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Authors: Gichin Funakoshi

Karate-dō: Mi Camino

 

Karate-dō, mi camino
, fue el último libro de Funakoshi. Escrito un año antes de su muerte, contiene la esencia de su profundo conocimiento del Karate-dō, destilada a través de una vida llena de interesantes acontecimientos.

Llenan sus páginas enjundiosos relatos y anécdotas de sus ya legendarios maestros, su aprendizaje y experiencias en la práctica del «arte», como gustaba llamarlo el maestro, así como la historia de los orígenes del mismo, su difusión desde la isla de Okinawa hacia Japón y el comienzo de su expansión por el mundo, todo ello narrado con una humildad y un buen humor proverbiales.

Pero, tal vez, la más interesante aportación de este libro sea el acercamiento al día a día del hombre, para comprender así mejor, a través del espíritu que le animaba, el arte que sistematizó y al que puso nombre.

Completan su autobiografía sus prescripciones para la longevidad, así como sus famosas «seis reglas» para los estudiantes de Karate-dō.

Este libro es recomendable no sólo para los practicantes de artes marciales, sino también para todos aquellos sinceramente interesados en el pensamiento y la cultura de oriente.

«A través de este libro el practicante de kárate conseguirá una visión profunda de la forma de vida y del pensamiento del maestro Gichin Funakoshi, así como una comprensión más precisa del arte de la autodefensa, la cual llevó a un alto grado de perfección. Recomiendo sinceramente estas memorias de Funakoshi no sólo a quienes ya practican kárate o piensan hacerlo, sino también a aquéllas personas interesadas en la cultura y el pensamiento de Oriente.»

Del prólogo, por
Genshin Hironishi
(presidente de la Japan Karate-dō Shōtō-kai)

Gichin Funakoshi

Karate-dō

Mi Camino

ePUB v1.0

victordg
08.02.12

Prólogo

Mucho ha sido publicado en Japón acerca del gran maestro de Karate, Gichin Funakoshi, pero esta es la primera traducción en inglés de su autobiografía. Escribiendo no mucho antes de su muerte, a la edad de 90 años, describe sucintamente su vida, su infancia y su juventud en Okinawa, sus esfuerzos por refinar y popularizar el arte del Karate, su prescripción para la longevidad y revela su gran personalidad y su a veces forma antigua de verse a sí mismo, su mundo y su arte.

A través de este volumen, el seguidor de Karate-dō adquirirá gran conocimiento por la forma de vida y de pensar del maestro y, en consecuencia, un agudo conocimiento del arte de defensa propia que él llevó a un estado de alta perfección. Yo recomiendo sinceramente estas memorias de Funakoshi no solo para los que practican Karate-dō o piensan hacerlo, sino también para aquellos interesados en la cultura y el pensamiento de Oriente.

El origen del Karate permanece desconocido, entre las tinieblas de la leyenda, pero igualmente conocemos mucho: ha echado raíces y es ampliamente practicado en el Este de Asia entre gente que adhiere a varias creencias como el Budismo, Mahometanismo, Hinduismo, Brahmanismo y Taoísmo.

Durante el transcurso de la historia humana, distintos artes de defensa propia ganaron sus adeptos en varias regiones del Este de Asia, pero hay en todos una similitud. Por esta razón el Karate es referido, en distintas formas, como el otro arte oriental de defensa propia, aunque (pienso que seguramente se puede decir), el Karate es ahora el más ampliamente practicado de todos. La interrelación aparece cuando comparamos el ímpetu de la moderna filosofía con el de la filosofía tradicional. La primera tiene sus raíces en las matemáticas y la última en movimiento físico y técnica. Los conceptos orientales e ideas, lenguaje y forma de pensar, han sido en cierto grado formados por su íntima conexión con la destreza física. Aún cuando el lenguaje, tanto como las ideas, tuvieron cambios inevitables durante el transcurso de la historia humana, encontramos que sus raíces permanecen sólidamente embebidas en técnicas físicas.

