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Authors: Brian W. Aldiss

Heliconia - Verano (36 page)

BOOK: Heliconia - Verano
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—Más profundos, más suaves, más vivos… —Besó otra vez a la muchacha.

El Capitán suspiró.

—Acaba con eso. En los demás, la pasión es tan aburrida como la borrachera. Vete, Abath. Quiero que este joven recupere un poco la sensatez, si es posible… Billish, si has conseguido ver algo más allá de tu prodo desde que llegamos, habrás reparado en la Piedra de Osoilima. Subiremos a ella. Si estás bastante bien para montar sobre Abath, también lo estarás para ascender a la Piedra.

—Está bien, si Abath viene con nosotros.

Muntras lo miró con una expresión amenazante y jocosa a la vez.

—Dime, Billish, tú en realidad vienes de Pegovin, en Hespagorat, ¿no es así? Es una tierra de grandes bromistas.

—Oye. —Billy se sentó frente al Capitán.— Vengo de donde ya te he dicho: de otro mundo. Allí nací y me crié, y hace poco llegué en el vehículo espacial que te he descrito. Jamás te mentiría, Krillio, te debo demasiado. Siento que te debo más que la vida.

Un gesto de objeción.

—No me debes nada. Nadie debe nada a nadie. Recuerda que fui mendigo. No pienses demasiado bien de mí.

—Has trabajado con tesón y has creado una gran empresa. Ahora eres amigo de un rey…

Dejando escapar un poco de humo a través de sus labios, Muntras dijo con frialdad:

—¿Es eso lo que piensas?

—¿Acaso no eres amigo del rey JandolAnganol?

—Digamos que hago negocios con él. —¿Acaso no lo aprecias?

El Capitán del Hielo sacudió la cabeza, dio una chupada a su veronikano y dijo:

—Billish, a ti no te importa la religión, al menos no más que a mí. Pero debo advertirte que la religión está muy arraigada en Campannlat. Considera el modo en que su majestad rechazó tu reloj. Es muy supersticioso, y es el rey. Si hubieses mostrado ese objeto a los campesinos de Osoilima, te habrían hecho un santo o te habrían matado con sus horquillas.

—Pero ¿por qué?

—Es la irracionalidad. La gente odia aquello que no comprende. Un loco puede cambiar el mundo. Te lo digo por tu propio bien. Ahora, vamos.

Se puso de pie dando por concluido el tema, y apoyó su mano en el hombro de Billy.

—La muchacha, la comida, mi administrador, la Piedra. Cosas prácticas.

Se hizo como deseaba, y pronto estuvieron listos para la ascensión. Muntras descubrió que Pallos jamás había subido a la Piedra, a pesar de haber vivido junto a ella durante ocho años. Todos rieron cuando se ofreció a escoltarlos, con un arcabuz sibornalés al hombro.

—Tus cifras no serán tan malas si te puedes permitir esa artillería —dijo Muntras, con suspicacia. No confiaba en sus administradores más que en el rey.

—La he comprado para proteger tus propiedades, Krillio, y he ganado con mucho esfuerzo cada roon que he gastado en ella. Y no porque la paga sea buena, ni siquiera cuando los negocios marchan bien.

Recorrieron un sendero que corría desde el muelle hasta el pequeño pueblo de Osoilima. Allí la niebla era menos densa, y unas pocas luces, alrededor de la plaza central, creaban un simulacro de animación. Había mucha gente, atraída por la brisa algo más fresca del ocaso. Los tenderetes de dulces, waffles y recuerdos estaban plenos de actividad. Pallos señaló una o dos casas que daban albergue a peregrinos, las cuales consumían regularmente hielo de Lordryardry. Explicó que la mayoría de los que erraban por allí dilapidando su dinero, eran peregrinos. Algunos acudían, atraídos por la tradición local, a liberar a sus esclavos humanos o phagors, porque habían llegado a considerar impropio poseer otra vida.

