Read La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 Online

Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 (30 page)

Elena se hundió en el azul de sus ojos cuando él terminó de recorrerla con la mirada y levantó la vista.

—¿Y eso son buenas o malas noticias?

—Eso significa que está a punto de despertar.

23

E
lena echó un vistazo al Colibrí cuando esta entró en el salón del brazo de Illium… y se quedó sin aliento.

Michaela era hermosa, quizá la criatura más hermosa que hubiera vivido alguna vez sobre la tierra, pero aquella mujer era radiante. Era la única palabra que se le ocurría para describirla. Tenía los ojos de un chispeante color champán, el cabello negro azabache con puntas de oro, la piel apenas bronceada del sol… y las alas de un añil salvaje e inesperado, con plumas veteadas de un dorado tan claro como la luz solar.

Cuando sonrió, sus pestañas descendieron por un instante y Elena pudo ver que también tenían las puntas doradas.

—Hola —dijo la madre de Illium—. Me llaman el Colibrí, pero tú puedes llamarme Sharine.

Elena tomó las manos que Sharine le ofrecía, incapaz de negarse. Eran pequeñas, delicadas, y guardaban una proporción perfecta con su metro cincuenta de estatura.

—Soy Elena.

—Oh, lo sé. —Una risa formada por polvo de diamante suspendido en el aire—. Mi niño me lo ha contado todo sobre ti.

Cuando miró a Illium, Elena esperaba verle con el ceño fruncido en plan juguetón, pero el ángel de alas azules observaba a su madre con una tristeza silenciosa que borró la sonrisa de la cazadora.

—Su niño —le dijo al final al Colibrí— es muy hermoso.

—Sí, debo tener cuidado… La niñas comenzarán a perseguirlo en cuanto crezca un poco más. —La mujer clavó la vista en un punto situado por detrás de Elena—. Rafael… —Sonrió con tanto amor que a Elena se le encogió el corazón y luego caminó hacia los brazos del arcángel—. ¿Cómo está mi otro niño? No, tú nunca fuiste mi niño. Pero sí mi hijo.

Elena observó con fascinación cómo Rafael agachaba la cabeza y permitía que Sharine le alisara primero el pelo y luego la camisa. Jamás le había visto inclinar la cabeza ante ningún otro ser, hombre o mujer, pero trataba al Colibrí con el mayor de los respetos… y de los cuidados. Con el mismo cuidado con el que se maneja un objeto roto.

Cuando volvió a mirar a Illium, Elena no pudo soportar lo que vio en aquel rostro que era un sueño de belleza. Acortó la distancia que los separaba y cerró los dedos alrededor de uno de sus musculosos brazos ya que, al igual que en el Refugio, iba desnudo de cintura para arriba. Sin embargo, aquella noche su pecho mostraba un dibujo de un gigantesco pájaro en pleno vuelo.

—Es asombroso… —Le bastó una mirada rápida para darse cuenta de que el pájaro era una versión estilizada de Illium.

—Mi madre —explicó él con una voz solemne que Elena nunca le había oído— fue quien enseñó a Aodhan a dibujar y a esculpir. Servirle de lienzo se considera un gran honor entre los ángeles.

Elena miró a Rafael y vio que Sharine había apoyado una mano en su pecho para alisarle una arruga inexistente.

—Hace muchos días que no nos vemos —dijo ella—. Cinco o seis, por lo menos.

Elena frunció el ceño. Sabía que Rafael no había tenido contacto físico con ella desde hacía más de un año, pero las palabras de Sharine no tenían el más mínimo rastro de humor, nada que indicara que lo estaba regañando sutilmente por haber dejado que pasara tanto tiempo. De repente, sus palabras anteriores, lo de referirse a Illium como su «niño», tomaron un matiz más sombrío.

—Sí —dijo Rafael con una sonrisa lánguida—. Sabía que vendrías a verme antes de que llegara el séptimo.

Sharine se echó a reír, y el sonido fue como cálidas gotas de lluvia sobre la piel de Elena.

—Ella está…

—Lo sé. —Los músculos de Illium se tensaron bajo sus dedos—. Ellie…

—Chist. —Elena se inclinó hacia él y le rozó las alas con las suyas—. Ella te ama, y ama a Rafael. Eso es lo único que importa.

—Sí. —Esbozó una sonrisa cuando el Colibrí se dio la vuelta hacia él con la mano extendida, y se acercó a ella para ayudarla a sentarse.

La cena fue mágica. Elena ya había oído a Rafael utilizar su voz de esa forma que más bien parecía una caricia física, pero Sharine había convertido aquella habilidad en un arte. Oírla era como estar rodeado de un millar de sensaciones, miles de brillantes serpentinas destellando.

Y las historias que contó sobre la infancia de Illium y de Rafael… Maravillosas historias de valentía y locura, narradas con el orgullo que una madre siente por sus hijos. Sharine no había dado a luz a Rafael —pensó Elena más tarde mientras se encontraba en su terraza privada contemplando cómo se alejaba el Colibrí con Illium a su lado—, pero lo quería como si fuera su hijo.

