Un matrimonio por conveniencia y la lucha de una mujer entre su realidad y sus verdaderos deseos. La obra intenta dejar en evidencia cómo el ser humano se debate entre aquello que le presenta el destino y lo que él desea íntimamente desde lo más profundo de su ser.
Federico García Lorca
La zapatera prodigiosa
Farsa violenta en dos actos
ePUB v1.0
Ledo07.05.12
Título original:
La zapatera prodigiosa
Federico García Lorca, 1930.
Diseño/retoque portada: Ledo
Editor original: Ledo (v1.0)
ePub base v2.0
Z
APATERA
V
ECINA
R
OJA
V
ECINA
M
ORADA
V
ECINA
N
EGRA
V
ECINA
V
ERDE
V
ECINA
A
MARILLA
B
EATA
P
RIMERA
B
EATA
S
EGUNDA
S
ACRISTANA
E
L
A
UTOR
Z
APATERO
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IÑO
A
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F
AJA
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OZO DEL
S
OMBRERO
H
IJAS DE LA
V
ECINA
R
OJA
V
ECINAS,
B
EATAS,
C
URAS Y
P
UEBLO
Cortina gris.
Aparece el Autor. Sale rápidamente. Lleva una carta en la mano.
E
L
A
UTOR. Respetable público… (Pausa.) No, respetable público no, público solamente, y no es que el autor no considere al público respetable, todo lo contrario, sino que detrás de esta palabra hay como un delicado temblor de miedo y una especie de súplica para que el auditorio sea generoso con la mímica de los actores y el artificio del ingenio. El poeta no pide benevolencia, sino atención, una vez que ha saltado hace mucho tiempo la barra espinosa de miedo que los autores tienen a la sala. Por este miedo absurdo y por ser el teatro en muchas ocasiones una finanza, la poesía se retira de la escena en busca de otros ambientes donde la gente no se asuste de que un árbol, por ejemplo, se convierta en una bola de humo o de que tres peces, por amor de una mano y una palabra, se conviertan en tres millones de peces para calmar el hambre de una multitud. El autor ha preferido poner el ejemplo dramático en el vivo ritmo de una zapatería popular. En todos los sitios late y anima la criatura poética que el autor ha vestido de zapatera con aire de refrán o simple romancillo y no se extrañe el público si aparece violenta o toma actitudes agrias porque ella lucha siempre, lucha con la realidad que la cerca y lucha con la fantasía cuando ésta se hace realidad visible.
(Se oyen voces de la Zapatera: «¡Quiero salir!»
). ¡Ya voy! No tengas tanta impaciencia en salir; no es un traje de larga cola y plumas inverosímiles el que sacas, sino un traje roto, ¿lo oyes?, un traje de zapatera.
(Voz de la Zapatera dentro: «¡Quiero salir!».) ¡Silencio! (Se descorre la cortina y aparece el decorado con tenue luz.)
También amanece así todos los días sobre las ciudades, y el público olvida su medio mundo de sueño para entrar en los mercados como tú en tu casa, en la escena, zapaterilla prodigiosa.
(Va creciendo la luz.)
A empezar, tú llegas de la calle.
(Se oyen las voces que pelean. Al público.)
Buenas noches.
(Se quita el sombrero de copa y éste se ilumina por dentro con una luz verde, el Autor lo inclina y sale de él un chorro de agua. El Autor mira un poco cohibido al público y se retira de espaldas lleno de ironía.)
Ustedes perdonen.
(Sale.)
Casa del Zapatero. Banquillo y herramientas. Habitación completamente blanca. Gran ventana y puerta. El foro es una calle también blanca con algunas puertecitas y ventanas en gris. A derecha a izquierda, puertas. Toda la escena tendrá un aire de optimismo y alegría exaltada en los más pequeños detalles. Una suave luz naranja de media tarde invade la escena.
Al levantarse el telón la Zapatera viene de la calle toda furiosa y se detiene en la puerta. Viste un traje verde rabioso y lleva el pelo tirante, adornado con dos grandes rosas. Tiene un aire agreste y dulce al mismo tiempo.
E
SCENA
P
RIMERA
La Zapatera y luego un Niño.
Z
APATERA. Cállate, larga de lengua, penacho de catalineta, que si yo lo he hecho… si yo lo he hecho, ha sido por mi propio gusto… Si no te metes dentro de tu casa lo hubiera arrastrado, viborilla empolvada; y esto lo digo para que me oigan todas las que están detrás de las ventanas. Que más vale estar casada con un viejo, que con un tuerto, como tú estás. Y no quiero más conversación, ni contigo ni con nadie, ni con nadie, ni con nadie.
(Entra dando un fuerte portazo.)
Ya sabía yo que con esta clase de gente no se podía hablar ni un segundo… pero la culpa la tengo yo, yo y yo… que debí estarme en mi casa con… casi no quiero creerlo, con mi marido. Quién me hubiera dicho a mí, rubia con los ojos negros, que hay que ver el mérito que esto tiene, con este talle y estos colores tan hermosísimos, que me iba a ver casada con… me tiraría del pelo.
(Llora. Llaman a la puerta.)
¿Quién es?
(No
responden y llaman otra vez.)
¿Quién es?
(Enfurecida.)
E
SCENA
II
La Zapatera y el Niño.
