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Authors: Junichirô Tanizaki

Tags: #Cuento, Drama, Fantástico, Intriga, Terror

Historia de la mujer convertida en mono (18 page)

Además de estar en desventaja desde el comienzo, tengo que preocuparme por otros aspectos y, en consecuencia, mi argumento se va debilitando cada vez más hasta tornarse ambiguo. K conoce perfectamente esta debilidad mía y me acosa con su elocuencia de sofista. Para colmo, K, que siempre ha tenido confianza en su capacidad de razonamiento, no pierde la oportunidad de ostentarla en mi presencia.

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—Mira, dijiste hace poco que no había ninguna manera de determinar la línea que separa lo emergente de lo no emergente. Eso me parece muy acertado. Lo emergente, en realidad, no depende de alguna circunstancia objetiva sino del estado subjetivo de cada uno. Siempre puedes pensar que algo es emergente según tu estado de ánimo momentáneo. Si no contaras con esa suposición tan conveniente de que me puedes sacar dinero, es muy probable que sobrevivieras a esa supuesta crisis con tu típica forma de vivir, sin imaginar siquiera que te encuentras en una emergencia…

—Eso no es cierto. Esta emergencia, que sin duda alguna sí lo es, no tiene nada que ver con esa suposición tuya. Estaría en la ruina si rechazaras mi petición.

—¿Pero de qué grado de ruina estás hablando? Permíteme decirte que tú siempre estás en la ruina, pues vives quejándote de la pobreza.

—Bueno, tienes razón, pero esto de ahora sí es grave, de verdad. Créeme, que estoy a punto de quebrar.

—O sea que, si me negara a darte dinero, ¿huirías de la ciudad abandonando todo?

—No creo que sea para tanto, pero me moriría de vergüenza ante los acreedores que me acusan de deslealtad…

Sería mejor responderle que sí huiría para así lograr mi objetivo, pero un extraño sentido de la vanidad, que surge de forma instintiva controlando mi conducta, no me permite admitirlo, y hablo así olvidándome por completo de los aspectos prácticos.

—¿Ves? Si no tienes necesidad de huir ni de abandonarlo todo, no estás sufriendo tanto en realidad. Te dará vergüenza enfrentar a la gente, pero considerando los abusos y maldades que has cometido hasta el presente, no se diría que este último episodio sea un motivo particular de angustia. ¿Sabes cuánto nos hemos preocupado por ti otras veces en situaciones mucho más peligrosas? Yo sé que tú eres bastante despreocupado, hasta descarado se podría decir, en cuestiones éticas y morales.

Me asusto al escuchar este comentario de K, quien obviamente muestra su sarcasmo ante mi naturaleza dada a la farsa y la maldad. Su frase implica esta conclusión, aunque no del todo bien formulada: “¿Y ahora vienes a pedirme dinero sin antes haber cumplido ni una sola vez con la promesa de devolvérmelo, actuando de paso como un moralista que le da importancia a su dignidad?”. Me quedo callado y cabizbajo, aguardando en secreto que de nuevo se revele en él su sentido filantrópico.

—A estas alturas de nuestra discusión, tanto tú como yo estamos ya tan agotados que siempre la dejamos así, sin llegar a profundizar un poco más en tus problemas, pero, mira, yo preferiría, para tu propio beneficio, creerte una persona desorientada y de escaso juicio. Tampoco tú me objetarías en este punto. ¿Cierto? Acepta de una vez que no existe para ti una ruina absoluta ni una emergencia insalvable. Lo que determina el grado de tu apuro no es más que tu cambiante estado de ánimo. No sería exagerado afirmar que inventas situaciones de emergencia con el único propósito de justificar tu suposición de poder sacarme dinero. Sabes, estoy absolutamente seguro de lo que digo. Y dudo que tú seas capaz de reconocerlo puesto que no estás consciente de la situación.

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El rostro de K resplandece de triunfo. Observa con discreción mi figura vencida, agachada para ocultar el temblor nervioso de los labios, y luego enciende un tabaco, se sienta con manifiesta comodidad en su sillón de mimbre y ahí se deleita saboreando su recién formulado argumento, hábil y victorioso… Y a mí se me ocurre en esos momentos que quizá K tiene toda la razón.

En esta oportunidad estaba convencido de que se trataba de una emergencia, pero al pensarlo con la cabeza fría he llegado a la conclusión de que nunca he tenido una verdadera emergencia. Por más pobre que me haya encontrado, los apuros económicos jamás me han causado una vergüenza que pudiera calificarse como seria. Siempre he mantenido la ingenua expectativa de encontrar una salida en cualquier momento, y esa ingenuidad implica una despreocupación absoluta, que me ha permitido siempre burlar las normas sociales. Ahora, si K me negara su ayuda en esta ocasión, seguro que me vería en la ruina, pero sólo al punto de tener que soportar una pequeña vergüenza. He aguantado tantas otras situaciones embarazosas que una más no me importaría para nada, y esta supuesta crisis no me originará ninguna angustia mayor, una vez superada la dificultad inicial.