Hay un dicho budista que, como muchos otros dichos budistas son ostensiblemente contradictorios, pero para el karateca adquiere especial significado. Traducido, el dicho dice: “Movimiento es no movimiento, no movimiento es movimiento”. Esta es una tesis que aún en el Japón contemporáneo es aceptada por educadores, y debido a su familiaridad el dicho puede ser acortado y usado como adjetivo en nuestro lenguaje.

Un japonés, investigando su propia instrucción, dirá que él está “entrenando su estómago” (
hara wo neru
). Aunque la expresión tiene amplias implicaciones, su origen reside en la obvia necesidad de endurecer los músculos del estómago, un prerrequisito para la práctica del Karate. Llevando los músculos del estómago a un estado de perfección, el karateca será capaz de controlar no solo los movimientos de sus manos y pies sino también su respiración.

El Karate debe ser casi tan viejo como el hombre, que tempranamente se vio obligado a combatir desarmado las fuerzas hostiles de la naturaleza, animales salvajes y enemigos entre sus semejantes. Pronto aprende que en su interrelación con las fuerzas naturales, adaptarse es más conveniente que luchar. Sin embargo, cuando se ve obligado a combatir debido a hostilidades inevitables, desarrolla técnicas para defenderse y vencer a su enemigo. Para lograrlo aprendió que tenía que tener un cuerpo fuerte y saludable. Así, las técnicas que finalmente se incorporaron al Karate-dō provinieron de un feroz arte de pelea y de defensa propia.

En Japón, el término “sumō” aparece en al antología poética más antigua, el “Man'yoshu”. El “sumō” de ese tiempo (siglo VIII) incluye no solo las técnicas que se encuentran en el “sumō” actual sino también las de Judo y de Karate, y este último mostró un nuevo desarrollo bajo el Budismo, ya que los sacerdotes lo usaban como una forma de movimiento para su propio perfeccionamiento. En los siglos VII y VIII, los budistas japoneses viajaban a las cortes de Sui y T'ang, donde se interiorizaban del arte chino y llevaban a Japón algunos de sus refinamientos. Por muchos años, aquí en Japón, el Karate permaneció enclaustrado detrás de las gruesas paredes de los templos, en particular aquellos de Budismo Zen; aparentemente no fue practicado por otra gente hasta que los samurai comenzaron a entrenarse en los templos y comenzaron a aprender el arte. El Karate como lo conocemos actualmente fue perfeccionado en el último medio siglo por Gichin Funakoshi.

Hay numerosas anécdotas acerca de este hombre extraordinario, muchas de las cuales él mismo cuenta en las páginas siguientes. Algunas tienden a convertirse en leyendas y otras Funakoshi no las cuenta porque son una parte tan íntima de su forma de vida que casi no está enterado de ellas. El nunca se desvió de su forma de vida, la forma samurai. Quizás para los jóvenes japoneses posteriores a la guerra mundial, así como para muchos de los lectores extranjeros, Funakoshi aparecerá como un excéntrico, pero él fue simplemente un seguidor del código ético y moral de sus ancestros, un código que existe mucho antes de que se escribiese algo de la historia de Okinawa.

Él conservó los viejos tabúes. Por ejemplo, para un hombre de su clase la cocina era territorio prohibido, y Funakoshi, hasta donde yo conozco, nunca lo traspasó. Nunca se molestó en pronunciar los nombres de artículos mundanos como calcetines o papel higiénico, por que –según el código que seguía rigurosamente– éstos estaban asociados con lo que se consideraba impropio o indecente.

Para aquellos de nosotros que estudiamos bajo su guía, él fue un maestro grande y reverenciado, pero temo que en los ojos de su joven nieto Ishirō (ahora un coronel de la Fuerza Aérea de Defensa) él fue solo un anciano muy obstinado. Recuerdo bien una ocasión en que Funakoshi vio un par de calcetines dejados en el piso. Con un gesto hacia Ishirō, dijo: “Lleva eso afuera”. “Pero no entiendo”, dijo Ishirō con una mirada totalmente inocente. “¿Qué quiere decir con eso?”. “Sí” dijo Funakoshi. “¡eso, eso!”. “¡Eso, eso!” Ishirō replicó.

