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Authors: Jorge Luis Borges

Tags: #Poesía

Fervor de Buenos Aires (3 page)

La noche de San Juan

El poniente implacable en esplendores

quebró a filo de espada las distancias.

Suave como un sauzal está la noche.

Rojos chisporrotean

los remolinos de las bruscas hogueras;

leña sacrificada

que se desangra en altas llamaradas,

bandera viva y ciega travesura.

La sombra es apacible como una lejanía;

hoy las calles recuerdan

que fueron campo un día.

Toda la santa noche la soledad rezando

su rosario de estrellas desparramadas.

Cercanías

Los patios y su antigua certidumbre,

los patios cimentados

en la tierra y el cielo.

Las ventanas con reja

desde la cual la calle

se vuelve familiar como una lámpara.

Las alcobas profundas

donde arde en quieta llama la caoba

y el espejo de tenues resplandores

es como un remanso en la sombra.

Las encrucijadas oscuras

que lancean cuatro infinitas distancias

en arrabales de silencio.

He nombrado los sitios

donde se desparrama la ternura

y estoy solo y conmigo.

Sábados

A C. G.

Afuera hay un ocaso, alhaja oscura

engastada en el tiempo

y una honda ciudad ciega

de hombres que no te vieron.

La tarde calla o canta.

Alguien descrucifica los anhelos

clavados en el piano

Siempre, la multitud de tu hermosura.

A despecho de tu desamor

tu hermosura

prodiga su milagro por el tiempo.

Está en ti la ventura

como la primavera en la hoja nueva.

Ya casi no soy nadie,

soy tan sólo ese anhelo

que se pierde en la tarde.

En ti está la delicia

como está la crueldad en las espadas.

Agravando la reja está la noche.

En la sala severa

se buscan como ciegos nuestras dos soledades.

Sobrevive a la tarde

la blancura gloriosa de su carne.

En nuestro amor hay una pena

que se parece al alma.


que ayer sólo eras toda la hermosura

eres también todo el amor, ahora.

Trofeo

Como quien recorre una costa

maravillado de la muchedumbre del mar,

albriciado de luz y pródigo espacio,

yo fui el espectador de tu hermosura

durante un largo día.

Nos despedimos al anochecer

y en gradual soledad

al volver por la calle cuyos rostros aún te conocen,

se oscureció mi dicha, pensando

que de tan noble acopio de memorias

perdurarían escasamenre una o dos

para ser decoro del alma

en la inmortalidad de su andanza.

Atardeceres

La clara muchedumbre de un poniente

ha exaltado la calle,

la calle abierta como un ancho sueño

hacia cualquier azar.

La límpida arboleda

pierde el último pájaro, el oro último.

La mano jironada de un mendigo

agrava la tristeza de la tarde.

El silencio que habita los espejos

ha forzado su cárcel.

Le oscuridá es la sangre

de las cosas heridas.

En el incierto ocaso

la tarde mutilada

fue unos pobres colores.

Campos atardecidos

EL poniente de pie como un Arcángel

tiranizó el camino.

La soledad poblada como un sueño

se ha remansado alrededor del pueblo.

Los cencerros recogen la tristeza

dispersa de la tarde. La luna nueva

es una vocecita desde el cielo.

Según va anocheciendo

vuelve a ser campo el pueblo.

El poniente qui no se cicatriza

aún le duele a la tarde.

Los trémulos colores se guarecen

en las entrañas de las cosas.

En el dormitorio vacío

la noche cerrará los espejos.

Despedida

Entre mi amor y yo han de levantarse

trescientas noches como trescientas paredes

y el mar será una magia entre nosotros.

No habrá sino recuerdos.

Oh tardes merecidas por la pena,

noches esperanzadas de mirarte,

campos de mi camino, firmamento

que estoy viendo y perdiendo...

Definitiva como un mármol

entristecerá su ausencia otras tardes.

