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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

Los gritos del pasado (21 page)

BOOK: Los gritos del pasado
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Al oírse decir lo del último verano, Kerstin volvió a estallar en sollozos, mientras Bo le acariciaba el cabello para calmarla.

—Se lo van a tomar en serio, ¿verdad? Dicen que hay que esperar veinticuatro horas antes de empezar a buscar y eso, pero tienen que creernos: algo ha tenido que ocurrirle, de lo contrario, nos habría llamado. No es el tipo de chica que pasa de todo y nos deja angustiados sin una noticia.

Una vez más, Patrik intentó aparentar tanta calma como pudo, pero, en su fuero interno, los pensamientos le cruzaban la mente como rayos. La imagen del cuerpo desnudo de Tanja en Kungsklyftan se perfiló en su retina y cerró los ojos un segundo para desecharla.

—Nosotros no esperamos veinticuatro horas, eso sólo pasa en las películas americanas, pero antes de que sepamos nada, deben tranquilizarse. Aunque estoy convencido de que tienen razón y de que Jenny es una buena chica, les aseguro que yo he visto estas cosas: conocen a alguien, olvidan el tiempo y el espacio, y que sus padres están en casa preocupados. No es nada insólito. Claro que vamos a empezar preguntando por el pueblo hoy mismo. Déjenle a Annika un número en el que podamos localizarles y les llamaré en cuanto sepa algo. Y si les llama o aparece por casa, comuníquennoslo enseguida, por favor. Ya verán cómo todo se arregla.

Una vez que se hubieron marchado, Patrik empezó a preguntarse si no les habría prometido demasiado. La sensación de resquemor que se le había instalado en el estómago no auguraba nada bueno. Observó la foto de Jenny que los padres le habían dejado. Ojalá la muchacha estuviese por ahí de fiesta.

Se levantó y se encaminó al despacho de Martin. Lo mejor sería empezar a buscar de inmediato. En caso de que hubiese ocurrido lo peor, no tenían un minuto que perder. Según el informe del forense, Tanja había estado viva y prisionera toda una semana antes de morir. El tictac de las agujas del reloj los apremiaba.

Verano de 1979

E
l dolor y la oscuridad hacían que el tiempo discurriese como una bruma sin sueños. Noche o día, vida o muerte, tanto daba. Ni siquiera los pasos que oía en el exterior, la certeza de la maldad que se aproximaba, eran capaces de lograr que la realidad penetrase su lóbrega morada. El ruido de huesos al romperse se mezclaba con los gritos de dolor de un ser humano, tal vez los suyos propios, no estaba segura.

La soledad era lo más duro de soportar. La ausencia total de sonidos, de movimientos, y la sensación del tacto en su piel. Jamás se había imaginado que la ausencia de contacto humano pudiese llegar a suponer semejante tortura. Superaba cualquier dolor, le hendía el alma como un cuchillo y la hacía temblar convulsamente zarandeando todo su cuerpo.

El olor del extraño era, a aquellas alturas, un aroma conocido, no desagradable, no el olor que ella había imaginado que exhalaría la maldad. Era más bien fresco y lleno de promesas de un cálido estío, en radical contraste con el negro olor húmedo que siempre respiraba, que la envolvía como una manta mojada y que, trocito a trocito, iba devorando los últimos vestigios de la persona que era antes de ir a parar a aquel lugar. De ahí que, cuando el extraño se le acercaba, ella inspirase con avidez su cálido perfume. Valía la pena vivir la maldad para, por un instante, poder inundarse del olor a aquella existencia que seguía su curso allá arriba. Al mismo tiempo, ese olor despertaba en ella apagados sentimientos de añoranza de la vida. Ya no era la misma que fue y echaba de menos a la persona en la que nunca se convertiría. Una despedida dolorosa, pero obligada en aras de la supervivencia.

El mayor tormento allá abajo era, en cualquier caso, el recuerdo de la cría. A lo largo de su corta vida, siempre la había culpado desde que nació, y ahora, en la undécima hora, comprendía que en realidad su hija era un regalo. El recuerdo de sus tiernos bracitos alrededor de su cuello o de sus
ojos que la miraban hambrientos en busca de algo que ella no era capaz de darle la perseguía en sueños a todo color. Era capaz de revivir cada ínfimo detalle de su pequeña, cada pequita, cada cabello, el diminuto remolino de la nuca, exactamente en el mismo lugar que el suyo. Y le prometía a Dios y a sí misma, una y otra vez que, si lograba huir de aquella prisión, compensaría a aquella chiquilla por cada segundo de amor materno que le había negado. Si…

—¡
N
o vas a salir así!

—¡Saldré como me dé la gana, no es cosa tuya!

