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Authors: John Steinbeck

Las uvas de la ira (53 page)

BOOK: Las uvas de la ira
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Rose of Sharon escudriñó por la carretera.

—Esa señora dice que perderé al niño… —empezó.

—No vuelvas con eso —le advirtió Madre.

Rose of Sharon dijo quedamente:

—La he visto. Viene hacia aquí, creo. ¡Sí! Aquí viene. Madre, no le dejes…

Madre se volvió y contempló la figura que se aproximaba.

—¿Cómo está? —dijo la mujer—. Soy la señora Sandry… Lisbeth Sandry. He conocido a su hija esta mañana.

—¿Cómo está? —dijo Madre.

—¿Es usted feliz en el Señor?

—Muy feliz —replicó Madre.

—¿Está usted salvada?

—Sí —el rostro de Madre estaba cerrado y expectante.

—Bien, me alegro —dijo Lisbeth—. Los pecados son muy fuertes por aquí. Ha venido usted a un sitio terrible. La maldad está por todas partes. Gente mala, cosas malas, un cristiano de verdad apenas puede soportarlo. Los pecadores nos rodean.

Madre se ruborizó un poco y cerró la boca con decisión.

—A mí me parece que son gente amable —dijo secamente.

Los ojos de la señora Sandry se clavaron en ella.

—¡Amable! —gritó—. ¿Cree usted que son buenos cuando hay baile agarrado? Se lo digo yo, su alma inmortal no tiene ni una posibilidad en este campamento. Anoche salí a un servicio en Weedpatch. ¿Sabe lo que dijo el predicador? Dijo: Hay maldad en este campamento. Los pobres intentan ser ricos. Hay bailes y abrazos donde debería haber llanto y gemir en pecado. Eso es lo que dijo. Todos los que no están aquí son negros pecadores, dijo. Le aseguro que oírle le deja a uno sintiéndose muy bien. Y sabíamos que estábamos salvados. Nosotros no hemos bailado.

El rostro de Madre estaba rojo. Se puso en pie lentamente y se encaró con la señora Sandry.

—¡Fuera! —dijo—. Váyase ahora, antes de que yo peque al decir dónde debe irse. Váyase a su llanto y su gemir.

La señora Sandry se quedó con la boca abierta. Dio un paso atrás. Y entonces se volvió furiosa.

—Pensé que eran cristianos.

—Es que lo somos —dijo Madre.

—No, no lo son. ¡Son pecadores que van arder en el infiemo, todos ustedes! Y lo pienso mencionar en la reunión. Puedo ver su negra alma ardiendo. Puedo ver al niño inocente en el vientre de esta muchacha ardiendo.

Un gemido lastimero y apagado escapó de los labios de Rose of Sharon. Madre se agachó y cogió un palo.

—¡Fuera! —dijo fríamente—. No se le ocurra volver. He visto antes gente como usted. Se complacen haciendo esto, ¿verdad? —Madre avanzó hacia la señora Sandry. La mujer empezó a retroceder, y luego, de pronto, echó la cabeza hacia atrás y aulló. Los ojos se le pusieron en blanco, los hombros y los brazos colgaban muertos a los lados y una línea espesa de saliva viscosa saJió por la comisura de sus labios. Aulló una y otra vez, largos aullidos profundos y bestiales. Hombres y mujeres salieron corriendo de las tiendas y se quedaron cerca, asustados y en silencio. Lentamente la mujer cayó de rodillas y los aullidos decrecieron hasta ser un quejido estremecido y balbuciente. Cayó de costado, las piernas y los brazos agitándose. El blanco de los ojos aparecía bajo los párpados abiertos. Un hombre dijo en voz baja:

—El espíritu. Está poseída por el espíritu.

El pequeño director se acercó paseando como si nada pasara.

—¿Algún problema? —preguntó.

La multitud se apartó para dejarle pasar. Miró a la mujer en el suelo.

—¡Vaya por Dios! —dijo—. ¿La podéis ayudar algunos a volver a su tienda?

