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Authors: Jules Watson

Tags: #Histórica, #Sentimental

La yegua blanca (45 page)

BOOK: La yegua blanca
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—Fui a verte a Dunadd. Caitlin me dijo que estabas aquí.

Algo se removió en su interior al contemplar aquellos ojos bienamados, aquella figura regia que permanecía tan enhiesta y la pureza reposada del rostro de Linnet… Diosa, Rhiann deseó tanto correr hacia ella y hundirse en aquellos brazos… La hondura de aquel sentimiento trajo consigo otro impulso más fuerte, el de apartarla y mantener a raya aquel amor por el dolor que pudiera inflingirle. Se alejó a trompicones con la respiración entrecortada.

—¡Rhiann! —El pesar enronqueció el lamento de Linnet—. ¡Háblame! ¡Ya he sufrido bastante!

La joven se detuvo con un nudo en la garganta.

—¡¿

has sufrido?! En lo alto de tu montaña, haciendo lo que te placía, tomando a quien querías y luego librándote de la evidencia porque te avergonzaría… ¿Tú has sufrido?

¿Por qué su boca vertía aquellas palabras? ¿Por qué brotaban tan candentes y arrolladoras como aquel día en la fuente de Linnet? El tiempo no había curado nada…, jamás lo haría.

—¡Déjame sola!

—¡No! —Esta vez el grito de Linnet fue conmovedor. El dolor del mismo flotó en el aire—. No voy a perder una hija otra vez.

Rhiann se tambaleó ante aquel lamento, toda la traición contenida de aquellos dos últimos años se precipitó a través de una brecha en sus defensas.

—Pero nos hemos perdido la una a la otra. —Se dio la vuelta mientras se secaba las ardientes lágrimas de los ojos—. Dijiste que me querías, pero te has guardado tanto para ti… ¡Me has ocultado cosas!

Linnet la observó con sus ojos grandes, severos, y los brazos colgando impotentes a los costados.

Entonces el dolor creció hasta convertirse en un torrente que amenazaba con traspasarla, sintió que el calor la consumía y al final se desvaneció cualquier atisbo de razón.

—¡Lo he visto en tus ojos! ¡No compartirás conmigo los secretos oscuros! ¡Como Caitlin, como mi padre! ¿Y por qué no impediste mi matrimonio? ¿Qué te contuvo? ¿Por qué les permitiste venderme? ¿Por qué no me protegiste?

—Rhiann…

—¡No! —Una mueca cruzó sus labios mientras contenía las lágrimas—. ¡No estuviste allí cuando más te necesité! Cuando Gelert me apuñaló con su odio, cuando el Consejo me vendió como una yegua de cría, cuando ese príncipe acudió a mi lecho, cuando esos hombres me violaron… —Dio un grito entrecortado al tiempo que se tapaba la boca, su boca traicionera, con la palma de la mano.

Linnet abrió los ojos de forma desmesurada.

—¿Qué? —Avanzó dando grandes pasos y aferró a Rhiann por los brazos—. ¿Qué has dicho?

Rhiann, con los músculos rígidos bajo las manos de Linnet, había perdido el habla e intentaba contener el dolor. Se miraron la una a la otra con los ojos al fin desnudos, de alma a alma. En ese instante se derrumbaron todas las barreras y el conocimiento fluyó de sobrina a tía con la facilidad de un suspiro.

Rhiann vio avecinarse la tormenta, que se reflejaba en los ojos de Linnet como si fuera un velo oscuro.

—No. —La negación era un gemido—. ¡No, no!

El gemido se convirtió en un alarido, pero Rhiann, cautiva en la cristalina telaraña de dolor que ambas compartían, supo que la negación carecía de poder. Decirla no se llevaría la verdad. Lo había intentado, lo había intentado miles de veces.

Y la fuerza de aquella dolorosa futilidad le soltó la lengua. —¡Sí!

