99De
: Helen DaviesEnviado el
: 15 de agosto, 15.01Para
: Alice BuckleAsunto
: Una voz del pasado…Alice:
Supe que tenía un problema desde el día en que hiciste aquella entrevista para trabajar en Peavey Patterson. Estoy segura de que no lo sabes, porque aquel día saliste prácticamente corriendo de la oficina de William, pero él se te quedó mirando. Fue involuntario. No lo pudo evitar. Se quedó en la puerta de su despacho, viendo cómo te alejabas por el pasillo. Y siguió mirándote, mientras tú esperabas delante de los ascensores, pulsando nerviosamente un botón tras otro. Y al final, cuando ya te habías ido, se quedó un rato más en la puerta. Os conocíais antes incluso de conoceros. Ésa fue la expresión que vi en su cara el día que te entrevistó: te había reconocido. Yo no tenía la menor oportunidad. En cuanto al empleo, aunque William cumple los requisitos, no sé si podré hacer algo. Dame unos días para pensármelo. Supongo que no queréis trasladaros a Boston. Y supongo que William no sabe que has presentado la solicitud en su nombre y qué prefieres que no lo sepa. Siempre ha sido un hombre muy orgulloso. Acepto tus disculpas.
HD
—He aceptado el empleo —dice William.
—¿Qué empleo?
—El del marketing directo, Alice. ¿De qué otro empleo crees que puedo estar hablando?
Hace dos días que recibí el mensaje de Helen y… bueno… nada.
—Pero tú y yo no hemos hablado del tema.
—¿De qué quieres que hablemos? No tenemos trabajo ninguno de los dos. Necesitamos el dinero, por no mencionar el seguro médico y demás beneficios. Ya está hecho. Y a decir verdad, me siento muy aliviado.
—Pero yo pensaba…
—No, no digas nada. Es lo mejor que puedo hacer.
Se apoya en la encimera de la cocina, con las manos en los bolsillos y me mira, asintiendo.
—Ya lo sé. Ya sé que es lo mejor. Está muy bien, William. Enhorabuena. ¿Cuándo empiezas?
William se vuelve y abre el armario.
—El lunes. Ah, tengo una noticia interesante. Acaban de despedir a Kelly Cho de KKM.
—¿A Kelly Cho? ¿Qué ha pasado?
—Supongo que han hecho una reestructuración a fondo —dice William, mientras saca la harina—. Yo fui sólo uno de los primeros.
Es viernes. Esta noche, Nedra organiza una cena de celebración (para amigos y colegas que no estarán presentes en la ceremonia, entre ellos Bunny, Jack y Caroline), y mañana será la boda.
—¿Qué estás preparando? —pregunto.
—Pastelitos hojaldrados de queso.
—Lo siento, me he quedado dormida —dice Caroline, mientras entra en la cocina.
Bunny viene detrás, bostezando.
—Por favor, decidme que hay café.
Caroline sirve dos tazas y se sienta a la mesa, estudiando con preocupación su bloc de notas.
—No vamos a conseguir hacer todo esto a tiempo.
—Tendremos que delegar —dice William.
—Yo puedo ayudar —digo.
—Yo también —dice Bunny.
Caroline y William se miran.
—Vamos a ver. ¿Cómo puedo decirlo amablemente? —dice Caroline.
—Ya te entiendo —digo yo—. Nuestros servicios no son bien recibidos. ¿Nos retiramos al porche, Bunny?
—Yo me ofrezco con gusto para pelar cualquier cosa. Soy una peladora estupenda —dice Bunny.
—De acuerdo, mamá. Te llamaremos cuando lleguemos a las patatas —replica Caroline.
Bunny bebe un sorbo de café y suspira.
—Voy a echar de menos todo esto.
—¿Esto? ¿Mi limonero medio muerto? ¿Vivir con miedo constante a los terremotos?
—A ti, Alice. A tu familia. William, Peter, Zoé… Tomar el café contigo todas las mañanas…
—¿De verdad tenéis que iros?
—Caroline ha encontrado un apartamento y tiene trabajo. Es hora de que volvamos a casa. Prométeme que no perderemos el contacto de nuevo.
—Lo prometo. Estoy de vuelta en tu vida y pienso quedarme.
—Maravilloso. Es justo lo que esperaba oír, porque imagino que tendremos que hablar a menudo.
—¿Sí?
—He leído tus escritos. Hay material muy bueno, Alice, pero te seré sincera: tienes que pulirlo mucho.
Hago un gesto de asentimiento.
—Déjame que lo adivine. «La gente no habla así en la vida real», ¿verdad?
Bunny ríe entre dientes.
—¿En serio te dije eso? ¡Ay, Dios! Fue hace mucho tiempo, ¿no?
—¿Sigues pensando lo mismo?
—No. Ahora tienes buen oído para el diálogo. Tu principal desafío, en este momento, es abrirte. Tienes que superar las barreras que te impiden mostrarte. Después de todo, tus escritos son autobiográficos, ¿no?
