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Authors: Ed Greenwood

Fuego mágico (7 page)

Los misteriosos guerreros se dirigían más o menos hacia el oeste, manteniéndose cerca del lago Sember. Se movían con rapidez a pesar de su cautela, como hace la gente que aún tiene un largo camino por recorrer. Cada tanto aparecía un árbol entre la niebla mientras Shandril los seguía, acercándose cautelosamente un poco más cuando el terreno era más alto y alargando con cuidado la distancia en áreas mojadas donde el menor roce o chapoteo podía hacer que se le vinieran todos encima. Pronto se encontró empapada y temblando de frío.

De modo que a esto se refería Gorstag cuando decía que la aventura significa por lo general dolor y fatigas, ambos convenientemente olvidados más tarde, pensó Shandril recordando una charla junto al hogar. Sonriendo ante esta idea, se acercó un poco más. Rara vez se había sentido tan alerta, tan viva, tan excitada. «Nunca me dijiste que era tan divertido», le reprochó mentalmente a Gorstag mientras trepaba una pequeña elevación y se dejaba caer panza abajo entre la alta hierba.

Y menos mal que lo hizo. La niebla se retiró un poco durante breves momentos dejando al descubierto a seis guerreros que estaban justo bajo la cima de la colina sobre la que ella yacía. Algo más allá, los hombres estaban conduciendo a las mulas por la ladera ascendente de la siguiente colina, llevándose su tesoro hacia el oeste. «éstos deben de ser la retaguardia», dedujo Shandril.

Desde allí podía oír el tenue murmullo de sus voces, pero no podía distinguir las palabras. No se atrevió a aproximarse más porque tres de ellos escrutaban en su dirección.

La niebla comenzó a cerrarse de nuevo. Ellos seguían esperando allí, probablemente planeando alguna clase de trampa para cualquiera que pudiera seguirlos. Remontar la cima de la colina, incluso con aquella niebla, significaría su muerte. Shandril yació inmóvil sobre el húmedo suelo y pensó un instante. ¿Qué iba a hacer ahora?

De improviso, un hombre apareció de entre la niebla a no más de dos pasos de ella, pasó de largo a grandes pasos mientras la hierba crujía bajo sus botas, y desapareció en la dirección que ella traía. Sostenía un arco tensado y una flecha preparada en una mano, y llevaba un cuchillo largo en su cinturón, pero iba sin armadura ninguna. Parecía joven y hostilmente resuelto. Momentos después apareció otro arquero y luego cuatro más que pasaron algo más lejos. Shandril abrió la boca horrorizada. ¡Los arqueros volvían para matar a la compañía!

En su mente podía ver ya las flechas volando una a una desde la niebla para derribar a Delg, Burlane, Rymel, Thail... uno a uno, también, convulsionándose y retorciéndose en la hierba mientras sus ejecutores se alejaban con rapidez. Cualquier persecución se toparía ahora directamente con una tormenta de flechas.

¿Cómo avisar a la compañía? Shandril dudaba de poder dar un rodeo en torno a ellos sin que la matasen. Trastornada casi por un sentimiento de irremediable perdición, se dio cuenta de que sólo se podía hacer una cosa. «Diversión», se recordó a sí misma con ironía mientras se levantaba de la hierba y se volvía, desenfundando la espada de Lynxal —su espada ahora—, dispuesta para luchar.

Según avanzaba con ligereza y tan sigilosa como podía, se imaginó por un momento las caras de sus compañeros cuando ella los alcanzara con la espada aún goteante y arrojara a sus pies dos cabezas. El estómago se le revolvió ante la idea, y se quedó observando su espada, fría y pesada en sus manos, con auténtica repugnancia.

