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Authors: Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

La espada oscura (41 page)

BOOK: La espada oscura
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—No es necesario que me impresiones, Trandia —dijo—. Ten cuidado.

—No se preocupe, señor —respondió Trandia.

Pero antes de que Madine pudiera decir nada más, Korenn hizo que su ala—A describiese un brusco viraje y redujo la velocidad.

—He sido alcanzado por un pequeño fragmento de asteroide que ha atravesado mis escudos traseros, señor —dijo.

—Reduce la velocidad, Trandia —ordenó secamente Madine—. Dame un informe general de situación, Korenn. ¿Qué daños has sufrido?

—Hay una pérdida parcial de potencia motriz —dijo el joven piloto.

Madine volvió la cabeza para mirar por el visor de su cabina y vio pequeños chorros de chispas azuladas que bailoteaban alrededor de las hileras de motores del ala—A de Korenn. Había sufrido algo más que daños menores, desde luego: el núcleo tenía una brecha.

—Escúchame, Korenn... —empezó a decir Madine con el corazón latiéndole a toda velocidad.

El ala—A averiado se desvió bruscamente hacia un lado y se bamboleó por el espacio mientras los asteroides seguían girando a su alrededor como una gigantesca trituradora.

—Pérdida de control de altitud —dijo Korenn, alzando la voz—. ¡No consigo estabilizar la nave!

—¡Korenn! —gritó Trandia, y su ala—A viró en redondo. —¡Sube, sube! —gritó Madine.

Trandia fue hacia su compañero por un vector de velocidad máxima. Madine no sabía qué esperaba hacer, pero el ala—A de Korenn chocó con una gran roca espacial antes de que Trandia hubiera podido llegar hasta él. El núcleo motriz cedió bajo el impacto, y la nave estalló en una erupción de llamas.

Trandia hizo una pasada por encima de los restos que seguían ardiendo sobre la superficie del gran asteroide: la detonación había esparcido algunas planchas del casco y nubes de componentes medio fundidos, colocándolos en órbita.

—Buscando supervivientes, señor —dijo Trandia, con la voz a punto de quebrarse.

Madine sabía que Korenn no podía haber sobrevivido a la colisión, pero permitió que la joven dedicara unos momentos más a hacer varias pasadas sobre la roca que giraba lentamente en el espacio hasta que Trandia desistió y volvió a acercar su nave a la suya.

—Nada que informar, señor —dijo Trandia con voz átona.

—Lo sé —dijo Madine—. Pero tenemos que seguir adelante.

—Ha sido culpa mía, señor —dijo Trandia en un tono casi suplicante. —Y mía, por haberte ordenado que fueras delante —respondió Madine—. Y de la jefe de Estado, por haber ordenado esta misión, y de los hutts por estar construyendo el arma..., y así hasta el infinito. Podríamos dedicar años a ir repartiendo culpabilidades en una cadena interminable, pero prefiero continuar con nuestra misión. ¿No crees que es lo mejor? Trandia tardó unos momentos en responder.

—Sí, señor —dijo por fin.

Siguieron avanzando a velocidad reducida y se fueron aproximando al corazón del cinturón de asteroides. Los dos alas—A prosiguieron su avance con los motores al mínimo de potencia y las balizas de situación apagadas, y acabaron llegando a la gran masa de luces de la zona de construcción.

Madine fijó su curso y transmitió una trayectoria comparable a Trandia. Una vez colocados en el rumbo adecuado, los dos apagaron sus motores y siguieron adelante, flotando en una lenta deriva como hacían todos los fragmentos de basura espacial.

Madine, con los ojos secos y toda su atención concentrada en lo que tenía delante, vio cómo la zona de construcción iba viniendo hacia ellos en una aproximación de infinita lentitud. El general fue absorbiendo los detalles: estaba contemplando una inmensa fortaleza cilíndrica, una reluciente estructura metálica ya casi completada que parecía un túnel gigante abierto en el espacio. A juzgar por su aspecto general, la estación de combate contenía uno de los superláser destructores de planetas a lo largo de su eje.

Los hutts habían introducido muchas modificaciones en los planos originales de la Estrella de la Muerte. Eso sólo podía significar que disponían de unos recursos de ingeniería realmente impresionantes.

Madine y Trandia posaron sus alas—A en un gran asteroide, uno de los restos espaciales más cercanos a la zona de construcción. La estación de combate recién construida se recortaba sobre la negrura del cielo salpicado de estrellas. Madine volvió a enviar un haz concentrado de comunicaciones.

—Nos quedaremos en este asteroide para hacer el reconocimiento general ——dijo—, y después nos pondremos los trajes de vacío e intentaremos infiltrarnos.

Capítulo 38

Mientras su nave seriamente averiada se iba alejando poco a poco de Hoth, Calista trabajó codo a codo con Luke Skywalker. Los dos lucharon desesperadamente contra el tiempo: hicieron conexiones de emergencia, anularon componentes destrozados y volvieron a colocar el equipo más vital en su sitio, tratando de reparar cada avería antes de que se produjera otra.

