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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

La formación de Inglaterra (11 page)

En los años siguientes, los daneses sometieron Mercia y Anglia Oriental y establecieron colonias con la intención de apoderarse de esas tierras en forma permanente. Toda la Inglaterra exterior al reino directamente gobernado por el rey de Wessex estaba ahora prácticamente bajo la dominación de los daneses.

La Heptarquía había llegado a su fin y sólo quedaba Wessex para impedir la conquista danesa total.

5. El triunfo sajón

Alfredo el Grande

En lo que concernía a los daneses, Wessex seguirla siendo independiente sólo en la medida en que lograse obligar a los invasores a admitirlo. En 871, los daneses llegaron al Támesis superior en la vecindad de Reading, y el ejército de Wessex comandado por Ethelred (acompañado por su hermano menor Alfredo, el único que antaño había visitado Roma con su padre) les hizo frente. Nuevamente, el ejército de Wessex derrotó a una fuerza hasta entonces invicta, aunque las leyendas posteriores atribuyen el mérito a Alfredo, quien condujo 1a carga mientras el rey sajón estaba dedicado a la celebración de la misa.

Pero esta vez la victoria de Wessex no fue decisiva. Los daneses se recobraron y recibieron refuerzos. En otra batalla librada dos semanas más tarde, los hombres de Wessex se vieron obligados a retirarse y Ethelred fue mortalmente herido.

Ethelred tenía hijos pequeños, pero Wessex estaba en peligro mortal y era sencillamente inconcebible que el país fuese gobernado por un niño cuando había un miembro adulto de la familia que era un consumado guerrero. Así, el hermano menor de Ethelred, Alfredo (el cuarto y más joven hijo de Ethelwulf) llegó al trono en 871, a la edad de veintitrés años.

La situación era sombría. Los daneses aún no dominaban Inglaterra completamente, sin duda. En el lejano norte, una parte de Northumberland resistía, y la mitad occidental de Mercia aún se mantenía. Pero ninguno de esos restos podía plantear una amenaza seria a los triunfantes daneses. Sólo Wessex, que dominaba las tierras al sur del Támesis, permanecía intacto, aunque los duros golpes de los daneses casi lo habían agotado.

Inmediatamente después del acceso de Alfredo al trono, los daneses trataron de aprovechar la posible confusión que solía acompañar al comienzo de un nuevo reinado invadiendo el país. Penetraron profundamente al sur del Támesis y derrotaron a Alfredo en Wilton, a unos cuarenta kilómetros al oeste de Winchester. Pero la victoria de los daneses no fue fácil para ellos, y Alfredo, replegándose cautamente, conservó su ejército.

Pero él sabia que no podía continuar por mucho tiempo. Necesitaba tiempo para reorganizarse, tiempo para prepararse: tiempo, tiempo y tiempo a toda costa. Por ello, ofreció comprar la paz, sobornar a los daneses para que lo dejasen tranquilo por un momento. Los daneses, por su parte, no estaban muy ansiosos de guerra, al menos no con los resueltos hombres de Wessex, quienes, aun en la derrota, les infligían bastantes daños. Aceptaron el dinero y pasaron los años siguientes consolidando su dominación sobre el resto de Inglaterra. Pusieron fin, en 874, al Reino de Mercia expulsando del trono a su último rey, sólo ochenta años después de la muerte del gran Offa.

Alfredo tuvo el tiempo que necesitaba, y algo que su rápida mente comprendió fue que debía tener una flota. Era el poder marítimo lo que daba a los vikingos el triunfo, lo que les permitía ir de un lado a otro por la costa, lanzarse sobre cualquier parte a voluntad y escapar en cualquier momento a su antojo. Podían aprovisionar una hueste o rebasar a un ejército enemigo. De hecho, mientras sus víctimas no tuvieran una flota propia, los vikingos podían perder escaramuzas, pero siempre podían retornar. Nunca podían ser derrotados realmente.

Podría creerse que quienes vivían aterrorizados por los vikingos debían comprender la necesidad de construir una flota; de enfrentar a los barcos vikingos antes de que pudiesen desembarcar; de aislar a las bandas que desembarcaban Extrañamente, las víctimas no lo pensaron o estaban tan poco habituados al mar que lo temían tanto como a los vikingos.

Alfredo fue la excepción. Los sajones habían sido antaño merodeadores marinos (¿cómo, si no, habrían llegado a la isla de Gran Bretaña?) y nada les impedía navegar nuevamente, como no fuese la falta de voluntad. Por tanto, Alfredo se dispuso a construir una flota, y dio los primeros pasos vacilantes de lo que llegarla a ser la mayor potencia marítima del mundo.

