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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Harry Potter. La colección completa (276 page)

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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Harry asintió; ya tenía una excusa para no tener que hablar con los demás, y eso era precisamente lo que él quería. En cuanto la señora Weasley abrió la puerta de la calle, Harry pasó a toda prisa por delante del paragüero con forma de pierna de trol, subió la escalera y fue al dormitorio que compartía con Ron.

Una vez allí empezó a pasearse por la habitación, por delante de las dos camas y del cuadro vacío de Phineas Nigellus. En su cerebro bullían preguntas y más ideas espantosas.

¿Cómo se había convertido en serpiente? A lo mejor era un animago… No, no podía ser, lo sabría… Quizá Voldemort fuera un animago… «Sí —pensó Harry—, eso encaja: Voldemort puede transformarse en serpiente, y cuando me posee, ambos nos transformamos… Aunque eso sigue sin explicar cómo llegué a Londres y regresé a mi cama en unos cinco minutos… Pero Voldemort es el mago más poderoso del mundo, aparte de Dumbledore; no creo que para él sea difícil transportar a alguien de ese modo.»

Y entonces lo acometió un sentimiento de pánico al pensar: «Pero esto es una locura, ¡si Voldemort me posee, ahora mismo le estoy proporcionando una clara visión del Cuartel General de la Orden del Fénix! Sabrá quién pertenece a la Orden y dónde está Sirius… Y he escuchado un montón de cosas que no debería haber escuchado, todo lo que Sirius me contó la primera noche que pasé aquí…»

Una cosa estaba clara: tenía que salir de Grimmauld Place cuanto antes. Pasaría la Navidad en Hogwarts con los demás; así al menos estarían a salvo durante las vacaciones… Pero no, eso no serviría de nada, en Hogwarts quedaba mucha gente a la que Voldemort podía atacar. ¿Y si la próxima vez les tocaba a Seamus, a Dean o a Neville? Dejó de dar vueltas por la habitación y se quedó contemplando el cuadro vacío de Phineas Nigellus. Notaba un peso cada vez mayor en lo hondo del estómago. No tenía alternativa: debía regresar a Privet Drive y separarse por completo de los otros magos.

Bueno, si debía hacerlo, pensó, no había por qué retrasar el momento. Hizo un esfuerzo descomunal para no pensar en cómo iban a reaccionar los Dursley cuando lo vieran en la puerta seis meses antes de lo que esperaban; fue hacia su baúl, cerró la tapa y echó la llave. Luego miró alrededor automáticamente buscando a
Hedwig
, pero entonces recordó que la lechuza se había quedado en Hogwarts. Mejor: así no tendría que cargar con su jaula. Cogió el baúl por un extremo y tiró de él hacia la puerta, cuando una voz sarcástica dijo:

—¿Qué haces? ¿Huyes?

Harry se dio la vuelta. Phineas Nigellus había aparecido en el lienzo de su retrato y estaba apoyado en el marco observándolo con una expresión divertida en la cara.

—No, no huyo —respondió Harry con aspereza, y tiró un poco más de su baúl hacia la puerta.

—Tenía entendido que para entrar en la casa de Gryffindor debías ser valiente —continuó Phineas mientras se acariciaba la puntiaguda barba—. Me da la impresión de que habrías estado mejor en mi casa. Nosotros, los de Slytherin, somos valientes, sí, pero no estúpidos. Si nos dan a elegir, por ejemplo, siempre preferimos salvar el pellejo.

—No es mi pellejo lo que intento salvar —repuso Harry, lacónico, y arrastró el baúl por encima de un trozo de alfombra muy retorcido y apolillado que había justo enfrente de la puerta.

—Ah, ya entiendo —comentó Phineas Nigellus, que seguía acariciándose la barba—, esto no es una huida cobarde, sino un acto noble. —Harry no le hizo caso. Tenía la mano sobre el picaporte cuando el mago añadió perezosamente—: Por cierto, tengo un mensaje para ti de parte de Albus Dumbledore.

