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Authors: Anne McCaffrey

La búsqueda del dragón (38 page)

BOOK: La búsqueda del dragón
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—¡Vamos! Antes de que nos vean. —Bajaron la escalera sin ser interceptados, y F'lar se encaminó hacia la entrada recientemente abierta junto a la Sala de Eclosión—. ¿Se repartieron equitativamente los Señores a los lagartos? —inquirió, sonriendo mientras Grall se aplastaba todo lo que podía contra la oreja de F'nor al pasar por delante de la entrada de la Sala de Eclosión.

F'nor rió burlonamente.

—Groghe sacó la mejor tajada, como probablemente sospechaste que haría. Los Señores de los Fuertes de Ista e Igen, Warbret y Laudey, se descalificaron magnánimamente a sí mismos alegando que en sus Fuertes era más probable que existieran huevos, pero el Señor Sangel de Boll tomó un par. ¡Lytol no quiso ninguno!

F'lar suspiró, agitando pesaroso la cabeza.

—No creí que lo aceptara, aunque tenía la esperanza de que lo intentaría. Un lagarto no puede substituir a Larth, su pardo muerto, pero... bueno...

Ahora estaban en el pasadizo brillantemente iluminado, recién abierto, que F'nor no había visto aún. Miró involuntariamente hacia la derecha, sonriendo al ver que había sido bloqueado cualquier acceso a la antigua grieta de la Sala de Eclosión.

—Conque era eso...

—¿Eh? —F'lar pareció desconcertado—. Oh, eso. Sí. Lessa dijo que trastornaba demasiado a Ramoth. Y Mnementh estuvo de acuerdo. —Dirigió una divertida sonrisa a su hermanastro, a medias por el capricho de Lessa, a medias por el mutuo recuerdo nostálgico de sus propias exploraciones infantiles para echar una ojeada fugaz y clandestina a los huevos de Nemorth—. Ahí detrás hay una cámara adecuada para mi propósito.

—¿Cuál es?

F'lar vaciló, dirigiendo a F'nor una larga y pensativa mirada.

—¿Desde cuándo has encontrado en mí a un conspirador maldispuesto? —preguntó F'nor.

—Preguntas demasiado.

—Para lo que me sirve.

Habían llegado a la primera habitación del complejo descubierto por Jaxom y Felessan. Pero el caballero bronce no le dio a F'nor tiempo para examinar el fascinante dibujo de la pared ni los armarios y mesas de esmerada construcción. Le precedió apresuradamente a través de la segunda habitación hasta la cámara más amplia, en la que había una serie de barreños rectangulares de piedra repartidos por el suelo. Otros aparatos habían sido sacados obviamente en alguna época anterior, dejando intrigantes agujeros y ranuras en las paredes, pero F'nor quedó desconcertado al ver que los barreños, de distintos tamaños, eran una especie de semilleros en los que crecían hierbas y arbustos de diversos tipos. Los mayores estaban ocupados por pequeños árboles de madera dura.

F'lar hizo un gesto hacia el tarro de lombrices. que F'nor le entregó de buena gana.

—Ahora voy a poner unas cuantas de estas lombrices en todos los barreños, menos en éste —dijo F'lar, señalando el de tamaño mediano. Luego empezó a distribuir las retorcijantes lombrices.

—¿Qué quieres demostrar?

F'lar le miró de un modo tan evocador de la época en la que se habían desafiado el uno al otro a mayores audacias como cadetes, que F'nor no pudo reprimir una sonrisa.

—¿Qué quieres demostrar? —insistió.

—En primer lugar, que esas lombrices meridionales se aclimatarán a la tierra septentrional entre plantas septentrionales.

—¿Y...?

—Que eliminarán Hebras aquí como lo hicieron en la región pantanosa occidental.

Ambos contemplaron, con una mezcla de asco y de fascinación, cómo la serpenteante masa gris de lombrices se desintegraba para enterrarse individualmente en la tierra oscura del barreño más grande.

