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Authors: Jerry Pournelle & Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

La paja en el ojo de Dios (50 page)

—Aquí estoy —dijo en un susurro, y luego se echó a reír—. Hay una puerta. Es muy grande y está cerrada. Es raro... no hay ningún camino que llegue aquí, y los cultivos crecen hasta el borde mismo de la cúpula.

—Quizás aterricen los aviones en el techo —dijo Staley.

—No lo creo, Horst. El techo es redondo. No creo que haya muchos visitantes. Debe de ser una especie de almacén. O quizás haya dentro una máquina que funcione sola.

—Será mejor tener cuidado con eso. Gavin, ¿está usted bien también?

—Sí, Horst. Llegaré al edificio en media hora. Allí le veré.

Staley se preparó para una larga caminata. No pudo encontrar ninguna ración de emergencia en el bote salvavidas. Se lo pensó un rato antes de quitarse la armadura de combate y el traje de presión que llevaba debajo. Allí no había ningún secreto. Cogió el casco y se lo fijó en el cuello, sellándolo; luego lo dispuso como filtro de aire. Después quitó la radio del traje y se la colgó del cinturón, haciendo antes un intento de conectar con la
Lenin.

No hubo respuesta. ¿Qué más? La radio, la bolsa de agua, el arma. Con eso tendría suficiente.

Staley miró detenidamente hacia el horizonte. Sólo se veía aquel edificio, no había pérdida. Empezó a andar hacia él, animado por la baja gravedad, y pronto comenzó a dar grandes zancadas.

Media hora después vio al primer pajeño. Estaba prácticamente a su lado cuando se dio cuenta: era una criatura diferente a todas las que había visto hasta entonces, y su altura era la misma de las plantas. Trabajaba entre los surcos, desmenuzando la tierra con las manos, arrancando hierbas que iba colocando cuidadosamente en montones. Le vio aproximarse. Cuando llegó a su lado, el pajeño volvió a su trabajo.

No era exactamente un Marrón. Las manchas de la piel eran más densas, y tenía mucho más pelo en los tres brazos y en las piernas. La mano izquierda era más o menos igual que la de un Marrón, pero las derechas tenían cinco dedos cada una, más una pequeña protuberancia, y los dedos eran cuadrados y cortos. Las piernas eran gruesas y los pies grandes y planos. La cabeza, como la de un Marrón, con la frente inclinada bruscamente hacia atrás.

Si Sally Fowler tenía razón, aquello significaba que el área parietal era casi nula.

—Hola —dijo de todos modos Horst. El pajeño volvió la vista hacia él un segundo y luego arrancó una hierba.

Luego vio más. Le miraban sólo lo suficiente para asegurarse de que no pretendía destruir plantas; comprobado esto perdían todo interés por él. Horst siguió caminando bajo la luminosa claridad del día hacia el edificio de brillo espejeante. Estaba mucho más lejos de lo que había pensado.

El guardiamarina Jonathon Whitbread esperaba. Había esperado mucho y muchas veces desde su ingreso en la Marina; pero sólo tenía diecisiete años normales, y esperar nunca resulta fácil a esa edad.

Se sentó junto a la punta del cono, lo bastante alto como para que la cabeza sobresaliera por encima de las plantas. En la ciudad los edificios habían bloqueado su visión de aquel mundo. Ahora divisaba bien el horizonte. El cielo era marrón en toda su extensión, con algunos matices azules directamente arriba. Las nubes volaban hacia el este en formaciones cerradas, y sobre él se extendían unos cuantos cúmulos de un blanco sucio.

El sol estaba también exactamente sobre él. Pensó que debía de estar cerca del ecuador, y recordó que Ciudad Castillo estaba mucho más al norte. No podía apreciar el mayor tamaño del disco solar, porque no podía mirarlo directamente; pero era mejor para mirar de
cerca
que el pequeño sol de Nueva Escocia.