—Algunos —digo, haciendo una mueca.
—¿Estoy siendo demasiado indiscreta? Si es así, lo siento.
—Oh, no. Necesito una buena patada en el trasero.
—Una patada en el trasero es lo contrario a lo que necesitas. Lo que necesitas es que te apoyen —dicen Bunny, cogiéndome cariñosamente por la barbilla—. Escúchame. Tómate en serio y escribe de una vez esa condenada obra de teatro.
—¡No te lo vas a creer! —dice William, una hora después.
Estoy en el vestidor de nuestra habitación, tratando de decidir qué me pongo esta noche. Voy pasando las perchas. No, no, no. Demasiado pretencioso, demasiado anticuado, demasiado serio… Quizá pueda solucionarlo otra vez con el traje de chaqueta Ann Taylor.
—Acabo de recibir un mensaje de Helen Davies.
—¿De Helen Davies? —intento parecer sorprendida—. ¿Qué quiere?
—¿Recuerdas que había publicado en Facebook que su empresa estaba buscando un responsable para la División de Alimentación y Bebidas?
Me encojo de hombros.
—Verás, yo no presté atención ninguna a la publicación, porque el empleo era en Boston. Pero acaba de escribirme para preguntarme si estoy interesado. Han decidido trasladar la división a las oficinas de San Francisco.
—¿En serio?
—Sí, en serio. Helen cree que yo sería la persona perfecta para dirigirla.
—No me lo puedo creer.
—¡Yo tampoco!
—La propuesta es increíblemente oportuna.
—Es rarísimo, ¿verdad? Parece cosa del destino, como si todo lo sucedido hace veinte años estuviera regresando. Me siento muy bien, Alice. ¡Me siento genial!
Me saca del vestidor y se pone a bailar conmigo por el dormitorio.
—Estás loco —le digo.
—Tengo mucha suerte —dice, haciéndome girar sobre mí misma.
—Estás chiflado —le digo, mientras me atrae hacia sí y nuestras miradas se encuentran.
Hundo la cara en su camisa, sintiendo una repentina timidez.
—Ah, no. No puedes esconderte —dice, alejándome un poco—. Mírame a los ojos, Alice.
Me mira y yo pienso: «¡cuánto tiempo!», pienso: «aquí estás» y también pienso: «por fin estoy en casa».
—Nos irá muy bien. Reconozco que estaba preocupado. No estaba seguro —dice William, colocándome el pelo detrás de las orejas—. Pero ahora creo que nos irá muy bien.
—Eso espero.
—No lo esperes. Créelo. Si alguna vez ha sido necesario creer y tener fe, es ahora, Alice.
Me coge la cara entre las manos y la inclina hacia arriba. Su beso es dulce y tierno, y no dura ni un segundo más de lo necesario.
—¡Uah! Estoy mareada. —Me suelto de sus brazos y me siento en la cama—. ¡Demasiadas vueltas!
Y demasiados besos y miradas. Estoy sin aliento, pero me siento como nueva.
—Tendré que contratar a un par de personas más. Estaba pensando en Kelly Cho.
—¿Kelly? ¡Oh! Bueno, supongo que sería un gesto magnífico.
William sigue pensando en voz alta. Hace meses que no lo veo tan animado. No para de moverse por toda la habitación. Ni siquiera se da cuenta cuando abro mi portátil.
100De
: Alice BuckleEnviado el
: 17 de agosto, 10.10Para
: Helen DaviesAsunto
: Responsable de alimentación y bebidas: William BuckleQuerida Helen:
Eres muy grande. Muchas gracias. Te lo agradezco desde lo más profundo de mi corazón.
Alice
101John-Yossarian.
A la deriva en una barca amarilla.
Hace 10 minutos
Lucy Pevensie
Bolas de naftalina y pieles.
Hace 15 minutos
¿Está otra vez en el armario?
Me temo que sí. El tiempo pasa diferente en Narnia y en la vida real.
IRL, como decimos en la red.
Ah, ya veo que está aprendiendo las siglas.
Cuando vuelva, descubrirá que sólo ha estado cinco minutos fuera.
Toda una vida en internet.
Su marido ni siquiera se dará cuenta de que se había marchado.
Al menos eso espero. Lo echaré de menos, Yossarian.
¿Qué echará de menos?
Su paranoia, sus quejas, su curiosa forma de cordura…
Yo también la echaré de menos, Lucy Pevensie.
¿Qué echará de menos?
Sus licores mágicos, su coraje, su ridícula fe ciega en un león que habla… ¿Cree en segundas oportunidades?
Sí, creo.
No dejo de pensar que fue cosa del destino que nos encontráramos.
El destino también nos ha mantenido alejados.
Perdóneme por complicar las cosas, por enamorarme de usted, Casada 22.