“Claro, ahora que lo veo en detalle y con calma, me doy cuenta de que, en realidad, no había ninguna emergencia. ¿Cómo fue que no pude enfrentarlo con serenidad? ¿Cómo se me ocurrió que todas las salidas estaban definitivamente cerradas?”

Estas preguntas que me formulo interiormente me hacen reflexionar. Al fin y al cabo, la emergencia no fue una crisis objetiva que me tuviera atrapado, sino un mero producto de mi imaginación. Así de simple, resulta que estuve acosado por una ilusión del todo ajena a la realidad, por algo inexistente que en el fondo no era más que una invención caprichosa…

Me permito hacer aquí una digresión, que me parece que viene al caso, para afirmar que los seres de tendencia criminal, en general, son de carácter visionario. En este sentido, se puede decir que los criminales poseen una vocación artística mucho más desarrollada que la de la gente normal. Incapaces de ver el mundo tal como es, lo colorean con su imaginación. En consecuencia, el mundo aparece a los ojos de los criminales como algo hermoso, mucho más estimulante y seductor que para aquellos seres del común. Cuando el estímulo y la seducción del mundo se intensifican hasta el grado de convertirse en una amenaza, los criminales, despojados de toda resistencia, caen en la tentación de cometer algún acto criminal. La imaginación les vale más —y también les importa más— que la realidad. Guiados por la ilusión que ellos mismos han creado, se dedican a las maldades que a su vez los atormentan. Debido a su excesiva capacidad imaginativa, confunden el presente con el futuro, el pasado con el presente. En una palabra: carecen de una firme concepción temporal. Lo único que perdura en sus mentes es el mal eterno.

Es una creencia normal que los criminales son más materialistas que el resto de los mortales. Muchos criminales comparten esa opinión. Pero, en realidad, resulta todo lo contrario. Ante los ojos de los criminales, el mundo físico no deja de ser más que un mero reflejo del mundo imaginario, que tiene para ellos una existencia más concreta. Para los criminales, lo real sólo consiste en lo que se produce mediante las acciones de su alma, que, para su desgracia, está inclinada hacia lo pernicioso.

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Ahora, K me acaba de convencer de que mi angustia era una ilusión inexistente y, por lo tanto, que ya no tengo necesidad de pedirle dinero. Lo que debería hacer es retirar mi petición a tiempo. Pero, extrañamente, no puedo renunciar al dinero. La frase que expresaría con toda franqueza lo que siento sería la siguiente: “¿Qué te importa que no me encuentre en la ruina? Préstame esa plata, que es lo que quiero, y asunto arreglado”. No hay ni razón ni lógica, simplemente quiero dinero, eso es todo. Aunque resulte ser una ilusión, una emergencia imaginaria es suficiente para activar la codicia.

—Puede que tengas razón al afirmar que no me encuentro en una situación tan crítica. Pero no puedo dejar de sentirme apurado por algo, algo vago que me angustia. Para mí, esto comprueba que sí estoy en crisis. Sea lo que sea, sí necesito dinero.

Esta respuesta deja por un momento a K sin palabras. Obviamente, se trata de un argumento totalmente absurdo, pero que tiene una cierta coherencia lógica, que no abre espacios para un desmentido. Sin embargo, K ha recuperado la seguridad para manejar la discusión después de haberme vencido con su lógica impecable.

—Una vez que empezamos a hablar de dinero, la discusión no tiene fin, como siempre nos ha sucedido. Por más que me lo expliques, no veo ninguna justificación para prestarte dinero, pero bueno, si insistes tanto en tu supuesta necesidad, no habrá otra alternativa que concedértelo, pues. Sólo que, por favor, prométeme que esta vez sí me lo vas a devolver. Cuando vienes a pedirme dinero, no me interesa de verdad mantener contigo estas discusiones tan tediosas, pero ten en cuenta que si me resisto es justamente porque no me lo has devuelto ni una sola vez, a pesar de que siempre te vas con la promesa de hacerlo. En realidad, no me importa tanto que no me devuelvas los préstamos, pero entenderás que esa actitud tuya tan deshonesta de no cumplir para nada lo que prometes me desagrada en extremo. Y para colmo, no han sido pocas las veces.

—Bueno, sí, lo siento mucho de verdad, pero créeme que no he tenido intención alguna de engañarte. Es que siempre me sucede algún imprevisto, pero bueno, ya sabes, la culpa es mía, no hay ninguna excusa…

—Tus excusas no me interesan para nada. Si me devuelves el préstamo completo, me harás sentir bien y no te guardaré ningún rencor.

—No te preocupes. Esta vez si voy a cumplir con mi palabra, ya lo verás.

—Bueno, es fácil decirlo. Sé que no tienes ninguna mala intención y aceptas mi dinero pensando que pronto me lo vas a devolver, pero ni modo, hasta el presente no lo has hecho ni una sola vez. Tus palabras ya no me inspiran confianza. Vamos a ver si ahora al fin puedo recuperarla. Fijemos el límite para el fin de este mes, ¿te parece?

