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Authors: Esquilo

Las suplicantes

 

Esta es la primera pieza de una tetralogía. No se conservan las otras obras que la componían, pero se cree que son las tragedias Los egipcios y Las Danaides y el drama satírico Amimone. La problemática que plantea Esquilo en las suplicantes, es lo perjudicial de la democracia a la hora de tomar decisiones de gran urgencia. Pelasgo tiene que someter a votación la acogida en el seno de su pueblo a unas mujeres que defienden su derecho a disponer de su propia sexualidad y de su libertad frente al poder masculino. Esquilo deja patente en la obra, la oportunidad de la democracia en el gobierno de un pueblo. Pelasgo, lejos de mostrarse como un tirano, consulta a su pueblo sobre la suerte de las suplicantes y la posibilidad de verse implicado en una guerra en el supuesto de que se decida protegerlas.

Huyendo de los hijos de Egipto, rey de Egipto, las suplicantes o danaides (hijas de Dánao), llegan a Argos en busca de la protección de la ciudad. Llegan acompañadas por su padre, Dánao, y ruegan y suplican a los dioses que hundan las naves de los hijos de Egipto que andan persiguiéndolas: prefieren la muerte al matrimonio. El rey de Argos decide concederles la protección solicitada, cuando desembarcan los perseguidores de las danaides. El rey de Argos mantiene su protección a pesar de la llegada de los hijos de Egipto, y las suplicantes entonan un himno de gratitud.

El hecho de que la acción de esta obra sea tan lenta y leve nos hace suponer que mantendría algún tipo de "simbología" en el concepto general de la trilogía presentada por Esquilo al concurso. Probablemente la última obra de esta trilogía (no conservada) trataría de una de las danaides en concreto, Hipermestra, única entre ellas que no siguió el consejo materno de asesinar al esposo en el lecho conyugal y la cual es alabada por Esquilo.

Esquilo

Las suplicantes

ePUB v1.0

Polifemo7
07.11.11

Traducción: José Alsina

Las suplicantes

PERSONAJES DEL DRAMA

CORO DE LAS DANAIDES

DÁNAO,
Padre de las Danaides

PELASGO,
el rey de los argivos

HERALDO

La acción, en Argos. Al fondo de la
orquéstra,
una colina con estatuas de los dioses agorales.

(Entra el
CORO
y se detiene al pie de una colina con altares y estatuas de dioses. Primero, evoluciona. Luego, se dirige a los dioses y la tierra de Argos, a la que acaban de arribar).

CORO. Que Zeus Suplicante benévolo mire nuestra naval hueste que un día zarpara de la fina arena del delta del Nilo. Tras haber dejado de Zeus la provincia, vecina de Siria, al exilio huimos; no es que, condenadas por popular voto, en pago de un crimen, la patria dejemos; es que nuestro pecho, por naturaleza, al macho aborrece, y así ha rechazado bodas con los hijos de Egipto, y su insania.

Dánao, mi padre y mi consejero, autor de mi intriga, sopesando todas las suertes del juego, esto ha decidido, que mi honor protege: huir velozmente por la ola marina, y arribar a Argólide, de donde procede toda nuestra estirpe, que, un día, se jacta, nació de la vaca que un tábano pica, al tacto y al hálito de Zeus, nuestro Padre.
¿A
qué territorio llegar, pues, podemos más benigno que este, con el brazo armado de arma suplicante, la rama ceñida de albísima lana?

¡Que esta ciudadela, que este territorio, que sus aguas puras, que los altos dioses y los subterráneos que ocupan sus tumbas, que Zeus salvador, en lugar tercero, que el hogar protege de los hombres puros, acojan benévolos a este equipo nuestro hecho de mujeres, con el aire suave propio de esta tierra; mas que el macho enjambre lleno de insolencia, nacido de Egipto, antes de que ponga su pie en esta tierra,

ESTROFA 6.ª
Tales son los tristes dolores que proclamo en mis cantos agudos, graves, lacrimosos, ¡ay, ay!,
idóneos para el fúnebre lamento.
Viva, con mis propios gemidos me enaltezco.