“¿Usted no conoce la palabra de “eso”?”. “¡Yo dije que ponga eso afuera inmediatamente!” Repitió Funakoshi, e Ishirō fue forzado a admitir la derrota. Su pequeña trampa falló; su abuelo se negó firmemente, como lo había hecho en toda su vida, a pronunciar la palabra calcetines.

Durante el transcurso de su libro Funakoshi describe algunas de sus costumbres habituales. Por ejemplo, lo primero que hacía ni bien se levantaba era cepillar y peinar su cabello, un proceso que a veces le ocupaba hora entera. Él solía decir que un samurai siempre debe ser de apariencia pulcra. Después de ponerse presentable, se daba vuelta en dirección a Okinawa y hacía una reverencia similar. Solo después de que completaba estos ritos tomaba su té de la mañana.

Mi propósito no es contar la historia de él sino sólo introducir a él. Y estoy muy contento y orgulloso de poder hacerlo. El Maestro Funakoshi fue un espléndido ejemplo de un hombre cuya posición nace en los comienzos del periodo Meiji, y quedan pocos hombres actualmente en Japón que puedan decir que cumplen un código similar. Estoy muy agradecido de haber sido uno de sus discípulos y no puedo más que lamentar que ya no esté con nosotros.

Genshin Hironishi, Presidente

Japón Karate-dō Shōtō-Kai

Prefacio

Hace cerca de cuatro décadas que me embarqué en lo que actualmente hago, en lo que fue un ambicioso programa: la introducción al público japonés de un grande y complejo arte de Okinawa, o deporte, que llamado Karate-dō, “el Camino del Karate”. Estos 40 años han sido turbulentos y el sendero que elegí estuvo muy lejos de ser fácil; ahora, mirando hacia atrás, estoy asombrado de haber logrado en este esfuerzo aún el más modesto éxito en lo que ha sido mi camino.

Que el Karate-dō ocupe ahora su lugar en el mundo como un deporte reconocido internacionalmente es debido principalmente al esfuerzo de mis maestros, mis compañeros practicantes, mis amigos y mis estudiantes, todos los cuales con devoción, tiempo y esfuerzo han llevado a cabo la tarea de refinar este arte de defensa propia hasta su estado actual de perfección. Sobre mi propio rol, siento que no he sido más que un introductor –un maestro de ceremonias, por así decirlo, dotado tanto por el tiempo como por la oportunidad de aparecer en el momento justo.

No es exageración decir que la mayor parte de mis 90 años han sido dedicados al Karate-dō. Yo fui mas bien un bebé enfermizo y un chico débil; en consecuencia, me fue sugerido cuando era aún bastante joven que para superar estos inconvenientes debía comenzar a estudiar karate. Esto fue lo que hice, pero con muy poco interés al comienzo. Sin embargo, en la mitad de mi escuela primaria, después de que mi salud comenzó a mejorar notablemente, mi interés en el karate comenzó a crecer. Pronto encontré que me había hechizado. En esa tarea de superarme puse mi mente y cuerpo, corazón y alma. Yo había sido un chico frágil, sin resolución, introvertido, pero al llegar a joven me sentí fuerte, vigoroso y extrovertido.

Si miro hacia atrás en las nueve décadas de mi vida –desde que era joven hasta mi madurez y (usando una expresión que no me gusta) hasta viejo– me doy cuenta que estoy agradecido por mi devoción al Karate-dō, ya que nunca tuve que consultar a un médico. Nunca tomé en mi vida alguna medicina, ni píldoras, ni elixires, ni siquiera una simple inyección. En años recientes mis amigos me acusaron de ser inmortal, esta es una broma a la cual solo puedo contestar, seriamente pero simplemente, que mi cuerpo ha sido tan bien entrenado que repele todas las enfermedades.

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