—¡Abandonar así una propiedad valiosa! —exclamó disgustado por la necedad de sus semejantes.

La base de la Piedra de Osoilima se hallaba junto a la plaza. Aunque más correcto era decir que tanto ésta como la ciudad habían sido construidas junto a la Piedra. Cerca de allí, en una hostería llamada El Esclavo Liberado, el Capitán del Hielo compró cuatro velas. Atravesaron el jardín de la hostería e iniciaron el ascenso. Junto a la pared de la Piedra crecían talipots, cuyas rígidas hojas debieron hacer a un lado para poder avanzar. Los relámpagos veraniegos herían la atmósfera.

—Soy demasiado viejo para estas cosas —gruñó Muntras.

Pero ascendiendo lentamente llegaron por fin a una plataforma, y atravesaron una arcada que los condujo hasta la cima de la roca, donde se había excavado una bóveda. Apoyaron los codos contra el parapeto y contemplaron el bosque sumergido en la niebla.

Otras personas estaban ya en camino. Se oía en lo alto el murmullo de sus voces. Una escalera había sido labrada hacía ya mucho tiempo. Giraba en torno de la Piedra y carecía de barandillas de seguridad. Las luces de las velas titilaban.

Hasta ellos llegaron los ruidos del pueblo, y el continuo rumor del Takissa. En alguna parte se tocaba música: un doble clouth, o tal vez, tratándose de esa región, una binaduria, y tambores. Y en el bosque, cuando la niebla lo permitía, podían observar débiles luces.

—Tal como dicen —gorjeó Abath—. Ni una hectárea habitable ni una deshabitada.

—Los verdaderos peregrinos pasan aquí la noche para contemplar las auroras —dijo Muntras a Billy—. En estas latitudes no hay un solo día del año en que no aparezcan en algún momento en el cielo los dos soles. En mi tierra es diferente.

—La gente es muy científica en el Avernus, Krillio —dijo Billy abrazando a Abath—. Tenemos medios para imitar la realidad, video en tres dimensiones y demás, así como un retrato imita un rostro real. Es por eso que nuestra generación duda de la realidad, no cree que exista. Hasta dudamos que Heliconia sea real. No sé si comprendes qué quiero decir…

—Yo, Billish, he recorrido la mayor parte de este continente como mercader, y antes como mendigo y como buhonero. He ido hacia el oeste hasta un país llamado Ponipot, más allá de Randonan y Radado, donde termina Campannlat. Ponipot es perfectamente real, aunque nadie en Osoilima crea en su existencia.

—¿Pero dónde está ese mundo tuyo, Billish, el Avernus? —preguntó Abath, impaciente ante la conversación de los hombres—. ¿Está en alguna parte, encima de nosotros?

—Mm… —El cielo estaba libre de nubes.— Allí está Ipocrene, ese astro brillante. No; Avernus aún no ha aparecido. Está en algún punto debajo de nosotros.

—¡Debajo! —La chica dejó escapar una risa sofocada.—Estás loco, Billish. Deberías recordar mejor tu propia historia. Debajo… ¿Acaso es una especie de fessup?

—¿Y dónde está ese otro mundo, la Tierra? ¿Puedes verlo, Billy?

—Está demasiado lejos. Además, la Tierra no da luz, como un sol.

—¿Y el Avernus sí?

—Lo vemos porque refleja la luz de Batalix y de Freyr. Muntras reflexionó.

—Entonces, ¿por qué no podemos ver la Tierra a la luz de Batalix y de Freyr?

—Porque hay demasiada distancia. Es difícil de explicar. Si Heliconia tuviese una luna, sería más fácil. Pero en ese caso la astronomía de Heliconia estaría mucho más avanzada. Las lunas atraen al cielo los ojos de los hombres; más que los soles. La Tierra refleja la luz de su propia estrella, el Sol.

—Me figuro que el Sol estará demasiado lejos para verlo. De todos modos, mis ojos no son como antes.

Billy movió la cabeza y examinó el cielo, hacia el nordeste.

