que el krogan se aproximaba, sus labios se retiraron hacia atrás, dejando ver sus dientes serrados… o puede que fuera una sonrisa. Se detuvo a unos pasos de distancia, todavía flanqueado a cada lado por los cuatro mercenarios.

—Me llamo Skarr —gruñó, con una voz tan profunda que emitió vibraciones que rebotaron por todo el suelo.

—Soy Edan Had’dah —respondió el batariano, ladeando ligeramente la cabeza a la izquierda, una muestra de respeto y admiración entre su especie. Skarr respondió ladeando la suya, aunque la inclinó a la derecha: una manera de saludar que solía ir dirigida a los subordinados.

Edan no pudo evitar sentirse irritado. O bien Skarr estaba insultándole o bien no comprendía el sentido del gesto. Eligió proceder como si se tratara de esto último, a pesar de que, por lo que sabía de él, muy posiblemente fuera lo primero.

—No suelo acceder a reunirme con la gente a la que contrato —explicó—. Pero en su caso he decidido hacer una excepción. Según su reputación, sus habilidades bien merecen transgredir las reglas.

Skarr rechazó el cumplido con un desdeñoso gruñido.

—Según la suya, creí que iría mejor vestido. ¿Está seguro de poder costear mis servicios?

Por la habitación sonaron unos murmullos de indignación provenientes del resto de batarianos. En su cultura, cuestionar la capacidad financiera de alguien superior en la escala social era un gran insulto. Una vez más, Edan se preguntó si no estaría haciéndolo a propósito. Afortunadamente, estaba acostumbrado a tratar con las especies menos cultivadas de la galaxia y no iba a contratar a Skarr por sus conocidos «buenos modales».

—Puede estar seguro. Dispongo de suficientes fondos para pagarle —respondió con voz tranquila e imperturbable—. Es un trabajo fácil.

—¿Tiene algo que ver con la base de Sidon?

Los ojos interiores de Edan parpadearon una vez, mostrando su sorpresa. Negociar era una danza sutil de falsedades y equívocos; cada una de las partes ocultaba secretos a la otra en un intento de llevarse el gato al agua. Y Edan acababa de meter la pata. Su reacción involuntaria había revelado un hecho que pretendía mantener oculto… si es que el krogan era suficientemente listo para pillarlo.

—¿Sidon? ¿Qué le hace pensar eso? —preguntó manteniendo una voz cuidadosamente neutra.

Skarr encogió los enormes hombros.

—Una intuición. Y mi precio acaba de subir.

—Su implicación sólo requiere que encuentre y elimine al objetivo —contraatacó Edan. Su voz no dejó traslucir nada, aunque por dentro se maldecía en silencio por haber perdido la primera ronda de la negociación.

—¿Objetivo? ¿Sólo uno?

—Sí. Una humana.

El krogan giró la cabeza de un lado a otro, escudriñando a la docena aproximada de mercenarios de la Soles Azules esparcidos por el almacén.

—Aquí tiene a un montón de hombres. ¿Por qué no les obliga a ellos a hacer el trabajo sucio?

Edan vaciló. Prefería ser él quien hiciese las preguntas; no le gustaba tener que responderlas. Se mostraba cauteloso para no cometer otro error. Pero hasta sus reticencias le delataban más de lo que pensaba.

Skarr soltó una carcajada.

—Esos
hrakhors
la jodieron, ¿no?

Todos los mercenarios en el almacén se pusieron tensos al oír sus palabras, confirmándolas como un hecho. No importaba. De algún modo, Edan sabía que Skarr no se creería su falsos desmentidos, así que se limitó a asentir, concediéndole otro punto a su adversario.

—¿Qué ocurrió? —quiso saber el krogan.

—Contraté a los Soles Azules para que la encontraran y la trajeran aquí para interrogarla —admitió Edan—. Uno de ellos la localizó en Elysium. Lo encontraron unas horas después arrastrándose por un callejón en busca de sus dientes.

—Eso es lo que ocurre cuando uno es demasiado tacaño para contratar a un auténtico profesional.

Un insulto más de la cuenta.

El hombre del tatuaje desenfundó rápidamente la pistola, propinándole un fuerte golpe con la culata. La fuerza del golpe sacudió la cabeza de Skarr hacia un lado, aunque no llegó a derribarle. Dio vueltas en círculo, rugiendo ensordecedoramente, hasta que alcanzó a su agresor con un despiadado revés y le rompió el cuello.

Los otros tres mercenarios se abalanzaron sobre Skarr antes de que el cuerpo de su colega cayera al suelo y el peso conjunto de todos ellos derribó al gran alienígena al suelo. Antes de la reunión, Edan les había dado órdenes estrictas de no matar a Skarr a menos de que fuera absolutamente necesario… le necesitaba para localizar a la mujer desaparecida. Así que, en lugar de disparar sobre el cazarrecompensas, los tres se amontonaron encima de él, inmovilizándole y sujetándole contra el suelo mientras intentaban dejarle inconsciente a culatazos.

