Read Más muerto que nunca Online
Authors: Charlaine Harris
—Vamos a entrar enseguida —murmuró Alcide. Estaba de pie a mi lado, examinando las caras de los que entraban.
—Después te mato —le dije, manteniendo una expresión tranquila mientras los hombres lobo iban entrando—. ¿Por qué no me explicaste todo esto?
El hombre alto subió las escaleras, balanceando los brazos al ritmo de su paso y moviendo el cuerpo con resolución y elegancia. Giró la cabeza hacia mí cuando pasó por mi lado, y nuestras miradas se encontraron. Tenía los ojos muy oscuros, pero seguía sin poder distinguir bien el color. Me sonrió.
Alcide me rozó la mano, como si supiera que me había despistado un poco. Se inclinó hacia mí y me susurró al oído:
—Necesito tu ayuda. Después del funeral, tienes que tratar de leerle la mente a Patrick. Seguro que piensa hacer alguna cosa para sabotear a mi padre.
—Y ¿por qué no te has limitado a pedírmelo? —Me sentía confusa, y herida, principalmente.
—¡Esperaba que te dieras cuenta de que de todas formas me lo debías!
—¿Y por qué piensas eso?
—Sé que mataste a Debbie.
Si me hubiera dado un bofetón, no me habría sorprendido tanto. No tenía ni idea de qué cara se me había quedado. Superado el impacto de la sorpresa y mi sensación de culpabilidad, le dije:
—Abjuraste de ella. ¿Qué te importa?
—Nada —respondió—. Nada. Para mí ya estaba muerta. —Pasó un instante sin que acabara de creerse lo que acababa de decir—. Pero tú pensaste que me afectaría mucho y por eso me lo ocultaste. Así que convendrás conmigo en que me debes una.
De haber tenido una pistola a mano, la habría sacado en aquel mismo momento.
—Yo no te debo nada —dije—. Y me parece que viniste a buscarme con el coche de tu padre porque sabías que de haber venido en mi propio coche me habría ido después de oír esto.
—No —dijo. Seguíamos hablando en voz baja, pero por las miradas de reojo que estábamos recibiendo, me di cuenta de que nuestro intenso coloquio empezaba a llamar la atención—. Bueno, quizá. Por favor, no le des importancia a lo de que me debías una. La verdad es que mi padre tiene problemas y haría cualquier cosa por ayudarle. Y tú puedes ayudarme.
—La próxima vez que necesites ayuda, limítate a pedírmela. No intentes chantajearme para que lo haga, ni manipularme. Me gusta ayudar a la gente. Pero odio que me fuercen o me engañen. —Alcide bajó la vista, así que lo agarré por la barbilla y le obligué a mirarme—. Lo odio.
Miré la escalera para calibrar el interés que nuestra pelea atraía. El hombre alto había reaparecido. Nos miraba con una expresión indescriptible. Pero sabía que habíamos llamado su atención.
Alcide también levantó la vista. Se le subieron los colores.
—Tenemos que entrar ya. ¿Entras conmigo?
—¿Qué significado tiene que entre contigo?
—Significa que estás del lado de mi padre en su lucha por la jefatura de la manada.
—Y eso ¿qué me obliga hacer?
—Nada.
—Y entonces ¿por qué es importante que entre contigo?
—Porque aunque elegir al jefe es un asunto de la manada, podría influir que se supiese lo mucho que nos ayudaste en la Guerra de los Brujos.
La Trifulca de los Brujos, sería más preciso, porque aunque fue la lucha de ellos contra nosotros, el número total de gente involucrada había sido bastante pequeño... cuarenta o cincuenta. Comprendí, sin embargo, que en la historia de la manada de Shreveport era un episodio épico.
Bajé la vista hacia mis zapatos de tacón negros. Mis instintos eran contradictorios, y parecían ambos igual de fuertes. Uno me decía: «Estás en un funeral. No montes el numerito. Alcide siempre se ha portado bien contigo y no te costaría nada hacer esto por él». El otro me decía: «Alcide te ayudó en Jackson porque intentaba mantener a su padre alejado de los problemas con los vampiros. Ahora vuelve de nuevo a quererte involucrar en algo peligroso simplemente para ayudar a su padre». La primera voz irrumpió de nuevo: «Alcide sabía que Debbie era mala. Intentó alejarse de ella y luego la abjuró». La segunda voz dijo: «¿Por qué se enamoraría de una mala zorra como Debbie? ¿Por qué se planteó incluso seguir con ella cuando tenía pruebas de que era malvada? Nadie más ha sugerido que Debbie tuviera poderes mágicos. Eso de la "magia" no es más que una excusa barata». Me sentía como Linda Blair en
El exorcista,
como si mi cabeza diera vueltas sin cesar sobre mi cuello.
Ganó finalmente la voz número uno. Posé la mano en el brazo doblado de Alcide, subimos la escalinata y entramos en la iglesia.
