Los Reyes Sacerdotes de Gor (10 page)

Se acercó a mí, y sus antenas me examinaron cuidadosamente. Después retrocedió unos seis o siete metros.

Pensé que era muy parecido a Misk, salvo en el tamaño, y a semejanza de éste, no tenía ropas ni portaba armas, y su único adorno era un traductor que colgaba del cuello.

Después sabría que con el olor manifestaba su rango, su casta y su situación, con la misma claridad con que un oficial del ejército en la Tierra exhibía sus charreteras y sus insignias de metal.

—¿Por qué no se le anestesió? —preguntó la nueva criatura, dirigiendo sus antenas hacia Misk.

—No lo creí necesario —dijo Misk.

—Mi recomendación fue que le anestesiaran —insistió el recién llegado.

—Lo sé —afirmó Misk.

—Eso quedará registrado —dijo el recién llegado.

Me pareció que Misk se encogía de hombros.

—El Nido no ha corrido peligro —dijo el traductor de Misk.

Entonces, las antenas del recién llegado temblaron, a causa de la cólera.

Movió una perilla de su propio traductor, y un momento después el aire se llenó con unos olores acres, lo que interpreté como una reprimenda.

No oí nada, pues la criatura había desconectado el traductor.

Cuando Misk replicó, a su vez también desconectó su traductor.

Contemplé las antenas y la postura y la actitud general de los cuerpos largos y elegantes.

Avanzaban y retrocedían, y algunos movimientos eran como los de un látigo. A veces, sin duda como signo de irritación, invertían los extremos de las patas delanteras, y entonces pude ver por primera vez las estructuras afiladas, en forma de cuerno, que hasta ahora habían permanecido ocultas.

Poco a poco aprendería a interpretar los sentimientos y los estados de ánimo de los Reyes Sacerdotes. Muchos signos eran menos evidentes que los que se manifestaban por impulso de la cólera. Por ejemplo: la impaciencia se indica a menudo con un temblor de los vellos táctiles de los tentáculos, como si la criatura no pudiese contenerse; la distracción puede manifestarse con el movimiento inconsciente de los ganchos prensiles que están detrás de la tercera articulación de las patas delanteras, órganos que habitualmente usan con fines de limpieza.

Digamos de paso, que los Reyes Sacerdotes consideran al humano como a un animal especialmente sucio, y en los túneles suelen confinarlo en áreas bien delimitadas, para evitar la contaminación. Por lo demás, que estos signos pueden ser muy sutiles lo muestra el hecho de que cuando un Rey Sacerdote está bien dispuesto hacia otra criatura de su especie o, para el caso, de cualquier especie, también mueve su aparato de limpieza. En este caso, el movimiento indica que el Rey Sacerdote está dispuesto a poner sus ganchos de limpieza a disposición de su interlocutor, que está dispuesto a higienizarlo. El hambre, en cambio, se expresa mediante un exudado ácido que se forma en los bordes de las mandíbulas, y que les confiere cierto grado de humedad; es interesante observar que la sed se indica con cierta rigidez de los apéndices, evidente en los movimientos, y con una coloración pardusca que parece teñir el oro del tórax y el abdomen. Por supuesto, los indicadores más sensibles del ánimo y la tensión son los movimientos y la actitud de las antenas.

Sí el traductor está encendido suministra únicamente la traducción de lo que se ha dicho, y a menos que el volumen de control sea manipulado durante el mensaje, las palabras se pronuncian siempre en el mismo nivel de sonido. El traductor puede decirnos, a través de las ideas expresadas, que quien habla está enojado, pero no nos demuestra en el tono dicho enojo.

Después de un minuto o dos, los Reyes Sacerdotes dejaron de moverse en círculo, uno alrededor del otro, y se volvieron para mirarme. Casi al mismo tiempo los dos conectaron los traductores.

—Tú eres Tarl Cabot, de la ciudad de Ko-ro-ba —dijo el más grande.

—Sí —contesté.

—Yo soy Sarm —dijo—, amado por la Madre, y Primogénito.

—¿Eres el jefe de los Reyes Sacerdotes? —pregunté.

—Sí —dijo Sarm.

—No —dijo Misk.

Las antenas de Sarm viraron en dirección a Misk.

—La más grande del Nido es la Madre —dijo Misk.

Las antenas de Sarm se aflojaron. —Cierto —dijo Sarm.

—Tengo mucho que hablar con los Reyes Sacerdotes —afirmé—. Si el ser al que ustedes llaman la Madre ocupa el lugar principal, deseo verla.

Sarm descansó sobre los apéndices posteriores. Sus antenas se tocaron en un movimiento muy suave.

—Nadie puede ver a la Madre... salvo los servidores de su casta y los Altos Reyes Sacerdotes —afirmó Sarm—, el Primero, el Segundo, el Tercero, el Cuarto y el Quintogénito.

—Excepto en las tres grandes festividades —intervino Misk.

Las antenas de Sarm se movieron irritadas.

—¿Cuáles son las tres grandes festividades? —pregunté.