Harry se dio la vuelta.

—¿Qué mensaje?

—«Quédate donde estás.»

—¡No me he movido! —exclamó Harry sin levantar la mano del picaporte—. Dime, ¿cuál es el mensaje?

—Acabo de dártelo, imbécil —le soltó Phineas Nigellus sin alterarse—. Dumbledore me ha ordenado que te diga: «Quédate donde estás.»

—¿Por qué? —preguntó Harry con impaciencia, y soltó el baúl—. ¿Por qué quiere que me quede aquí? ¿Qué más ha dicho?

—Nada más —respondió el mago, y arqueó una delgada y negra ceja, como si creyera que Harry era un impertinente.

El genio del muchacho afloró a la superficie como la cabeza de una serpiente asoma por encima de la hierba crecida. Estaba agotado, estaba sumamente desconcertado, había experimentado terror, alivio y luego otra vez terror en las últimas doce horas, ¡y Dumbledore seguía sin hablar con él!

—Y ya está, ¿no? —dijo en voz alta—. ¡«Quédate donde estás»! ¡Eso fue lo único que me dijeron después de que me atacaran los
dementores
! ¡Quédate quieto mientras los adultos se encargan de solucionarlo, Harry! Pero ¡no vamos a molestarnos en explicarte nada porque tu diminuto cerebro no podría asimilarlo!

—¡Mira —añadió Phineas Nigellus hablando en voz aún más alta que Harry—, por eso precisamente odiaba ser profesor! Los jóvenes están convencidos de que tienen razón sobre todas las cosas. ¿No se te ha ocurrido pensar, miserable engreído, que podría haber un excelente motivo por el que el director de Hogwarts no te confía los detalles de sus planes? ¿Nunca te has parado a pensar, mientras te sentías tan injustamente tratado, que obedecer las órdenes de Dumbledore todavía no te ha causado ningún daño?

No. Claro que no; como todos los jóvenes, estás convencido de que eres el único que siente y piensa, el único que reconoce el peligro, el único lo bastante inteligente para darse cuenta de qué es lo que planea el Señor Tenebroso…

—Entonces, ¿es verdad que planea hacer algo relacionado conmigo? —preguntó Harry inmediatamente.

—¿He dicho yo eso? —comentó Phineas Nigellus mientras examinaba ociosamente sus guantes de seda—. Mira, si me disculpas, tengo cosas mejores que hacer que escuchar las elucubraciones de un adolescente… Que tengas un buen día.

Y se fue pisando fuerte hasta el borde del cuadro y se perdió de vista.

—¡Muy bien, vete! —gritó Harry al cuadro vacío—. ¡Y dale las gracias a Dumbledore de mi parte!

El lienzo permaneció en silencio. Harry, furioso, arrastró de nuevo el baúl hasta el pie de la cama, y luego se tumbó boca abajo sobre la apolillada colcha, con los ojos cerrados. Notaba el cuerpo pesado y dolorido.

Tenía la sensación de haber hecho un viaje de kilómetros y kilómetros… Parecía imposible que sólo veinticuatro horas atrás Cho Chang se le hubiera acercado bajo el ramillete de muérdago… Estaba tan cansado… Le daba miedo dormirse… Pero no sabía cuánto tiempo iba a aguantar… Dumbledore le había dicho que se quedara… Eso debía de significar que tenía permiso para dormir… Pero tenía miedo… ¿Y si volvía a ocurrir?

Se hundía en las sombras…

Fue como si dentro de su cabeza hubiera un rollo de película que había estado esperando hasta ese momento para ponerse en marcha: caminaba por un pasillo vacío hacia una puerta lisa y negra, un pasillo de bastas paredes de piedra donde había colgadas antorchas; dejaba atrás una puerta abierta, a la izquierda, que daba a una escalera que descendía…

Estiraba el brazo y cogía el picaporte de la puerta, pero no podía abrirla… Se quedaba mirándola, desesperado por entrar… Detrás de aquella puerta había algo que él deseaba con toda su alma… Un premio que superaba todos sus sueños… Si la cicatriz dejara de dolerle, quizá pudiera pensar con más claridad…

—Harry —dijo entonces la voz de Ron desde muy lejos—. Mamá dice que la cena está lista, pero que si quieres quedarte un rato más en la cama, te guardará un plato.

