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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Harry Potter. La colección completa (190 page)

—¿A estas horas? —preguntaron Hermione y Fred.

Fred sonrió y dijo:

—Bueno, no os preguntaremos lo que hacéis si no nos preguntáis vosotros.

Sostenía en las manos un sobre sellado. Harry lo miró, pero Fred, ya fuera casualmente o a propósito, movió la mano de tal forma que el nombre del destinatario quedó oculto.

—Bueno, no queremos entreteneros —añadió Fred haciendo una parodia de reverencia y señalando hacia la puerta.

Pero Ron no se movió.

—¿A quién le hacéis chantaje? —inquirió.

La sonrisa desapareció de la cara de Fred. George le dirigió una rápida mirada a su gemelo antes de sonreír a Ron.

—No seas tonto, estábamos de broma —dijo con naturalidad.

—No lo parecía —repuso Ron.

Fred y George se miraron. Luego Fred dijo abruptamente:

—Ya te lo he dicho antes, Ron: aparta las narices si te gusta la forma que tienen. No es que sean una preciosidad, pero...

—Si le estáis haciendo chantaje a alguien, es asunto mío —replicó Ron—. George tiene razón: os podríais meter en problemas muy serios.

—Ya te he dicho que estábamos de broma —dijo George. Se acercó a Fred, le arrancó la carta de las manos y empezó a atarla a una pata de la lechuza que tenía más cerca—. Te estás empezando a parecer a nuestro querido hermano mayor. Sigue así, y te veremos convertido en prefecto.

—Eso nunca.

George llevó la lechuza hasta la ventana y la echó a volar. Luego se volvió y sonrió a Ron.

—Pues entonces deja de decir a la gente lo que tiene que hacer. Hasta luego.

Los gemelos salieron de la lechucería. Harry, Ron y Hermione se miraron.

—¿Creéis que saben algo? —susurró Hermione—, ¿sobre Crouch y todo esto?

—No —contestó Harry—. Si fuera algo tan serio se lo dirían a alguien. Se lo dirían a Dumbledore.

Pero Ron estaba preocupado.

—¿Qué pasa? —le preguntó Hermione.

—Bueno... —dijo Ron pensativamente—, no sé si lo harían. Últimamente están obsesionados con hacer dinero. Me di cuenta cuando andaba por ahí con ellos, cuando... ya sabes.

—Cuando no nos hablábamos. —Harry terminó la frase por él—. Sí, pero el chantaje...

—Es por lo de la tienda de artículos de broma —explicó Ron—. Creí que sólo lo decían para incordiar a mi madre, pero no: es verdad que quieren abrir una. No les queda más que un curso en Hogwarts, así que opinan que ya es hora de pensar en el futuro. Mi padre no puede ayudarlos. Y necesitan dinero para empezar.

Hermione también se mostró preocupada.

—Sí, pero... no harían nada que fuera contra la ley para conseguirlo, ¿verdad?

—No lo sé... —repuso Ron—. Me temo que no les importa demasiado infringir las normas.

—Ya, pero ahora se trata de la ley —dijo Hermione, asustada—, no de una de esas tontas normas del colegio... ¡Por hacer chantaje pueden recibir un castigo bastante más serio que quedarse en el aula! Ron, tal vez fuera mejor que se lo dijeras a Percy...

—¿Estás loca? ¿A Percy? Lo más probable es que hiciera como Crouch y los entregara a la justicia. —Miró la ventana por la que había salido la lechuza de Fred y George, y luego propuso—: Vamos a desayunar.

—¿Creéis que es demasiado temprano para ir a ver al profesor Moody? —preguntó Hermione bajando la escalera de caracol.

—Sí —respondió Harry—. Seguramente nos acribillaría a encantamientos a través de la puerta si lo despertamos al alba: creería que queremos atacarlo mientras está dormido. Será mejor que esperemos al recreo.

