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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Aventuras, #Fantástico

La Maldición de Chalion (21 page)

BOOK: La Maldición de Chalion
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Teidez, hasta donde sabía Cazaril, se lo tragaba todo sin hacer preguntas. Los síntomas de la indigestión eran evidentes. Teidez y de Sanda comenzaron a disentir con mayor frecuencia y más abiertamente, mientras de Sanda libraba una batalla perdida de antemano por mantener la disciplina que había impuesto al muchacho en la sobria casa de la provincara. Incluso Iselle empezó a preocuparse por la creciente tensión entre su hermano y el tutor de éste, como dedujo enseguida Cazaril cuando Betriz lo abordó una mañana, con fingida impremeditación, junto a una ventana desde la que se divisaba la confluencia de los ríos y la mitad del interior de Cardegoss.

Tras algunos comentarios inanes acerca del tiempo, que era agradable, y la caza, que también lo era, imprimió un cambio brusco a la conversación para tratar el asunto que la había conducido hasta él, bajando la voz y preguntando:

—¿A qué venía la tremenda trifulca entre Teidez y el pobre de Sanda anoche en vuestro pasillo? Las voces se oían por las ventanas y a través del suelo.

—Um… —Cinco dioses, ¿cómo iba a salir de ésta?
Doncellas
. Casi deseó que Iselle hubiera enviado a Nan de Vrit. En fin, seguramente la sensata viuda debía bregar con las disensiones femeninas que se desataran en la planta de arriba. Sí, y más valía ser franco que ambiguo. Betriz, que no era ninguna cría, y sobre todo no la única hermana de Teidez, podría decidir qué juzgaba adecuado que llegara a oídos de Iselle mejor que él mismo—. Dondo de Jironal trajo anoche una ramera para la cama de Teidez. De Sanda la echó del cuarto. Teidez estaba furioso. —Furioso, abochornado, posiblemente aliviado en secreto, y, más tarde, ebrio de vino. Ah, cuán gloriosa, la vida en la corte.

—Oh —dijo Betriz. La había conmocionado un poco, pero no en exceso, le alivió comprobar—. Oh. —Se sumió en un pensativo silencio unos momentos, fija la mirada en las vastas llanuras doradas al otro lado del río y su extenso valle. Casi toda la cosecha estaba a punto. Se mordió el labio inferior y volvió a mirar a Cazaril con los ojos entornados por la preocupación—. No es… seguro que no… resulta algo extraño que un hombre de cuarenta años como lord Dondo ande colgado de la manga de un muchacho de catorce.

—¿Colgado de un muchacho? Sí que es raro. Colgado de un róseo, su futuro roya, futuro dispensador de rango, riqueza, favores, oportunidades militares… bueno, eso es bien distinto. Hazme caso, si Dondo se soltara de esa manga, enseguida le echarían mano otros tres hombres. Lo que importa son… los
modales
.

Betriz frunció los labios, asqueada.

—Ya veo. Una ramera, puaj. Y lord Dondo… eso es lo que se llama un
procurador
, ¿no?

—Mm, y cosas peores. No es que… no es que Teidez no esté al borde de convertirse en todo un hombre, y todo hombre debe aprender alguna vez…

—¿La noche de bodas no es suficiente?
Nosotras
debemos esperar hasta entonces para aprender.

—Los hombres… suelen casarse más tarde —intentó, decidiendo que ésta era una discusión de la que prefería mantenerse alejado y, además, le avergonzaba recordar lo tarde que le había llegado su hora de aprender—. Aunque por lo general, el hombre tendrá un amigo, un hermano, o al menos un padre o un tío, que le presente, em. Cómo decirlo. A las damas. Pero Dondo de Jironal no es nada de eso para Teidez.

Betriz frunció el ceño.

—Es que Teidez no tiene nada de eso. Bueno, salvo… salvo el roya Orico, que es a la vez padre y hermano para él, en cierto modo.