Líneas que pude haber escrito y perdido hacia 1922

Silenciosas batallas del ocaso

en arrabales últimos,

siempre antiguas derrotas de una guerra en el cielo

albas ruinosas que nos llegan

desde el fondo desierto del espacio

como desde el fondo del tiempo,

negros jardines de la lluvia, una esfinge en un libro

que yo tenía miedo de abrir

y cuya imagen vuelve en los sueños,

la corrupción y el eco que seremos,

la luna sobre el mármol,

árboles que se elevan y perduran

como divinidades tranquilas,

la mutua noche y la esperada tarde,

Walt Whitman, cuyo nombre es el universo,

la espada valerosa de un rey

en el silencioso lecho de un río,

los sajones, los árabes y los godos

que, sin saberlo, me engendraron,

¿soy yo esas cosas y las otras

o son llaves secretas y arduas álgebras

de lo que no sabremos nunca?

JORGE FRANCISCO ISIDORO LUIS BORGES (Buenos Aires, 24 de agosto de 1899 – Ginebra, 14 de junio de 1986) fue un escritor argentino, uno de los autores más destacados de la literatura del siglo XX. Publicó ensayos breves, cuentos y poemas. Su obra, fundamental en la literatura y en el pensamiento humano, ha sido objeto de minuciosos análisis y de múltiples interpretaciones, trasciende cualquier clasificación y excluye cualquier tipo de dogmatismo.

Es considerado como uno de los eruditos más grandes del siglo XX, lo cual no impide que la lectura de sus escritos suscite momentos de viva emoción o de simple distracción. Ontologías fantásticas, genealogías sincrónicas, gramáticas utópicas, geografías novelescas, múltiples historias universales, bestiarios lógicos, silogismos ornitológicos, éticas narrativas, matemáticas imaginarias,
thrillers
teológicos, nostálgicas geometrías y recuerdos inventados son parte del inmenso paisaje que las obras de Borges ofrecen tanto a los estudiosos como al lector casual. Y sobre todas las cosas, la filosofía, concebida como perplejidad, el pensamiento como conjetura, y la poesía, la forma suprema de la racionalidad. Siendo un literato puro pero, paradójicamente, preferido por los semióticos, matemáticos, filólogos, filósofos y mitólogos, Borges ofrece —a través de la perfección de su lenguaje, de sus conocimientos, del universalismo de sus ideas, de la originalidad de sus ficciones y de la belleza de su poesía— una obra que hace honor a la lengua española y la mente universal.

Ciego a los 55 años, personaje polémico, con posturas políticas que le impidieron ganar el Premio Nobel de Literatura al que fue candidato durante casi treinta años.

Notas

[1]
Es inexacta la noticia de los primeros versos. De Quincey (
Writings
, tercer volumen, página 293) anota que, según la nomenclatura judía, la penumbra del alba tiene el nombre de penumbra de la paloma; la del atardecer, del cuervo.
<<

[2]
En esta página de dudoso valor asoma por primera vez una idea que me ha inquietado siempre. Su declaración más cabal está en «Sentirse en muerte» (
El idioma de los argentinos
, 1928) y en la «Nueva refutación del tiempo» (
Otras inquisiciones
, 1952).

Su error, ya denunciado por Parménides y Zenón de Elea, es postular que el tiempo está hecho de instantes individuales, que es dable separar unos de otros, así como el espacio de puntos.
<<

[3]
Al escribir este poema, yo no ignoraba que un abuelo de mis abuelos era antepasado de Rosas. El hecho nada tiene de singular, si consideramos la escasez de la población y el carácter casi incestuoso de nuestra historia.

Hacia 1922 nadie presentía el revisionismo. Este pasatiempo consiste en «revisar» la historia argentina, no para indagar la verdad sino para arribar a una conclusión de antemano resuelta: la justificación de Rosas o de cualquier otro déspota disponible. Sigo siendo, como se ve, un salvaje unitario.
<<

[*]
Los asteriscos muestran diversos cambios entre la edición de 1969 y la de 1923.
<<

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