—Me recuerda a una espléndida flor de invernadero.

—Una flor marchita —comentó Rafael desde detrás. Le apoyó las manos en los hombros y la acercó hasta tenerla contra su pecho. Luego deslizó un brazo por delante de su cintura para mantenerla en aquella posición—. Si quieres saber el resto de la historia, tendrás que preguntárselo a Illium.

Elena apoyó una mano sobre su antebrazo y negó con la cabeza.

—No puedo. No después de ver lo mucho que le duele. —Creía conocer las mayores tragedias ocurridas durante la vida del ángel de alas azules: había amado a una mortal a la que había perdido debido a las leyes angelicales y a la escasa duración de la existencia humana. Sin embargo, el dolor que había visto aquella noche era más antiguo, más profundo. Un dolor vivo, inmemorial y furioso—. ¿Cuánto tiempo se quedará en la ciudad?

—Se marchará en menos de una hora. Le resulta difícil estar lejos de su hogar.

Mientras permanecían allí en silencio, se produjo un destello de fuego en el cielo. Y luego otro. Y otro.

Las estrellas estaban cayendo.

No hubo magia al día siguiente. Incluso el sol primaveral que había prometido el asombroso amanecer se vio apagado por un escalofriante horror que rompió la calma de la forma más contundente.

Elena descendió y luego volvió a elevarse hacia la parte inferior del puente de Manhattan. Enganchó la descomunal estructura metálica con los dedos y contempló los cinco cuerpos que colgaban de su vientre. Habían sido descubiertos al alba por uno de los artesanos que trabajaba en aquella sección del East River; al parecer, el testigo aún seguía echando las tripas.

Elena se tragó las náuseas que sintió cuando los cadáveres empezaron a mecerse en las cuerdas.

«Se mecía muy despacio. Un pie descalzo, y el otro con un brillante zapato de tacón.»

—Nada de sombras —se dijo para luchar contra la pesadilla—. Aquí no hay sombras. —Era demasiado temprano, y daba gracias por ello—. Uno, dos y tres… —Sus dedos se negaron a soltarse.

Otra ráfaga de viento procedente del río. Los cuerpos se balancearon de nuevo.

Sintió un retortijón en el estómago y la bilis le subió por la garganta.

—Oye, ¿has encontrado algo útil? —La inconfundible voz de Santiago procedía del dispositivo inalámbrico que tenía dentro de la oreja.

—No —logró responder Elena con los dientes apretados—. Deja que me acerque más. —Y pueda hacer mi trabajo. No permitiría que el pasado le robara el futuro.

Respiró hondo, se soltó del puente liberando un dedo tras otro y descendió lo suficiente para poder volar en espiral por encima del agua. Luego sacudió las alas para ascender y acercarse un poco más. Mientras se elevaba sobre la corriente agitada, mantuvo los ojos fijos en la zona bajo el puente que pretendía enganchar con los brazos para sujetarse.

—Esto sería más fácil si todavía fuese humana —murmuró.

—¿En serio?

Elena se sobresaltó, ya que había olvidado que Santiago podía oírla en todo momento.

—Un arnés habría sido de gran utilidad —dijo—. Sin embargo, es imposible utilizarlos con las alas.

—Me encargaré de que fabriquen uno especial para ti.

No había nada en su tono que indicara que estaba bromeando.

—Gracias. —Por aceptar sus alas de una forma tan abierta como aceptaba un abrigo nuevo.

Ya está.

Se sujetó con fuerza al metal con un brazo y enganchó la viga con una pierna. Solo cuando alcanzó una posición estable se atrevió a bajar la vista hasta la cuerda gruesa y marrón que habían atado a la viga. Echó un vistazo rápido: cada uno de los cinco cadáveres había sido colgado del puente de la misma forma, con cuerdas de la misma longitud.

—Alguien se ha tomado su tiempo.

No era la fractura del cuello lo que los había matado; la mayoría de los vampiros con más de diez años habría sobrevivido después de algo así a menos que la rotura fuera casi una decapitación, y sus instintos de cazadora le decían que todos aquellos hombres tenían más de cincuenta años, aunque no muchos más. No, lo que parecía haberlos matado era que les habían arrancado también el corazón; sus camisas se pegaban a la parte delantera del torso mediante manchas que solo podían ser de una cosa. A aquella edad, la suma de ambas agresiones habría sido suficiente para matarlos sin necesidad de separar del todo la cabeza del cuerpo.

—Debe de haber sido ese puto… ¿Cómo se llama? Sí, ese tipo con un traje rojo y azul que lleva una araña en el pecho.

—No eres muy cinéfilo, ¿verdad, Santiago?

—Soy un hombre. Veo los partidos de fútbol y de hockey, como debe ser.

Aunque le hizo gracia el comentario, Elena pensaba en los vampiros a los que había visto reptar por las paredes con la misma fuerza y velocidad que las arañas, y supo que la respuesta era a la vez mucho más prosaica y aterradora que un superhéroe de cómic, a juzgar por la esencia que se detectaba en el aire.

Exuberante. Sensual. Exótica. Susurros de lluvia en la selva, en un claro escondido.