Cruzaron la mirada, y Cazaril supo que no hacía falta que añadiera en voz alta:
Aunque no sea de demasiada utilidad
.

Tras otro momento de meditación, Betriz añadió:

—Y me cuesta imaginar a sir de Sanda…

Cazaril contuvo un resoplido.

—Ah, pobre Teidez. A mí también me cuesta. —Vaciló, antes de seguir—. Es una edad difícil. Si Teidez se hubiera criado en la corte, estaría acostumbrado a este ambiente, no sería tan… impresionable. O si hubiera venido siendo mayor, tendría una personalidad más asentada, una mentalidad más sólida. No es que la corte deje de ser impresionante a cierta edad, y menos si te sueltan de repente en medio de la tormenta. Aun así, si Teidez ha de ser el heredero de Orico, va siendo hora de que comience a prepararse para ello, de que aprenda a controlar las presiones además de los deberes en su justa medida.

—¿Es ésa la formación que está recibiendo? A mí no me lo parece. De Sanda lo intenta, desesperadamente, pero…

—Se encuentra en inferioridad numérica —finalizó su frase Cazaril, con desánimo—. Ahí radica el problema. —Frunció el entrecejo, meditabundo—. En la casa de la provincara, de Sanda gozaba de su respaldo, de su autoridad para sustentar la propia. Aquí en Cardegoss, correspondería al roya Orico cumplir esa función, pero no demuestra interés. De Sanda se ha quedado solo frente a la adversidad.

—Esta corte… —Betriz arrugó el ceño, intentando dar forma a unas ideas con las que no estaba familiarizada—. ¿Esta corte no tiene un centro?

Cazaril exhaló un suspiro de abatimiento.

—Toda corte gobernada como es debido aloja siempre a alguien de autoridad moral. Si no es el roya, quizá sea la royina, alguien como la provincara que marque el ritmo, que respete los estándares. Orico es… —no podía decir
débil
, no se atrevía a decir
negligente
—, no es la persona adecuada, y la royina Sara… —La royina Sara le parecía un fantasma, pálida y etérea, casi invisible—. Tampoco. Eso nos conduce al canciller de Jironal. Que está demasiado absorto en las cuestiones de estado, y no se siente inclinado a poner coto a su hermano.

Betriz entrecerró los ojos.

—¿Estás diciendo que incita a Dondo?

Cazaril se llevó un dedo a los labios, indicando cautela.

—¿Te acuerdas del chiste que hizo Umegat acerca de los cuervos cortesanos del Zangre? Prueba a darle la vuelta. ¿Has visto alguna vez una bandada de cuervos decidida a robar el nido de otra ave? Uno ahuyenta a los padres, mientras otro sustrae los huevos o los polluelos… —Sintió sequedad en la boca—. Por suerte, la mayoría de los cortesanos de Cardegoss no saben organizarse para colaborar con la eficacia de una bandada de cuervos.

Betriz suspiró.

—Ni siquiera estoy segura de que Teidez se dé cuenta de que no todo es por su propio bien.

—Temo que de Sanda, pese a su franca preocupación, no haya sabido expresarse con la claridad necesaria. Hazme caso si te digo que tendría que ser sumamente franco para imponer su voz al estrépito de los halagos en que nada ahora Teidez.

—Pero tú lo haces por Iselle, todo el tiempo —objetó Betriz—. Tú dices, cuidado con este hombre, fíjate en lo que hace ahora, fíjate en por qué lo hace… la séptima u octava vez que nos llamas la atención sobre el asunto, no podemos por menos de escuchar… y a la décima o duodécima, empezamos a verlo también. ¿No puede hacer lo mismo de Sanda por el róseo Teidez?

—Es más fácil ver el tiznón en la mejilla de otro que en la propia. Esta bandada de cortesanos no atosiga a Iselle del mismo modo que a Teidez. Gracias a los dioses. Todos saben que ella saldrá de la corte, quizá incluso de Chalion, que no es plato para ellos. Teidez será el pan de su futuro.

