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Authors: Jack Campbell

Tags: #Ciencia-Ficción

Incansable (2 page)

Encontró uno cuya luz de estado era amarilla, lo que indicaba que había sufrido algún daño, pero no tenía alternativa. Una vez en el interior, selló la escotilla, se puso el cinturón, pulsó el interruptor de eyección y sintió que la fuerza de la aceleración lo apretaba contra el asiento a la vez que la cápsula de escape salía disparada de la moribunda
Merlón
.

Nada más salir despedida, la propulsión de la cápsula se interrumpió, mucho antes de lo debido. Geary no tenía forma de comunicarse ni de maniobrar, y los sistemas ambientales estaban averiados. El asiento se reclinó automáticamente cuando la cápsula se dispuso a inducirle el sueño de supervivencia; un estado de congelación que protegería su cuerpo hasta que el contenedor fuese recogido. Mientras se dormía, con los ojos fijos en las luces que parpadeaban para avisar de los daños de la cápsula, las cuales se iban apagando poco a poco, tuvo la certeza de que alguien iría a buscarlo. La flota de la Alianza repelería los ataques sorpresa de los síndicos, restablecería el control del espacio circundante de la estrella Grendel y buscaría a los supervivientes de la
Merlón
. No tardarían en encontrarlo.

Cuando abrió los ojos, solo vio una maraña de luces y siluetas difusas. Se sentía como si tuviera el cuerpo lleno de hielo, y los pensamientos afloraban en su mente despacio y con torpeza. Alguien hablaba. Intentó aguzar el oído en tanto las formas borrosas se iban transformando en un grupo de hombres y mujeres uniformados. Oyó hablar a un hombre de voz grave y rotunda.

—¿Seguro que es él? ¿Lo ha comprobado?

—La muestra de ADN cotejada con los registros de la flota coincide al cien por cien —afirmó otra persona—. Se trata del capitán Geary. La excesiva duración del sueño de supervivencia ha afectado gravemente a su estado físico. Es increíble que se esté recuperando tan bien. De hecho, es un milagro que haya sobrevivido.

—¡Por supuesto que es un milagro! —exclamó el hombre de la voz grave. Cuando acercó su rostro al de Geary, este parpadeó para enfocar la vista y distinguió, entonces, un uniforme del mismo color que el de la flota de la Alianza, aunque con algunos detalles distintos. El hombre que le sonreía lucía estrellas de almirante, aunque Geary no lo reconoció—. ¿Capitán Geary?

—Co… Co… Coman… dan… te… Geary —consiguió decir al fin.

—¡Capitán Geary! —insistió el almirante—. ¡Lo han ascendido!

¿Ascendido? ¿Por qué? ¿Cuánto tiempo llevaba fuera? ¿Dónde estaba?

—¿Qué… nave? —jadeó Geary mientras miraba a su alrededor. A juzgar por el tamaño de la enfermería, aquella nave era mucho más grande que la
Merlón
.

El almirante amplió su sonrisa.

—Se encuentra a bordo del crucero de batalla
Intrépido
, buque insignia de la flota de la Alianza.

A Geary todo aquello le parecía absurdo. En la flota de la Alianza no había ningún crucero de batalla que se llamase
Intrépido
.

—¿Mi… tri… tripulación? —acertó a preguntar Geary.

El almirante frunció el ceño y dio un paso atrás para acercarse a una mujer que lucía insignias de capitán. Geary apartó los ojos del rostro de la mujer, incomodado por su expresión de asombro y distraído por los múltiples galones de combate que lucía. Decenas; casi parecía ridículo. Entre las insignias, Geary reconoció la de la Cruz de la Flota de la Alianza. Ya no recordaba la última vez que alguien había recibido aquella condecoración.

—Soy la capitana Desjani —dijo la mujer—, oficial al mando del
Intrépido
. Lamento comunicarle que el último superviviente de la tripulación de su crucero pesado murió hace unos cuarenta y cinco años.

Geary la miró fijamente.
¿Cuarenta y cinco años?

—¿Cuánto… tiempo?

—Capitán Geary, ha permanecido en estado de sueño de supervivencia durante noventa y nueve años, once meses y veintitrés días. Gracias a que usted era el único ocupante de la cápsula, esta pudo mantenerlo vivo durante todo este tiempo. —La capitana hizo un gesto religioso que Geary reconoció—. Por la gracia de nuestros ancestros y la misericordia de las estrellas del firmamento, resistió. Y ha regresado.

¿Cien años?
Los torpes pensamientos de Geary se estremecieron al intentar asimilar la noticia, sin preguntarse por qué la mujer parecía darle cierta importancia, desde un punto de vista espiritual, al hecho de que hubiera sobrevivido.

Una vez que otra persona se hubo encargado de darle la mala noticia, el almirante volvió a inclinarse hacia él mostrando una gran sonrisa.

—Sí, Black Jack, ¡ha regresado!