Con las alas bien pegadas a la espalda para evitar los roces con el metal oxidado que la rodeaba, cambió de sitio para situarse justo encima del primer vampiro. Se dio cuenta de que desde aquella posición no lo pasaba tan mal, ya que no había estado en el piso de arriba cuando su madre decidió…

Le cerró la puerta a aquel recuerdo, respiró hondo para calmarse y empezó a diseccionar las esencias. La sal y el mar eran una constante, así que borró esos matices de la ecuación de inmediato. También eliminó la desconcertante fragancia pura de las orquídeas negras, la firma de Caliane.

Hierba, cortada en un día de verano.

Era una de las esencias más delicadas que había percibido jamás en un vampiro, y le pertenecía al que colgaba de aquella cuerda. Aquello significaba que o bien la esencia del asesino era mucho más tenue, o bien que no estaba presente. Elena sabía que debía acercarse más a la víctima, así que se retorció un poco y consiguió quedarse colgada de la viga anclando ambos brazos y extendiendo las alas a los lados para mantener el equilibrio.

Apretó los dientes y cambió de posición hasta que quedó colgada del metal sujetándose con los dedos. Pero aun así no estaba lo bastante cerca.

—Aquí no puedo hacer nada —dijo al final, furiosa y frustrada—. Tendré que realizar un último rastreo de esencias cuando los cuerpos sean… ¡Joder!

—¡Elena! ¡Háblame!

El corazón de Elena dio un triple salto mortal. Estiró el brazo y consiguió rozar la frente del vampiro con la yema de los dedos. Parecía de plástico y estaba fría a causa del aire. Pero…

—Ay, Dios… —Esta vez lo había visto con claridad: el temblor de un párpado, como si el vampiro se esforzara por abrirlo—. ¡Está vivo! ¡Llama al equipo de rescate!

—¡Mierda! Estoy en ello.

Santiago era de lo más eficiente, pero Elena sabía que tardaría. Si aquel vampiro… Por Dios, si todos aquellos vampiros seguían conscientes, debían de estar sufriendo una tortura. Se dejó caer, voló bajo el puente y se elevó de nuevo para mirar en todas direcciones.

—¿Buscas a alguien, Ellie?

Sorprendida, cayó varios metros antes de controlar el impulso de la inercia. Illium voló a su lado cuando volvió a elevarse y se aferró al borde del puente una vez más para poder hablar con él.

—Al menos uno de ellos sigue con vida. ¿Puedes bajarlos? —Era el único ángel que conocía que podría maniobrar en semejantes condiciones.

Illium extendió una mano.

—La daga.

Contenta de que ya no pareciera tan atormentado como la noche anterior, Elena le puso uno de sus cuchillos en la mano y lo observó. El ángel ejecutó un giro increíble para, acto seguido, ascender y cortar la cuerda. El vampiro cayó. Pero Illium fue más rápido. Cogió al hombre en brazos antes de que el peso muerto de su cuerpo chocara contra el agua. Elena lo siguió hasta la parte superior del puente (el mismo puente que los policías habían acordonado en ambos extremos, lo que les había hecho muy populares entre los transeúntes) y aterrizó.

Tan pronto como Illium dejó al vampiro sobre la carretera y salió disparado para encargarse del resto de las víctimas, ella sacó otra daga y comenzó a cortar la camisa del herido. Separó el tejido manchado y puso cara de asco al ver que había varios trozos de carne pegados a la tela. Pero tenía que ver la herida. Santiago, que se había agachado a su lado, la observó en silencio mientras ella terminaba de destapar el pecho del vampiro.

Parecía claro que había sufrido daños importantísimos en la zona que rodeaba el corazón, pero había tanta sangre seca pegada a los gruesos rizos oscuros del pecho que no podía asegurarlo con certeza. Se sacó el dispositivo de audio de la oreja y se lo entregó al detective. A continuación metió la mano en el bolsillo del chaleco con forro polar que se había puesto para protegerse del viento y sacó un par de guantes de látex.

Santiago aprovechó la oportunidad para inclinarse hacia delante y colocar la pantalla de su teléfono móvil a un centímetro escaso de la boca del vampiro.

—Mierda —murmuró al ver que el cristal se empañaba con el aliento—. Por un instante creí que habías perdido la chaveta allá abajo, pero… Joder. —Echó un vistazo por encima del hombro para observar a Illium, que aterrizaba por segunda vez.

Elena estaba casi completamente segura de que podría haber perdido la chaveta de verdad si no se hubiera asustado tanto.

—Necesito algo para limpiar la sangre. —No pasó por alto la ironía de que el East River fluyera por debajo de ella.

—Espera. —Santiago regresó momentos después con dos botellas de agua y un paquete de pañuelos de papel—. Son del coche patrulla. Los médicos están de camino.

Other books

Second Chance Cowboy by Rhonda Lee Carver
Captivated by Susan Scott Shelley
JPod by Douglas Coupland
Creation by Greg Chase
Touch of Love by E. L. Todd
Margaret Brownley by A Long Way Home
The Gift of Fire by Dan Caro


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024