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Authors: J. R. R. Tolkien

Tags: #Fantasía épica

La comunidad del anillo (31 page)

BOOK: La comunidad del anillo
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—¡Bien respondido! — dijo Trancos riéndose —. Pero la explicación es simple: busco a un hobbit llamado Frodo Bolsón. Quiero encontrarlo en seguida. Supe que estaba llevando fuera de la Comarca, bueno, un secreto que nos concierne, a mí y a mis amigos.

"¡Un momento, no me interpreten mal! —gritó al tiempo que Frodo se ponía de pie y Sam daba un salto con aire amenazador—. Cuidaré del secreto mejor que ustedes. ¡Y hay que cuidarse de veras! —Se inclinó hacia adelante y los miró. — ¡Vigilen todas las sombras! —dijo en voz baja—. Unos Jinetes Negros han pasado por Bree. Dicen que el lunes llegó uno por el Camino Verde y otro apareció más tarde, subiendo por el Camino Verde desde el sur.

 

Se hizo un silencio. Al fin Frodo les habló a Pippin y Sam.

—Tenía que haberlo sospechado por el modo en que nos recibió el guardián —dijo—. Y el posadero parece haber oído algo. ¿Por qué insistió en que nos uniéramos a los demás? ¿Y por qué razón nos comportamos como tontos? Teníamos que habernos quedado aquí tranquilamente.

—Hubiese sido mejor —dijo Trancos—. Yo hubiera impedido que fueran al salón, pero no me fue posible. El posadero no hubiese permitido que yo los viera, ni les hubiera traído un mensaje.

—Cree usted que... —comenzó Frodo.

—No, no pienso mal del viejo Mantecona. Pero los vagabundos misteriosos como yo no le gustan demasiado. —Frodo lo miró con perplejidad. — Bueno, tengo cierto aspecto de villano, ¿no es así? —dijo Trancos con una mueca de desdén y un brillo extraño en los ojos—. Pero espero que lleguemos a conocernos mejor. Cuando así sea, confío en que me explicará usted qué ocurrió al fin de la canción. Porque esa pirueta...

—¡Fue sólo un accidente! —interrumpió Frodo.

—Bueno —dijo Trancos—, accidente entonces. Ese accidente ha empeorado la situación de usted.

—No demasiado —dijo Frodo—. Yo ya sabía que esos Jinetes estaban persiguiéndome, pero de todos modos creo que me perdieron el rastro y se han ido.

—¡No cuente con eso! — dijo Trancos vivamente —. Volverán y vendrán más. Hay otros. Sé cuántos son. Conozco a esos Jinetes. —Hizo una pausa y sus ojos eran fríos y duros. — Y hay gente en Bree en la que no se puede confiar —continuó—. Bill Helechal, por ejemplo. Tiene mala reputación en el país de Bree, y gente extraña llama a su casa. Lo habrá visto usted entre los huéspedes: un sujeto moreno y burlón. Estaba muy cerca de uno de esos extranjeros del sur y salieron todos juntos en seguida del "accidente". No todos los sureños son buena gente y en cuanto a Helechal, le vendería cualquier cosa a cualquiera; o haría daño por el placer de hacerlo.

—¿Qué vendería Helechal y qué relación tiene con mi accidente? —dijo Frodo, decidido todavía a no entender las insinuaciones de Trancos.

—Noticias de usted, por supuesto —respondió Trancos—. Un relato de la hazaña de usted sería muy interesante para cierta gente. Luego de esto apenas necesitarían saber cómo se llama usted de veras. Me parece demasiado probable que se enteren antes que termine la noche. ¿No le es suficiente? En cuanto a mi recompensa, haga lo que le plazca: tómeme como guía o no. Pero le diré que conozco todas las tierras entre la Comarca y las Montañas Nubladas, pues las he recorrido en todos los sentidos durante muchos años. Soy más viejo de lo que parezco. Le puedo ser útil. Desde esta noche tendrá usted que dejar la carretera, pues los Jinetes la vigilarán día y noche. Podrá escapar de Bree, y nadie lo detendrá quizá mientras el sol esté alto, pero no irá muy lejos. Caerán sobre usted en algún sitio desierto y sombrío donde nadie podría auxiliarlo. ¿Permitirá que le den alcance? ¡Son terribles!