Melanie miraba a su padre con inquina y él le devolvía la misma moneda con su mirada. El tema de la discusión era habitual: lo reducido de las prendas que se ponía.

Claro que su ropa no era muy abundante en cuanto a la cantidad de tela, admitía Melanie, pero a ella le gustaba y sus amigas se vestían exactamente igual. Además, tenía diecisiete años y ya no era una mocosa, así que se ponía lo que a ella le parecía. Escrutó con desprecio a su padre, cuyo rostro se había encendido de ira y aparecía ahora rojizo desde el cuello hasta la frente. ¡Qué mierda hacerse viejo y cutre! Llevaba unos pantalones Adidas brillantes que dejaron de ser modernos hacía ya quince años y el color chillón de la camisa se mataba con el del pantalón. El barrigón que había criado, después de muchas bolsas de patatas fritas delante del televisor, amenazaba con reventar la camisa y hacer saltar algunos de los botones y, para remate, las horrendas chanclas de plástico. Le daba vergüenza que la vieran con él y detestaba tener que pasarse todo el verano en aquella mierda de camping.

Cuando era pequeña, le encantaban las vacaciones en la caravana. Siempre había montones de niños con los que jugar y podía bañarse y correr a su antojo entre las hileras de caravanas. Pero ahora sus colegas estaban en Jönköping y lo peor de todo era que había tenido que dejar allí a Tobbe. Ahora que no podía vigilar sus intereses, seguro que se la jugaría con la cerda de Madde, que siempre estaba enganchada a él como una lapa, y si eso llegaba a pasar, juraba por lo más sagrado que odiaría a sus padres para siempre jamás.

Mira que verse pillada en un camping del pueblucho de Grebbestad y, para colmo, la trataban como si tuviera cinco años en lugar de diecisiete. Ni siquiera podía elegir por sí misma cómo vestirse. Echó atrás la cabeza con un gesto altanero y se ajustó el top, que no era mucho más grande que la parte de arriba de un bikini. Era verdad que los shorts vaqueros, que eran mínimos, se le clavaban entre las piernas y resultaban bastante incómodos, pero las miradas que provocaban en los chicos compensaban cualquier molestia. El punto sobre la i lo ponían las altísimas plataformas que añadían como mínimo diez centímetros a su metro sesenta.

—Mientras que seamos nosotros quienes te costeemos techo, comida y, en general, todas tus necesidades, eso lo decidimos precisamente nosotros, así que ahora haz el favor de…

Su padre se vio interrumpido por unos fuertes golpes en la puerta y Melanie se apresuró a abrir, agradecida por el respiro. Al otro lado había un hombre de cabello oscuro y de unos treinta y cinco años de edad, así que Melanie se enderezó y sacó pecho enseguida. Un poco mayor para su gusto, pero parecía majo y, además, su padre se ponía enfermo con esas cosas.

—Hola, soy Patrik Hedström, de la policía de Tanumshede. ¿Podría pasar a hablar con ustedes un momento? Se trata de Jenny.

Melanie se apartó para dejarlo pasar, pero tan pocos centímetros que lo obligó a pegarse a la escasa vestimenta que cubría su persona.

Después de las presentaciones, se sentaron en torno a la pequeña mesa de comedor.

—¿Quiere que vaya a buscar a mi esposa? Está abajo, en la playa.

—No, no es necesario, en realidad es con Melanie con quien quería intercambiar unas impresiones. Como quizá sepan, Bo y Kerstin Möller han denunciado la desaparición de su hija Jenny y me dijeron que tú habías quedado con ella para ir a Fjällbacka ayer tarde, ¿es correcto?

Melanie se tiró un poco del top para ampliar el escote sin que se notase y se humedeció los labios antes de responder. Un policía, vaya, eso sí que era sexy.

—Sí, íbamos a vernos hacia las siete en la parada del autobús para tomar el de las siete y diez. Habíamos conocido a unos chicos que lo pillarían en Tanum Strand y sólo íbamos a ver si había algo que hacer en Fjällbacka, pero no teníamos ningún plan concreto.

—Pero Jenny no acudió.

—No, súper raro. No nos conocemos mucho, pero parecía una chica formal y eso, así que me sorprendió que no se presentase. No es que lo sintiera mucho, vamos, porque era más bien ella la que se colgaba de mí y a mí no me importaba quedarme sola con Micke y Fredde, los chicos de Tanum Strand, vamos.

—¡Pero Melanie, chiquilla!

Su padre le lanzó una mirada furibunda, que ella le devolvió.

—¿Qué pasa? ¿Qué le voy a hacer yo si me parecía aburrida? Tampoco es culpa mía que haya desaparecido. Lo más seguro es que se haya largado a Karlstad. Me contó algo de un chico al que había conocido allí y, si no era tonta del todo, seguro que decidió pasar de esta mierda de vacaciones en caravana y largarse con él.