EFIMNIO 1.°
¡Séme propicia, oh tú, montaña de Apis!
¿Comprendes, tierra, mi bárbaro lenguaje? Una vez y otra vez me precipito sobre mi velo de Sidón desgarrándole el lino.

ANTÍSTROFA 6.ª
Hacia los dioses corren votos y sacrificios
de acción de gracias, cuando la muerte acecha. ¡Ay, ay!, vientos inciertos, ¿a dónde ha de llevarme este oleaje?

EFIMNIO 1°
¡Séme propicia, oh tú, montaña de Apis!
¿Comprendes, tierra, mi bárbaro lenguaje? Una vez y otra vez me precipito sobre mi velo de Sidón desgarrándole el lino.

ESTROFA 7.ª
El remo, ciertamente, y la encordada casa hecha de leño y que del mar protege, hasta aquí me han traído, parejas con los vientos.
no puedo quejarme.
Pero un final feliz, que el Padre que todo lo contempla establezca en el curso de los tiempos.

EFIMNIO 2.°
¡Que la semilla de mi augusta madre
del lecho del varón, oh, oh, pueda escapar sin bodas y sin yugo!

ANTÍSTROFA 7.ª Y
que en este intercambio de deseos, vuelva a mí su mirada la casta hija de Zeus, con sus augustos ojos, firmemente,
con todas sus fuerzas irritada por tanto hostigamento indomada, sea de mí, indomada, la salvadora.

EFIMNIO
2° ¡Que la semilla de mi augusta madre
del lecho del varón, oh, oh, pueda escapar sin bodas y sin yugo!

ESTROFA 8.ª
Si no, esta estirpe, ennegrecida
a los rayos del sol, al subterráneo,
al Zeus hospitalario
que acoge a los difuntos,
con nuestros ramos nos presentaremos,
tras buscar nuestra muerte en unos lazos,
si no hallamos favor entre los dioses del Olimpo

EFIMNIO 3.°
¡Ah, Zeus, io. Es contra Ío
esta divina cólera que azuza! Harto sé del triunfo de una esposa en el Olimpo. Y de fuerte vendaval la tempestad arranca.

ANTÍSTROFA 8.ª
Y, entonces, Zeus habrá de verse envuelto en voces que proclaman la injusticia, por haber deshonrado al hijo de la vaca al que él mismo dio vida, y ahora vuelve el rostro ante los ruegos. Que oiga desde la altura nuestras preces.

EFIMNIO 3.°
¡Ah, Zeus, io. Es contra Ío
esta divina cólera que azuza! Harto sé del triunfo de una esposa en el Olimpo. Y de fuerte vendaval la tempestad arranca.

DÁNAO. Hijas, prudencia, que hasta aquí llegasteis con vuestro anciano padre, un fiel piloto. Ahora hay que estudiar con gran cuidado lo que pueda ocurrir en esta tierra. Grabad, pues, mis palabras en la mente. Veo polvo, de hueste mudo heraldo. Los cubos en el eje no enmudecen. Un gentío, de escudos protegido, y blandiendo la pica, con caballos y con curvados carros estoy viendo. Seguro que los reyes de esta tierra hacia aquí se dirigen para vernos por un correo puestos sobre aviso. Y tanto si aquí viene en son de paz, como si ha puesto en armas a esta tropa por cruel ira aguzado, es preferible hijas, sentarse cabe estas deidades de la colina. Más que torre es fuerte siempre un altar, escudo indestructible. Subid, pues, con presteza, y sosteniendo piadosamente con la mano izquierda las blancas ramas, signo suplicante, y el orgullo de Zeus, dios del respeto, dirigid, cual conviene, a vuestro huésped palabras reverentes, suplicantes, llenas de angustia, y le informáis al punto que este destierro vuestro no es por sangre. No acompañe la audacia a las palabras ante todo; que vanidad ninguna en vuestros rostros de modesta frente, en vuestros calmos ojos se refleje. Y no seas prolija ni ardorosa en tu lenguaje: que aquí son muy sensibles. Debes saber ceder: que eres extraña y fugitiva y necesitas de ellos. Que lengua audaz al débil no le cuadra.