La clase de Historia de la Magia nunca había resultado tan lenta. Como Harry ya no llevaba su reloj, a cada rato miraba el de Ron, el cual avanzaba tan despacio que parecía que se hubiera parado también. Estaban tan cansados los tres que de buena gana habrían apoyado la cabeza en la mesa para descabezar un sueño: ni siquiera Hermione tomaba sus acostumbrados apuntes, sino que tenía la barbilla apoyada en una mano y seguía al profesor Binns con la mirada perdida.

Cuando por fin sonó la campana, se precipitaron hacia el aula de Defensa Contra las Artes Oscuras, y encontraron al profesor Moody que salía de allí. Parecía tan cansado como ellos. Se le caía el párpado de su ojo normal, lo que le daba a la cara una apariencia más asimétrica de lo habitual.

—¡Profesor Moody! —gritó Harry, mientras avanzaban hacia él entre la multitud.

—Hola, Potter —saludó Moody. Miró con su ojo mágico a un par de alumnos de primero, que aceleraron nerviosos; luego giró el ojo hacia el interior de la cabeza y los miró a través del cogote hasta que doblaron la esquina. Entonces les dijo—: Venid.

Se hizo atrás para dejarlos entrar en el aula vacía, entró tras ellos cojeando y cerró la puerta.

—¿Lo encontró? —le preguntó Harry, sin preámbulos—. ¿Encontró al señor Crouch?

—No. —Moody fue hacia su mesa, se sentó, extendió su pata de palo con un ligero gemido y sacó la petaca.

—¿Utilizó el mapa? —inquirió Harry.

—Por supuesto —dijo Moody bebiendo un sorbo de la petaca—. Seguí tu ejemplo, Potter: lo llamé para que llegara hasta mí desde mi despacho. Pero Crouch no aparecía por ningún lado.

—¿Así que se desapareció? —preguntó Ron.

—¡Nadie se puede desaparecer en los terrenos del colegio, Ron! —le recordó Hermione—. ¿Podría haberse esfumado de alguna otra manera, profesor?

El ojo mágico de Moody tembló un poco al fijarse en Hermione.

—Tú también valdrías para
auror
—le dijo—. Tu mente funciona bien, Granger.

Hermione se puso colorada de satisfacción.

—Bueno, no era invisible —observó Harry—, porque el mapa muestra también a los invisibles. Por lo tanto debió de abandonar los terrenos del colegio.

—Pero ¿por sus propios medios? —preguntó Hermione—. ¿O se lo llevó alguien?

—Sí, alguien podría haberlo montado en una escoba y habérselo llevado por los aires, ¿no? —se apresuró a decir Ron, mirando a Moody esperanzado, como si esperara que también le dijera a él que tenía madera de
auror
.

—No se puede descartar el secuestro —admitió Moody.

—Entonces, ¿cree que estará en algún lugar de Hogsmeade?

—Podría estar en cualquier sitio —respondió Moody moviendo la cabeza—. Lo único de lo que estamos seguros es de que no está aquí.

Bostezó de forma que las cicatrices del rostro se tensaron y la boca torcida reveló que le faltaban unos cuantos dientes. Luego dijo:

—Dumbledore me ha dicho que os gusta jugar a los detectives, pero no hay nada que podáis hacer por Crouch. El Ministerio ya andará buscándolo, porque Dumbledore les ha informado. Ahora, Potter, quiero que pienses sólo en la tercera prueba.

—¿Qué? —exclamó Harry—. Ah, sí...

No había dedicado ni un segundo a pensar en el laberinto desde que había salido de él con Krum la noche anterior.

—Esta prueba te tendría que ir como anillo al dedo —dijo Moody mirando a Harry y rascándose la barbilla llena de cicatrices y con barba de varios días—. Por lo que me ha dicho Dumbledore, has salido bien librado unas cuantas veces de situaciones parecidas. Cuando estabas en primero te abriste camino a través de una serie de obstáculos que protegían la piedra filosofal, ¿no?

—Nosotros lo ayudamos —se apresuró a decir Ron—. Hermione y yo.

Moody sonrió.

—Bien, ayudadlo también a preparar esta prueba, y me llevaré una sorpresa si no gana —dijo—. Y, mientras tanto... alerta permanente, Potter. Alerta permanente.

