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Authors: David Baldacci

Tags: #Intriga, Policíaca

La esquina del infierno (30 page)

—Solo quiere hablar —‌dijo la mujer con cierta desesperación en la voz.

—Estaré encantado de recibirle.

—Vale, ¿dónde? —‌preguntó el hombre.

—El aparcamiento al aire libre que hay junto al río. Dentro de una hora.

—Señor, el director … —‌empezó a decir la mujer mientras miraba nerviosa por encima del hombro a la gente que se le acercaba.

—El «director» estará encantado de reunirse conmigo a esa hora. Ahora seguid caminando para que pueda guardar el arma.

—Esto va contra las normas —‌espetó la mujer.

—Sí, cierto.

—Nosotros también somos agentes federales —‌añadió el hombre‌—. Estamos en el mismo bando que usted.

—Me creo lo de la primera parte, aunque no la segunda. ¡Largo!

Se marcharon. Stone se guardó la pistola en la funda y se encaminó hacia el río. Quería llegar antes que Weaver. Tenía cosas que preparar. Aceleró el paso aun a pesar del nudo que se le estaba formando en el estómago. Una cosa era arriesgar la vida intentando solucionar un caso complicado y otra muy distinta tener que hacerlo cubriéndose las espaldas. Pero, por lo que parecía, así estaban las cosas.

«¿Y por qué me sorprende?»

59

Los tres vehículos llegaron al aparcamiento vacío y se detuvieron. Era la una de la madrugada y entre semana, por lo que la población trabajadora de Washington hacía rato que había dado por concluido su tiempo de ocio nocturno y se había ido a dormir. El equipo de seguridad fue el primero en salir para comprobar posibles puntos de ataque y enviar al personal necesario a los recovecos antes de indicar que el lugar era seguro para que Riley Weaver se bajara del coche. Iba con traje y corbata de rayas, con un aspecto más apropiado para situarse ante las cámaras y desempeñar el papel de experto o anfitrión de un congreso internacional sobre el terrorismo que para una escaramuza con un ex asesino en un aparcamiento vacío a orillas del Potomac. El pecho abultado indicaba que llevaba chaleco antibalas. Miró a su alrededor con vacilación antes de dar unos cuantos pasos hacia la orilla.

—¿Stone? —‌llamó.

Sonó un teléfono. Todos cogieron los móviles.

—Señor —‌dijo uno de los agentes al descolgar el teléfono que sonaba desde lo alto de un pilar del embarcadero, justo donde Stone lo había dejado hacía un rato. Se lo tendió a Weaver.

—¿Diga?

—Hola, director —‌dijo Stone‌—. ¿En qué puedo ayudarte?

El altavoz del teléfono estaba activado. Weaver intentó apagarlo en vano.

—¿Qué coño estás haciendo? —‌exclamó‌—. No puedo quitar el altavoz.

—Quiero que todo el mundo nos oiga. Así que repito: ¿en qué puedo ayudarte?

—Puedes empezar por dejarte ver. —‌Weaver miraba nervioso por entre la penumbra.

—No me parece necesario. Pensaba que querías hablar. Para eso basta con la voz.

—Quería que nos reuniésemos en el NIC —‌espetó Weaver.

—Pues yo he elegido este sitio.

—¿Por qué?

—Sinceramente, el NIC me produce escalofríos. Nunca sé a ciencia cierta si saldré de allí o no.

—¿Qué te pasa? Eres empleado federal.

—De una agencia no afiliada a la tuya.

—¿De qué tienes miedo?

—Has venido acompañado del equipo de SWAT.
[3]

 ¡Otra vez! Y llevas un chaleco antibalas. ¿De qué tienes miedo tú?

Weaver giró sobre sus talones para ver dónde estaba Stone acechándole.

—Tengo vista de largo alcance, director, así que ni te molestes.

—No me gusta que tú me veas y yo no.