Echó una mirada a la niebla a su alrededor, sintiéndose de repente perdida e indefensa. Una espada afilada no es de mucho consuelo cuando sabes que no eres capaz de utilizarla contra nadie. Y mayor es aún el desconsuelo cuando uno acaba de darse cuenta de ello. Se detuvo por un momento para apoyarse en un árbol escuálido y desnudo. Enfundando con cuidado su espada, miró hacia adelante mientras se ocultaba tras él. La madera estaba muerta y humedecida, y se quebró con un ruido sordo, no con el agudo «crac» que ella habría temido. Shandril agarró una rama torcida, sorprendentemente pesada y, tras sopesarla por unos instantes, prosiguió su avance furtivo a través de la niebla.

Se encontró con él de forma inesperada. El arquero que antes había pasado tan cerca de ella estaba allí solo, con el arco preparado, escuchando con atención. La había oído y estaba medio vuelto. En el momento en que sus ojos se encontraban y él abría la boca sorprendido, Shandril saltó hacia adelante, con su corazón desbocado, y estrelló con toda su fuerza la rama en la garganta del hombre.

La fuerza del golpe entumeció sus manos y le hizo perder el equilibrio y resbalar en la hierba mojada. Sin perder un solo instante, se lanzó sobre él y le trabó las piernas. El hombre lanzó un horrible grito gutural y golpeó con violencia a Shandril en la frente con la rodilla. Aturdida, ésta yació tendida un momento mirando hacia la niebla, sin aliento en los pulmones y con la espalda y el trasero dolidos. Entonces oyó unos pasos sordos.

—¡Perra! —rugió la voz de un hombre muy cerca.

Shandril se echó rodando hacia un lado y miró hacia arriba. El otro arquero cargaba sobre ella con un brillante cuchillo en alto.

La muchacha gritó aterrorizada cuando ya el cuchillo se le venía rápidamente hacia la garganta con sus paralizantes destellos. Sin la rama ya a su alcance e incapaz de desenfundar la espada con suficiente rapidez, intentó saltar hacia un lado.

Demasiado tarde. La mano del arquero agarró su hombro izquierdo mientras ella se echaba hacia la derecha. La cruel fuerza de sus dedos tiró de ella hacia sí y, cuando la tenía de lado, su afilada hoja asestó uno y otro golpe contra su hombro y espalda. Shandril gritó una vez más ante el ardiente y cercenante dolor mientras caían juntos sobre el cuerpo tendido del primer arquero. Sintió su hombro mojado y frío cuando el cuchillo lo atravesó.

El encolerizado rostro del hombre estaba tan sólo a unos centímetros del suyo. Shandril se debatió con furia tratando de evitar sus garras y de trabar el cuchillo, arañando, mordiendo y lanzando con saña sus rodillas contra él. De alguna manera, logró agarrarse a su muñeca con las dos manos forzando al cuchillo a desviarse hacia un lado, pero él era más fuerte y poco a poco fue acercándolo otra vez a ella.

Entonces, aquella cara rugiente a escasos centímetros de la suya abrió la boca de par en par. Sus ojos se oscurecieron y empezó a salir un chorro de sangre de sus labios. Shandril sintió cómo su fuerza cedía y, por fin, unas manos fuertes levantaron el cuerpo muerto de encima de ella. Con los ojos nublados vio la brillante y terrible punta de una espada emergiendo de una extendida mancha oscura en el pecho del arquero. Su cabeza se desplomó cuando alguien levantó el cuerpo.

Unos rostros ansiosos tenían los ojos clavados en ella. Shandril sonrió débilmente al encontrarse con la mirada de Rymel; tras él estaban Delg, Thail y Burlane. Mientras luchaba por controlar su agitada respiración y el temblor de sus manos, dijo:

—Gracias. Creo que... estos dos... habían sido enviados... para mataros con sus flechas... tenía... que detenerlos.

Hizo una mueca de dolor cuando unas prudentes manos tocaron su hombro para levantarla. Burlane murmuró algo reconfortante mientras los dedos de Thail sondeaban con cuidado. El mago sacó un frasco de su cinturón con sus dedos teñidos de carmesí y dijo:

—Bebe.