Echó otro largo trago de la petaca, y su ojo mágico giró hacia la ventana, desde la cual se veía la vela superior del barco de Durmstrang.

—Y vosotros dos —su ojo normal se clavó en Ron y Hermione— no os apartéis de Potter, ¿de acuerdo? Yo estoy alerta, pero, de todas maneras... cuantos más ojos, mejor.

Aquella misma mañana, Sirius envió otra lechuza de respuesta. Bajó revoloteando hasta Harry al mismo tiempo que un cárabo se posaba delante de Hermione con un ejemplar de
El Profeta
en el pico. Ella cogió el periódico, echó un vistazo a las primeras páginas y dijo:

—¡Ja! ¡No se ha enterado de lo de Crouch!

Y se puso a leer con Ron y Harry lo que Sirius tenía que decir sobre los misteriosos sucesos ocurridos hacía ya dos noches.

¿A qué crees que juegas, Harry, dando paseos por el bosque con Viktor Krum? Quiero que me jures, a vuelta de lechuza, que no vas a salir de noche del castillo con ninguna otra persona. En Hogwarts hay alguien muy peligroso. Es evidente que querían impedir que Crouch viera a Dumbledore y probablemente tú te encontraste muy cerca de ellos y en la oscuridad: podrían haberte matado.

Tu nombre no entró en el cáliz de fuego por accidente. Si alguien trata de atacarte, todavía tiene una última oportunidad. No te separes de Ron y Hermione, no salgas de la torre de Gryffindor a deshoras, y prepárate para la última prueba. Practica los encantamientos aturdidores y de desarme. Tampoco te irían mal algunos maleficios. Por lo que respecta a Crouch, no puedes hacer nada. Ten mucho cuidado. Espero la respuesta dándome tu palabra de que no vuelves a comportarte de manera imprudente.

Sirius

—¿Y quién es él para darme lecciones? —dijo Harry algo indignado, doblando la carta de Sirius y guardándosela en la túnica—. ¡Con todas las trastadas que hizo en el colegio!

—¡Está preocupado por ti! —replicó Hermione bruscamente—. ¡Lo mismo que Moody y Hagrid! ¡Así que hazles caso!

—Nadie ha intentado atacarme en todo el año. Nadie me ha hecho nada...

—Salvo meter tu nombre en el cáliz de fuego —le recordó Hermione—. Y lo tienen que haber hecho por algún motivo, Harry.
Hocicos
tiene razón. Tal vez estén aguardando el momento oportuno, y ese momento puede ser la tercera prueba.

—Mira —dijo Harry algo harto—, supongamos que
Hocicos
está en lo cierto y que alguien atacó a Krum para secuestrar a Crouch. Bien, en ese caso tendrían que haber estado entre los árboles, muy cerca de nosotros, ¿no? Pero esperaron a que me hubiera ido para actuar, ¿verdad? Parece como si yo no fuera su objetivo.

—¡Si te hubieran asesinado en el bosque no habrían podido hacerlo pasar por un accidente! —repuso Hermione—. Pero si mueres durante una prueba...

—Sin embargo, no tuvieron inconveniente en atacar a Krum —objetó Harry—. ¿Por qué no liquidarme al mismo tiempo? Podrían haber hecho que pareciera que Krum y yo nos habíamos batido en un duelo o algo así.

—Yo tampoco lo comprendo, Harry —dijo Hermione—. Sólo sé que pasan un montón de cosas raras, y no me gusta... Moody tiene razón,
Hocicos
tiene razón: has de empezar ya a entrenarte para la tercera prueba. Y que no se te olvide contestar a
Hocicos
prometiéndole que no vas a volver a salir por ahí tú solo.

Los terrenos de Hogwarts nunca resultaban tan atractivos como cuando Harry tenía que quedarse en el castillo. Durante los días siguientes, pasó todo el tiempo libre o bien en la biblioteca, con Ron y Hermione, leyendo sobre maleficios, o bien en aulas vacías en las que entraban a hurtadillas para practicar. Harry se dedicó en especial al encantamiento aturdidor, que nunca había utilizado. El problema era que las prácticas exigían ciertos sacrificios por parte de Ron y Hermione.