—¿Y qué?

F'nor estaba completamente desorientado. Vio a F'lar como un cadete, desafiándole a explorar y descubrir la legendaria grieta de la Sala de Eclosión. Vio a F'lar de nuevo, adulto, en la Sala de Archivos, rodeado de pieles mohosas, sugiriendo el salto intertiempo para detener a las Hebras en Nerat. Y se imaginó a sí mismo sugiriendo a F'lar que le apoyara a él cuando permitiera que Canth cubriera a la Wirenth de Brekke...

—Pero no vimos que las lombrices devorasen a las Hebras —dijo, aferrándose a una perspectiva actual.

—¿Qué otra cosa podría haberles ocurrido a las Hebras en aquellos marjales? Sabes con tanta seguridad como que estamos aquí que fue una Caída de cuatro; horas. Y nosotros luchamos solamente dos. Viste las quemaduras. Presenciaste la actividad de las lombrices. Y apuesto lo que quieras a que te costó un trabajo ímprobo encontrar suficientes lombrices para llenar el tarro debido a que sólo asoman a la superficie cuando caen Hebras. De hecho, puedes retroceder en el tiempo y ver cómo ocurre.

F'nor hizo una mueca, recordando lo difícil que le había resultado encontrar suficientes lombrices. Había que añadir, también, los nervios en tensión de hombre, dragón y lagarto temiendo la aparición en cualquier momento de las patrullas de T'kul.

—Tendría que habérseme ocurrido esa idea. Pero... las Hebras no van a caer sobre Benden...

—Estarás en los Fuertes de Telgar y Ruatha esta tarde, cuando se inicie la Caída. Esta vez, capturarás algunas Hebras.

De no haber sido por el brillo irónico en los ojos de su hermanastro, F'nor hubiera creído que deliraba.

—Indudablemente —dijo F'nor en tono sarcástico—, has calculado con exactitud cómo voy a conseguirlo.

F'lar echó hacia atrás el mechón de cabellos que caía sobre su frente.

—Bueno, estoy abierto a cualquier sugerencia...

—Muy considerado por tu parte, teniendo en cuenta la mano que se expondrá al peligro será la mía...

—Canth y Grall te ayudarán...

—Suponiendo que sean lo bastante locos...

—Mnementh se lo ha explicado todo a Canth...

—Una explicación muy útil

—¡No te lo pediría si pudiera hacerlo yo mismo! —estalló F'lar, empezando a perder la paciencia.

—¡Lo sé! —replicó F'nor con la misma energía, y luego sonrió, porque sabía que lo haría.

—De acuerdo —sonrió F'lar a su vez, agradecido—. Vuela a baja altura cerca de las reinas. Localiza un buen racimo de Hebras. Síguelo en su caída. Canth es lo bastante hábil como para permitir que te acerques con uno de esos lebrillos de mango largo. Y Grall puede eliminar a cualquier Hebra que se entierre. No se me ocurre ningún otro sistema para capturar algunas. A menos, desde luego, que volásemos por encima de una de las mesetas rocosas, pero incluso entonces...

—De acuerdo, supongamos que logro capturar algunas Hebras vivas —y el caballero pardo no pudo reprimir el temblor que le sacudió—, y supongamos que las lombrices acaban con ellas. ¿Y después?

Con el fantasma de una sonrisa en sus labios, F'lar extendió ampliamente sus brazos.

—Después, hijo de mi padre, criaremos lombrices en gran escala y las esparciremos por todo Pern.

F'nor apretó los dos puños contra sus costados. El hombre estaba delirando.

—No, no estoy delirando —replicó el caballero bronce, apoyándose en el borde del barreño más próximo—. Pero si pudiéramos tener esta clase de protección —y tomó el tarro vacío, exhibiendo como si contuviera el resumen de su teoría—, las Hebras podrían caer dónde y cuándo quisieran sin crear el caos y los trastornos que ahora padecemos.