Con aquella apreciación no concluyente e insatisfactoria, se vieron obligados a aparcar el tema por un tiempo, pero a Cazaril le agradó saber que Betriz e Iselle empezaban a cobrar conciencia de los sutiles peligros que entrañaba la vida en la corte. El ambiente de fiesta era cegador, seductor, un festín para la vista que podía emborrachar e intoxicar tanto la mente como el cuerpo. Para algunos cortesanos y damas, suponía Cazaril, era en verdad el juego gozoso e inocente —aunque caro— que aparentaba. Para otros, era un baile de apariencias, de mensajes en clave, de estocadas y contraestocadas tan serias, si bien no instantáneamente letales, como las de cualquier duelo. A fin de no perder comba, había que distinguir quién marcaba el ritmo y quién se dejaba llevar. Dondo de Jironal era un bailarín consumado por derecho propio, y aun así… aunque no todos sus movimientos estuvieran dirigidos por su hermano mayor, sí se podía decir sin miedo que era éste el que le permitía ejecutarlos.

No.
Decir sin miedo
no.
Pensar con certeza
.

Por escasa que fuera su estima de la moral de la corte, tenía que conceder que los músicos de Orico eran muy buenos, reflexionó Cazaril, que escuchaba ávido su actuación durante el baile de la noche siguiente. Si la royina Sara tenía un consuelo equiparable al que encontraba Orico en su zoológico, éste era sin duda el que le proporcionaban los trovadores y los juglares del Zangre. Ella nunca bailaba, rara vez sonreía, pero no se perdía una sola fiesta en la que sonara la música, ya fuera sentada junto a su ebrio y somnoliento esposo, o, si Orico se acostaba temprano, ociosa tras un biombo labrado en compañía de sus damas en la galería frente a los músicos. Cazaril pensó que comprendía su hambre de este solaz, apoyado contra la pared de la cámara en el que estaba convirtiéndose en su lugar acostumbrado, siguiendo el ritmo con el pie y observando benignamente cómo volaban sus damiselas sobre el bruñido suelo de madera.

Los músicos y los bailarines se tomaron un descanso tras un vigoroso rondón, y Cazaril se sumó a los discretos aplausos que inició la royina detrás de su biombo. Una voz por completo inesperada le dijo al oído:

—Vaya, castelar. ¡Ahora me cuesta menos reconoceros!

—¡Palli! —Cazaril controló su primer impulso de lanzarse sobre su amigo, convirtiendo el movimiento en una fugaz reverencia. Palli, vestido formalmente con los pantalones y la túnica azules y el tabardo blanco de la orden militar de la Hija, las botas lustradas y una espada rutilante sobre la cintura, se rió y le devolvió una reverencia igualmente ceremoniosa, aunque la siguió de un firme, aunque breve, apretón de manos—. ¿Qué te trae por Cardegoss?

—¡Justicia, por la diosa! Y no poca, además, de aquí a un año vista. Cabalgo en apoyo del lord dedicado el provincar de Yarrin, en una pequeña y santa empresa suya. Te diré más, pero, ah —Palli escrutó la atestada cámara, donde los bailarines volvían a formar—, mejor que no sea aquí. Parece que has sobrevivido a tu viaje a la corte… espero que ya se te haya pasado ese ataque de ansiedad.

Cazaril torció el rictus.

—De momento. Te diré más, pero… no aquí. —Un vistazo en rededor le bastó para cerciorarse de que ni lord Dondo ni su hermano mayor estaban presentes en ese momento, aunque sabía al menos de una docena de hombres que estarían dispuestos a informarles de esta reunión y bienvenida. Que así fuera—. Busquemos un lugar más tranquilo.