—Están por allá… El Sol, la Tierra y los demás planetas. ¿Cómo llamáis a esa constelación larga y dispersa, con esas estrellas casi imperceptibles en la parte superior?

Muntras respondió:

—En Dimariam la llamamos el Gusano de la Noche.

Bendito sea, no la veo con claridad. En esta región se llama Gusano de Wutra. ¿No es así, Grengo?

—Es inútil que me preguntes los nombres de las estrellas —replicó Pallos con una risa ahogada, como queriendo decir "Pero muéstrame una moneda de oro de diez roons y ya verás cómo la identifico".

—El Sol es una de las estrellas más débiles del Gusano de Wutra, más o menos por donde deberían estar las branquias.

Billy hablaba en tono de broma, algo incómodo con su papel de maestro, después de recibir lecciones durante muchos años. Mientras hablaba, volvió a relampaguear, y pudo verlos a todos fugazmente. La hermosa muchacha, con la boca entreabierta, miraba hacia donde él señalaba. El administrador local, aburrido, contemplaba la oscuridad, con el pulgar metido en el caño de su arcabuz. El robusto Capitán del Hielo, con una mano apoyada en la frente, escrutaba el infinito con la determinación impresa en su rostro.

Eran bastante reales: Billy se estaba acostumbrando, desde que se encontraba en compañía de Muntras y de Abath, a la idea de una realidad real, por deplorable que esto hubiese podido parecer a su consejero del Avernus, víctima de una realidad irreal. El sistema nervioso de Billy había despertado a la vida a causa de los nuevos sonidos, colores, olores, texturas y experiencias. Por primera vez vivía plenamente. Quienes lo miraban desde la estación considerarían que estaba en el infierno; pero la libertad que sentía en su cuerpo le decía que se encontraba en el paraíso.

El relámpago desapareció, convertido en nada, dejando un instante de oscuridad total antes de que la suave noche volviera a la existencia.

“¿Acaso puedo convencerles de la realidad del Avernus y de la Tierra?—se preguntó Billy—. Y tampoco pueden ellos convencerme de sus dioses. Habitamos dos umwelt de pensamiento diferentes.”

Y luego llegó una pregunta más sombría. ¿Y si la Tierra sólo era una ficción de la imaginación averniana, el dios que faltaba en Avernus? Eran evidentes en todas partes los efectos devastadores de Akhanaba y de sus batallas contra el pecado. ¿Qué prueba había de la existencia de la Tierra, aparte de ese nebuloso sector donde brillaba el Sol, en el Gusano, hacia el nordeste?

Postergó el incómodo interrogante para algún momento futuro mientras escuchaba a Muntras.

—Si la Tierra está tan lejos, Billish, ¿cómo pueden contemplarnos sus habitantes?

—Ése es uno de los milagros de la ciencia. La comunicación a muy larga distancia.

—¿Podrías escribir cómo lo hacéis, cuando lleguemos a Lordryardry?

—¿Quieres decir que allí la gente, gente real, como nosotros —preguntó Abath—, podría estar mirándonos ahora mismo? ¿Y que puede vernos grandes, no en la garganta de un gusano?

—Es más que probable, querida Abath. Tu cara y tu nombre deben ser ya conocidos por millones de personas en la Tierra. O mejor dicho, serán conocidos cuando pasen mil años, porque eso es lo que tarda la comunicación entre el Avernus y la Tierra.

Sin amilanarse ante las cifras, Abath sólo pensó una cosa. Acercó una mano a su boca y dijo al oído de Billy:

—¿No nos habrán visto juntos en la cama?

Pallos, que pudo oír la pregunta, rió y le pellizcó el trasero.

—Cobras extra si alguien mira, ¿verdad?

—Ocúpate de tus propios miserables asuntos —le respondió Billy.

Muntras frunció los labios.

—¿Y qué placer pueden encontrar en observar nuestra estupidez?