Una sensación de alivio recorrió su ser.
Que me consuma en tal caso… Que me reduzca a cenizas… Entonces seré libre…

—Aquellos asaltantes no sólo mataron. Me hirieron, me desgarraron, me hicieron sangrar. Me dejaron marcas de sus uñas y dientes. Me tomaron… y no dejaron nada…

Una sucesión de movimientos espasmódicos sacudieron a Linnet, cuyo rostro no pareció humano por mucho tiempo.

—Mi pequeña —las palabras salieron en un susurro.

—No —replicó Rhiann con gesto sombrío—. Ya no. La pequeña ya no existe.

Entonces sintió que el cuerpo de su tía se combaba y ambas se hundieron en la arena, con Linnet sujetándola por el pecho. Pero en ese momento los brazos de su tía no albergaban ternura, sólo la sanguinaria fiereza nacida de la ira, de la culpa, del pesar, tan salvaje como una gigantesca tormenta ominosa.

Linnet la apretó contra su cuerpo como si fuera a introducirla dentro ella, cobijándola en su seno, aferrándola como nunca antes lo había hecho.

Y estaban de tal guisa cuando la tempestad estalló sobre ambas, aplastándolas contra la arena húmeda hasta que sus lágrimas se convirtieron en un torrente que las arrastró.

Capítulo 42

Al abrir los ojos, Rhiann vio la lana azul pegada a su mejilla y la arena apelmazada entre los dedos. Su cabeza descansaba en el regazo de Linnet. Tenía el cuerpo congelado a causa de la creciente humedad de la arena. Ahora su tía la sostenía con ternura mientras tarareaba en voz baja. Sus manos le alisaron los cabellos de la frente.

Linnet notó que su sobrina se movía.

—La Diosa me cegó. —Su voz era serena, desprovista de cualquier emoción—. Tuvo que haberme cegado para que no lo supiera.

Rhiann se empujó sobre sus caderas.

—Nunca te lo dije.

Linnet asintió.

—Creíste que todo desaparecería si no lo decías ni lo compartías. —Rodeó a Rhiann con el brazo y la cubrió con el hombro—. ¡Ay, chiquilla! ¿Tan ocupada estaba con mis visiones y mis pensamientos sobre el futuro…, el futuro de todos nosotros…, que no vi qué le sucedía a la persona que yo más quería delante de mis propias narices? Tienes razón. Te he fallado.

Rhiann recordó las noches en que su tía se sentaba para cuidarla de la profunda pena de la incursión, forzándola a beber, acariciando sus manos.

—No, tía. No hubiera franqueado de vuelta el umbral del Otro Mundo sin ti. Me trajiste de regreso cuando quería abandonar este lugar, morir.

—¿Para qué? ¿Para tener que casarte con alguien cuando…, cuando habías pasado por todo aquello? —Linnet se revolvía sin sosiego—. Ahora veo por qué te resistías tanto, porque estabas herida. —Suspiró—. Ay, Rhiann, estaba ciega. Perdóname, perdóname.

Ahora que Linnet había pronunciado las palabras que Rhiann había querido oír tan a menudo, comprendió que no las necesitaba. Permaneció inmóvil durante unos instantes.

—¿Sabía alguien lo de Caitlin?

—Sólo Dercca.

—¿Y cuando la perdiste?

—Nadie lo supo. Nadie lo supo jamás.

—Caitlin dijo que tú y yo nos parecíamos mucho. —Rhiann se sentó más erguida—. Ambas tenemos entereza para esconder nuestro dolor más íntimo. Quizá cuanto más grande sea éste, mejor lo ocultamos. En verdad, ¿cómo podías saber qué me había sucedido cuando te enfrentabas a algo tan fuerte como tú?

Linnet recorrió el rostro de Rhiann con la mirada.

—Eres sabia, hija, pero siento que las dos nos equivocamos en esto.

Limpió la arena de la mejilla de Rhiann.

—Tía, aún no comprendo por qué ocultaste a Caitlin. Si mi madre no amaba a mi padre, en ese caso, ¿no podíais yacer las dos con quien deseaseis?