N
IÑO.
(Temerosamente.)
Gente de paz.
Z
APATERA.
(Abriendo.)
¿Eres tú?
(Melosa y conmovida.)
N
IÑO. Sí, señora Zapaterita. ¿Estaba usted llorando?
Z
APATERA. No, es que un mosco de esos que hacen piiiiii, me ha picado en este ojo.
N
IÑO. ¿Quiere usted que le sople?
Z
APATERA. No, hijo mío, ya se me ha pasado…
(Le acaricia.)
¿Y qué es lo que quieres?
N
IÑO. Vengo con estos zapatos de charol, costaron cinco duros, para que los arregle su marido. Son de mi hermana la grande, la que tiene el cutis fino y se pone dos lazos, que tiene dos, un día uno y otro día otro, en la cintura.
Z
APATERA. Déjalos ahí, ya los arreglarán.
N
IÑO. Dice mi madre que tenga cuidado de no darles muchos martillazos, que el charol es muy delicado, para que no se estropee el charol.
Z
APATERA. Dile a tu madre que ya sabe mi marido lo que tiene que hacer, y que así supiera ella aliñar con laurel y pimienta un buen guiso como mi marido componer zapatos.
N
IÑO.
(Haciendo pucheros.)
No se
disguste usted conmigo, que yo no tengo la culpa y todos los días estudio muy bien la gramática.
Z
APATERA.
(Dulce.)
¡Hijo mío! ¡Prenda mía! ¡Si contigo no es nada!
(Lo besa.)
Toma este muñequito, ¿te gusta? Pues llévatelo.
N
IÑO. Me lo llevaré, porque como yo sé que usted no tendrá nunca niños…
Z
APATERA. ¿Quién te dijo eso?
N
IÑO. Mi madre lo hablaba el otro día, diciendo: la zapatera no tendrá hijos, y se reían mis hermanas y la comadre Rafaela.
Z
APATERA.
(Nerviosísima.)
¿Hijos? Puede que los tenga más hermosos que todas ellas y con más arranque y más honra, porque tu madre… es menester que sepas…
N
IÑO. Tome usted el muñequito, ¡no lo quiero!
Z
APATERA.
(Reaccionando.)
No, no, guárdalo, hijo mío… ¡Si contigo no es nada!
E
SCENA
III
Aparece por la izquierda el Zapatero. Viste traje de terciopelo con botones de plata, pantalón corto y corbata roja. Se dirige al banquillo.
Z
APATERA. ¡Válgate Dios!
N
IÑO.
(Asustado.)
¡Ustedes se conserven bien! ¡Hasta la vista! ¡Que sea enhorabuena!
¡Deo gratias! (Sale corriendo por la calle.)
Z
APATERA. Adiós, hijito. Si hubiera reventado antes de nacer, no estaría pasando estos trabajos y estas tribulaciones. ¡Ay dinero, dinero!, sin manos y sin ojos debería haberse quedado el que te inventó.
Z
APATERO.
(En el banquillo.)
Mujer, ¿qué estás diciendo…?
Z
APATERA. ¡Lo que a ti no te importa!
Z
APATERO. A mí no me importa nada de nada. Ya sé que tengo que aguantarme.
Z
APATERA. También me aguanto yo… piensa que tengo dieciocho años.
Z
APATERO. Y yo… cincuenta y tres. Por eso me callo y no me disgusto contigo… ¡demasiado sé yo!… Trabajo para ti… y sea lo que Dios quiera…
Z
APATERA.
(Está de espaldas a su marido y se vuelve y avanza tierna y conmovida.)
Eso no, hijo mío… ¡no digas…!
Z
APATERO. Pero, ¡ay, si tuviera cuarenta años o cuarenta y cinco, siquiera…!
(Golpea furiosamente un zapato con el martillo.)
Z
APATERA.
(Enardecida.)
Entonces yo sería tu criada, ¿no es esto? Si una no puede ser buena… ¿Y yo?, ¿es que no valgo nada?
Z
APATERO. Mujer… repórtate.
Z
APATERA. ¿Es que mi frescura y mi cara no valen todos los dineros de este mundo?
Z
APATERO. Mujer… ¡que te van a oír los vecinos!
Z
APATERA. Maldita hora, maldita hora, en que le hice caso a mi compadre Manuel.
Z
APATERO. ¿Quieres que te eche un refresquito de limón?
Z
APATERA. ¡Ay, tonta, tonta, tonta!
(Se golpea la frente.)
Con tan buenos pretendientes como yo he tenido.
Z
APATERO.
(Queriendo suavizar.)
Eso dice la gente.
Z
APATERA. ¿La gente? Por todas partes se sabe. Lo mejor de estas vegas. Pero el que más me gustaba a mí de todos era Emiliano… tú lo conociste… Emiliano, que venía montado en una jaca negra, llena de borlas y espejitos, con una varilla de mimbre en su mano y las espuelas de cobre reluciente. ¡Y qué capa traía por el invierno! ¡Qué vueltas de pana azul y qué agremanes de seda!
Z
APATERO. Así tuve yo una también… son unas capas preciosísimas.
Z
APATERA. ¿Tú? ¡Tú qué ibas a tener!… Pero, ¿por qué te haces ilusiones? Un zapatero no se ha puesto en su vida una prenda de esa clase…