CORIFEO. Hablas, sensato, a quienes son sensatas, y he de tener presente a todas horas este noble consejo, padre mío. ¡Zeus, dios de nuestra raza, nos contemple!

DÁNAO. ¡Que nos contemple con benignos ojos!

CORIFEO. Todo ha de acabar bien, si Él lo desea.

DÁNAO. No te retrases; triunfe mi designio.

CORIFEO. Quisiera junto a ti tener mi asiento. Ten compasión, oh Zeus, de nuestra pena, antes de que la muerte nos dé alcance.

DÁNAO. Al que es hijo de Zeus también invoca.

CORIFEO. Del Sol el rayo salvador yo invoco.

DÁNAO. Y al Santo Apolo, dios que del Olimpo viose también, un día, desterrado.

CORIFEO. Si conoce este sino, ya no hay duda: sentirá compasión por los mortales.

DÁNAO. Sí, que la sienta; y que él a nuestro lado, en su bondad, quiera tener su asiento.

CORIFEO. ¿A qué otro dios he de invocar ahora?

DÁNAO. Veo un tridente, de un dios símbolo claro.

CORIFEO. ¡Quien por mar nos guiara lo haga en tierra!

DÁNAO. El otro es Hermes, hecho al modo griego.

CORIFEO. Sea de libertad, pues, su mensaje.

DÁNAO. El ara honrad común de estas deidades, y asentaos en un lugar sagrado, al igual que bandada de palomas por miedo al gavilán de igual plumaje, hermanos enemigos de su raza que pretenden manchar su propia estirpe. Ave que ha devorado a sus hermanas, ¿cómo puede ser pura? ¿Y cómo puro el que a mujer desposa en contra del padre y en contra de ella misma? Ni en el Hades una vez muerto se hurtará a un proceso por su lascivia, si esta acción comete. Porque, se dice, juzga allí las culpas entre los muertos otro Zeus, en juicio inapelable ya. Mirad, por tanto, y responded del modo que os he dicho, si queréis que se imponga vuestra causa.

(Aparece el
REY,
en su carro, con una escolta armada).

REY. ¿De dónde llega el corro ataviado tan poco al modo griego, y fastuoso con sus ropas de bárbaro y sus cintas? ¿A quién hablamos? Esta vestimenta de mujer no es argólica ni griega, lo que más sorprende es que llegasteis a este país sin que os asalte el miedo, sin protector, sin guía y sin heraldo. Bien es verdad que, al modo suplicante, al pie de estas deidades agorales depositasteis ramas: solo en eso podrá la tierra griega comprenderos, podría yo hacer mil conjeturas si tú, que aquí te encuentras, no tuvieras las palabras que pueden explicarlo.

CORIFEO. Sobre mi indumentaria no has mentido. Pero, ¿a quién hablo yo? ¿A un ciudadano? ¿Quizá a un custodio con su sacra vara? ¿O al que de esta ciudad es el caudillo?

REY. Puedes hablar con toda confianza sobre esto, y preguntar: Yo soy Pelasgo, retoño de Palecton, que brotara un día de la Tierra. Y soy monarca de este país. De mí, su rey, el nombre tomó el pueblo pelasgo, el que cosecha los frutos de esta tierra. Las regiones que el sagrado Estrimón recorre enteras del lado de Occidente yo gobierno. En mi dominio incluyo el territorio de los perrebos, y, del Pindó allende, junto al pueblo peonio", las montañas de Dodona; y el límite se extiende hasta el sagrado mar: este es mi reino. Esta tierra, de antiguo, ha recibido el nombre de Apis, en recuerdo eterno de un héroe sanador. Un día, Apis, médico-sacerdote, hijo de Apolo, llegó hasta aquí, viniendo de Naupacto, y el país liberó de aquellos monstruos homicidas, que, un día, por la sangre vertida antiguamente, mancillada, en su furor hizo brotar la Tierra, hostil colonia, nido de serpientes.

Apis, de un modo irreprochable, entonces, remedios encontró para esta tierra de Argos, cortantes y liberadores; a cambio, en nuestras preces lo mentamos.

(Pausa).

ya que sobre mí tienes noticias, dime tu raza y cuéntame ya el resto: mas no gusta mi patria de retóricas.

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