—El Ciclo de la Fiesta del Nido —afirmó Misk—: Tola, Tolam y Tolama.

—¿Qué son esas fiestas?

—El Aniversario del Vuelo Nupcial —explicó Misk, la Fiesta de la Deposición del Huevo y la Celebración de la Apertura del Primer Huevo.

—¿Están próximas esas fiestas? —pregunté.

—Sí —respondió Misk.

—Pero —intervino Sarm— incluso durante esas fiestas ningún miembro de las órdenes inferiores puede ver a la Madre... sólo los Reyes Sacerdotes.

—Cierto —convino Misk.

La cólera me dominó.

Sarm pareció no advertir el cambio, pero las antenas de Misk se irguieron inmediatamente. Quizá había tenido alguna experiencia con la cólera humana.

—No pienses mal de nosotros, Tarl Cabot —dijo Misk—, pues durante la fiesta los miembros de las órdenes inferiores que trabajan para nosotros, incluso los que trabajan en las llanuras o los criaderos de hongos, pueden descansar de sus labores.

—Los Reyes Sacerdotes son generosos —opiné.

—¿Los hombres que viven al pie de las montañas hacen lo mismo por sus animales? —preguntó Misk.

—No —repliqué—. Pero los hombres no son animales.

—¿Los hombres son Reyes Sacerdotes? —preguntó Sarm.

—No.

—Entonces, son animales.

Extraje la espada y encaré a Sarm. El movimiento fue muy rápido, y sin duda le sobresaltó.

De todos modos, Sarm retrocedió con una rapidez casi increíble.

Ahora estaba a unos quince metros de distancia.

—Si no puedo hablar con la que llaman la Madre —dije—, quizás pueda hablar contigo.

Avancé un paso hacía Sarm.

Sarm retrocedió irritado, y sus antenas vibraron intensamente.

Observé que había invertido los extremos de sus patas delanteras revelando los dos filos curvos en forma de cuerno.

Nos miramos atentamente.

Oí detrás de mí la voz mecánica del traductor de Misk:

—Pero ella es la Madre —dijo—, y todos los habitantes del Nido somos sus hijos.

Sarm comprendió que no me proponía continuar avanzando, y su agitación se calmó, aunque sin abandonar su actitud general de alerta.

Entonces vi por primera vez cómo respiraban los Reyes Sacerdotes, probablemente porque los movimientos respiratorios de Sarm ahora eran más acentuados. Hay contracciones musculares del abdomen, y así entra aire en el sistema por cuatro pequeños orificios dispuestos a cada lado del abdomen; los mismos orificios sirven como vías de salida.

En general, a menos que uno esté muy cerca y escuche con atención, no puede oírse el ciclo respiratorio; pero en este caso yo lo oía muy claramente desde una distancia de varios metros, a causa de la rápida absorción de aire por las ocho minúsculas bocas tubulares del abdomen de Sarm.

Poco después, las contracciones musculares del abdomen de Sarm se atenuaron, y ya no pude oír su ciclo respiratorio. Los extremos de sus patas delanteras ya no estaban invertidos, y las estructuras afiladas también habían desaparecido. Las antenas de Sarm se calmaron. Me miró sin moverse.

Nunca lograría adaptarme del todo a la increíble inmovilidad que puede mantener un Rey Sacerdote.

De pronto las antenas de Sarm apuntaron a Misk. —Debiste anestesiarlo —dijo.

—Quizá —admitió Misk.

No sé por qué, la respuesta me dolió. Sentí que había traicionado la confianza que Misk depositaba en mí, que me había comportado como una criatura no del todo racional, es decir como Sarm había esperado que hiciera.

—Lo siento —le dije a Sarm, y volví a envainar la espada.

—Ya lo ves —dijo Misk.

—Es peligroso —insistió Sarm.

Me eché a reír.

—¿Qué significa eso? —preguntó Sarm, alzando las antenas.

—Es lo mismo que agitarse y enroscar las antenas —dijo.

Cuando recibió la información, Sarm no se agitó ni enroscó las antenas; más bien puede decirse que éstas se agitaron irritadas.

—Sube al disco, Tarl Cabot de Ko-ro-ba —dijo Misk—. Con una pata delantera señaló el disco chato y ovalado que había traído a Sarm.

—Tiene miedo —dijo Sarm.

—Tiene mucho por qué temer —observó Misk.

—No tengo miedo —dije.

—En tal caso, sube al disco —insistió Misk.

Así lo hice, y los dos Reyes Sacerdotes se reunieron conmigo, de tal modo que había uno a cada lado, a cierta distancia detrás de mí. Apenas habían descargado su peso sobre el disco cuando éste comenzó a acelerar suavemente, descendiendo la larga rampa que conducía al fondo del cañón.

El disco se desplazaba a gran velocidad, y con cierta dificultad conseguía mantenerme de pie. Me fastidió bastante ver cómo los Reyes Sacerdotes parecían inmóviles, inclinados contra el viento, las patas delanteras en alto, las antenas echadas hacia atrás.

