Morgause miró al anciano con ojos llenos de respeto.
—¿Tan viejo eres, venerable?
—Estos asuntos son demasiado complicados para la niña, venerable padre —observó Viviana con un leve reproche—. No es sacerdotisa. Lo que Merlín quiere decir, hermana, es que él vivía cuando los cristianos llegaron aquí y le fue permitido reencarnarse de inmediato para completar su obra. Son misterios que no tienes por qué tratar de entender. Continúa, padre.
—Comprendí que era uno de esos momentos en que cambia la historia de la humanidad. Los cristianos pretenden borrar toda sabiduría que no sea la suya, y en ese empeño están haciendo desaparecer todo misterio que no concuerde con su fe religiosa. Han declarado herejía el hecho de que los hombres vivimos más de una existencia, verdad que reconoce hasta el último de los campesinos…
—Pero si no creen que haya más de una existencia —protestó Igraine—, ¿cómo evitan la desesperación? ¿Qué dios justo haría desgraciados a algunos y felices y prósperos a otros, si les diera una sola vida?
—No lo sé —reconoció Merlín. Por un momento cerró los ojos y las arrugas de su rostro se acentuaron—. El caso es que sus opiniones están alterando este mundo, no sólo en el aspecto espiritual, sino también en el material. Como niegan el mundo del espíritu y los reinos de Avalón, estos reinos dejan de existir para ellos. Existen, por supuesto, pero no en el mismo mundo que los seguidores de Cristo. Avalón, la isla Sagrada, no está muy lejos de donde estaba cuando nosotros, los de la antigua fe, permitimos a los monjes que construyeran su capilla y su monasterio en Glastonbury. Trataré de hacértelo sencillo, Igraine.
Mira. —Se quitó la torques de oro del cuello y luego desenvainó su daga—. ¿Puedo poner este bronce y este oro en el mismo lugar al mismo tiempo?
La joven parpadeó sin comprender.
—No, desde luego. Puedes ponerlos juntos, pero no en el mismo lugar.
—Lo mismo sucede con la isla Sagrada —dijo Merlín—. Hace cuatrocientos años, aun antes de que los romanos intentaran la conquista, los sacerdotes nos hicieron un juramento: que jamás se alzarían contra nosotros empuñando las armas, pues estábamos aquí antes y entonces ellos eran débiles y suplicantes. Tengo que reconocer que han respetado ese juramento. Pero en espíritu, en sus plegarias, nunca han dejado de luchar contra nosotros para que su Dios expulsara a los nuestros, para imponer su sabiduría. Y según creen los hombres, así se configura su mundo. Por eso los mundos que en otros tiempos eran uno solo se están separando.
»Ahora hay dos Britanias, Igraine: la suya, bajo su único Dios y Cristo; y junto, con y detrás de ésta, el mundo donde aún impera la Gran Madre, donde el pueblo antiguo eligió vivir y rezar. Ha sucedido antes. Hubo un tiempo en que el pueblo de los duendes, los refulgentes, se retiró de nuestro mundo, adentrándose más y más en las brumas, de tal forma que sólo un vagabundo casual puede pasar la noche entre los elfos y, de hacerlo así, el tiempo no pasaría por él, y al salir, después de una sola noche, descubría que todos los suyos han muerto, pues aquella noche podría haber durado doce años. Y te digo, Igraine, que ahora está volviendo a suceder. Nuestro mundo, gobernado por la Diosa y el Astado, su consorte, está siendo separado del curso principal del tiempo. Incluso ahora, Igraine, si un viajero parte hacia la isla de Avalón, a menos que conozca muy bien el camino o lleve guía, no llegará nunca; sólo encuentra la isla de los Sacerdotes. Para la mayoría de los hombres, nuestro mundo se ha perdido en las brumas del mar del Estío. Esto comenzó a suceder aun antes de que se retiraran los romanos; ahora, a medida que las iglesias cubren la totalidad de Britania, nuestros mundos se alejan más y más. Y si no se les detiene, llegará el día en que habrá dos mundos, sin que nadie pueda ir y venir entre ambos…
