Authors: Dava Sobel
En primer lugar se planteó la evaluación de la prueba, que tuvo lugar en la siguiente reunión del Consejo de la Longitud, en junio. Tras haberse impuesto las cuatro llaves y a los dos astrónomos, de pronto se requería la intervención de tres matemáticos para que comprobaran y volviesen a comprobar los datos sobre la determinación de la hora en Portsmouth y Jamaica, pues ahora parecían insuficientes e inexactos. Además, había quejas ante el hecho que William no hubiese cumplido ciertas normas dictadas por la Royal Society para establecer la Longitud en Jamaica mediante los eclipses de las lunas de Júpiter, algo que William no sabía que tuviera que hacer, y que, de todos modos, no hubiera sabido hacer.
Por consiguiente, el Consejo dictaminó en su informe final, en agosto de 1762, que «... los experimentos ya realizados con el reloj no han sido suficientes para de terminar la longitud en el mar». El H-4 debía ser sometido a otra prueba, bajo supervisión aún más estricta. De nuevo a las Indias Occidentales, y más suerte en esta ocasión.
En lugar de £ 20.000, John Harrison recibió £ 1.500 a modo de reconocimiento que su reloj, «aun cuando todavía no se considera de uso importante para averiguar la longitud... es un invento de considerable utilidad pública». Le serían entregadas otras £ 1.000 cuando el H-4 regresara de su segunda excursión marítima.
Maskelyne, defensor del método rival, había retornado de Santa Elena a Londres en mayo de 1762, casi pisándole los talones a William y con numerosos logros en su haber. Inmediatamente sentó las bases de su futura reputación publicando The British Mariner's Guide (Guía del Marino Británico), traducción al inglés de las tablas de Mayer, junto con una serie de directrices para su manejo.
Mayer había muerto en febrero, a los treinta y nueve años de edad, víctima de una virulenta infección. A continuación, en julio, murió Bradley, director del observatorio. Su muerte, cuando contaba sesenta y nueve años, parecía menos prematura, pero Maskelyne juró que la vida de su mentor se había acortado indebidamente como consecuencia del intenso trabajo con las tablas lunares.
No hubo de pasar mucho tiempo para que los Harrison descubrieran que la ausencia de Bradley en el Consejo de la Longitud no suponía ningún alivio para ellos. Su muerte no suavizó la actitud altanera de los demás miembros del Consejo. Durante todo aquel verano, mientras permaneció vacante el cargo de director del observatorio, y también después, cuando fue nombrado Nathaniel Bliss para ocuparlo, William se mantuvo en contacto con los miembros del Consejo para reivindicar el reloj. Recibió duros golpes en las dos reuniones celebradas en junio y agosto, y transmitió a su padre las desalentadoras noticias.
En cuanto Bliss pasó a formar parte
ex officio
del Consejo en calidad de director del observatorio, el cuarto, los Harrison se convirtieron en blanco de sus ataques. Al igual que su antecesor, Bradley, era partidario acérrimo del método de la distancia lunar. Aseguró que la supuesta precisión del reloj era algo puramente fortuito, y que no esperaba que en la siguiente prueba actuase con exactitud.
Ni los astrónomos ni los almirantes del Consejo sabían nada del reloj ni por qué funcionaba con tal regularidad. Quizá no habrían sido capaces de comprender su mecanismo, pero empezaron a acosar a Harrison a principios de 1763 para que lo explicara. Se trataba de un asunto de curiosidad intelectual y de seguridad nacional. El reloj era valioso, pues parecía representar una mejora respecto a los relojes corrientes que se empleaban para cronometrar la medición de la distancia lunar. Incluso podía suplir a este método cuando hacía mal tiempo, cuando desaparecían la Luna y los astros. Y además, John Harrison ya no rejuvenecería. ¿Qué ocurriría si moría y se llevaba a la tumba el secreto potencialmente útil? ¿Y si William y el reloj se hundían en una catástrofe naval mientras se llevaba a cabo la siguiente prueba? Evidentemente, el Consejo tenía que conocer el funcionamiento del reloj antes que volviera a hacerse a la mar.
El Gobierno francés envió a Londres un pequeño contingente de relojeros, entre ellos Ferdinand Berthoud, con la esperanza que Harrison les revelara las interioridades del H-4. Comprensiblemente cansado, Harrison despachó a los franceses y rogó a sus compatriotas que le dieran algún tipo de certeza que nadie iba a arrebatarle su idea. También pidió al Parlamento £ 5.000, para hincarle el diente a la promesa que protegería sus derechos. Las negociaciones llegaron a punto muerto rápidamente, y no hubo intercambio de dinero ni de información.