Los hobbits lo miraron y vieron con sorpresa que retorcía la cara como si soportara algún dolor y que tenía las manos aferradas a los brazos de la silla. La habitación estaba muy tranquila y silenciosa y la luz parecía más pálida. Trancos se quedó un rato sentado, la mirada vacía, como atento a viejos recuerdos, o escuchando unos sonidos lejanos en la noche.

—¡Sí! —exclamó al fin pasándose la mano por la frente—. Quizá sé más que usted acerca de esos perseguidores. Les tiene miedo, pero no bastante todavía. Mañana tendrá que escapar, si puede. Trancos podría guiarlo por senderos poco transitados. ¿Lo llevará con usted?

Hubo un pesado silencio. Frodo no respondió, no sabía qué pensar; el miedo y la duda lo confundían. Sam frunció el ceño y miró a su amo. Al fin estalló:

—¡Con el permiso de usted, señor Frodo, yo diría no! Este señor Trancos, nos aconseja y dice que tengamos cuidado; y yo digo sí a eso y que comencemos por él. Viene de las tierras salvajes y nunca oí nada bueno de esa gente. Es evidente que sabe algo, demasiado para mi gusto. Pero eso no es razón para que dejemos que nos lleve a algún lugar sombrío lejos de cualquier ayuda, como él mismo dice.

Pippin se movió, incómodo. Trancos no replicó a Sam y volvió los ojos penetrantes a Frodo. Frodo notó la mirada y torció la cabeza.

—No —dijo lentamente—, no estoy de acuerdo. Pienso, pienso que usted no es realmente lo que quiere parecer. Empezó a hablarme como la gente de Bree, pero ahora tiene otra voz. De cualquier modo hay algo cierto en lo que dice Sam: no sé por qué nos aconseja usted que nos cuidemos y al mismo tiempo nos pide que confiemos en usted. ¿Por qué el disfraz? ¿Quién es usted? ¿Qué sabe realmente acerca de... acerca de mis asuntos y cómo lo sabe?

—La lección de prudencia ha sido bien aprendida —dijo Trancos con una sonrisa torcida—. Pero la prudencia es una cosa y la irresolución es otra. Nunca llegarán a Rivendel por sus propios medios y tenerme confianza es la única posibilidad que les queda. Tienen que decidirse. Contestaré cualquier pregunta, si eso los ayuda. ¿Pero por qué creerán en la verdad de mi historia, si no confían en mí? Aquí está, sin embargo...

 

En ese momento llamaron a la puerta. El señor Mantecona había traído velas y detrás venía Nob, con jarras de agua caliente. Trancos se retiró a un rincón oscuro.

—He venido a desearles buenas noches —dijo el posadero, poniendo las velas sobre la mesa—. ¡Nob! ¡Lleva el agua a los cuartos!

Entró y cerró la puerta.

—El asunto es así —comenzó a decir, titubeando, perturbado—. Si he causado algún mal, lo lamento de veras. Pero todo se encadena, como usted sabe, y soy un hombre ocupado. Esta semana, primero una cosa y luego otra me despertaron poco a poco la memoria, como se dice, y espero que no demasiado tarde. Pues verá usted, me pidieron que buscase a unos hobbits de la Comarca, a un tal Bolsón sobre todo.

—¿Y eso qué relación tiene conmigo? —preguntó Frodo.

—Ah, usted lo sabe sin duda mejor que nadie —dijo el posadero con aire de estar enterado—. No lo traicionaré a usted, pero me dijeron que ese Bolsón viajaría con el nombre de Sotomonte y me hicieron una descripción que se le ajusta a usted bastante, si me permite.

—¿De veras? Bien, ¡venga entonces esa descripción! —dijo Frodo interrumpiéndolo aturdidamente.

—Un hombrecito rollizo de mejillas rojas
—dijo solemnemente el señor Mantecona.

Pippin rió entre dientes, pero Sam se mostró indignado.