La gente silenciosa removió los pies. Dos hombres se agacharon y la levantaron, uno sujetándola por debajo de los brazos y otro por los pies. Se la llevaron y la gente empezó despacio a moverse tras ellos. Rose of Sharon entró en la tienda y se acostó y se cubrió la cara con una manta.

El director miró a Madre y al palo que llevaba en la mano. Sonrió con cansancio.

—¿Le pegó? —preguntó.

Madre continuó con la vista fija en la gente en retirada. Meneó la cabeza despacio.

—No, pero me faltó poco. Hoy ha trastornado dos veces a mi hija.

—Intente no pegarle —dijo el director—. No se encuentra bien. Es solo que no está bien —y añadió quedamente—. Ojalá se fuera y toda su familia. Da más problemas en el campamento que todos los demás juntos.

Madre se rehízo de nuevo.

—Si vuelve, a lo mejor no puedo evitar pegarle. No estoy segura. No le dejaré que preocupe a mi hija más.

—No se preocupe, señora Joad —dijo—. No la volverá a ver. Tantea a los recién llegados. No volverá más. Cree que usted es una pecadora.

—Bien, lo soy —dijo Madre.

—Claro, como todos, pero no de la forma que dice ella. Esa mujer no está bien, señora Joad.

Madre le miró agradecida y gritó:

—¿Has oído, Rosasharn? No está bien. Está loca —pero la muchacha no levantó la cabeza. Madre dijo:

—Mire, se lo advierto. Si vuelve por aquí, no respondo de mí misma. Le atizaré.

Él sonrió con sorna.

—Sé lo que siente —dijo—. Simplemente intente no darle. Es lo único que le pido… que lo intente —caminó lentamente en dirección a la tienda donde habían llevado a la señora Sandry.

Madre entró en la tienda y se sentó junto a Rose of Sharon.

—Levanta la vista —dijo. La joven permaneció inmóvil. Madre apartó suavemente la manta de la cara de su hija—. Esa mujer está medio loca —dijo—. No te creas ninguna de esas cosas.

Rose of Sharon susurró aterrada:

—Cuando habló de arder, me… sentí arder.

—Eso no es verdad —le contradijo Madre.

—Estoy muy cansada —murmuró la joven—. Cansada de que pasen cosas. Quiero dormir. Quiero dormir.

—Bueno, entonces duerme. Éste es un lugar agradable. Puedes dormir.

—¿Y si vuelve?

—No va a volver —dijo Madre—. Voy a sentarme a la puerta
y
no le dejaré volver. Ahora descansa, que dentro de poco tendrás que trabajar en la guardería.

Madre se levantó con esfuerzo y fue a sentarse en la entrada de la tienda. Se sentó en una caja y puso los codos en las rodillas y la barbilla entre las manos. Vio el movimiento del campamento, oyó las voces de los niños, el golpeteo de un martillo contra un hierro; pero sus ojos miraban al frente. Padre, que venía por la carretera, la encontró allí y se acuclilló cerca de ella, que dirigió su mirada lentamente hacia él.

—¿Encontrasteis trabajo? —preguntó.

—No —dijo él avergonzado—. Estuvimos buscando.

—¿Dónde están John y Al y el camión?

—Al está arreglando algo. Tuvo que pedir prestadas algunas herramientas. El otro dijo que Al lo tenía que arreglar allí mismo.

Madre dijo tristemente:

—Éste es un sitio agradable. Durante un tiempo podríamos ser felices aquí.

—Si encontráramos trabajo.

—¡Sí! Si vosotros encontrarais trabajo.

Él sintió su tristeza y estudió su rostro.

—¿Por qué estás abatida? Si es un sitio tan agradable, ¿por qué tienes que estar deprimida?

Ella le miró y cerró los ojos con lentitud.