—Tales cosas tal vez no preocupen a los pastores en sus chozas, Rhiann, pero aquí estamos hablando de dinastías. Mis preocupaciones eran las preocupaciones de mi hermano, el rey, y su alianza con los votadinos a través de tu padre. Esos asuntos requieren control, no de la lujuria desenfrenada de la carne, pero sí de los matrimonios, y de los nacimientos. No podía tener un hijo de tu padre antes que la Ban Cré. Eso hubiera sembrado graves dudas sobre su fertilidad.

—Pero te podías haber librado del niño de haber querido. Posees el conocimiento.

—Sí, pero ignoraba si iba a poder tener un hijo con nadie más y… Cuando ella estaba dentro de mí, Rhiann, la oí. Oí su alma, la música de su alma, y ya no pude hacerlo —continuó de forma apresurada—. Me alejé en secreto. Como sacerdotisa, me resultó fácil hallar pretextos, incluso para tu madre. Di a luz al bebé, pero tu madre ya estaba embarazada de ti por aquel entonces y no podía avergonzarla, Rhiann. Ella hubiera sabido de quién era hija. Pensé que si alejaba a Caitlin durante unos años, sólo unos pocos años, entonces tu madre tendría un montón de hijos e importaría menos, por lo que podría traer de vuelta a Caitlin. —La nuez de su garganta osciló al tragar saliva—. Pero ella desapareció y no conseguí noticias suyas. Perdí a tu madre pocas lunas después. —Inclinó la cabeza—. Tú eras cuanto me quedaba.

Rhiann colocó su mano sobre la espalda de Linnet, con la palma a la altura del corazón, y la mantuvo exactamente allí. Una vez purgada su propia pena, al fin pudo sentir la angustia de su tía. Y supo que había sido enorme e intensa a causa de la amargura y la pena.

—Lo entiendo, tía. Lamento las palabras que te dije.

—No dijiste nada que yo no me haya dicho a mí misma miles y miles de veces. Sin embargo, enterré los recuerdos en otra vida, en otro tiempo. Por eso mantuve mi silencio.

—Lo sé. —Rhiann sonrió cansada—. Pero el abismo entre nosotras se hizo aún más profundo. Sentí que todo se me escapaba Cuando me contaste lo de Caitlin… Tenía tanto miedo.

—Temiste que ella ocuparía tu lugar en mi corazón.

Rhiann contuvo la respiración.

—Sí.

Después de todo, era así de simple, pero esa verdad se le había escapado. Era por eso por lo que aquella traición hería tan hondo y no sanaba, por eso ardía y no se enfriaba. Eremon tenía razón. Había sido miedo durante todo ese tiempo y ella había permanecido ciega.

Linnet le tomó la mano y la besó.

—Nadie podía arrebatarte tu lugar. Nunca sabrás el amor que siento por ti, de igual modo que nadie sabrá cuánto me quiso tu madre. Tal vez ella hubiera aceptado al bebé si hubiera confiado en ella, si hubiera confiado lo suficiente para decírselo.

—Al igual que yo hubiera debido confiarte mi secreto —dijo Rhiann con dulzura.

—Sí. A veces me pregunto si conservamos algún recuerdo de nuestras anteriores vidas. Parece como si cometiéramos los mismos errores una y otra vez. —Linnet suspiró—. Pero, al menos, podemos enmendar algunos. Ahora que lo sé todo, hay que liberarte de ese matrimonio. Simplemente creí que eras un poco tímida en la cama… Ahora no puedo dejarte con el príncipe.

Rhiann retrocedió.

—Tía, debo decirte algo. Él nunca se ha acostado conmigo. Yo… le pedí que me dejara sola y así lo ha hecho.

—¿Es cierto eso? —preguntó Linnet con voz entrecortada.

—Es extraño, pero sí. Y… pensé que jamás lo diría… Quiero seguir. Si va a ayudar a nuestro pueblo, en ese caso debo estar involucrada en sus campañas contra los romanos. —Rhiann prosiguió rápidamente al ver a Linnet fruncir el ceño—. Es un matrimonio puramente nominal. ¡Tendré que conformarme con eso! Y ahora ya no soy la única mujer de la dinastía. Caitlin está más dispuesta a aparearse que yo. Ella dará a luz a nuestro heredero.