—Esto no te servirá de mucho, Cebadilla, pues conviene a casi todos los hobbits
, me dijeron —continuó el señor Mantecona echándole una ojeada a Pippin—,
pero éste es más alto que algunos y más rubio que todos y tiene un hoyuelo en la barbilla; un sujeto de cabeza erguida y ojos brillantes.
Perdón, pero él lo dijo, no yo.

—¿El lo dijo? ¿Y quién era él? —preguntó Frodo muy interesado. —¡Ah! Era Gandalf, si usted sabe a quién me refiero. Un mago dicen que es, pero buen amigo mío, cierto o no cierto. Pero ahora no sé qué me dirá, si lo veo de nuevo: me agriará toda la cerveza o me cambiará en un trozo de madera, no me sorprendería. Es de temperamento vivo. Sin embargo, lo que está hecho no puede deshacerse.

—Bueno, ¿qué ha hecho usted? — dijo Frodo impacientándose ante la lentitud con que se desarrollaban los pensamientos de Mantecona.

—¿Dónde estaba? —preguntó el posadero haciendo una pausa y castañeteando los dedos—. ¡Ah, sí! El viejo Gandalf. Hace tres meses entró directamente en mi cuarto sin llamar a la puerta.
Cebadilla
, me dijo,
salgo a la mañana. ¿Quieres hacerme un favor? Lo que tú quieras, dije. Tengo prisa, dijo
él,
y me falta tiempo pero quiero que lleven un mensaje a la Comarca. ¿Tienes a alguien a quien mandar y que sea seguro que llegue? Puedo encontrar a alguien, dije, mañana quizás, o pasado mañana. Que sea mañana
, me dijo, y luego me dio una carta.

"La dirección es bastante clara —dijo Mantecona sacando una carta del bolsillo y leyendo la dirección lenta y orgullosamente (tenía reputación de hombre de letras)—:
Señor Frodo Bolsón, Bolsón Cerrado, Hobbiton, en la Comarca.

—¡Una carta para mí de Gandalf! —gritó Frodo.

—¡Ah! —dijo el señor Mantecona—. ¿Entonces el verdadero nombre de usted es Bolsón?

—Sí —dijo Frodo—, y será mejor que me dé esa carta en seguida y me explique por qué nunca la envió. Esto es lo que vino a decirme, supongo, aunque le llevó mucho tiempo.

El pobre señor Mantecona parecía turbado.

—Tiene razón, señor —dijo—, y le pido que me disculpe. Tengo un miedo mortal de lo que diría Gandalf, si he causado algún daño. Pero no la he retenido a propósito. La puse a buen recaudo, pero luego no encontré a nadie que quisiera ir a la Comarca al día siguiente, ni al otro día y mi gente no estaba disponible y luego vino una cosa detrás de la otra y me olvidé. Soy un hombre ocupado. Haré todo lo que pueda para enderezar el entuerto y si puedo ayudar en algo, dígamelo por favor.

"Aparte de la carta, a Gandalf le prometí lo mismo.
Cebadilla, me dijo, este amigo mío de la Comarca puede venir pronto por aquí, él y otro. Se hará llamar Sotomonte. ¡No lo olvides! Y no tienes nada que preguntarme. Si yo no estoy con él, quizás esté en dificultades y podrá necesitar ayuda. Haz lo que puedas por él y te lo agradecerá
, me dijo. Y aquí está usted y las dificultades no están lejos, parece.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Frodo.

—Esos hombres negros —dijo el posadero bajando la voz—. Están buscando a
Bolsón
, y si tienen buenas intenciones, yo soy un hobbit. Era lunes y todos los perros aullaban y los gansos graznaban. Sobrenatural, diría yo. Nob vino y me dijo que dos hombres negros estaban a la puerta preguntando por un hobbit llamado Bolsón. Nob tenía los pelos de punta. Les dije a esos tipos negros que se fueran y les cerré la puerta en las narices; pero han estado haciendo la misma pregunta a lo largo de todo el camino hasta Archet, me han dicho. Y ese montaraz, Trancos, ha estado preguntando también. Trató de venir aquí a verlo, antes que usted probara un bocado, eso hizo.

—¡Eso hizo! —dijo Trancos de pronto, saliendo a la luz—. Y se habrían evitado muchas dificultades, si me hubieses dejado entrar, Cebadilla.