—Pues a mí ya me va bien. Tal como han dicho tus mensajeros, estamos todos en el mismo bando.

—Por eso me planteo por qué tenemos que reunirnos de un modo tan estúpido —‌vociferó Weaver por el teléfono.

—Depende de lo que quieras.

—¿Has hablado con la agente Chapman esta noche?

—Lo sabes perfectamente. De lo contrario no estarías aquí.

—¿Qué te ha contado?

—Me ha contado un montón de cosas. Tendrás que ser más concreto.

—Sobre nuestro acuerdo.

—¿Te refieres al de ella contigo?

—Venga ya, Stone, no te hagas el tonto.

—Fuiste marine, Weaver.

—Lo sigo siendo. Nunca se deja el cuerpo independientemente del uniforme que se lleve.

—Es la respuesta que esperaba. ¿Y en el combate en quién confías?

—En el marine que tienes al lado.

—Exacto. ¿Y alguna vez ocultaste información sobre el combate al marine que tenías al lado?

Weaver no respondió de inmediato. Lanzó una mirada a sus guardaespaldas. Varios de ellos lo miraban fijamente.

—Esto no es exactamente un combate, Stone. Lo sabes mejor que nadie. Luchaste por tu país.

—Pues a mí cada vez me recuerda más a un campo de batalla.

—¿O sea que Chapman te lo ha dicho?

—Lo que digo es que los compañeros no tienen secretos. Si eso te supone un problema, entonces el problema soy yo, no ella.

—Podría meterse en un buen lío por esto.

—Pero no le pasará nada.

—¿Cómo demonios lo sabes?

—Pulsa el botón del altavoz dos veces, Weaver.

—¿Qué?

—Haz lo que te digo.

Weaver lo hizo y desactivó la función de altavoz. Weaver se acercó el teléfono a la oreja.

—¿A qué coño estás jugando?

—Nanobots. —‌Weaver se puso visiblemente tenso‌—. Puesto que no me proporcionaste la lista de eventos de Lafayette Park, pedí que me la consiguieran. Hay varios acontecimientos que podrían haber sido el objetivo de la bomba, pero intuyo que la respuesta no se encuentra en esa lista.

—¿Dónde, entonces?

—¿Estás al corriente de la aventura que vivieron mis amigos en Pensilvania? ¿Y de la ejecución de los hispanos?

—Por supuesto. Soy el director del NIC.

—Demasiadas molestias para que se trate de un encubrimiento. Junto con el hecho de que los disparos en el parque procedían de un edificio de oficinas del gobierno situado detrás del Hay-Adams, para cuyo acceso se necesita un nivel de autorización de los más altos, todo indica que tenemos a un traidor entre los nuestros.

—Nada nuevo bajo el sol. Estamos investigando esa posibilidad.

—Vuestra «investigación» mostrará que la persona que accedió al edificio empleó una tarjeta de seguridad robada o clonada mientras el verdadero propietario de la tarjeta estaba en la otra punta del mundo.

Weaver frunció los labios.

—Clonada. El propietario estaba en Tokio.

—¿Y esa persona trabaja para el departamento de Estado?

—Joder, Stone, ¿eres vidente o qué?

—No. El personal de ese departamento siempre ha sido descuidado con la seguridad. Hace treinta años la mitad de mis misiones eran porque la habían cagado de algún modo, y veo que no han cambiado.

—¿Se te ocurre quién podría ser el topo?

—Todavía no. Tengo que seguir ahondando en el tema. Pero, Weaver, si tengo que pasarme el día mirando por encima del hombro a ver si tus chicos me siguen, me voy a distraer mucho.

—Ya veo por qué tus superiores lo pasaron fatal cuando estabas en el ejército. No cooperas.

—Por supuesto que coopero. El problema era que mis superiores decían una cosa y hacían otra, y veo que eso tampoco ha cambiado.

—Y cuando pasa eso, ¿qué haces? ¿Te cargas al culpable?