—¡Pues tú no te atrevas ni a pensarlo! Ese tal Tobbe…

Patrik se vio obligado a interrumpir la discusión entre padre e hija y movió la mano ligeramente para llamar su atención. Por suerte, los dos callaron.

—En otras palabras, tú no tienes la menor idea de por qué no acudió a la cita.

—No, ni remota.

—¿Sabes si se veía con alguna otra persona del camping a la que pueda haberse confiado?

Como por accidente, Melanie rozó con su pierna desnuda la del policía, que respondió dando un respingo para satisfacción de la muchacha. Los tíos eran tan simples… Daba igual la edad, sólo tenían una cosa en la cabeza y, sabiendo eso, podía una llevarlos adonde quisiera. Volvió a rozarle la pierna; ya parecía que le sudaba el labio superior. Claro que también hacía un calor bochornoso dentro de la caravana.

—Había un tío, un pardillo al que, al parecer, conocía desde que era pequeña porque lo veía aquí todos los veranos. Un palurdo, pero ya te digo que ella tampoco es que fuese ningún crack, así que seguro que lo pasaban bien juntos.

—¿Y no sabrás cómo se llama o dónde puedo encontrarlo?

—Sus padres tienen la caravana dos filas más allá. La del toldo de rayas blancas y marrones con mil macetas de geranios delante.

Patrik le dio las gracias antes de, ruborizado, volver a quedar medio preso entre Melanie y la salida.

La joven intentó posar de la forma más provocativa que supo mientras se despedía de él desde la puerta. Su padre acababa de reemprender la retahíla, pero ella apagó el chip. De todos modos, nunca le decía nada digno de atención.

S
udoroso, y no sólo por el calor, Patrik se alejó de allí a buen paso. Fue un alivio salir de la angosta caravana al alboroto de fuera. Se había sentido como un pederasta mientras aquella jovencita le pegaba los pechos a la cara y, cuando empezó a rozarlo con su pierna, quiso que se lo tragara la tierra de lo desagradable que le resultó. Tampoco iba muy vestida que digamos, más o menos como si hubiese dividido en dos la tela de un pañuelo para cubrirse el cuerpo. En un arrebato visionario pensó que, dentro de diecisiete años, tal vez fuese su hija la que llevase esa indumentaria y se dedicase a intentar seducir a hombres mayores. Se estremeció ante la idea y se dijo que ojalá Erica llevase un niño en sus entrañas. Con los chicos adolescentes, al menos, sabía cómo funcionaba la cosa. Aquella jovencita se le antojaba un ser del espacio exterior, con tanto maquillaje y tan enjoyada. Tampoco pudo evitar constatar que llevaba un aro en el ombligo. Tal vez estuviese haciéndose viejo, pero lo consideraba cualquier cosa menos sexy. Más bien le hacía pensar en el riesgo de infecciones y la formación de cicatrices. En fin, seguro que esa opinión tenía que ver con la edad. Aún vivía fresca en su memoria la reprimenda de su madre cuando lo vio llegar con un aro en la oreja, y eso que tenía diecinueve años. Tuvo que quitárselo enseguida y fue lo máximo a lo que se atrevió.

Al principio se perdió entre las caravanas, que estaban tan juntas que parecían amontonadas. Era incapaz de entender cómo la gente se prestaba voluntariamente a pasar sus vacaciones empaquetada como arenques junto con otro montón de personas. Aunque, claro, comprendía que aquella práctica se había convertido para muchos en un estilo de vida y que la camaradería con los demás campistas, que volvían cada año al mismo lugar, era uno de los atractivos. Algunas caravanas apenas merecían ya ese nombre, pues las habían ampliado con tiendas de campaña montadas en todas direcciones y parecían más bien residencias permanentes que siempre estaban allí, año tras año.

Tras preguntar encontró por fin la caravana descrita por Melanie, a cuya puerta vio sentado a un chico alto y desgarbado, con la cara plagada de acné. A Patrik le dio pena ver los granos, blancos o enrojecidos, y advertir que no había podido resistir la tentación de hurgarse algunos, pese a que le quedarían cicatrices que durarían hasta mucho después de que el acné hubiese desaparecido.

Cuando llegó a donde estaba el chico, el sol le daba directamente en los ojos y tuvo que hacerse sombra con la mano, porque se había olvidado las gafas de sol en la comisaría.

—Hola, soy de la policía. He estado hablando con Melanie, de aquella caravana. Me dijo que conocías a Jenny Möller. ¿Es verdad?

El chico asintió sin pronunciar palabra. Patrik se sentó a su lado sobre el césped y supo enseguida que aquel muchacho, a diferencia de la lolita de antes, parecía realmente preocupado.

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