Finalmente, en marzo de 1764, William y su amigo Thomas Wyatt subieron a bordo del
Tartar
y zarparon rumbo a Barbados con el H-4. El capitán del barco, sir John Lindsay, supervisó la primera fase de la segunda prueba y dirigió el manejo del reloj en la travesía hasta las Indias Occidentales. Al bajar a tierra, el 15 de mayo, dispuesto a comparar datos con los astrónomos elegidos por el Consejo que habían llegado antes que él a la isla a bordo del
Princess Louisa
, William encontró una cara conocida. En el observatorio, listo para juzgar el comportamiento del reloj, estaba el hombre de confianza de Nathaniel Bliss, elegido a dedo: ni más ni menos que el reverendo Nevil Maskelyne.
Maskelyne también estaba soportando una especie de segunda prueba, según comentó en tono quejoso. Su método de la distancia lunar había demostrado ser, sin lugar a dudas, la solución suprema al problema de la Longitud en el viaje hasta Santa Elena. Y añadió con jactancia que estaba seguro de haber resuelto el caso y que obtendría el premio en la travesía a Barbados.
Cuando William se enteró de esto, el capitán Lindsay y él pusieron en tela de juicio la capacidad de Maskelyne para juzgar el H-4 con imparcialidad. Maskelyne se enfureció ante tal acusación. Adoptó una actitud arrogante; después, se puso nervioso. En tal situación, llegó a confundirse en las observaciones astronómicas, a pesar que todos los presentes recordarían que no había ni una sola nube en el cielo.
Medid bien el tiempo. ¡Qué desagradable
Es la dulce música, cuando no se miden
Bien los tiempos y no se guarda el compás!
Lo mismo ocurre en la música de la vida humana.
He abusado del tiempo y ahora el tiempo abusa
De mí, pues ahora el tiempo me ha tomado por el
Reloj que marca sus divisiones; mis
Pensamientos son los minutos.
WILLIAM SHAKESPEARE, Ricardo II.
Se han conservado dos impresionantes retratos de John Harrison, ambos realizados en vida. El primero es un retrato oficial al óleo, obra de Thomas King, pintado entre octubre de 1765 y marzo de 1766. El otro es un grabado de Peter Joseph Tassaert, fechado en 1767, a todas luces extraído del cuadro, que copia casi en todos los detalles. En todos menos uno, y esta diferencia nos cuenta una historia de degradación y desesperación.
En la actualidad, el cuadro se encuentra en la galería del antiguo Real Observatorio. Muestra a un Harrison de aspecto importante, con levita y calzón de color chocolate, en posición sedente, y rodeado por sus inventos, entre ellos el H-3 a la derecha, y el regulador de precisión con péndulo de rejilla que construyó para verificar los demás relojes, a su espalda. Aun estando sentado adopta una postura erguida y una expresión de competencia, satisfecho pero no presuntuoso. Lleva peluca blanca de caballero, y tiene la piel más blanca y lisa que imaginarse pueda. (Según se cuenta, a Harrison empezaron a fascinarle las maquinarias de reloj en la infancia, mientras se recuperaba de una enfermedad que, por todas las trazas, era un caso de viruela, grave en aquella época. Hemos de llegar a la conclusión de que esta historia es un tanto exagerada, o que Harrison experimentó una recuperación milagrosa, o que el pintor eliminó las señales de la viruela.)
Sus ojos azules, aunque algo acuosos dados sus setenta y tantos años de edad, sostienen una mirada directa. Sólo las cejas, elevadas en el centro, y las arrugas entre ellas, delatan los cuidados de su oficio, las continuas preocupaciones. Tiene el brazo izquierdo doblado, y la mano apoyada en la cintura. El antebrazo derecho reposa sobre una mesa, y sostiene entre los dedos... ¡el reloj de bolsillo de Jefferys!
¿Dónde está el H-4? Hacía tiempo que lo había terminado, y era la niña de sus ojos. Sin duda Harrison querría haber posado con él. Y de hecho, posa con él en el graba do de Tassaert. Resulta extraño ver cómo se separan las medias tintas del óleo en la muñeca derecha de Harrison. En esta imagen, su mano está vacía y señala vagamente hacia el Reloj, en este caso sobre la mesa, un tanto escorzado por la perspectiva, encima de unos dibujos que lo representan. Hay que reconocer que el aparato es demasiado grande para que Harrison lo sujete cómodamente en la palma de la mano, como podía hacer con el reloj de Jefferys, que tenía la mitad de tamaño que el H-4.
La razón de que el H-4 no aparezca en el retrato al óleo es que no estaba en poder de Harrison cuando posó para el cuadro. Fue recuperado más adelante, cuando su creciente fama como «el hombre que descubrió la longitud» dio pie a que se hiciera el grabado que lo incluía. Los acontecimientos que se produjeron entre medias estuvieron a punto de hacerle perder la paciencia a Harrison.