No se disculpe. Me ha recordado que soy una mujer de la que un hombre puede enamorarse.
Tengo que irme. Veo tierra.
Yo también. Veo luz en las rendijas de la puerta del armario.
Estoy a punto de clausurar para siempre mi cuenta de Lucy Pevensie, pero antes echo un último vistazo a la cuenta de John Yossarian. Han sido un par de meses muy intensos e Investigador 101 ha ocupado un lugar muy importante en mi vida cotidiana. Aunque estoy preparada para decirle adiós y sé que es lo correcto, me siento un poco triste, como si estuviera a punto de perder a un amigo muy querido. Es como el último día de campamentos. La sensación es agridulce, pero estoy lista para guardar todo en la mochila y volver a casa.
Entre los datos personales de Yossarian veo un enlace al álbum de Picasa que contiene sus fotos de perfil. De pronto, me pregunto si habrá desactivado la función de geoetiquetado. Abro el álbum y clico la foto del yeti. Se abre un mapa de Estados Unidos, con una chincheta roja clavada justo en medio del área de la bahía. No, no ha desactivado la función de geoetiquetado. Me acerco a la chincheta con el zoom. La foto fue tomada en el Golden Gate. Suspiro de placer. Esto es peligroso. Es emocionante. Una parte de mí sigue sintiendo curiosidad y siempre la sentirá. Aunque hemos tenido cierta intimidad, en realidad no sé nada de él. ¿Quién es? ¿Qué hace durante el día?
Repito el mismo proceso con la foto del caballo y, una vez más, la chincheta está clavada en San Francisco, pero esta vez en el parque de Crissy Field. Debe de ser atlético.
Probablemente corre y monta en bicicleta. Quizá incluso hace yoga.
Clico en la foto del perro, pero en esta ocasión la chincheta aparece en Oakland, más concretamente en Mountain Road. Un momento. ¿Será posible que viva en Oakland? Yo pensaba que viviría en San Francisco, ya que el Centro Netherfield está muy cerca de la Universidad de California.
Clico en la foto del laberinto y la chincheta lo sitúa una vez más en Oakland. Pero esta foto fue tomada a pocos minutos de mi casa, en Manzanita Park.
Cuando clico la foto de su mano, siento como si el corazón se me fuera a salir del pecho. «¡Para, Alice Buckle! ¡Para ahora mismo! Ya lo has dejado atrás. Acabas de despedirte.» Se abre un mapa de mi barrio. Lo amplío. Justo en medio está mi calle. Arrastro el icono del hombrecito amarillo hasta la chincheta, para ver más detalles, y aparece la foto de una casa. El número 529 de Irving Drive.
Mi casa.
¿Qué? ¿La foto fue tomada en mi casa? Intento procesar la información. ¿Investigador 101 ha estado en mi casa? ¿Me ha estado siguiendo? ¿Es uno de esos hombres que espían a las mujeres? Pero esto no tiene sentido. ¿Cómo habría podido entrar? Siempre hay alguien en casa. Con las vacaciones escolares, el trabajo a tiempo parcial de Caroline y la presencia constante de
Jampo
, es imposible que no encontrara a nadie, y William jamás habría permitido que… ¡William! Dios santo.
Amplío la foto de la mano. Cuando los detalles familiares adquieren más definición (la palma grande, los dedos largos y finos, el lunar en la base del meñique…), me siento morir. ¡Es la mano de William!
—Alice, ¿tienes acondicionador para el pelo?
Bunny está en la puerta, envuelta en una toalla, con el neceser en una mano. De pronto, nota la expresión de mi cara.
—¡Santo cielo, Alice! ¿Qué ha pasado?
No le hago caso y vuelvo a concentrarme en el ordenador. Tengo que pensar. ¿Se habrá colado de algún modo Investigador 101 en nuestra biblioteca de fotos familiares? Siento el cerebro plegado sobre sí mismo, como una tortilla francesa. Investigador 101 nos ha estado espiando, me ha estado espiando, ha estado espiando a William, que lo ha estado espiando, William ha estado espiando, William espía a la gente, Investigador 101 es un espía que espía a William que es Investigador 101. ¡Santo cielo!
—Alice, estás mascullando cosas sin sentido. Me estás dando miedo. ¿Ha pasado algo? ¿Ha muerto alguien? —pregunta Bunny
Levanto la vista.
—William es Investigador 101.
Bunny abre mucho los ojos y después, para mi asombro, echa la cabeza atrás y suelta una carcajada.
—¿Por qué te ríes?
—¡Porque tenía que ser William! ¡Claro que sí! ¡Es perfecto! ¡Es delicioso!
Sacudo la cabeza con sensación de frustración.
—Querrás decir que es insidioso y traicionero.
Bunny entra en la habitación y mira por encima de mi hombro, mientras yo vuelvo a repasar de manera frenética nuestra correspondencia y nuestros chats, viéndolos ahora bajo una luz completamente diferente.