La preocupación persistió en la mirada de Linnet, aunque se limitó a decir:

—Eso es bueno para la tribu.

—Sí. —Rhiann tuvo que ponerse en pie y tender la mano para ayudar a Linnet a levantarse—. Tía, a pesar de mis temores, sé que voy a querer más a Caitlin. Es distinta de cualquier otra mujer que he conocido.

La sonrisa franca de Caitlin brilló de repente en la mente de Rhiann y, junto a un profundo agotamiento, sintió un destello de esperanza, una luz que su propia negrura había ocultado durante mucho tiempo.

—Sí —repitió—. La hemos ganado a ella en compensación por todo lo que hemos perdido.

Beltane: la festividad del fuego y la renovación. Olía a fertilidad incluso el aire, cargado como estaba con los efluvios de la tierra húmeda, el humus del bosque y las flores. Rhiann inspiró hondo, le encantaba cómo anochecía, cómo el calor de los rayos del Sol liberaba la humedad.

Sólo habían pasado seis meses desde Samhain, cuando estaba en aquel mismo montículo en el valle de los ancestros y el hielo que cubría los pétreos mojones titilaba bajo una luna plateada. Entonces estaba tan aterida y asustada. Y sola.

Ahora había más risas y música, y el calor de los fuegos de Beltane acariciaba sus brazos desnudos. En el cielo había una luz rosácea; la promesa de las benignas noches venideras de camino hacia la noche más larga. Ya no tenía la cabeza coronada de serbal, sino de madreselvas, iguales a las que colgaban como guirnaldas color crema en los bosquecillos del valle.

Ahora, cuando bajaba la vista hacia los rostros que se alineaban debajo de ella, vueltos hacia arriba e iluminados por la luz de los fuegos, veía amigos: Caitlin, que se reía mientras Conaire le colocaba lazos de flores en el pelo; Eithne, con sus ojos grandes y redondos y las manos entrelazadas delante de ella en gesto de deleite mientras Rori intentaba en vano llamar su atención; Aedan, soñador, con el rostro repleto de las historias que inventaba; y Eremon, cuya sonrisa tranquila y picara cambiaba cuando ella atraía su atención.

Notó un toque en el brazo; era Linnet. Le complacía ver cuánta crispación había desaparecido de su semblante desde el año pasado. Suponía que lo mismo le sería aplicable a ella.

Protegida por el comienzo del cántico de Meron, que dirigía a los bardos, Linnet le estrechó la mano y murmuró:

—Qué hermosa estás esta noche, hija. La flor de la vida ha vuelto tanto a tus mejillas como a la tierra.

—Estuve con las doncellas al alba y efectué mis abluciones con el rocío de mayo —respondió Rhiann sonriente. Sin embargo, ella sabía que era algo más que eso, ya que Eithne le había trenzado el cabello con hilo de oro y había coloreado de rojo sus labios con
ruam.
Retiró el espejo de bronce del fondo del arcón entallado y se contempló en él por vez primera en una vuelta completa del sol.

El rostro que le devolvía la mirada estaba triste, pero ya no parecía angustiado. Era la Rhiann que recordaba, con las mejillas más llenas, los labios redondeados y una nariz que encajaba con su rostro y le confería cierto refinamiento pese a ser grande. Le habían desaparecido las sombras de debajo de los ojos, unos ojos que todavía reflejaban el pesar, pero en los que brillaba una luz antes inexistente.

En el valle condujeron a docenas de cabezas de ganado entre las hogueras de purificación en cuanto Gelert sacrificó un cordero recién nacido y ofrendó su sangre a los cuatro puntos cardinales de la tierra para asegurarse una buena cosecha. Uno de los druidas recitó las leyes matrimoniales mientras las parejas de novios, cogidos de la mano, saltaban por encima de la pequeña llama del fuego de purificación antes de subir en dirección a Rhiann para recibir la bendición de la Madre. Ella ungía sus frentes con una masa hecha de agua y tierra y ceniza, e invocaba a Rhiannon para que les concediera muchos hijos.

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