El líquido era de color claro, textura espesa y sabor ligeramente dulce. Tenía un efecto calmante y refrescante, y una deliciosa calidez se extendió desde el estómago de Shandril por todo su cuerpo.

—Gracias.

Sus ojos buscaron a Burlane.

—Los seguí —dijo—. Iban hacia el oeste... ascendiendo una colina. Dos colinas más allá, la retaguardia se dividió. Cuatro espadachines siguieron a las mulas y estos dos regresaron en esta dirección para matar a quienquiera que los siguiera —y entonces se dio cuenta, con un repentino vigor, de que el dolor había disminuido y, con él, su profunda sensación de mareo—. ¿Qué había en esa redoma?

—Una pócima —dijo Thail con suavidad—. ¿Puedes caminar? —y la puso en pie con sumo cuidado.

Delg le dio unas palmaditas en la cadera y dijo:

—Bien hecho, señorita.

Shandril miró después a los otros: Ferostil, que pareció aliviado cuando sus ojos se encontraron con los de ella y vio que ya no estaban abrumados por el dolor, y Rymel, quien sin palabras le entregó los cuchillos de los dos arqueros.

—¿Sabes usar un arco? —le preguntó Burlane con voz queda.

Shandril negó con la cabeza, pero cogió los cuchillos y se metió uno en cada bota. Rymel hizo un gesto de aprobación.

Burlane apoyó con delicadeza una mano en su hombro.

—Vayámonos —dijo—. Me gustaría hacerme con ese tesoro por el que hemos sangrado.

Hubo un murmullo de aprobación general y la Compañía de la Lanza Luminosa emprendió la marcha. Shandril miró una vez por encima de su hombro a los retorcidos cuerpos de los arqueros antes de que la niebla se los tragase. Ella había matado a un hombre. Había sido tan rápido, tan espantosamente fácil... Tropezó en una mata de hierba pese al brazo sustentador de Burlane, y se detuvo asustada.

—¿Shandril? —preguntó con voz calma Burlane—. ¿Estás bien?

—Eh... ah, sí. Sí, estoy mejor. —Shandril siguió caminando, procurando no mirar la túnica que se pegaba húmedamente a ella por abajo. Estaba oscurecida y brillaba por la sangre del hombre que había estado a punto de matarla. Sintió un escalofrío en la piel. Esperaba que no empezase a oler demasiado pronto.

Lejos de allí, en dirección este, la niebla era menos densa. Jirones de ella se enroscaban en torno a Marimmar mientras el Muy Magnifícente Mago conducía a su aprendiz entre los viejos y robustos árboles.

—¡Por aquí, muchacho! Justo allí delante podrás ser testigo de lo que muy pocos han visto, a menos que sean elfos, que poseen cuatro veces la duración de la vida humana, y más. ¡La mismísima Myth Drannor! ¿Quién sabe qué artes pueden esperarnos allí a ti y a mí? ¡Podríamos manejar hechizos nunca vistos en estas tierras durante muchos y largos años, muchacho! ¿Qué dices a eso? —el anciano gordinflón temblaba literalmente ante esta perspectiva.

—Ah, maestro... —empezó Narm mirando adelante.

—¿Sí?

—Bien hallado seáis, señor de los elfos —se apresuró a decir Narm—, y vos, muy bella señora. Yo soy Narm, aprendiz del aquí presente Muy Magnifícente Mago Marimmar. Vamos en busca de Myth Drannor.

Marimmar parpadeó sorprendido y contempló a un elfo varón alto y de pelo oscuro que llevaba tanto varita mágica como espada en su cinturón. El guerrero elfo iba acompañado de una dama humana de una belleza casi élfica —ojos oscuros, una boca suave y una delgada y exquisita figura— que vestía un sencillo hábito oscuro. Allí estaban ambos, de pie, en medio del viejo sendero cubierto de vegetación que Marimmar había estado siguiendo, y no mostraban ninguna intención de apartarse hacia un lado aunque ambos tenían una expresión amable y habían respondido con un cortés movimiento de cabeza al saludo de Narm.