El posadero dio un salto, sorprendido.

—¡Tú! —gritó—. Siempre apareces de repente. ¿Qué quieres ahora? —Está aquí con mi consentimiento —dijo Frodo—. Vino a ofrecerme ayuda.

—Bien, usted sabe lo que hace, quizá —dijo el señor Mantecona mirando desconfiadamente a Trancos—. Pero si estuviera en la situación de usted no frecuentaría montaraces.

—¿Y a quién frecuentarías tú? —preguntó Trancos—. ¿A un posadero gordo que se acuerda de su propio nombre sólo porque la gente lo llama a gritos todo el día? No pueden quedarse en
El Poney
para siempre y no pueden regresar. Tienen un largo camino por delante. ¿Los acompañarás, manteniendo a los hombres negros a distancia?

—¿Yo? ¿Dejar Bree? No lo haría aunque me ofrecieran dinero —dijo el serios Mantecona que parecía realmente asustado —. ¿Pero por qué no se quedan aquí tranquilos un tiempo, señor Sotomonte? ¿Qué son esas cosas raras? Qué buscan esos hombres negros, y de dónde vienen, quisiera saber.

—Lamento no poder explicarlo todo —dijo Frodo—. Estoy cansado y muy preocupado y es una larga historia. Pero si quiere ayudarme, le advierto que usted correrá peligro mientras yo esté aquí. Esos Jinetes Negros: no estoy seguro, pero pienso... temo que vengan de...

—Vienen de Mordor —dijo Trancos en voz baja—. De Mordor, Cebadilla, si eso significa algo para ti.

—¡Misericordia! —gritó el señor Mantecona empalideciendo; el nombre evidentemente le era conocido—. Esta es la peor noticia que haya llegado a Bree en todos mis años.

—Lo es —dijo Frodo—. ¿Quiere todavía ayudarme?

—Sí, señor —dijo Mantecona—, más que nunca. Aunque no sé qué puedan hacer gentes como yo contra, contra...

Se le quebró la voz.

—Contra la Sombra del Este —dijo Trancos con calma—. No mucho, Cebadilla, pero las cosas pequeñas ayudan también. Puedes dejar que el señor Sotomonte pase aquí la noche y puedes olvidar el nombre de Bolsón hasta que se haya alejado.

—Así lo haré —dijo Mantecona—. Pero sabrán que está aquí sin que yo diga nada, me temo. Es lamentable que el señor Sotomonte haya llamado tanto la atención esta noche, para no decir más. La historia de la partida del señor Bilbo se ha oído aquí otras veces, ya antes. Aun el cabezota de Nob ha estado haciéndose algunas conjeturas y hay gente en Bree de entendimiento más rápido.

—Bueno, sólo resta esperar que los Jinetes no vuelvan aún —dijo Frodo.

—Ojalá —dijo Mantecona—. Pero fantasmas o no fantasmas, no entrarán tan fácilmente en
El Poney. No
se preocupe usted hasta la mañana. Nob no abrirá la boca. Ningún hombre negro cruzará mi puerta, mientras yo me tenga en pie. Yo y mi gente vigilaremos esta noche, pero a usted le haría bien dormir, si puede.

—En todo caso, tienen que despertarnos al alba —dijo Frodo—. Partiremos lo antes posible. El desayuno a las seis y media, por favor.

—De acuerdo. Iré a dar las órdenes —dijo el posadero—. Buenas noches, señor Bolsón... ¡Sotomonte, quiero decir! Buenas noches... Pero, bendito sea, ¿dónde está el señor Brandigamo?

—No lo sé —dijo Frodo, inquieto de pronto. Habían olvidado por completo a Merry y estaba haciéndose tarde—. Temo que esté fuera. Habló de salir a tomar un poco de aire.

—Bueno, de veras necesitan que los cuiden. ¡Se diría que están de vacaciones! —dijo Mantecona—. Iré en seguida a atrancar las puertas, pero avisaré que le abran al amigo de usted, cuando llegue. Será mejor que Nob vaya a buscarlo. ¡Buenas noches a todos!

El señor Mantecona salió al fin, echando otra desconfiada mirada a Trancos y moviendo la cabeza se alejó por el pasillo.

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