Más tarde, cuando la tregua danesa empezó a debilitarse y de nuevo empezaron las incursiones, en pequeña escala, la armada de Alfredo se movió. En 875, sus barcos se hicieron a la mar y, en una batalla naval, lograron derrotar a los daneses. Esto no es sorprendente, pues aunque los barcos eran nuevos, los marineros no eran aficionados. No eran hombres de Wessex, sino mercenarios frisios (sería mejor llamarlos piratas) contratados por Alfredo para tripular sus barcos. Obtuvo una segunda victoria naval al año siguiente, después de que una tormenta destruyera parte de la flota danesa.

El danés más poderoso del momento era Guthrum, el centro de cuyo poder estaba en lo que antaño había sido Anglia Oriental. Irritado por el poder marítimo de Alfredo, decidió aplastar a Wessex de una vez por todas.

Desgraciadamente, Alfredo fue tomado desprevenido. En enero de 878, el Rey de Wessex estaba en Chippenham, a veinticinco kilómetros al sur del Támesis. Era una residencia favorita de los reyes de Wessex, pero suficientemente cerca de la frontera como para estar peligrosamente expuesta por aquel tiempo. De ordinario, quizá, los hombres de armas acuartelados en la ciudad estaban en guardia, pero en ese momento se olvidó todo a causa de las alegres fiestas de la Navidad y el Año Nuevo.

Los daneses paganos no celebraban tales fiestas y Guthrum logró llevar una gran fuerza hasta las murallas mismas de la ciudad antes de que la alarma pudiese cundir. Para entonces, era demasiado tarde. Los daneses irrumpieron por la puerta y efectuaron una feroz matanza. El mismo Alfredo apenas pudo escapar con una pequeña fuerza.

Durante un momento, Wessex estaba postrado y los daneses lo ocuparon prácticamente todo. No había ningún ejército de Wessex organizado que les hiciera frente, y el mismo Alfredo se ocultaba en las mismas marismas y bosques de Somerset, inmediatamente al sur del Canal de Bristol. El último rey sajón de Inglaterra se vio reducido a la guerra de guerrillas y el triunfo final danés parecía inminente.

Se cuenta que llegó un momento en que la situación de Alfredo fue tan desesperada que se vio forzado a ocultarse en la cabaña de un vaquero que no conocía la identidad de su huésped, excepto que era un guerrero que habla huido de los daneses.

La mujer del vaquero no le tenla mucha simpatía, pues podía causar la muerte de todos ellos si era descubierto por los daneses, y, refunfuñando, lo puso a vigilar los bizcochos (una especie de hojuelas, en realidad) que había colocado a calentar sobre el fuego. Le dio meticulosas instrucciones sobre lo que debía hacer para que se cocieran apropiadamente. Alfredo asintió con la cabeza, distraído, y luego se puso a pensar en los modos y maneras de recuperar su reino casi perdido, sin percatarse de que los bizcochos se estaban quemando.

Pero la mujer se dio cuenta. Entró precipitadamente y gritó con desesperación: «¡Mira, hombre, los bizcochos se están quemando y tú no te tomas le molestia de darlos vuelta; pero cuando llega el momento de comer, te muestras bastante activo!»

El pobre Alfredo inclinó la cabeza ante la tormenta, admitiendo la justicia del reproche. La imagen del rey reducido a un estado tan bajo como para verse obligado a soportar la reprimenda de la mujer de un vaquero es muy dramática para quien quiera que sepa (como lo saben todos los ingleses) que llegó a ser el más grande de todos los monarcas sajones y se ganó con justicia el titulo de Alfredo el Grande. (En verdad, es posible que la historia fuese inventada para realzar el drama, pues sólo se remonta a un período posterior en dos siglos a la época de los presuntos sucesos.)

En realidad, Alfredo hacia mucho más que escabullirse y ocultarse. Creó una fortaleza en las más inaccesibles ciénagas de Somerset (paisaje que en la actualidad, por supuesto, ha cambiado totalmente) y desde allí hostigó a los daneses y, lentamente, reunió hombres.

Otra leyenda nos dice que, a fin de obtener información fidedigna concerniente a los planes de los daneses y la disposición de su ejército, se disfrazaba de juglar e iba a sus campamentos, divirtiéndolos con sus canciones y charloteos, y averiguando todo lo que deseaba saber. (Una moderna serie de aventuras de la televisión no podría ofrecer nada mejor.)

Sólo cinco meses después de la huida de Chippenham, Alfredo pudo formar un ejército y saber lo suficiente de la posición danesa como para lanzar un ataque. A fines de la primavera, sorprendió a los daneses en Edington, al sur y no muy lejos de Chippenham, como antes había sido sorprendido él. Hasta tuvo más éxito aún, pues los derrotó, y acorraló a Guthrum y a una cantidad de sus hombres en su campo fortificado.