Le dominaba la sensación de encontrarse en un mundo ajeno, pero no veía nada notable a su alrededor. Sus ojos se fijaron en el edificio de superficie especular. Se acercó a examinar la puerta.

Tenía sus buenos diez metros de altura. Si para Whitbread resultaba impresionante, debía de ser algo gigantesco para un pajeño. Pero ¿les impresionaba a los pajeños el tamaño? Whitbread creía que no. La puerta debía de tener alguna función... ¿Qué objeto podía tener diez metros de altura? ¿Maquinaria pesada? Aplicó su micrófono registrador a la suave superficie metálica. No se percibía ningún sonido.

A un lado del entrante que contenía la puerta había un tablero montado sobre un sólido muelle. Tras el panel había lo que parecía ser un cierre de combinación. Y nada más... Salvo que los pajeños suponían que cualquiera podía resolver sus enigmas con una ojeada. Una cerradura habría sido una señal de PROHIBIDO EL PASO. Aquello no lo era.

Probablemente se concebía para mantener fuerza... que no entraran ¿Quiénes? ¿Marrones? ¿Blancos? ¿Trabajadores y clases no inteligentes? Probablemente todo. Un cierre de combinación podía considerarse una forma de comunicación.

Potter llegó jadeando, con el casco casi empapado de sudor y una bolsa de agua colgando del cinturón. Giró el micrófono de su casco y desconectó la radio.

—Tuve que probar el aire de Paja Uno —dijo—. Ahora ya lo conozco. Bueno, ¿qué ha encontrado?

Whitbread se lo enseñó. Ajustó también su propio micrófono. No tenía objeto transmitir todo lo que decían.

—Vaya. Me gustaría que estuviese aquí el doctor Buckman. Ésos son números pajeños... sí, y el sistema solar pajeño, con el marcador donde debería estar la Paja. Déjeme ver...

Whitbread observó muy interesado mientras Potter examinaba el marcador. El neoescocés apretó los labios y luego dijo:

—Sí. La gigante gaseosa está 3,72 veces más lejos de la Paja que Paja Uno. Vaya, vaya. —Buscó en el bolsillo de la camisa y sacó la inevitable computadora de bolsillo—. Veamos... 3,88, base 12. ¿En qué sentido corre el marcador?

—Bueno, podría ser el nacimiento de alguien —dijo Whitbread.

Estaba contento de ver a Potter. Le alegraba ver a un ser humano allí. Pero sus manejos con los marcadores resultaban... inquietantes. Izquierda, derecha, izquierda, derecha, el neoescocés giraba los marcadores...

—Me parece recordar que Horst nos dio órdenes respecto a este edificio. —Whitbread estaba inquieto.

—«Es mejor no jugar con eso.» Casi una orden. Tenemos que aprender el máximo posible sobre los pajeños, ¿no es así?

—Bueno... —Era un problema interesante—. Pruebe otra vez a la izquierda —sugirió Whitbread—. Pare ahí. —Whitbread accionó el símbolo que representaba Paja Uno. Se hundió con un clic—. Siga hacia la izquierda.

—De acuerdo. Los mapas astronómicos pajeños muestran los planetas girando en sentido contrario a las agujas del reloj.

En la tercera cifra la puerta comenzó a deslizarse hacia arriba.

—¡Es así! —gritó Whitbread.

La puerta se alzó hasta una altura de un metro y medio. Potter miró a Whitbread.

—¿Ahora qué? —preguntó.

—Está usted bromeando, supongo.

—Tenemos nuestras órdenes —dijo Potter lentamente.

Se sentaron entre las plantas y se miraron y luego miraron la cúpula. Dentro había luz, y podían ver fácilmente por debajo de la puerta. Allí dentro había edificios...

Staley llevaba tres horas caminando cuando vio el avión. Iba a mucha altura y a gran velocidad; hizo señas, sin esperanza de que le viese. No le vieron y continuó caminando.