Los wampas no habían logrado abrir ninguna brecha en el casco del yate espacial, pero habían causado muchos daños. Los propulsores sublumínicos de la nave, que habían perdido más de la mitad de su potencia, los fueron alejando del planeta helado y, aunque no de muy buena gana, acabaron colocándolos en una órbita de salida. Los motores intentaron fallar por completo en varias ocasiones, pero consiguieron seguir funcionando.

Se habían quedado sin hiperimpulsión, y su ordenador de navegación estaba tan dañado que no había forma de repararlo. Luke y Calista se adentraron en el campo de asteroides que se extendía alrededor de Hoth con los escudos al mínimo de potencia y sin tener prácticamente ningún control sobre su trayectoria. Los asteroides empezaron a hacerse más y más numerosos a su alrededor, y las rocas flotantes giraron en amenazadoras curvas alrededor de la diminuta nave. Calista tenía mucho miedo, pero no lo expresó en voz alta.

Luke alzó la mirada hacia ella y la contempló con los ojos enrojecidos y un poco vidriosos, el rostro tenso por el cansancio y la preocupación. Calista, con su rubia cabellera despeinada y sus ojos grises inyectados en sangre, sabía que probablemente tenía tan mal aspecto como él, pero una débil esperanza había empezado a dar algo de color a la pálida piel de Luke.

—Quizá pueda usar la Fuerza para guiar la nave —dijo Luke—. Por lo menos lo suficiente como para evitar una colisión seria..., pero no sé adónde iremos.

—Ojalá pudiera ayudarte —dijo Calista—. Pero no puedo. No puedo, y no me atrevo a intentarlo.

—Usaste muy bien la espada de luz contra las criaturas de las nieves —replicó Luke, intentando tranquilizarla—, y no percibí ningún destello del lado oscuro. No sentí nada de lo que capté en Dagobah.

—No —susurró Calista—. No permití que llegara a aparecer.

Pero sabía que el lado oscuro había estado allí, como unas alas negras suspendidas en el límite de su consciencia que exigían ser liberadas. Calista se había negado, pero... Oh, la tentación había sido tan grande...

Los sistemas de apoyo vital tosieron y murieron entre un diluvio de chispas y una nube de humo de los circuitos quemados. Luke y Calista empezaron a extraer componentes de ordenadores no esenciales, intentando conseguir que los sistemas volvieran a funcionar.

—Está tan dañado que sólo puede operar a un diez por ciento de eficiencia —dijo Luke—. Eso no va a servirnos de mucho.

Calista se estremeció. La temperatura ya había empezado a descender rápidamente dentro de la cabina.

—No vamos a salir de ésta, ¿verdad? —preguntó con tranquila y brutal sinceridad.

Luke la contempló en silencio durante un momento interminable, y después se obligó a sonreír.

—No de ninguna manera obvia —acabó diciendo con un suspiro—. Pero eso sólo quiere decir que debemos buscar una solución que no es obvia.

Luke y Calista empezaron a inspeccionar los trajes ambientales que los wampas habían desgarrado con sus zarpas. Después, usando varios equipos de reparaciones y parches de tela que encontraron en paquetes olvidados dejados allí por algún mecánico de estación desconocido de Coruscant, consiguieron reparar un traje..., pero sólo uno.

Una hora después la atmósfera ya se había vuelto perceptiblemente más tenue, y el calor de sus cuerpos no podía hacer gran cosa para calentar la cabina a medida que el frío del espacio se iba infiltrando en ella.

Luke deslizó los dedos sobre las rugosas protuberancias de los toscos parches con que habían remendado el traje, y tomó la mano de Calista.

—Has de ponértelo, Calista.

—No permitiré que te sacrifiques —respondió Calista—. Tú no dejaste que lo hiciera a bordo del Ojo de Palpatine.

Luke le alzó la mano y se la llevó a la mejilla.

—No tengo ninguna intención de sacrificarme —dijo—. Puedo sumirme en un profundo trance Jedi y reducir el ritmo de mi metabolismo hasta colocarme en un estado muy próximo a la animación suspendida. Después aguardaremos..., sin perder las esperanzas.

Calista contempló el traje reparado, todavía no muy convencida, y después clavó la mirada en los límpidos ojos azules de Luke, deseando poder leer sus pensamientos y sus emociones.

—Quizá pueda utilizar la Fuerza para contactar con alguien y enviar un mensaje mediante mis pensamientos —siguió diciendo Luke—. Dudo de que nadie sea capaz de percibirlo, pero tenemos que intentarlo.

Calista fue deslizando lentamente la gruesa tela metalizada del traje ambiental sobre sus largas piernas.

—Sí —dijo, derrotada—, tenemos que intentarlo. —Acabó de ponerse el traje y besó a Luke antes de colocarse el casco—. ¿Estarás bien? —preguntó.

Luke intentó sonreír.

—Mientras estés aquí para cuidar de mí, sí.