Guthrum se enfrentó con la opción entre morir de hambre o rendirse, y eligió esto último. Fue ayudado en esto por el hecho de que Alfredo facilitó las negociaciones En esto, probablemente fue muy sabio. Si hubiese exigido demasiado, habría llevado a Guthrum a la desesperación, y si éste era muerto, pronto otros daneses buscarían la venganza. En cambio, si ofrecía términos aceptables, podía ganar a Guthrum para una política de paz.

Por ello, Alfredo sólo pidió que Guthrum evacuase Wessex, y ofreció reconocer la ocupación danesa de le mayor parte del resto de Inglaterra. La división de Inglaterra en una mitad danesa y otra sajona siguió, en general, una línea que iba del Noroeste al Sudeste, desde la desembocadura del río Dee hasta la del Támesis.

La parte danesa fue llamada el «Danelaw», es decir, la región donde imperaban las costumbres y las leyes de loa daneses. Incluía lo que antaño había sido los reinos de Northumbria, Anglia Oriental y Essex, junto con la mitad oriental de Mercia.

Seguían siendo sajones, Wessex y las regiones que habían sido antaño Sussex, Kent y el oeste de Mercia. Pero ya no constituían reinos separados. Sólo había o iba a haber en el futuro un rey sajón. Alfredo no era rey de Wessex, sino rey de Inglaterra; en un sentido muy real, fue el primer rey de Inglaterra, aunque sólo gobernó la mitad del territorio que más tarde sería Inglaterra.

Al hacer ese tratado, es muy posible que Alfredo comprendiese que la división establecida era totalmente arbitraria y sin importancia. Los daneses no eran muy diferentes de los sajones. Provenían del mismo territorio del que habían salido originalmente los sajones. Hablaban casi la misma lengua y tenían casi la misma herencia cultural. Era muy probable (y así ocurrió, en efecto) que daneses y sajones se fundiesen hasta hacerse indistinguibles y que no pasase mucho tiempo hasta que formasen un reino común.

La única diferencia que podía obstaculizar eso era la religión, pues los daneses eran aún paganos, y Alfredo trató de eliminar esta diferencia. Como parte del acuerdo de paz, Alfredo insistió en que Guthrum se hiciese cristiano.

Guthrum aceptó (tal vez sus simpatías ya fuesen en esa dirección). Se sometió al bautismo, con el mismo Alfredo como padrino, y aceptó el nombre de sonido más cristiano (para oídos sajones) de Athelstan. Después de esto, el cristianismo se difundió con bastante velocidad entre los daneses y nunca más ninguna parte del territorio de Inglaterra estaría dominada por paganos.

Pero el problema danés no quedó totalmente resuelto, claro está. Había daneses en Inglaterra que no estaban bajo la férula de Guthrum y se produjeron ocasionales correrías. La firme actitud de Alfredo ante estos incidentes aumentó su prestigio, que llegó a su culminación cuando decidió que necesitaba a Londres como firme baluarte contra tales incursiones y, en 886, la tomó y empezó a fortificarla poderosamente.

Después de esto, la frontera de Danelaw recibió carácter oficial y el tratado fue puesto por escrito. Se lo llamó el Tratado de Wedmere, por la ciudad donde se hizo el acuerdo, ciudad cercana al antiguo refugio de Alfredo en los días en que dejaba quemar los bizcochos. En general, Guthrum respetó el tratado.

Después de los sucesos de 878, Alfredo tuvo largos intervalos de paz para ocuparse de los asuntos internos. Los saqueos daneses habían desorganizado la estructura financiera y jurídica de su reino y se dispuso a restaurarla. Hizo un cuidadoso estudio de las leyes bíblicas esbozadas en el Antiguo Testamento y estudió también los anteriores códigos legislativos promulgados por hombres como Ethelberto de Kent, Offa de Mercia e Ine de Wessex. Luego publicó un código que, en su opinión, resumía lo mejor de estos otros.

Naturalmente, el estado del saber y la erudición en Inglaterra había decaído lamentablemente bajo los desastres del siglo anterior. De estar culturalmente a la cabeza de Europa y dar hombres como Beda y Alcuino, Inglaterra se había convertido en un páramo intelectual. Esto constituía motivo de gran preocupación para Alfredo, uno de esos raros reyes que era un genuino sabio.

Reunió clérigos doctos de sus propios dominios y del exterior, invitando a sabios de los francos como un siglo antes Carlomagno había invitado a sabios ingleses. Puesto que el latín sólo era conocido a la sazón por muy pocos ingleses, Alfredo trabajó para traducir aquellos libros que, juzgaba él, debían ser familiares para todo el mundo del latín al inglés antiguo. Parte de la traducción la hizo él mismo; particularmente (según la tradición) una traducción de la historia de Inglaterra de Beda.

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