Luego vio otra vez el avión. Estaba detrás, volaba, mucho más bajo, y tuvo la impresión de que había abierto las alas. Bajó aún más y se perdió tras las colinas redondeadas y bajas por las que había desaparecido antes. Staley se encogió de hombros. Encontrarían su paracaídas y su bote salvavidas si le seguían la pista. La dirección sería evidente. No había otro lugar donde ir.

A los pocos minutos apareció de nuevo el avión, a más altura. Parecía dirigirse en línea recta hacia él. Volaba ahora más despacio, buscando sin duda. Hizo de nuevo señas, aunque tuvo un impulso momentáneo de ocultarse, lo que era sencillamente absurdo.
Necesitaba
que le encontraran, aunque no tenía idea de lo que iba a decirles a los pajeños.

El avión pasó sobre él y luego quedó colgando en el cielo. Los tubos de los propulsores se curvaron hacia abajo y hacia adelante, y el aparato descendió con peligrosa rapidez y se posó entre las plantas. Dentro había tres pajeños, y salió rápidamente un Marrón-y-blanco.

—¡Horst! —dijo con la misma voz de Whitbread—. ¿Dónde están los demás?

Staley señaló hacia la cúpula redondeada. Aún quedaba a una hora de camino.

La pajeña de Whitbread pareció desmoronarse.

—Eso es terrible. Horst, ¿están aún alli?

—Desde luego. Estarán esperándome. Debe de llevar allí unas tres horas.

—Oh, Dios mío. Ojalá no hayan podido entrar. Whitbread no puede entrar allí. Vamos, Horst. —Señaló al avión—. Tendrá usted que ir un poco apretado.

Dentro había otro Marrón-y-blanco y el piloto, que era un Marrón. La pajeña de Whitbread canturreó algo que cubría cinco octavas, utilizando por lo menos nueve tonos. El otro Marrón-y-blanco hacía gestos frenéticos.

Dejaron sitio a Staley entre los intrincados asientos, y el Marrón accionó los controles. El aparato se elevó y se lanzó hacia el edificio.

—Quizás no hayan entrado —repitió la pajeña de Whitbread—. Ojalá.

Horst, incómodamente acuclillado, se preguntaba qué significaría aquello. No le gustaba nada.

—Pero ¿qué pasa? —preguntó.

La pajeña de Whitbread le miró de un modo extraño.

—Quizás nada.

Los otros dos pajeños guardaban silencio.

34 • Transgresores

Whitbread y Potter estaban solos dentro de la cúpula. Lo contemplaban todo maravillados.

La cúpula era sólo cáscara. Una sola fuente de luz, muy parecida a un sol vespertino, brillaba a media altura de ella. Los pajeños utilizaban aquel tipo de iluminación en muchos de los edificios que había visto Whitbread.

Bajo la cúpula había como una pequeña ciudad... pero no del todo. Nadie estaba en casa. No había ningún sonido, ningún movimiento, ninguna luz en las ventanas. Y los edificios...

En aquella ciudad no había coherencia alguna. Los edificios no guardaban la menor armonía entre sí. Whitbread pestañeó ante una estructura de columnas de muchas ventanas y limpias aristas que podía haber sido una catedral medieval aumentada, color jenjibre toda ella, con un millar de cornisas guardadas por lo que el pajeño de Bury había dicho que eran demonios pajeños.

Había allí un centenar de estilos arquitectónicos y por lo menos una docena de niéveles tecnológicos. Aquellas formas geométricas no podían haber sido construidas sin hormigón pretensado o algo aún más perfecto, por no hablar ya de los conocimientos matemáticos necesarios. Pero el edificio próximo a la puerta era de ladrillos de barro cocidos al sol. En un sitio había una sólida construcción rectangular con paredes de vidrio parcialmente plateado; en otro, las paredes eran de piedra gris, y las pequeñas ventanas no tenían cristal, sólo contras para proteger el interior de los elementos.