—Es curioso, ¿no te parece? Durante el tiempo que estuvimos en movimiento, avanzando, no pensé en nada. Y ahora esta gente se porta bien conmigo, me tratan muy bien; y ¿qué es lo que primero que hago? Vuelvo derecha a recordar las cosas tristes… aquella noche que el abuelo murió y lo enterramos. Yo estaba hasta arriba de la carretera, de dar botes y del movimiento y no era para tanto. Pero ahora aquí, es peor. Y la abuela… y Noah, ¡marchándose de aquella forma! Simplemente río abajo. Esas cosas son parte de todo y ahora me vienen todas juntas. La abuela como una pobre y enterrada como una pobre. Eso me duele ahora. Me duele mucho. Y Noah marchándose río abajo. Él no sabe lo que hay allí, no lo sabe. Y nosotros tampoco. Nunca sabremos si está vivo o muerto. Nunca vamos a saberlo. Y Connie que se escabulló. Antes no les dejé sitio en el cerebro, pero ahora me vienen todas juntas. Y debería estar contenta de que estemos en un sitio agradable —padre le miraba a la boca mientras hablaba. Ella tenía los ojos cerrados—. Recuerdo aquellas montañas, afiladas como dientes viejos, al lado del río por donde se fue Noah. Recuerdo la hierba de la tierra en la que descansa el abuelo. Recuerdo el tajo de casa con una pluma pegada, hecho trizas de los cortes y negro de la sangre de los pollos.

La voz de Padre siguió en el mismo tono.

—Hoy he visto a los patos —dijo—. Hacia el sur, en forma de cuña… muy arriba. Parecian ser muy pequeñitos. Y he visto a los mirlos sentados en los alambres y las palomas estaban sobre las cercas —Madre abrió los ojos y le miró. Él continuó—: Vi un pequeño torbellino, como un hombre dando vueltas por un campo. Y los patos echaron a volar, en forma de cuña, en dirección al sur.

Madre sonrió.

—¿Te acuerdas? —dijo—. ¿Te acuerdas de lo que siempre decíamos en casa? El invierno llegará temprano, decíamos, cuando volaban los patos. Siempre lo dijimos y el invierno llegaba cuando era su momento. Pero siempre decíamos: Viene temprano. Me pregunto qué queríamos decir.

—He visto a los mirlos en los alambres —dijo Padre—. Sentados tan juntitos. Y las palomas. Nada se está tan quieto como una paloma sentada, en los alambres de las cercas, sentadas de dos en dos quizá. Y ese pequeño torbellino… del tamaño de un hombre, bailando por un campo. Siempre me gustaron esos bichos, grandes como hombres.

—Ojalá pudiera no pensar en casa —dijo Madre—. Ya no es nuestra casa. Ojalá pudiera olvidarla. Y a Noah.

—Nunca estuvo bien… quiero decir… bueno, fue culpa mía.

—Te dije que no dijeras eso nunca. Quizá no hubiera llegado a vivir.

—Pero yo debí haberlo hecho mejor.

—Calla ya —exigió Madre—. Noah era extraño. Quizá vive bien junto al río. Tal vez sea mejor así. No podemos permitirnos el preocuparnos. Éste es un sitio agradable y puede que consigáis trabajo de inmediato.

Padre señaló al cielo.

—Mira… más patos. Una buena bandada. Y, Madre, el invierno llegará temprano.

Ella rió entre dientes.

—Hay cosas que se hacen sin saber por qué.

—Aquí está John —dijo Padre—. Ven aquí y siéntate, John.

El tío John se unió a ellos. Se acuclilló delante de Madre.

—No conseguimos nada —dijo—. Sólo dimos unas vueltas. Oye, Al quiere verte. Dice que tiene que comprar un neumático. Sólo le queda una capa de material a la rueda, dice.

Padre se puso en pie.

—Espero que la pueda comprar barata. No nos queda mucho. ¿Dónde está Al?

—Allí abajo, hasta el primer cruce de calles y gira a la derecha. Dice que va a estallar y quedar inservible una cubierta si no compra uno nuevo—Padre se alejó despacio, y sus ojos siguieron la uve gigante de patos por el cielo.

El tío John cogió una piedra del suelo, la dejó caer desde la palma y volvió a cogerla. No miró a Madre.

—No hay trabajo —dijo.

—No habéis mirado por todas partes —replicó Madre.

—No, pero hay carteles fuera.

—Bueno, Tom debe haber encontrado trabajo. No ha vuelto.