Por desgracia, nadie le había dicho a Skarr que
él
no pudiera
matarles
. Una larga cuchilla dentada apareció en su mano, materializándose desde algún escondrijo secreto situado en una bota, un guante o el cinturón. Edan se alejó de la pelea, dando un salto hacia atrás, mientras la cuchilla rajaba la garganta de un mercenario. El arco de vuelta rebanó la débil juntura del blindaje corporal de un segundo mercenario entre la rodilla y el muslo, cercenándole la arteria femoral. Al apretarse instintivamente con ambas manos la herida que brotaba a borbotones, Skarr le clavó la cuchilla en el pecho, traspasándole el chaleco protector y perforándole el corazón.

Cuando el krogan intentó retirarla, la cuchilla quedó momentáneamente atrapada en la caja torácica, lo que le proporcionó al último mercenario superviviente la ocasión de alejarse del montón y ponerse rápidamente en pie y a salvo del alcance del cuchillo. El humano desenfundó la pistola y la apuntó hacia el cazarrecompensas, que seguía en el suelo cubierto de sangre.

—¡No te muevas! —gritó el hombre, con la voz quebrada por el miedo.

Ignorando al enemigo que tenía frente a él, la cabeza de Skarr se movió de un lado a otro para pasar revista a los otros ocho mercenarios del almacén. Todos ellos le apuntaban con rifles de asalto, preparados para disparar. Dejó caer el cuchillo al suelo, levantó las manos vacías sobre su cabeza y se puso lentamente en pie. Al volverse para dar la cara a Edan, el mercenario de la pistola reculó unos pasos más, lo justo para estar fuera de peligro.

—¿Y ahora qué, batariano?

Al fin Edan jugaba con ventaja en las negociaciones y estaba impaciente por exprimirla.

—Quizá debiera ordenarles que le mataran ahora mismo.

Mantenía los ojos interiores centrados en Skarr mientras que con el otro par echaba un vistazo alrededor de la habitación para hacerle notar al cazarrecompensas que estaba rodeado.

Ante la vana amenaza, el krogan se limitó a reír.

—Si me quisieras muerto ya me habrían disparado antes de tener ocasión de sacar el cuchillo. Pero no lo hicieron. Debiste de darles órdenes para que no me eliminaran, así que imagino que me consideras más valioso que un puñado de mercenarios muertos. Mi precio ha vuelto a subir.

Incluso en un almacén lleno de mercenarios armados apuntando sus armas hacia él, el krogan era lo bastante perspicaz como para darle la vuelta a la situación en beneficio propio. Subestimar la inteligencia de Skarr había sido un error que Edan juró no volver a cometer. Se preguntó cuántos otros subestimaron a Skarr en el pasado… y lo que les habría costado.

—Skarr, podría haber hecho mucho dinero en mi línea de trabajo —dijo sin intentar ocultar su respeto.

—Ya gano mucho dinero en esta línea de trabajo. Y asesinar a la gente es uno de mis privilegios adicionales. Así que dejemos ya de perder el tiempo y hagamos un trato.

Edan asintió ligeramente con la cabeza y parpadeó con los cuatro ojos al unísono, indicándoles a los mercenarios que bajaran las armas. No se alegraban de que Skarr hubiera matado a tres de sus colegas pero para ellos la lealtad significaba menos que el dinero. Y con los tres muertos, su pellizco acababa de crecer.

Sólo el joven que estaba más cerca del krogan, el de la pistola, desobedeció la orden. Miró con incredulidad al resto, con el arma todavía apuntando directamente a Skarr.

—¿Pero qué hacéis? —les increpó—. Después de lo ocurrido, no podemos dejar que se marche así, sin más.

—No seas estúpido, chico —dijo Skarr con mal humor—. Matarme no hará que vuelvan tus amigos muertos. Es un mal negocio.

—¡Cállate! —contestó bruscamente, centrando toda su atención sobre Skarr.

El tono de voz del krogan bajó hasta convertirse en un susurro amenazador.

—Piensa bien cuál será tu próximo movimiento, humano. Nadie más va a tomar parte. Estamos tú y yo solos.

Aunque el mercenario estaba temblando, logró mantener la pistola apuntando hacia su objetivo. Skarr no parecía preocupado.

—Tienes hasta que cuente tres para soltar el arma.

—¿O qué? —gritó el mercenario—. Si haces un solo movimiento, estás muerto.

—Uno.

Edan percibió una tenue aura que envolvía de repente al krogan y que, incluso con la ventaja de dos pares de ojos, apenas era visible. Alrededor del cazarrecompensas había una sutil oscilación, como si la luz de la habitación estuviera ligeramente distorsionada al atravesar el aire que le circundaba.

¡Skarr era un biótico! El krogan era una de esas pocas personas capaces de manipular la energía oscura, la imperceptible fuerza cuántica que se extendía por el llamado espacio vacío del universo. Normalmente, la energía oscura era demasiado débil para tener efectos perceptibles en el universo físico, pero los bióticos eran capaces de concentrarla en campos extremadamente densos mediante el condicionamiento mental. Con unas dotes naturales acrecentadas por miles de amplificadores microscópicos implantados quirúrgicamente por todo su sistema nervioso, los individuos bióticos podían usar la biorretroacción para disparar la energía acumulada en una única ráfaga controlada. Que era justamente lo que Skarr estaba haciendo: ganar tiempo hasta reunir la suficiente energía para liberarla sobre el joven, que seguía apuntando estúpidamente el arma hacia él.

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