Pasearon con aparente indiferencia hasta llegar a la cámara adjunta, donde Cazaril condujo a Palli hasta una aspillera desde la que se dominaba un patio iluminado por la luna. En la otra punta del patio, había una pareja sentada y arrumada, pero Cazaril calculó que se encontraban demasiado lejos y absortos para reparar en su conversación.

—¿Qué es lo que trae a de Yarrin a la corte tan precipitadamente? —preguntó Cazaril, con curiosidad. El provincar de Yarrin era el lord chalionés de mayor rango que había decidido jurar fidelidad a la santa orden militar de la Hija. La mayoría de jóvenes con inclinaciones militares se dedicaban a la Orden del Hijo, mucho más glamurosa, con su gloriosa tradición de batallas contra los invasores roknari. Incluso Cazaril había prestado juramento como lego dedicado al Hijo, de joven, y había retirado el juramento, cuando…
déjalo
. La santa orden marcial de la Hija, mucho más pequeña, se ocupaba de quehaceres más domésticos, como guardar los templos, o patrullar los caminos que conducían a los templos de peregrinaje; por extensión, controlaban el bandidaje, perseguían ladrones de ganado y caballerías, ayudaban a capturar asesinos. Los soldados de la diosa compensaban su escaso número con su romántica dedicación. Palli encajaba perfectamente en el perfil, pensó Cazaril con una sonrisa, y sin duda había encontrado su vocación al final.

—Limpieza de primavera. —Palli sonrió igual que uno de los zorros de arena de Umegat por un momento—. Por fin vamos a arreglar un maloliente desperfecto entre las paredes del templo. De Yarrin sospechaba desde hacía tiempo que, llevando tanto tiempo enfermo y moribundo el antiguo general, el interventor de la orden de Cardegoss estaba filtrando los fondos de la orden conforme pasaban por sus dedos. —Meneó los suyos, para ilustrar sus palabras—. Hacia su propia bolsa.

Cazaril soltó un gruñido.

—Qué pena.

Palli arqueó una ceja.

—¿No te sorprendes?

Cazaril se encogió de hombros.

—Ni un ápice. Estas cosas pasan a veces, cuando se tienta a los hombres más allá de sus fuerzas. Aunque no había oído mencionar nada específico contra el interventor de la Hija, aparte de las calumnias habituales contra cualquier oficial de Cardegoss, sea honrado o no, que repiten todos los ilusos.

Palli asintió.

—De Yarrin ha tardado más de un año en reunir las pruebas y los testigos sin despertar sospechas. Cogimos al interventor, y sus libros, por sorpresa hace unas dos horas. Ahora está encerrado en el sótano de la casa de la Hija, bajo vigilancia. De Yarrin presentará el caso ante el consejo de la orden mañana por la mañana. El interventor será despojado de su puesto y rango mañana por la tarde, y entregado a la Cancillería de Cardegoss para recibir su castigo mañana por la noche. ¡Ja!

Cerró el puño en gesto de triunfo anticipado.

—¡Así se hace! ¿Vas a quedarte, después de eso?

—Espero pasar aquí una o dos semanas, por la caza.

—¡Ah, excelente! Tiempo para hablar, y un hombre de ingenio y honor sin tacha con el que emplear ese tiempo… doble lujo.

—Me hospedo en la ciudad, en el palacio de Yarrin, pero esta noche no puedo entretenerme aquí. Sólo he venido al Zangre con de Yarrin para que presente sus respetos e informe al roya Orico y al general lord Dondo de Jironal. —Palli se interrumpió—. A juzgar por tu saludable aspecto, intuyo que tus preocupaciones acerca de los Jironal resultaron estar infundadas.

Cazaril guardó silencio. La brisa que entraba por la aspillera era cada vez más fría. Incluso los amantes del patio habían buscado refugio dentro. Al cabo, dijo:

—Procuro no cruzarme con ninguno de los Jironal. En todos los sentidos.

Palli frunció el ceño, y pareció que tuviera las palabras a flor de boca.

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