—Contras para la lluvia. Eso debía de estar aquí antes que la cúpula —dijo Potter.

—De eso no hay duda. La cúpula está casi nueva. Esa... catedral, podríamos decir, esa catedral del centro es tan vieja que está a punto de desmoronarse.

—Mire allí. La estructura parabólico-hiperboloidal sale en forma de voladizo de la pared. ¡Pero fíjese en la pared!

—Sí, debe de haber formado parte de otro edificio, Dios sabe lo viejo que es
eso.

La pared era de por lo menos un metro de anchura, y mellada en los bordes y en la parte superior. Estaba hecha con bloques de piedra revestidos que parecían pesar unos quinientos kilos cada uno. Una planta parecida a la parra la había invadido, rodeándola y cubriéndole hasta el punto de que debía de ser la estructura de la planta la que mantenía la pared integrada y unida.

Whitbread se acercó y miró entre las hojas de la parrra.

—No hay cemento, Gavin. Los bloques se asientan sin mortero. Y sobre esa pared se sostiene todo el resto del edificio... que es de hormigón. Sus construcciones son realmente sólidas.

—¿Recuerda lo que dijo Horst sobre la Colmena de Piedra?

—Dijo que se veía que aquello era antiquísimo. Sí, lo recuerdo...

—Este lugar debe de resumir todas las distintas eras. Creo que se trata de un museo. ¿Un museo de arquitectura? Y han ido formándolo siglo tras siglo. Y por último debieron de construir esta cúpula para protegerlo de los elementos.

—Bueno...

—¿No lo cree?

—La cúpula tiene dos metros de grosor y es metálica. ¿Qué tipo de elementos...?

—Quizás los asteroides. No, eso es absurdo. Los asteroides los trasladaron hace eones.

—Creo que voy a entrar a echar una ojeada a esa catedral. Parece el edificio más viejo de todos.

No había duda de que la catedral era un museo. Cualquier hombre civilizado del Imperio se habría dado cuenta. Los museos son todos iguales.

Había cajas con tapa de cristal, y dentro objetos viejos, con placas que indicaban la fecha.

—Sé leer los números —dijo Potter—. Mira, tienen cuatro y cinco cifras. ¡Y su sistema es de base doce!

—Mi pajeña me preguntó una vez qué antigüedad registrada tenía nuestra civilización. ¿Cuál es la antigüedad de la suya, Gavin?

—Bueno, su año es más corto... Cinco cifras. Deben de indicar algún acontecimiento; hay un signo menos frente a cada una de ellas. Déjeme ver... —sacó su computadora y tecleó rápidas cifras—. Ese número sería setenta y cuatro mil y pico. Jonathon, las placas son casi nuevas.

—Los idiomas cambian. Quizás tradujesen las placas cada poco.

—Sí... sí. Conozco este signo. «Aproximadamente.» —Potter pasó rápidamente de caja en caja—. Aquí lo tenemos de nuevo. Aquí no... pero aquí sí. Jonathon, venga a ver esto.

Era una máquina muy antigua. Lo que había sido hierro en tiempos estaba ahora herrumbroso y carcomido. Había un dibujo que indicaba cómo debía de haber sido en tiempos. Un cañón.

—Fíjese en la placa. Este signo de doble aproximación significa una hipótesis científica. Me pregunto cuántas veces habrá sido traducida esta leyenda...

Fueron recorriendo sala tras sala. Encontraron una ancha escalera que llevaba hacia arriba; los escalones eran muy bajos, pero bastante anchos para los pies humanos. Arriba más salas, más artículos expuestos. Los techos eran bajos. La iluminación procedía de hileras de bombillas de filamento incandescente que se encendieron cuando ellos entraron y se apagaron cuando salieron. Las bombillas estaban cuidadosamente instaladas para que no pudiesen estropear el techo. El propio museo debía de ser una pieza histórica.

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