«Verás, no hay nada que sugiera ni siquiera remotamente acontecimientos semejantes en ninguno de los Archivos del Arpista. Pero yo me he estado preguntando a mí mismo por qué hemos tardado tanto en extendernos a través de este continente. En los millares de Revoluciones, dado el índice de crecimiento de la población en las últimas cuatrocientas, ¿por qué no hay más habitantes? ¿Y por qué, F'nor, nadie ha intentado hasta ahora alcanzar esa Estrella Roja, si se trata simplemente de otro tipo de salto para un dragón?

—Lessa me habló de la petición del Señor Groghe –dijo F'nor, dándose tiempo a sí mismo para absorber las notables y lógicas preguntas de su hermano.

—No se trata de que no pudiéramos ver la Estrella para encontrar coordenadas —continuó F'lar apresuradamente—. Los Antiguos tenían los aparatos necesarios. Los conservaron cuidadosamente, aunque ni siquiera Fandarel puede imaginar cómo. ¿Los conservaron para nosotros, quizá? ¿Para una época en la cual supiéramos cómo superar el último obstáculo?

—¿Cuál es el último obstáculo? —preguntó F'nor sarcásticamente, pensando en nueve o diez de repente.

—Hay bastantes, lo sé. —Y F'lar los contó con los dedos—. Protección de Pern mientras todos los Weyrs están ausentes... lo cual podría significar las lombrices en el suelo y un equipo de tierra perfectamente organizado para cuidar de los hogares y de la gente. Dragones suficientemente grandes y suficientemente inteligentes como para ayudarnos. Ya has observado que nuestros dragones son más grandes y más listos que los de hace cuatrocientas Revoluciones. Si los dragones fueron creados para este objetivo partiendo de animales como Grall, no alcanzaron su tamaño actual en el curso de unas cuantas Eclosiones. Lo mismo puede decirse de esos animales corredores de patas largas que el Maestro Ganadero ha desarrollado finalmente; tengo entendido que es un proyecto que se inició hace cuatrocientas Revoluciones. G'narish dice que en su época Antigua no los tenían.

Súbitamente, F'nor se dio cuenta de cierta inseguridad en la voz de F'lar. El caudillo del Weyr no estaba tan convencido como parecía de aquella idea heterodoxa. Sin embargo, el objetivo reconocido de los dragoneros, ¿no era acaso el completo exterminio de todas las Hebras de los cielos de Pern? ¿Lo era? No había una sola línea en las Baladas y Sagas Docentes que sugiriera que los dragoneros tenían que hacer algo más que prepararse y defender Pern cuando pasara la Estrella Roja. Ninguna alusión a una época en la que las Hebras habrían dejado de existir.

—¿No es posible que nosotros, ahora, seamos la culminación de millares de Revoluciones de minucioso planeamiento y desarrollo? —estaba sugiriendo F'lar—. Mira, ¿no lo corroboran todos los hechos? El apoyo de la población, la destreza de Fandarel, el descubrimiento de esas habitaciones y los aparatos, las lombrices... todo.

—Excepto uno —dijo F'nor lentamente, odiándose a sí mismo.

—¿Cuál? —Todo el calor, todo el entusiasmo se habían apagado en F'lar, y aquella única palabra surgió con una voz fría y ronca.

—Hijo de mi padre —empezó F'nor, aspirando profundamente—, si los dragoneros limpian la Estrella de Hebras, ¿qué porvenir les aguarda?

F'lar, con el rostro muy pálido, se limitó a ponerse en pie silenciosamente.

—Bueno, supongo que tienes una respuesta para eso también —continuó F'nor, incapaz de soportar la desilusión que se reflejaba en los ojos de su hermanastro—. Vamos a ver, ¿dónde está ese lebrillo de mango largo con el que se supone que voy a capturar las Hebras?