Harry abrió los ojos, pero Ron ya había salido del dormitorio.

«No quiere quedarse a solas conmigo —pensó—. Es lógico, después de lo que le ha oído decir a Moody.»

Dio por hecho que ninguno de ellos querría estar con él ahora que sabían lo que tenía dentro.

No bajaría a cenar; no quería imponerles su compañía. Así que se tumbó sobre el otro costado y, al cabo de un rato, se quedó dormido. Despertó mucho más tarde, a primera hora de la mañana; las tripas le dolían de hambre, y su amigo roncaba en la cama de al lado. Echó un vistazo a la habitación con los ojos entornados y vio la oscura silueta de Phineas Nigellus, que volvía a estar en su retrato, y se le ocurrió pensar que, seguramente, Dumbledore había enviado a Phineas Nigellus para que lo vigilara, por si él atacaba a alguien más.

Volvía a sentirse sucio. Casi se arrepentía de haber obedecido a Dumbledore… Al fin y al cabo, si la vida en Grimmauld Place iba a ser así a partir de entonces, quizá estuviera mejor en Privet Drive.

Aquella mañana todos se dedicaron a colgar adornos navideños. Harry no recordaba haber visto jamás a Sirius de tan buen humor: hasta cantaba villancicos, y parecía encantado de tener compañía por Navidad. Harry escuchaba la voz de su padrino, que llegaba hasta él desde el piso de abajo a través del suelo del helado salón donde estaba sentado solo, mientras contemplaba por la ventana el cielo, cada vez más blanco, que amenazaba nieve; sentía un sádico placer al dar a los otros la oportunidad de seguir hablando de él, como sin duda debían de estar haciendo. Cuando oyó que la señora Weasley lo llamaba tímidamente por la escalera, a la hora de comer, Harry subió unos pisos más y no le hizo caso.

Hacia las seis de la tarde sonó el timbre de la puerta y la señora Black se puso a gritar, como de costumbre. Harry, suponiendo que sería Mundungus o algún otro miembro de la Orden, se limitó a instalarse más cómodamente contra la pared de la habitación de Buckbeak, donde se había escondido, e intentó no prestar atención al hambre que tenía mientras le daba ratas muertas al
hipogrifo
. Sin embargo, se llevó una sorpresa cuando, unos minutos más tarde, alguien golpeó con fuerza la puerta.

—Sé que estás ahí dentro —dijo la voz de Hermione—. ¿Quieres salir, por favor? Tengo que hablar contigo.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó Harry al abrir, mientras Buckbeak arañaba el suelo cubierto de paja en busca de algún trozo de rata que podría habérsele caído—. ¿No ibas a esquiar con tus padres?

—Verás, he de confesar que el esquí no es mi fuerte —le contó Hermione—. Así que he venido a pasar las Navidades aquí. —Tenía nieve en el pelo y la cara sonrosada por efecto del frío—. Pero no se lo digas a Ron. A él le he dicho que esquiar es estupendo porque no paraba de reír. Mis padres están un poco disgustados, pero les he dicho que los alumnos que se toman en serio los exámenes se quedan a estudiar en Hogwarts. Quieren que saque buenas notas, de modo que lo entenderán. Bueno —añadió con decisión—, vamos a tu dormitorio. La madre de Ron ha encendido la chimenea y te ha subido unos sandwiches.

Harry la siguió al segundo piso. Cuando entró en el dormitorio, se llevó una sorpresa al ver que Ron y Ginny los estaban esperando sentados en la cama de Ron.