A Geary nunca le gustó el apodo de Black Jack, pero si consiguió fruncir el ceño, el almirante no se dio cuenta, pues le hablaba como si estuviera dando un discurso.

—Black Jack Geary, el que volvió de entre los muertos, tal como cuenta la leyenda, para ayudar a la Alianza a conseguir su mayor victoria y poner fin de una vez por todas a la guerra con los síndicos.

¿El que volvió? ¿La leyenda? ¿La guerra continuaba después de un siglo?

Todos aquellos a los que conocía debían de haber muerto.

¿Quiénes eran aquellas personas y quién creían que era él?

John Geary se despertó de súbito en su camarote a bordo del
Intrépido
y permaneció con los ojos abiertos, respirando con pesadez y sudando pese a la sensación de que sus entrañas seguían congeladas. Hacía tiempo que no tenía recuerdos de la caída de la
Merlón
y el momento en el que despertó a bordo del
Intrépido
, un siglo después. Se incorporó y se frotó la frente con una mano para intentar controlar la respiración. A su alrededor solo veía los contornos del camarote en penumbra.

El almirante de la voz grave murió en el sistema estelar nativo de los Mundos Síndicos cuando descubrió que su plan para ganar la guerra era, en realidad, una emboscada que le había tendido el enemigo. Muchos hombres y varios buques de guerra cayeron con él. Los supervivientes acudieron al legendario Black Jack Geary para que los salvara y, pese a que Geary aborrecía esa figura absurdamente heroica que las leyendas afirmaban que era, se vio obligado a asumir el mando de la flota. Después de todo, su nombramiento como capitán tuvo lugar casi un siglo antes, y ningún otro oficial superviviente de la flota tenía, ni de lejos, tanta antigüedad como él. Muchos dudaban que estuviera a la altura, que de verdad fuese aquel héroe de leyenda, pero, aunque en su fuero interno Geary pensara igual que ellos, sabía que debía intentarlo.

Y de momento había conseguido lo que parecía imposible: había sacado la flota de la Alianza del espacio síndico, dirigiendo una retirada larga y violenta en la que hubo de emplear todas las habilidades que había adquirido un siglo atrás, y que la flota había ido perdiendo a lo largo de las sucesivas décadas del gran baño de sangre en el que la guerra se convirtió tras la pérdida de la
Merlón
.

Miró el visualizador estelar que flotaba sobre la mesa de su camarote. Lo había dejado activo cuando se fue a dormir, enfocado en la estrella Dilawa. Continuaban dentro del espacio síndico, pero se encontraban a tan solo tres saltos del espacio de la Alianza, donde estarían a salvo. Le faltaba muy poco para salvar a quienes creían en él. Pero la nave todavía se hallaba dentro de territorio enemigo, de manera que aún debía abrirse paso entre la flotilla síndica que, seguramente, los estaría esperando al final de alguno de aquellos saltos. Recordar la pérdida de la
Merlón
volvió a desanimarlo.

Exhaló con pesadez e introdujo la mano en un cajón en busca de una barrita de avituallamiento. La miró con recelo. Al igual que la mayor parte de los alimentos de la flota, aquella barrita procedía de las reservas que los síndicos dejaron cuando los sistemas estelares marginales fueron abandonados tras la introducción de la hipernet. Ni siquiera los síndicos consideraban que merecía la pena cargar con aquella comida. Aunque, obviamente, ya habría caducado, la barrita y el resto de vituallas que recogieron fueron congeladas al vacío, por lo que en teoría eran comestibles.

La barrita estaba protegida por un envoltorio propagandístico con imágenes de unas tropas de tierra síndicas, de aspecto exageradamente heroico, que marchaban de izquierda a derecha. Geary abrió el envoltorio, procurando no fijarse en los ingredientes, y empezó a dar pequeños bocados. A pesar del empeño que ponía en no saborearla, no pudo evitar hacer una mueca de asco. Los tripulantes de la flota de la Alianza solían quejarse de la comida que les daban, pero una de las pocas virtudes de los alimentos síndicos era que, aparte de mantenerte vivo, conseguían que las raciones de la Alianza, en comparación, supieran a gloria.

Tal y como aseguraba el viejo rumor, la comida no solo sabía a rayos, sino que además escaseaba. A Geary la barrita le sentó como una patada en el estómago, pero ese no fue el motivo por el que no cogió otra. Cuando una flota no tenía posibilidad de reabastecerse y se hallaba atrapada en territorio enemigo, lo mejor era reducir el consumo de alimentos al mínimo. Geary decidió que no tenía por qué comer mejor que sus tripulantes. Aunque, teniendo en cuenta el sabor de la comida síndica, tal vez «mejor» no fuese el término más adecuado.

En ese momento, el panel de comunicación mostró un aviso urgente. Geary pulsó el botón de admisión.

—Capitán Geary, han llegado naves enemigas al punto de salto de Cavalos.