Cuando hubieron discutido y rechazado cualquier otro método posible de capturar Hebras, y cómo iban a mantener este proyecto en secreto —únicamente Lessa y Ramoth lo conocían— se separaron, asegurándose el uno al otro que comerían y descansarían. Cada uno de ellos convencido de que otro no podría hacerlo.

Aunque F'nor apreciaba la audacia del proyecto de F'lar, tenía en cuenta también los fallos y los posibles desastres. Y luego recordó que no había tenido la oportunidad de hablar de la innovación que él mismo se proponía introducir. Sin embargo, el hecho de que un dragón pardo cubriera a una reina era mucho menos revolucionario que el deseo de F'lar de acabar con las obligaciones de los Weyrs. Y, reforzado por una de las teorías del propio F'lar, si los dragones eran ahora lo bastante grandes como para su objetivo final, no perjudicaría a la especie el que un pardo, más pequeño que un bronce, se aparease con una reina... por una sola vez. Desde luego, F'nor merecía esa compensación. Convencido de que se trataría de un simple intercambio de favores, y no del grave delito que podría haber sido en otro tiempo, F'nor acudió a una de las ayudantes de Manora para que le prestara el lebrillo de mango largo.

Alguien, probablemente Manora, había limpiado su Weyr durante su estancia en el Meridional. F'nor se sintió agradecido por las pieles nuevas y flexibles del lecho, las ropas limpias y remendadas en su baúl, la madera encerada de la mesa y las sillas. Canth gruñó que alguien había barrido la arena acumulada en su Weyr—yacija, y ahora no tenía nada para restregar el pellejo de su vientre.

F'nor lo lamentó como era debido mientras se tendía sobre las sedosas pieles de su lecho. La cicatriz de su brazo le picaba un poco, y se la rascó.

El aceite es para la piel irritada,
dijo Canth
. El pellejo imperfecto se agrieta en el inter
.

—Cierra el pico. Yo tengo piel, no pellejo.

Grall apareció en la habitación, planeando sobre el pecho de F'nor, abanicándole el rostro con sus alas. La pequeña reina sentía una curiosidad levemente teñida de alarma.

F'nor sonrió, con pensamientos de seguridad y de afecto. Grall pareció tranquilizarse y voló lentamente alrededor del Weyr, observándolo todo, y zumbando al descubrir el cuarto de baño. F'nor pudo oírla chapotear en el agua. Cerró los ojos. Necesitaba descansar. Sin pensar en lo que iba a intentar por la tarde.

Si las lombrices vivían para devorar Hebras, y si F'lar podía convencer a los asustados Señores y Artesanos para que aceptaran esta solución, ¿qué ocurriría? Aquellos hombres no eran tontos. Se darían cuenta que Pern no dependía ya de los dragoneros. Desde luego, eso era lo que ellos deseaban. ¿Y qué harían entonces los dragoneros? Los Señores de los Fuertes, Groghe, Sangel, Nessel, Meron y Vincet, dejarían inmediatamente de entregar diezmos. A F'nor no le importaba tener que aprender otra profesión, pero F'lar había cedido el continente meridional a los Antiguos, de modo que, ¿dónde cultivarían la tierra los dragoneros? ¿ Qué podrían entregar a cambio de los productos de los Artesanados?

F'lar no podía creer en un posible arreglo de sus diferencias con T'kul... O tal vez... Bueno, ellos no sabían qué extensión tenía el continente meridional. Más allá de los desiertos al oeste, o del mar inexplorado al este, quizás hubiera otras regiones habitables. ¿Sabía F'lar algo más de lo que decía?

Grall gorjeó lastimosamente en su oído. Estaba junto a él, con su dorada piel resplandeciente después del baño. F'nor la acarició, preguntándose si necesitaba aceite. Grall estaba creciendo, aunque no con la enorme rapidez de los dragones en las primeras semanas después de la Eclosión.

Bueno, sus pensamientos perturbaban a Grall tanto como a él mismo.

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