Stone, sentado en la ventana de un edificio situado enfrente del aparcamiento al que había accedido por una puerta trasera que nunca cerraban, observaba al director del NIC.

«Vale, ya ha respondido a la siguiente pregunta. Sabe que maté a Gray y a Simpson.»

—Lo pasado pasado está.

—No creo.

—Entonces eres un idiota y, lo que es peor, estás haciendo un flaco favor al país que juraste proteger.

—¿De qué coño estás hablando? —‌gritó Weaver airado‌—. He luchado y matado por mi país.

—Yo también —‌replicó Stone.

—¿Qué quieres exactamente?

—Quiero que dejes de joderme. Si quieres ayudar, te lo agradeceré. Si no, limítate a apartarte de mi camino.

—Soy el jefe del servicio de inteligencia del país.

—Sí, ya lo sé. Pues empieza a comportarte como tal, marine. —‌Weaver se estremeció, pero Stone habló antes de que replicara‌—. La próxima vez que nos veamos quizá sea tomándonos una cerveza y hablando de los viejos tiempos, porque espero que, para entonces, el traidor que está intentando provocar una catástrofe esté muerto o en espera de juicio. Supongo que te parecerá bien.

Weaver asintió lentamente y se fue tranquilizando.

—De acuerdo, Stone. Tú pones las normas del juego. Por el momento. Ahora entiendo cómo has sobrevivido todos estos años.

—Eso parece.

—¿Stone?

—¿Sí?

—¿Qué crees que está pasando?

Stone permaneció en la oscuridad cavilando al respecto.

—Te equivocaste. Los disparos y la bomba son obra del mismo grupo.

—¿Cómo demonios lo sabes?

—Ni por asomo me creo que pudiera darse tal coincidencia.

—Vale. ¿Por qué?

—Se avecina algo gordo, Weaver. Mantente alerta. Tenías razón, hay motivos para estar preocupado.

—¿Cómo de gordo? —‌preguntó Weaver nervioso.

—Lo bastante gordo como para hacernos olvidar las balas y la bomba.

—Tenemos que impedirlo, Stone.

—Sin duda.

Al cabo de unos instantes Weaver y su cuerpo de seguridad se habían marchado. Stone bajó de su escondrijo. Oyó el ruido y se giró a tiempo de ver a Chapman, que salía de detrás de otro edificio. Guardó la pistola y fue a su encuentro.

—¿Qué haces aquí? —‌preguntó él.

—He visto lo que ha sucedido en la calle con los dos agentes y te he seguido hasta aquí.

—¿Por qué?

—Eres mi compañero. Tenía que asegurarme de que estabas bien.

Después de mirarse de hito en hito durante un buen rato, Stone dijo:

—Te lo agradezco.

—He oído lo fundamental. Te agradezco que me hayas defendido ante Weaver.

—Es propio de compañeros.

—Vamos. Te llevo a casa.

Esta vez Stone aceptó.

—Duerme en mi camastro y yo dormiré en el sillón —‌dijo cuando llegaron a la casa.

—¿Qué?

—Tú en el camastro y yo en el sillón.

—Ya te he oído la primera vez, pero estoy bien para conducir.

—No, no es verdad. Has estado a punto de atropellar a dos peatones y de darle a tres coches aparcados por el camino.

—No pasará nada —‌dijo ella con un poco menos de seguridad.

—No quiero quedarme sin compañera porque te arresten por conducir ebria.

—Pues entonces déjame a mí el sillón.

Señaló el camastro.

—Ve. —‌Le dio un empujón en la espalda.

Desconcertada, Chapman se quitó los tacones, caminó con suavidad hacia el camastro y corrió la cortina que la separaba del resto de la estancia.

60

A la mañana siguiente Chapman se despertó lentamente, se dio la vuelta hacia un lado, se cayó del camastro y se golpeó con fuerza contra el suelo.