Tras la segunda prueba del Reloj en el verano de 1764, el Consejo de la Longitud dejó que pasaran meses enteros sin decir una palabra. Sus miembros estaban esperando que los matemáticos cotejaran los cálculos que se habían efectuado de la actuación del H-4 con las observaciones de los astrónomos sobre la Longitud de Portsmouth y Barbados, todo lo cual había que tener en cuenta para el veredicto. Cuando oyeron el informe final, los miembros del Consejo admitieron que mantenían «unánimemente la opinión de que dicho reloj ha funcionado con suficiente corrección». Difícilmente hubieran podido decir otra cosa. El Reloj había demostrado que podía dar la Longitud dentro de los límites de dieciséis kilómetros: con una exactitud tres veces mayor de lo que exigía el Decreto de la Longitud. Pero este extraordinario éxito sólo le sirvió a Harrison para obtener una pequeña victoria. El Reloj y su creador tendrían todavía que dar muchas explicaciones.
Aquel otoño, el Consejo se ofreció a entregarle la mitad del dinero del premio a condición de que él les entregase a su vez todos los relojes marinos y les revelase la magnífica maquinaria del H-4. Si Harrison quería la cantidad íntegra, las £ 20.000, tendría también que supervisar la construcción no de una, sino de dos copias del H-4 como prueba de que se podían reproducir su diseño y funcionamiento.
Para colmo, Nathaniel Bliss rompió la larga tradición de longevidad que caracterizaba al puesto de director del observatorio. John Flamsteed desempeñó el cargo duran te cuarenta años; Edmond Halley y James Bradley, durante más de veinte cada uno, pero Bliss murió al cabo de dos años de haber ocupado el puesto. El nombre del nuevo director, y miembro
ex officio
del Consejo de la Longitud, que se anunció en enero de 1765 era, como sin dudarlo había predicho Harrison, el de Nevil Maskelyne.
Maskelyne, de treinta y dos años de edad, tomó posesión de su cargo un viernes. Al día siguiente por la mañana, sábado 9 de febrero, incluso antes de la ceremonia de besar la mano al Rey, asistió a la reunión del Consejo de la Longitud que estaba prevista, en calidad de miembro más reciente. Escuchó con atención el debate sobre el espinoso asunto del pago a Harrison y después atendió a su propio programa.
Leyó en voz alta un largo memorando de elogio al método de la distancia lunar. Cuatro capitanes de la East India Company que le acompañaban corearon sus pala bras. Todos ellos habían utilizado ese procedimiento, muchas veces, tal como señalaba Maskelyne en The British Mariner's Guide, logrando siempre averiguar la Longitud en cuestión de unas cuatro horas. Coincidieron con Maskelyne en que debían publicarse las tablas y difundirse, «para que este método pueda ser practicado fácilmente por todos los navegantes».
Esto señaló el comienzo de una explosión de actividades encaminadas a institucionalizar el método de la distancia lunar. El cronómetro de Harrison sería rápido, pero también una rareza, mientras que los cielos eran accesibles a todos.
La primavera de 1765 le causó a Harrison más aflicciones, que adoptaron la forma de un nuevo decreto del Parlamento. Esta ley —oficialmente llamada Decreto V de Jorge III— sumaba una serie de advertencias y condiciones al Decreto de 1714, e incluía estipulaciones que se aplicaban específicamente a Harrison. Incluso se le nombraba y se exponía el estado de su enfrentamiento con el Consejo.
El humor de Harrison se deterioró. En más de una ocasión salió dando un portazo de una reunión del Consejo, oyéndosele jurar que no aceptaría las escandalosas exigencias que se le querían imponer «mientras le quedara una gota de sangre inglesa en el cuerpo».
Lord Egmont, presidente del Consejo, llegó a espetarle: «Señor... sois el ser más extraño y obstinado que he conocido jamás, y si hicierais lo que queremos que hagáis, algo que está en vuestro poder, os daría mi palabra de entregaros el dinero, pero tan sólo con que lo hicierais».
Harrison acabó doblegándose. Entregó los dibujos y una descripción escrita. Prometió develarlo todo ante una comisión de expertos elegida por el Consejo.
Aquel verano, el 14 de agosto de 1765, un ilustre grupo llegó a casa de Harrison, en Red Lion Square. Estaban presentes dos de los profesores de matemáticas de Cambridge a los que Harrison se refería burlonamente como «sacerdotes» o «curas», el reverendo John Michell y el reverendo William Ludlam. Asistían tres famosos relojeros: Thomas Mudge, quien estaba profundamente interesado en construir relojes marinos, William Mathews y Larcum Kendall, antiguo aprendiz de John Jefferys. El sexto miembro de la comisión era el respetado constructor de instrumentos científicos John Bird, que había provisto al Real Observatorio de instrumentos para trazar mapas siderales, y de artefactos únicos a muchas expediciones científicas.
También estaba Maskelyne.
En el transcurso de los seis días siguientes Harrison desmontó el reloj pieza a pieza, explicó —bajo juramento— la función de cada una de ellas, describió cómo funcionaban en conjunto las diversas innovaciones para marcar la hora casi perfectamente, y contestó a todas las preguntas que se le formularon. Una vez acabado el interrogatorio, los jueces firmaron un certificado que decía que, en su opinión, Harrison había dicho todo cuanto sabía.