—De acuerdo, tengo suficiente tiempo. Por ahí alrededor del veinte de este mes voy a recibir unos doscientos yenes, sin falta.

Me tranquilizo de repente al saber que al fin conseguí el dinero. Pero a pesar de toda esta fanfarronería, sé que nunca seré capaz de devolvérselo.

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De esta manera, repetí innumerables veces el mismo ciclo de pedirle plata a K, sostener con él un debate interminable, prometer devolvérsela antes de la fecha fijada y jamás cumplir con mi palabra, y volver de nuevo para hacerle de forma descarada la misma petición. Tener un amigo tan generoso como K fue la causa principal de que yo, un hombre carente de fuerza de voluntad, me haya enviciado en esa cadena de estafas sin fin. En varias ocasiones llegué a pensar que sería un alivio para mí que K cortara de una vez nuestra relación por causa de mis múltiples incumplimientos.

A pesar de que todo indicaba que nunca seríamos capaces de romper nuestra amistad, el momento llegó de una manera por demás inesperada. Aun tratándose de una persona tan generosa y bondadosa como K, se vio forzado moralmente a olvidarse de su actitud compasiva y tolerante hacia mí para poner fin a nuestra relación. Y el motivo se centró en la acusación de estafa que recayó sobre mí y que también lo afectó a él.

Me acuerdo de que fue en otoño del año pasado, un día de finales de octubre. En esa ocasión, cuando visité a K para pedirle dinero con el desparpajo de siempre, sin imaginar siquiera las consecuencias fatales que me traería aquel episodio, me comporté de una forma descarada, mucho más descarada de lo normal. Y cuando digo “más de lo normal” es porque ya le había sacado una suma considerable hacía apenas diez días, con la promesa de devolvérselo en dos o tres días. Sin la menor intención de devolver aquel dinero recién prestado, le iba a pedir casi el doble, lo cual obviamente me hizo vacilar un poco. Antes de exponer el motivo de mi visita, comencé, en un tono serio, a revelar delante de K detalles íntimos de mi
vita sexualis.

En aquella época, hacía unos seis meses que estaba locamente enamorado de una modelo, lo que me llevaba a gastar sumas inmensas de dinero y tiempo para conquistarla. Ella fue la primera mujer que satisfizo sexualmente mi innata inclinación masoquista. Antes de conocerla, había tenido que conformarme con ilusiones fugitivas, inventadas por mi enfebrecida imaginación, para calmar mis deseos sexuales retorcidos. Todas esas imágenes ilusorias, repugnantes, horrorosas y sangrientas tomaron forma real en esa mujer que se convirtió en mi amante. Sin embargo, al lograr aquel deseo que lucía como imposible se perdió el encanto de lo singular, propio de la ilusión irrealizable, para dejar sólo su aspecto grotesco, expuesto a la luz cruda de la realidad. En la plenitud del éxtasis, no podía dejar de preguntarme: “¿Será este objeto tan frívolo, efímero e inmundo lo que yo tanto anhelaba, esforzando hasta el límite mi imaginación?” Mi placer nunca pierde su
freshness
cuando se sustenta en la ilusión, pero una vez convertido en realidad, se ve marchito y sucio, sin ninguna frescura, empañado por sentimientos mundanos como el tedio, el cansancio y la vergüenza. Mientras mi imaginación se ilumina con la luz eterna, el cuerpo al parecer bello de la modelo y el mío que se encuentra aplastado bajo su peso, van perdiendo gradualmente su resplandor vital para adquirir un tono lúgubre y pesado, como si fueran objetos hechos de plomo. Descubrir semejante transformación me produjo una inmensa tristeza.

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Después de haber escuchado mi confesión, K me habló de esta manera:

—¿Has leído la biografía de Baudelaire, escrita por Gautier? Según éste, la mujer que aparece en la poesía de Baudelaire no es una mujer de este mundo sino un arquetipo, “la mujer eterna”. La que canta el poeta no es
une femme
sino
la femme
. La mujer que un
masochist
como tú guarda en su mente ha de ser una mujer eterna de belleza perfecta, no una mujer real. Es por eso que siempre te desilusionas al enfrentarte con la realidad.

Sin duda, K acertaba en este punto. Yo siempre adoraba a las mujeres hasta extremos casi insoportables, pero el objeto de mi veneración no era más que una ilusión, una mujer inventada por mi “alma retorcida”. Cuando por casualidad me enamoro de una mujer, lo que veo en ella es una imagen distorsionada a mi antojo. Y al notar la diferencia entre la ilusión y la realidad, sigo insistiendo en quedarme con la ilusión. Cambio de mujer con facilidad, pero sólo para repetir el mismo deplorable proceso de desilusión y desengaño. Nunca he podido conocer el amor verdadero que experimentaría un hombre común. El amor que siento, si es que se puede llamar amor, está siempre dirigido hacia una mujer imaginaria, que sólo existe en mi mente. Yo estoy casado, pero obviamente mi esposa no tiene nada que ver con mi sentimiento amoroso.

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