Los ojos azules de Luke se cerraron y giraron lentamente dentro de sus cuencas cuando se hundió en los niveles más secretos de su mente, utilizando sus técnicas Jedi para entrar en un profundo trance cuyas murallas invisibles lo mantendrían alejado del resto del universo.

Calista anhelaba unirse a él, pero su percepción de la Fuerza se había vuelto tan débil y poco fiable que ya no podía utilizar sus antiguas capacidades. Ni siquiera podía iniciar el profundo trance en el que Luke acababa de sumir a su organismo.

Siguió contemplando a Luke en silencio, sintiendo el doloroso palpitar de amor que llenaba su corazón mientras luchaba con el silencio de la Fuerza dentro de su mente. Volvió a ver las oscuras sombras de posibilidades agitándose en sus pensamientos, atrayéndola con una manera de volver a usar la Fuerza que resultaría tan seductoramente sencilla...

«¡Únete al lado oscuro!»

... incluso si eso significaba que debía sucumbir a influencias malignas. —No —murmuró para sí misma, aunque sabía que no debía hacer nada que pudiera sacar a Luke de su trance.

Calista huyó de aquella oscura alternativa, asustada ante la facilidad con que las persistentes sombras habían podido llegar hasta ella en esa ocasión.

La cabina sumida en el silencio estaba cada vez más fría. El traje ambiental crujió a su alrededor cuando Calista se hizo un ovillo al lado de Luke, conservando sus energías y deseando estar junto a él.

Luke parecía una estatua. Las casi imperceptibles exhalaciones de su aliento habían formado una capa de escarcha sobre sus mejillas. Calista deseó desesperadamente poder percibir sus pensamientos y ser capaz de compartir sus esfuerzos para enviar una súplica de auxilio..., pero la mente de Luke continuaba estando cerrada para ella.

La nave averiada siguió flotando a la deriva por el perímetro exterior del cinturón de asteroides, con los escudos al mínimo y el sistema de apoyo vital prácticamente inservible, y Calista permaneció inmóvil y sola en la oscuridad.

Y mientras tanto Luke Skywalker, alejado de todo dentro del cascarón de la Fuerza con el que había envuelto su cuerpo y su mente, concentró sus pensamientos en un solo proyectil, un grito tangible lanzado a través del espacio y del tiempo. Sus palabras temblaron dentro de su mente y vibraron a lo largo de las líneas de la Fuerza que conectaban cuanto existía en el cosmos.

Se acordó de cómo había colgado de las antenas inferiores de la Ciudad de las Nubes, suspendido sobre las nubes mientras se aferraba desesperadamente a las varillas de metal. Entonces, cuando aún no conocía la verdad sobre su hermana y antes de comprender que estaban unidos por una conexión invisible, Luke había lanzado una llamada similar. A pesar de su ignorancia, Luke había sabido a quién debía dirigir su petición de socorro.

—¡Leia! —gritó desde los confines del cinturón de asteroides, enviando sus pensamientos a través del espacio en un mensaje que vagaría por la negrura y el vacío—. Leia... Leia...

Capítulo 39

Agotada por los devastadores efectos de la tensión constante a que había estado sometida durante la misión diplomática a la fortaleza de Durga —agravados por la asombrosa información de que la almirante Daala seguía viva y estaba preparando otro ataque contra la Nueva República—, Leia estaba sentada en su cómodo sillón de la lanzadera diplomática. Han pilotaba la nave en una rápida trayectoria de alejamiento de Nal Hutta, evitando por completo la Luna de los Contrabandistas primero y lanzándola hacia el espacio abierto en el que aguardaba la flota de Ackbar después.

El que ya no necesitara llevar los atuendos de gala diplomáticos suponía un gran alivio para Han, que volvía a vestir sus prendas de costumbre: chaleco negro, camisa blanca y unos pantalones oscuros que habían visto días mejores. Leia deseó haberse traído algo cómodo, pero se había olvidado de coger ropa informal mientras se estaba preparando para su gran actuación en el mundo de los hutts.

Inmóvil junto a ella, Cetrespeó intentaba ser útil recitando la lista de todas las obligaciones que estarían esperando a Leia cuando volviera a Coruscant. La estridente voz metálica del androide de protocolo fue enunciando un deber después de otro: Leia se había olvidado de algunos y había ignorado otros, y también había unos cuantos de los que sencillamente no quería acordarse. Mientras Cetrespeó seguía hablando de las reconfortantes trivialidades de la vida gubernamental con un entusiasmo que no parecía conocer límites, Leia se dio cuenta de que se estaba adormilando poco a poco. Las vibraciones de la nave diplomática canturreaban dentro de sus huesos como un masaje electrónico. Sus pensamientos empezaron a vagar sin rumbo fijo. Su respiración se volvió más regular...

Y de repente una lanzada de pensamientos atravesó su mente. Leia se irguió de golpe, y sintió cómo todo su cuerpo era recorrido por un estremecimiento convulsivo que le puso la piel de gallina. Abrió y cerró sus grandes ojos castaños y dejó escapar un jadeo ahogado. El pensamiento volvió una vez más, como una bala de hielo que atravesara su mente a una velocidad vertiginosa.

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