El tío John sugirió:

—Quizá se haya marchado… igual que Connie y que Noah.

Madre le miró con intensidad y luego sus ojos se suavizaron.

—Hay cosas que sabes —dijo—. Cosas de las que estás segura. Tom tiene trabajo y volverá esta tarde. Eso es verdad —sonrió con satisfacción—. ¡Es un buen chico! —dijo—. Es un buen chico.

Los coches y camiones empezaron a llegar al campamento y los hombres acudieron en tropel a la unidad sanitaria. Y cada uno llevaba un mono limpio y una camisa en la mano.

Madre recuperó el control.

—John, ve a buscar a Padre. Id a la tienda. Quiero judias, azúcar, y… un trozo de carne de freír y zanahorias y… dile a Padre que compre algo rico, cualquier cosa, pero rico, para esta noche. Esta noche tendremos… algo rico.

Capítulo XXIII

L
os emigrantes, revolviendo en busca de trabajo, rebuscando para vivir, siempre perseguían el placer, escarbaban el placer, lo elaboraban y estaban hambrientos de entretenimiento. A veces este se encontraba en la palabra y ellos trascendían sus vidas con bromas. Y en los campamentos a orillas de las carreteras, en las riberas bajas junto a los ríos, bajo los sicómoros, el narrador de cuentos encontró su lugar, de modo que la gente se reunía a la luz de las hogueras para oír a los mejor dotados. Y escuchaban mientras se narraban los cuentos y su participación hacía los cuentos grandiosos.

Yo era un recluta en la guerra contra Jerónimo…

Y la gente escuchaba y en sus ojos en calma se reflejaba el fuego moribundo.

Aquellos indios eran hermosos… astutos como serpientes y silenciosos cuando querían. Podían ir sobre hojas secas y no producir ni un susurro. Intenta hacerlo en alguna ocasión.

Y la gente escuchaba y recordaba el crujir de hojas secas bajo sus pies.

Vino el cambio de estación y aparecieron las nubes. Mal momento. ¿Alguna vez has oído que el ejército hiciera algo a derechas? Dale al ejército diez oportunidades y las malgastará una tras otra. Hicieron falta tres regimientos para matar un centenar de bravos… siempre.

Y la gente escuchaba con los rostros en calma. Los narradores utilizaban ritmos altisonantes para atraer la atención sobre sus cuentos, usaban grandes palabras, porque los cuentos eran grandiosos, y los que escuchaban se volvían grandiosos a través de ellos.

Había un bravo en un risco, contra el sol. Sabía que sobresalía. Extendió los brazos y permaneció de pie, inmóvil. Desnudo como la mañana, y perfilado contra el sol. Tal vez estaba loco. No lo sé. Allí quieto, con los brazos extendidos, parecía una cruz. Cuatrocientos metros. Y los hombres… bueno, subieron sus miras y sintieron el viento con los dedos; pero se quedaron quietos, sin poder disparar. Tal vez aquel indio sabía algo. Sabía que no podíamos disparar. Allí tumbados, con los rifles amartillados y ni siquiera los subimos al hombro. Mirándole. Una banda en la cabeza con una pluma. Podíamos verle, y tan desnudo como el sol. Durante largo rato estuvimos mirando y no se movió en absoluto. Y entonces el capitán se puso furioso. ¡Disparad, cabrones chiflados, disparad!, gritó. Y nosotros quietos. Contaré hasta cinco y entonces veremos, dijo el capitán. Pues bien, levantamos despacio los rifles y todos esperábamos que alguien disparara primero. Nunca he estado tan triste en mi vida. Y puse el punto de mira en su vientre y… entonces. Cayó con un golpe seco y rodó. Nosotros subimos. No era grande… había parecido tan enorme… allá arriba. Todo destrozado y pequeño. ¿Alguna vez has visto un faisán, rígido y hermoso, cada pluma dibujada y pintada e incluso los ojos pintados, tan bonitos? Y ¡bang! Lo recoges… ensangrentado y retorcido y has echado a perder algo mejor que tú; comértelo no llega a compensarte, porque has echado a perder algo en ti mismo y ya no tiene arreglo.

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