Geary accionó otro interruptor, que desactivó el visualizador estelar para sustituirlo por otro que solo mostraba el sistema estelar Dilawa y las naves que se encontraban en él. Cuando la flota de la Alianza se marchó, no quedaron muchos buques de guerra de los Mundos Síndicos en el sistema estelar Cavalos, a menos que contaran los restos de los buques de guerra síndicos que orbitaban Cavalos en forma de nubes de chatarra que, poco a poco, se iban extendiendo.

Con todo, los buques de guerra síndicos que perseguían a la flota de Geary seguían siendo numerosos, por lo que la flota de la Alianza cada vez acusaba más la tensión de la larga retirada a través del espacio síndico. No todos los restos que quedaban en Cavalos pertenecían a los buques de guerra síndicos. El crucero de batalla de la Alianza
Oportuna
, la nave de reconocimiento
Aguerrida
y nueve cruceros y destructores de la Alianza también cayeron en la batalla que se libró allí; algunos fueron destruidos durante el enfrentamiento y otros por orden de Geary, puesto que habían sufrido demasiados daños como para poder retirarse junto con el resto de la flota.

La presión también había empezado a afectarle a él. No conseguía quitarse de la cabeza las bajas que la flota de la Alianza había sufrido hasta el momento, y tal vez ese fuera el motivo por el que ahora volvía a tener aquellos recuerdos propios del estrés postraumático.

No sin esfuerzo, Geary se concentró en lo que estaba ocurriendo en ese momento.

—Solo una nave de caza asesina y dos corbetas de níquel —puntualizó Geary.

—Correcto —afirmó la capitana Desjani, cuya imagen apareció junto al visualizador. Estaba en el puente de mando, por supuesto, velando por su nave—. Lástima que estén a casi tres horas luz. A los operarios de las lanzas infernales del
Intrépido
les encantaría realizar esa práctica de disparo.

—No creo que los operarios de las lanzas infernales necesiten perfeccionar su técnica, Tanya —comentó Geary, logrando arrancarle una sonrisa orgullosa a Desjani. Como esta indicó, el punto de salto distaba tres horas luz de la ubicación de la flota de la Alianza, más adentrada en el sistema estelar, lo que significaba que las imágenes que veía de los buques de guerra síndicos tenían tres horas de antigüedad—. No los sigue nadie. Deben de ser naves de reconocimiento.

—Afirmativo. Creemos que una de las corbetas de níquel desacelerará para permanecer en las cercanías del punto de salto. La otra corbeta y la nave de caza asesina probablemente acelerarán rumbo a los puntos de salto que conducen a Kalixa y Heradao. —Guardó un instante de silencio—. Esta es la primera vez que veo una corbeta de níquel fuera de un sistema estelar ocupado por los síndicos. Esos cacharros son tan antiguos que me sorprende que se arriesguen enviándolos al espacio de salto.

De hecho, eran tan obsoletos que las corbetas de níquel ya operaban cien años atrás, cuando empezó la guerra. La Alianza empezó a llamarlas así por su aspecto barato y su escasa utilidad en combate. Geary volvió a recordar las corbetas de níquel que abrían fuego contra la
Merlón
.

—¿Señor? —lo llamó Desjani.

Geary sacudió la cabeza, extrañado por haberse distraído con aquellos pensamientos.

—Disculpe.

Solo él podría haberse percatado del gesto de preocupación con el que Desjani lo miró, pero la capitana siguió hablando como si todo estuviera en orden.

—La primera corbeta de níquel podría saltar hacia Cavalos dentro de poco para avisar de que seguimos aquí. —Desjani sustituyó su expresión por otra más profesional y hermética—. Puesto que aún no nos hemos movido.

—Necesitamos recoger todo lo que podamos de los suministros que los síndicos abandonaron cuando expulsaron a los últimos habitantes de este sistema estelar hace décadas —explicó Geary procurando no enfadarse por la indirecta de Desjani.

—Ya hemos almacenado toda la comida abandonada. —Desjani hizo una mueca—. Si es que a eso se le puede llamar «comida». En cualquier caso, será preciso reducir de nuevo las raciones de la flota y aprovechar al máximo los alimentos que quedan. —Se encogió de hombros—. Es lo bueno de la bazofia que encontramos entre las reservas abandonadas por los síndicos. A nadie le gusta tener que comerla, de modo que a la tripulación no le importará demasiado que se reduzcan las raciones.

—Supongo que todo tiene un lado positivo. —Geary esbozó una sonrisa fugaz mientras revisaba la información sobre los minerales en bruto que estaban cargando en las bodegas de las naves auxiliares de la flota. En ese momento cayó en la cuenta de que Desjani le había sugerido, primero, que deberían seguir avanzando y, después, había optado por cambiar de tema para no contrariarlo.

No debería molestarme. Es lógico que un oficial al mando mire por el bien de la flota. ¿Cuándo saldremos de Dilawa? ¿Y adónde nos dirigiremos? Llevamos aquí casi un día y medio, por lo que, seguramente, llevamos detenidos por lo menos un día de más.

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