—Lo que distingue a Heliconia entre miles de otros mundos —dijo Billy, retomando una especie de tono profesoral— es que aquí hay organismos vivientes.

Mientras digerían la observación, desde la jungla neblinosa llegó hasta ellos un ruido: una nota aguda, distante pero clara.

—¿Ha sido un animal? —preguntó la muchacha.

—Creo que fue una trompeta phagor —dijo Muntras—. A menudo es una señal de peligro. ¿Hay muchos phagors libres por aquí, Grengo?

—Tal vez sí. Los phagors liberados han aprendido de los hombres y viven muy cómodamente en sus propias casas de la jungla, según he oído decir —informó Pallos—. Sin embargo, sus harneys nunca son lo bastante inteligentes… Se les puede cobrar muy alto precio por el hielo picado.

—¿Los phagors te compran hielo? —preguntó Abath con sorpresa—. Pensaba que sólo la Guardia Phagor del rey JandolAnganol recibía hielo como parte de su paga.

—Traen cosas para vender a Osoilima: collares de huesos de gwing-gwing, pieles y otras mercancías, de modo que tienen dinero para comprarme hielo. Lo mastican de inmediato, de pie en mi tienda. Es repugnante. Como hombres que se emborrachan.

El silencio descendió sobre ellos. Sin moverse, contemplaban la noche bajo la ilimitada bóveda de las estrellas. Para sus mentes, la espesura era igual de ilimitada. De allí provenían los sonidos. En una ocasión fue un grito, como si incluso aquellos que gozaban de su recién ganada libertad, sufrieran. De las estrellas sólo recibían plácidas señales de luz, y de la gran piedra que tenían debajo, oscuridad.

—Los phagors no nos molestarán —dijo Muntras, interrumpiendo sus especulaciones—. Billish, en esa dirección, donde está el Sol, se encuentra la Cordillera Oriental, que la gente llama el Alto Nktryhk. Muy pocos la han visitado. Es casi inaccesible, y según afirma la leyenda, sólo los phagors viven allí. Mientras cabalgabas en tu Avernus, ¿has visto alguna vez el Alto Nktryhk?

—Sí, Krillio, muchas veces. Y tenemos reproducciones del Nktryhk en nuestros centros recreativos. Por lo general sus picos están envueltos en nubes, así que los vemos en infrarrojo. La meseta más alta, que cubre la cordillera como un techado, está a más de quince kilómetros de altura y penetra en la estratosfera. Es una visión imponente. Terrible, a decir verdad. En las cumbres no vive nada, ni siquiera phagors. Me gustaría haber traído una fotografía para mostrarte, pero ellos no favorecen esas cosas.

—¿Puedes explicarme cómo se hace una… fotojirafa?

—Fotografía. Lo intentaré, cuando lleguemos a Lordryardry.

—Muy bien. Bajemos, entonces; no nos quedemos a esperar que Akhanaba aparezca. Vamos a comer y dormir; saldremos antes de mediodía.

—Avernus aparecerá dentro de una hora. Atravesará el cielo en veinte minutos.

—Has estado enfermo, Billish. Dentro de una hora estarás en la cama. A comer, y luego a la cama. Solo. Debo ser tu padre en la Tierra, quiero decir, en Heliconia. Así, si tus padres nos están viendo, estarán contentos.

—En realidad no tenemos padres, sino clanes —dijo Billy, mientras pasaban por debajo de la arcada—. Se practica el nacimiento extrauterino.

—Me encantaría que me mostraras un dibujo de eso —dijo el Capitán del Hielo.

Billy tomó la mano de Abathy y todos se dispusieron para el descenso.

Río abajo, el paisaje cambiaba. Primero en una costa, luego en ambas, se veía extensos cultivos. Las junglas quedaban atrás. Habían entrado en la región del loes. El Dama de Lordryardry se deslizó en Ottassol casi antes de que sus pasajeros se enterasen, desacostumbrados como estaban a las ciudades cuyas existencias transcurrían bajo tierra.

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