—¿No podríamos secuestrar a la
Señora Norris
? —sugirió Ron durante la hora de la comida del lunes cuando, tumbado boca arriba en el medio del aula de Encantamientos, empezaba a despertarse después de que Harry le había aplicado el encantamiento aturdidor por quinta vez consecutiva—. Podríamos aturdirla un poco a ella, o podrías utilizar a Dobby, Harry. Estoy seguro de que para ayudarte haría lo que fuera. No es que me queje... —Se puso en pie con cuidado, frotándose el trasero—. Pero me duele todo...

—Bueno, es que sigues sin caer encima de los cojines —dijo Hermione perdiendo la paciencia mientras volvía a acomodar el montón de almohadones que habían usado para practicar el encantamiento repulsor—. ¡Intenta caer hacia atrás!

—¡Cuando uno se desmaya no resulta fácil acertar dónde se cae! —replicó Ron con enfado—. ¿Por qué no te pones tú ahora?

—Bueno, creo que Harry ya le ha cogido el truco —se apresuró a decir Hermione—. Y no tenemos que preocuparnos de los encantamientos de desarme porque hace mucho que es capaz de usarlos... Creo que deberíamos comenzar esta misma tarde con los maleficios.

Observó la lista que habían confeccionado en la biblioteca.

—Me gusta la pinta de éste, el embrujo obstaculizador. Se supone que debería frenar a cualquiera que intente atacarte. Vamos a comenzar con él.

Sonó la campana. Recogieron los cojines, los metieron en el armario de Flitwick a toda prisa y salieron del aula.

—¡Nos vemos en la cena! —dijo Hermione, y emprendió el camino hacia el aula de Aritmancia, mientras Harry y Ron se dirigían a la de Adivinación, situada en la torre norte.

Por las ventanas entraban amplias franjas de deslumbrante luz solar que atravesaban el corredor. Fuera, el cielo era de un azul tan brillante que parecía esmaltado.

—En el aula de Trelawney hará un calor infernal: nunca apaga el fuego —comentó Ron empezando a subir la escalera que llevaba a la escalerilla plateada y la trampilla.

No se equivocaba. En la sala, tenuemente iluminada, el calor era sofocante. Los vapores perfumados que emanaban del fuego de la chimenea eran más densos que nunca. A Harry la cabeza le daba vueltas mientras iba hacia una de las ventanas cubiertas de cortinas. Cuando la profesora Trelawney miraba a otro lado para retirar el chal de una lámpara, abrió un resquicio en la ventana y se acomodó en su sillón tapizado con tela de colores de manera que una suave brisa le daba en la cara. Resultaba muy agradable.

—Queridos míos —dijo la profesora Trelawney, sentándose en su butaca de orejas delante de la clase y mirándolos a todos con sus ojos aumentados por las gafas—, casi hemos terminado nuestro estudio de la adivinación por los astros. Hoy, sin embargo, tenemos una excelente oportunidad para examinar los efectos de Marte, ya que en estos momento se halla en una posición muy interesante. Tened la bondad de mirar hacia aquí: voy a bajar un poco la luz...

Apagó las lámparas con un movimiento de la varita. La única fuente de luz en aquel momento era el fuego de la chimenea. La profesora Trelawney se agachó y cogió de debajo del sillón una miniatura del sistema solar contenida dentro de una campana de cristal. Era un objeto muy bello: suspendidas en el aire, todas las lunas emitían un tenue destello al girar alrededor de los nueve planetas y del brillante sol. Harry miró con desgana mientras la profesora Trelawney indicaba el fascinante ángulo que formaba Marte con Neptuno. Los vapores densamente perfumados lo embriagaban, y la brisa que entraba por la ventana le acariciaba el rostro. Oyó tras la cortina el suave zumbido de un insecto. Los párpados empezaron a cerrársele...

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