Los bancos estaban llenos de gente normal y corriente. Las primeras tres filas de ambos lados estaban reservadas para la manada. Pero el hombre alto, que destacaría en cualquier parte, estaba sentado en la última fila. Miré de reojo sus anchos hombros antes de centrar toda mi atención en la ceremonia de la manada. Los dos niños Furnan, monísimos ellos, avanzaron solemnemente hasta el primer banco del lado derecho de la iglesia. Después entramos Alcide y
yo,
precediendo a los dos candidatos a jefe de la manada. Curiosamente, aquella ceremonia de tomar asiento me recordaba a una boda, con Alcide
y yo
ocupando el puesto del padrino y la dama de honor. Jackson y Christine y Patrick y Libby Furnan representarían el papel de los padres del novio y de la novia.
No tengo ni idea de lo que pensaría de todo aquello la gente normal y corriente que asistía a la ceremonia.
Sabía que todo el mundo nos miraba, pero yo ya estaba acostumbrada a eso. Si siendo camarera te acostumbras a algo, es a que todo el mundo te mire. Yo iba vestida adecuadamente y había conseguido obtener el máximo rendimiento de mi persona, y Alcide se había aplicado tanto como yo. Que miraran, pues. Tomamos asiento en el primer banco de la parte izquierda de la iglesia. Vi que Patrick Furnan y su esposa, Libby, se instalaban en el banco del otro lado del pasillo. Miré hacia atrás y vi que Jackson y Christine se acercaban caminando lentamente, muy serios. Hubo un ligero movimiento de cabezas y manos, unos pocos susurros, y entonces Christine se sentó en el banco, con Jackson a su lado.
El féretro, envuelto en un paño elaboradamente bordado, entró por el pasillo sobre un carrito y todo el mundo se puso en pie. Empezó entonces el triste funeral.
Después de recitar la letanía que Alcide me indicó en el libro de oraciones, el sacerdote preguntó si alguien quería pronunciar unas palabras sobre el coronel Flood. Uno de sus amigos de la base aérea fue el primero
y
habló sobre el amor al deber del coronel y del orgullo con que ejercía su puesto. Le siguió uno de sus compañeros de la iglesia, que elogió la generosidad del coronel y alabó el tiempo que había dedicado a poner en orden los libros de contabilidad de la congregación.
Patrick Fuman abandonó entonces su lugar en el banco y se dirigió al atril. No caminaba con elegancia; era demasiado fornido para ello. Pero su discurso supuso un cambio con respecto a las elegías anteriores.
—John Flood fue un hombre notable y un gran líder —empezó a decir Furnan. Era un orador mucho mejor de lo que me esperaba. Aunque no sabía quién había escrito sus comentarios, era evidente que lo había hecho alguien muy culto—. En el orden fraternal que compartíamos, él fue siempre quien nos indicó la dirección que debíamos tomar, el objetivo que debíamos alcanzar. A medida que fue envejeciendo, comentó muchas veces que el suyo era un puesto para jóvenes.
Un cambio directo, de elegía a discurso de campaña. No fui la única que se percató de ello; todo a mi alrededor era movimiento, comentarios en voz baja.
Aunque desconcertado por la reacción que había levantado, Patrick Furnan siguió adelante.
—Yo le decía a John que él era el mejor hombre para ese puesto, y sigo creyéndolo. Independientemente de quién siga sus pasos, John Flood nunca será olvidado ni sustituido. El líder que lo siga sólo puede esperar trabajar tan duro como lo hizo John. Siempre me he sentido orgulloso de que él confiara en mí más de una vez, de que me considerara su mano derecha. —Con aquellas frases, el concesionario de Harley ponía de relieve su apuesta por reemplazar al coronel Flood como jefe de la manada (o, como se referían al puesto internamente, como Líder de la Manada).
Alcide, a mi derecha, estaba rígido de rabia. De no haber estado sentado en primera fila, le habría encantado hacerme unos cuantos comentarios sobre el discurso de Patrick Furnan. Al otro lado de Alcide estaba sentada Christine y, aunque su rostro parecía esculpido en marfil, también se notaba que estaba reprimiéndose.
El padre de Alcide esperó un momento más antes de iniciar su viaje hasta el atril. Era evidente que quería que despejásemos un poco las ideas antes de empezar su discurso.
Jackson Herveaux, adinerado perito y hombre lobo, nos dio la oportunidad de examinar su atractivo rostro maduro. Empezó su discurso diciendo:
—No existen muchas personas como John Flood. Un hombre cuya sabiduría fue atemperada y puesta a prueba con el paso de los años... —Vaya, vaya. Aquello no iba con intención, qué va.
Desconecté durante el resto del funeral y me sumergí en mis propios pensamientos. Tenía más que de sobra en qué pensar. Luego, cuando John Flood, coronel de la fuerza aérea y jefe de manada abandonó la iglesia por última vez, nos pusimos todos en pie. Me mantuve en silencio durante el trayecto hasta el cementerio, permanecí al lado de Alcide durante el entierro y regresé al coche cuando la ceremonia del pésame hubo concluido.
Busqué al hombre alto, pero no lo vi en el cementerio.
En el camino de regreso a Bon Temps, comprendí que Alcide quería seguir en silencio, pero sabía también que había llegado el momento de responder algunas preguntas.