Marimmar se aclaró la garganta con un ruidoso carraspeo:

—Oh... bien hallados seáis, como ha dicho mi muchacho. ¿Conocéis por ventura el camino hacia la Ciudad de la Belleza, buen señor?

El elfo esbozó una ligera sonrisa.

—Sí, lo conozco, Muy Magnifícente Mago —su tono de voz, suave y musical, era vagamente sarcástico. Sus ojos eran muy claros.

Narm lo miraba maravillado. éste parecía un caballero elfo como aquel del que hablaba la vieja leyenda.

—Sin embargo —continuó el elfo con tono cortés y severo—, estoy aquí para impediros el paso a ella. Myth Drannor no es un depósito de tesoros. Hoy día es el lugar sagrado de mi gente, incluso ahora que la mayoría de mis semejantes han abandonado estos bellos árboles. También es un lugar muy peligroso. Hombres malvados hicieron venir a los demonios a la ciudad en ruinas y ellos patrullan el bosque incluso en este momento, no muy lejos de donde estamos.

—Yo no soy ningún niño a quien pueda asustarse con palabras, buen señor —dijo Marimmar con un chasquido de dedos—. ¡Hemos venido de lejos para alcanzar Myth Drannor antes de que la saqueen y pierda su preciosa magia! ¡Haceos a un lado, pues no tengo nada contra vos y no quisiera haceros ningún daño! —Marimmar apremió a su caballo.

—Haz retroceder a tu montura, mago —dijo la dama con tono sereno—, pues no tenemos nada contra ella. —Y dando un paso adelante continuó—: Yo soy Jhessail árbol de Plata, del Valle de las Sombras, y éste es mi esposo, Merith Arco Poderoso. Somos caballeros de Myth Drannor. ésta es nuestra ciudad, y os pedimos cortésmente que os vayáis. Tenemos artes para haceros volver, Marimmar.

Marimmar se aclaró de nuevo la garganta:

—¡Esto es ridículo! ¿Vais a decirme a mí por dónde pasar y por dónde no pasar? ¿A

?

—No —respondió Merith burlándose del florido modo de hablar del mago—. Tan sólo os informamos de las consecuencias de vuestra elección a este respecto, buen mago. Vuestro destino continúa en vuestras manos —y sonrió a Narm, que había hecho recular a su caballo.

Marimmar volvió la mirada y descubrió que estaba solo. Entonces carraspeó y dio la vuelta a su montura.

—Pues... quizá tengan sentido vuestras advertencias. Dirigiré mi búsqueda de conocimiento hacia otra parte por ahora. ¡Pero sabed esto! Las amenazas no me harán desistir, ni a muchos otros que, incluso en este mismo momento, andan en busca de este lugar con intenciones harto más codiciosas que las mías, en mi intento de explorar Myth Drannor cuando la ocasión se presente más... favorable. ¡Mis artes pueden abrirme un camino que no podréis interceptar!

Merith sonrió.

—Dicen que un hombre debe ir allí adonde su estupidez lo conduzca —dijo con suavidad citando el viejo proverbio bardo.

—Buen viaje tengáis ambos, Narm y Marimmar —añadió Jhessail con un brillo de burla en su mirada.

Narm pudo ver nada menos que tres varitas en su cinturón. Marimmar también las vio y saludó con sequedad a los caballeros mientras daba la vuelta a su caballo.

—¡Hasta que nuestros caminos vuelvan a cruzarse! —dijo en alta voz. El Muy Magnifícente Mago puso su caballo al galope y pasó delante de Narm como un ciclón. Su joven aprendiz saludó al elfo y al hada con cortesía y una sonrisa, y se alejó tras la estela de su maestro.

Los otros dos se quedaron contemplando su partida.

—El viejo es un gran tonto —dijo Jhessail pensativamente—. Volverá y tratará de venir por algún otro medio, y encontrará su destino.

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