—He venido en el autobús noctámbulo —dijo Hermione como quien no quiere la cosa, y se quitó la chaqueta antes de que Harry tuviera ocasión de hablar—. Ayer por la mañana a primera hora Dumbledore me contó lo que había pasado, pero no he podido marcharme del colegio hasta que el trimestre ha terminado oficialmente. La profesora Umbridge está furiosa porque os habéis largado dejándola con un palmo de narices, pese a que Dumbledore le dijo que el señor Weasley estaba en San Mungo y que os había dado permiso para que fuerais a visitarlo. Así que… —Se sentó al lado de Ginny, y las dos chicas y Ron miraron a Harry—. ¿Cómo te encuentras? —le preguntó Hermione.

—Bien —contestó él fríamente.

—Vamos, Harry, no mientas —repuso ella con impaciencia—. Ron y Ginny me han comentado que desde que volvisteis de San Mungo te has estado escondiendo de los demás.

—¡No me digas! —replicó Harry fulminando con la mirada a Ron y a Ginny. Ron se contempló los pies, pero Ginny continuó impertérrita y exclamó:

—¡Es verdad! ¡Ni siquiera nos miras!

—¡Sois vosotros los que no me miráis a mí! —protestó Harry, furioso.

—A lo mejor resulta que os turnáis para miraros y no coincidís nunca —sugirió Hermione con el amago de una sonrisa en los labios.

—Muy gracioso —le espetó Harry, y se dio la vuelta.

—Deja de hacerte el incomprendido, Harry —dijo su amiga con crudeza—. Mira, los demás me han contado lo que escuchasteis anoche con las orejas extensibles…

—¿Ah, sí? —gruñó Harry con las manos hundidas en los bolsillos mientras observaba cómo fuera caían gruesos copos de nieve—. Habéis estado hablando de mí, ¿no? Bueno, la verdad es que ya me estoy acostumbrando.

—Queríamos hablar contigo, Harry —dijo Ginny—, pero como desde que llegamos no has hecho más que esconderte…

—No quería que nadie hablara conmigo —admitió él, que cada vez se sentía más molesto.

—Pues ésa es una postura muy estúpida —replicó Ginny con enojo—, dado que yo soy la única persona que conoces que ha estado poseída por Quien-tú-sabes, y por lo tanto puedo explicarte lo que se siente.

Harry se quedó callado, asimilando el impacto de aquellas palabras. Entonces se dio la vuelta.

—No me acordaba de eso —se excusó.

—Pues tienes suerte —dijo Ginny fríamente.

—Lo siento —se disculpó Harry con sinceridad—. Entonces… ¿creéis que estoy poseído?

—A ver, ¿recuerdas todo lo que has hecho? —le preguntó Ginny—. ¿O hay largos periodos en blanco de los que no recuerdas nada?

Harry se exprimió el cerebro.

—No —contestó tras una pausa.

—Entonces Quien-tú-sabes no te ha poseído nunca —dedujo Ginny con simplicidad—. Cuando me poseyó a mí, no recordaba lo que había hecho durante horas seguidas. De pronto me encontraba en un sitio y no tenía ni la más remota idea de cómo había llegado hasta allí.

Harry no se atrevía a creerla, y sin embargo, pese a su reticencia, el peso que lo abrumaba empezó a aligerarse.

—Pero ese sueño que tuve sobre tu padre y la serpiente…

—Ya has tenido sueños de ésos otras veces, Harry —terció Hermione—. El año pasado tenías visiones de lo que Voldemort se traía entre manos.

—Esta vez ha sido distinto —aseguró su amigo moviendo negativamente la cabeza—. Yo estaba dentro de aquella serpiente. Era como si yo fuera ella… ¿Y si Voldemort se las ingenió para transportarme a Londres?

—Algún día leerás
Historia de Hogwarts
—dijo Hermione con un tono de profundo fastidio— y quizá te enterarás de que dentro del colegio uno no puede aparecerse ni desaparecerse. Ni siquiera Voldemort podría hacerte salir volando de tu dormitorio, Harry.

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