—¿Cómo lo supiste? —le pregunté.
Ni siquiera trató de fingir que no comprendía lo que acababa de preguntarle.
—Cuando ayer fui a tu casa olí un rastro muy débil de ella en la puerta de entrada —dijo—. Tardé un rato en comprenderlo.
Nunca había considerado aquella posibilidad.
—No creo que hubiese podido captarlo de no haberla conocido tan bien —dijo—. La verdad es que no capté el olor de nadie más en toda la casa.
Al menos tanto fregar había merecido la pena. Era una suerte que Jack y Lilly Leeds no fueran seres de dos naturalezas.
—¿Quieres saber lo que ocurrió?
—Me parece que no —contestó, después de una prolongada pausa—. Conociendo a Debbie, me imagino que simplemente hiciste lo que tenías que hacer. Al fin y al cabo, la olí en tu casa, y ella no tenía nada que hacer allí. Y Eric seguía en tu casa por aquel entonces, ¿no? A lo mejor fue Eric. —La voz de Alcide sonaba casi esperanzada.
—No —dije.
—A lo mejor sí que quiero saber qué sucedió.
—A lo mejor yo ya no quiero contártelo. O crees en mí, o no crees. O piensas que soy el tipo de persona que mataría a una mujer sin tener buenos motivos para ello, o te das cuenta de que no lo soy. —La verdad es que me sentía más herida de lo que imaginaba podría llegar a sentirme. Traté por todos los medios de no introducirme en la cabeza de Alcide, pues temía poder captar algo que me resultara aún más doloroso.
Alcide intentó repetidas veces iniciar otra conversación, y tuve la sensación de que el viaje no terminaba nunca. Cuando aparcó en el claro y supe que estaba a escasos metros de mi casa, sentí una sensación de alivio abrumadora. Me moría de ganas de salir de aquel precioso coche.
Pero Alcide me siguió.
—No me importa —dijo con una voz que sonó casi como un gruñido.
—¿Qué? —Yo ya había llegado a la puerta y había introducido la llave en la cerradura.
—Que no me importa.
—No me lo creo.
—¿Qué?
—Tus pensamientos son más difíciles de leer que los de un ser humano normal y corriente, Alcide, pero veo en tu mente que tienes tus reservas. Y ya que querías que te ayudase con lo de tu padre, te lo diré: Patrick como quiera que se llame piensa sacar a relucir los problemas de juego de tu padre para demostrar que no puede ser un buen líder de la manada. —Nada más poco limpio y sobrenatural que la verdad—Leí su mente antes de que me pidieras que lo hiciera. Y, por cierto, me gustaría no volver a verte durante mucho, muchísimo tiempo.
—¿Qué? —volvió a decir Alcide. Era como si le hubiera dado un golpe en la cabeza con una barra de hierro.
—Verte..., escuchar tus pensamientos..., me hace sentir mal. —Naturalmente, era por diversos motivos, pero no me apetecía enumerarlos—. De modo que gracias por llevarme al funeral. —Tal vez sonó un poco sarcástico—. Te agradezco que pensaras en mí. —Y ahí debí de sonar más sarcástica si cabe. Entré en casa, le cerré la puerta en sus sorprendidas narices y rematé la escena cerrándola con llave. Me dirigí a la sala de estar, de tal modo que él pudiera oír mis pasos, pero me detuve para comprobar que regresaba al Lincoln. Oí el coche avanzar por el camino a toda velocidad, seguramente dejando unos buenos surcos marcados en mi preciosa gravilla.
Tengo que confesar que cuando me despojé del traje de Tara y lo doblé para llevarlo a la tintorería, me sentía abatida. Dicen que cuando se cierra una puerta, otra se abre. Pero quien dice esas cosas no sabe lo que es vivir en mi casa.
La mayoría de puertas que abro suelen tener algo espantoso acechando detrás.
Aquella noche, Sam estaba en el bar sentado en una mesa en un rincón, como un rey en visita oficial, con la pierna apoyada sobre otra silla y entre almohadones. Desde allí observaba el comportamiento de Charles y la reacción de la clientela al camarero vampiro.
Los clientes se acercaban a saludar a Sam, se sentaban en el taburete que tenía enfrente, charlaban con él unos minutos y luego dejaban el taburete libre. Sabía que a Sam le dolía la herida. Siempre capto la preocupación de la gente que sufre dolor. Pero se alegraba de ver a la clientela, le gustaba estar de vuelta en el bar y estaba satisfecho con el trabajo de Charles.
Captaba todo esto, pero no tenía ni idea de quién le había disparado. Alguien estaba atacando a los seres de dos naturalezas, alguien que había matado a unos cuantos y herido a bastantes más. Era necesario descubrir cuanto antes la identidad del francotirador. La policía no sospechaba de Jason, pero los suyos sí. Y si la gente de Calvin Norris decidía tomarse la justicia por su mano, encontrarían muy fácilmente la oportunidad de quitarse de encima a Jason. Ellos no sabían que, aparte de los atentados de Bon Temps, había habido más víctimas.