12. DOS MULS

El disco ovalado aminoró la velocidad y se detuvo sobre un círculo de mármol que tendría un ancho aproximado de medio pasang, y que estaba en el fondo del amplío e iluminado cañón artificial.

Me encontré en una especie de plaza, rodeado por la arquitectura fantástica del Nido de los Reyes Sacerdotes. La plaza estaba ocupada, no sólo por los Reyes Sacerdotes, sino aún más por distintas criaturas de diferentes formas y naturaleza. Entre ellas había hombres y mujeres, descalzos y con las cabezas afeitadas, ataviados con una túnica corta de color púrpura que reflejaba las diferentes luces de la plaza, como si estuviese fabricada con un plástico brillante.

Me hice a un lado cuando una criatura chata, parecida a un gusano, aferrada por varias patas a un pequeño disco de transporte, pasó a gran velocidad.

—Debemos darnos prisa —dijo Sarm.

—Veo a seres humanos —dije a Misk—. ¿Son esclavos?

—Sí —respondió Misk.

—No llevan collar.

—En el Nido no es necesario distinguir a los esclavos de los libres —explicó Misk—, porque en el Nido todos los humanos son esclavos.

—¿Por qué están afeitados y vestidos así? —pregunté.

—Es más higiénico —dijo Misk.

—Salgamos de la plaza —insistió Sarm.

Después sabría que su agitación respondía principalmente al temor de contaminarse con la suciedad de ese lugar público. Allí había seres humanos.

—¿Por qué los esclavos visten de púrpura? —pregunté a Misk—. Es el color de las vestiduras de un Ubar.

—Porque es un gran honor ser esclavo de los Reyes Sacerdotes —contestó.

—¿Ustedes se proponen —pregunté— que yo me afeite y vista del mismo modo?

Llevé la mano al puño de la espada.

—Quizás no —observó Sarm—. Tal vez decidamos destruirte inmediatamente. Debo verificar las cuerdas olorosas.

—No será destruido inmediatamente —intervino Misk—, ni se le afeitará y vestirá como esclavo.

—¿Por qué no? —preguntó Sarm.

—Es el deseo de la Madre —informó Misk.

—¿Qué tiene que ver ella con esto? —preguntó Sarm.

—Mucho —dijo Misk.

Sarm pareció desconcertado. —¿Lo trajeron a los túneles con cierto fin?

—Vine por propia voluntad —dije.

—No seas absurdo —me dijo Misk.

—¿Con qué propósito le trajeron a los túneles? —preguntó Sarm.

—El propósito lo conoce la Madre.

—Yo soy el Primogénito —dijo Sarm.

—Ella es la Madre.

—Muy bien —admitió Sarm, y se apartó.

Percibí que no se sentía muy complacido.

En ese momento una joven humana se acercó, y con los ojos muy abiertos describió un círculo alrededor, sin apartar la mirada de mi persona. Aunque tenía la cabeza afeitada era bonita, y la breve túnica de plástico que usaba no ocultaba sus encantos.

Me pareció que Sarm se estremecía de repulsión.

—Deprisa —dijo—, y lo seguimos mientras atravesaba la plaza rápidamente.

—Tu espada —dijo Misk, y extendió hacia mí una de sus patas delanteras.

—Jamás —dije—, y retrocedí.

—Por favor —insistió Misk.

De mala gana, me desprendí el cinturón con la espada y entregué el arma a Misk.

Sarm pareció satisfecho con mi actitud. Se volvió hacia las paredes que estaban detrás y que estaban cubiertas por miles de pequeñas perfilas iluminadas. Tiró de varias, y me pareció que estaban unidas a finas cuerdas, las que él pasó entre sus antenas. Consagró quizá un ahn a esta actividad, y después, exasperado, se volvió para mirarme.

Yo me paseaba de un extremo al otro de la larga habitación, nervioso porque no sentía la espada de acero sobre mi muslo.

—Las cuerdas olorosas guardan silencio —dijo Sarm.

—Por supuesto —observó Misk.

—¿Qué se hará con esta criatura? —preguntó Sarm.

—Por el momento —explicó Misk—, la Madre desea que se le permita vivir como un matok.

—¿Qué es eso? —pregunté.

—Hablas mucho para ser miembro de las órdenes inferiores —dijo Sarm.

—¿Qué es un matok? —pregunté.

—Una criatura que está en el Nido pero no pertenece a él —dijo Misk.

—¿Como el artrópodo?

—Exactamente.

—Si se hiciera mi voluntad —afirmó Sarm—, le enviarían al Vivero o a las cámaras de disección.

—Pero no es el deseo de la Madre —insistió Misk—. Por lo tanto, no es el deseo del Nido.

Finalmente, Sarm se volvió para mirarme. —De todos modos —aclaró—, hablaré de todo esto con la Madre.

—Por supuesto —dijo Misk.

Sarm me miró. Creo que no me había perdonado por el susto que le había dado en la plataforma, cerca del ascensor.

—Es peligroso. Hay que destruirlo.

—Tal vez —repitió Misk.

Sarm se apartó de mí, y con el apéndice izquierdo oprimió un botón escondido en el tablero frente al cual estaba.

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