—¡Hostia puta!

Se frotó la cabeza.

Alzó la vista y se encontró a Stone de pie delante de ella con dos tazas de café.

—Buenos días —‌saludó Stone con amabilidad.

Champan se sentó en la cama y tomó la taza que le tendía. Hizo una mueca de dolor y volvió a frotarse la cabeza mientras bebía un poco de café.

—Tengo la impresión de que la cabeza me va a estallar.

—Cuatro mojitos, dos vodkas con tónica y una copa de oporto. Y eso no es más que lo que vi. Me alucina que todavía tengas cabeza.

—Ya te dije que tengo mucho aguante.

—¿Por qué no te duchas y luego nos vamos a desayunar?

—Perfecto. Tengo un hambre canina. Conozco un buen restaurante.

—Yo conozco uno mejor.

—Estaré lista en diez minutos.

Al cabo de cuarenta minutos estaban en el centro de Washington D.C. haciendo cola con un grupo de obreros de la construcción para pedir el desayuno en un camión de comidas a pocas manzanas del Capitolio. Llevaron los sándwiches de huevo y la fritura de patata y cebolla al coche de Chapman y se sentaron en el capó a comer con avidez.

Chapman gimió con la boca llena de huevos revueltos.

—Cielos, qué bueno está esto.

—Es la manteca de cerdo, creo —‌dijo Stone mientras masticaba las patatas con cebolla ruidosamente‌—, y el hecho de que nunca lavan la sartén.

Cuando acabaron, entraron en el coche de Chapman y se marcharon.

—¿Adónde vamos?

—Al parque.

—El Infierno. Empieza a hacerle honor a su nombre.

—Me gustaría saber qué tal le va al NIC esta mañana.

—Teniendo en cuenta lo que sucedió anoche, probablemente no demasiado bien. —‌Rozaba el volante con los dedos‌—. Mira, sé lo que hiciste anoche. Impediste que Weaver emprendiera acciones contra mí por haberte contado lo de mi otra misión. Te salió de fábula.

—Llevo en este oficio lo bastante como para saber cómo funciona. Necesitaba que se echara atrás, pero tiene muchos activos. O sea que también necesito su ayuda y enfoque.

—¿Cuánto piensas contarle sobre lo que has descubierto?

—Mucho. Insisto, tiene recursos de los que yo carezco y ambos compartimos el mismo objetivo primario. Evitar lo que se nos avecina.

—¿De verdad crees que está en fase de planificación?

—Está más allá de la fase de planificación, está en la de ejecución.

—¿Y los rusos? Con menudo enemigo nos hemos topado.

—Sí.

—He tenido unos cuantos encontronazos con ellos. La cosa puede ponerse muy fea. —‌Stone no dijo nada‌—. Pasaste una temporada en Rusia. Al menos es lo que pone en tu historial.

—Sí.

—¿En la época de la Guerra Fría?

—Sí.

—¿Qué tal fue?

—Fue lo que fue.

—¿Tu misión tuvo éxito?

—Salí con vida, o sea que diría que sí.

Chapman siguió conduciendo.

Al cabo de veinte minutos ella y Stone estaban en el edificio de oficinas desde el que dedujeron que se habían producido los disparos. Stone abrió una ventana.

—¿Qué buscamos? —‌preguntó ella‌—. La altura de este edificio permite gozar de una visión directa del parque. Pero eso ya lo sabíamos.

—Sí, aunque creo que hay algo más.

—¿Como qué?

—Si lo supiera no estaría aquí mirando por la ventana.

Siguió bajando la mirada hacia el parque y luego hacia el sur de la Casa Blanca. Si bien sabía que había algo importante en lo más recóndito de su mente, no lo recordaba. Lo había visto, estaba seguro. De hecho, lo había visto en el parque, pero no le venía a la cabeza. Se había estrujado el cerebro toda la mañana y de poco le había servido.

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