—¡Así sea! —interrumpió Viviana, enfadada—. Sigo pensando que tendríamos que permitirlo. No quiero vivir en un mundo de cristianos que reniegan de la Madre…
—Pero ¿qué pasará con los otros, los que vivirán en la desesperación? —La voz de Merlín volvió a sonar como un gran tañido—. No: es preciso mantener un sendero abierto, aunque sea secreto. Hay partes del mundo que siguen siendo una misma. Los sajones cabalgan por ambos mundos…
—Los sajones son bárbaros y crueles —dijo Viviana—. Las Tribus, por sí solas, no pueden expulsarlos de estas costas. Merlín y yo hemos visto que Ambrosio no permanecerá mucho tiempo de este mundo; le sucederá su duque guerrero, el Pendragón; Uther, lo llaman. Pero hay muchos en este país que no le seguirán. Necesitamos un jefe que atraiga a todos los habitantes de Britania. De lo contrario, caerá todo el país; durante cientos y cientos de años estaremos bajo los bárbaros sajones. Los mundos se apartarán irrevocablemente y de Avalón ni siquiera quedará una leyenda que ofrezca esperanzas a la humanidad. Sólo ese líder nos hará uno.
—Pero ¿dónde hallaremos a ese rey? —preguntó Igraine—. ¿Quién nos dará ese líder?
Y de pronto tuvo miedo, pues Merlín y la sacerdotisa se volvieron a mirarla. Sus ojos parecieron inmovilizarla, como a una avecilla la sombra de un gran halcón.
Cuando Viviana habló, su voz sonó muy queda.
—Tú, Igraine. Tú gestarás a ese gran rey.
E
n el salón reinaba el silencio, salvo por el leve crepitar del fuego. Por fin Igraine suspiró profundamente, como si acabara de despertar.
—¿Qué me estáis diciendo? ¿Que Gorlois será el padre de ese gran rey?
Vio que su hermana y el mago intercambiaban una mirada. También vio el leve gesto con que la sacerdotisa acallaba al anciano.
—No, señor Merlín: esto ha de ser dicho de mujer a mujer… Gorlois es romano, Igraine. Las Tribus no seguirían al hijo de un romano; sólo a un vástago de la isla Sagrada, verdadero hijo de la Diosa. Pero necesitamos el apoyo de romanos, celtas y cimbrios, y éstos sólo seguirán a su Pendragón, hijo de un hombre en el que confían. Ha de ser hijo tuyo, Igraine… pero el padre será Uther Pendragón.
Igraine los miró fijamente, comprendiendo, y la ira se abrió paso lentamente a través del aturdimiento. Entonces estalló:
—¡No! Ya tengo un esposo y le he dado una hija. No permitiré que sigáis jugando con mi vida. Me casé como me ordenasteis… y nunca sabréis…
Las palabras se le atascaron en la garganta. No había manera de contarles aquel primer año. Ni siquiera Viviana llegaría a saberlo. Y aunque lo comprendiera no cambiaría de idea, no exigiría menos de ella. Demasiadas veces le había oído decir: «Si tratas de evitar tu destino o retrasar el sufrimiento, sólo te condenas a sufrirlo doblemente en otra vida.» Por eso no dijo nada; se limitó a mirar a Viviana con el sofocado resentimiento de esos últimos cuatro años. Pero negó tercamente con la cabeza.
—Escúchame, Igraine —dijo Merlín—. Yo te engendré, aunque eso no me da ningún derecho; es la sangre de la Dama la que confiere realeza, y tú eres de la sangre real más antigua de la isla Sagrada. Está escrito en las estrellas, hija mía, que sólo un nacido de dos realezas, la de las Tribus y la de Roma, librará nuestra tierra de toda esta contienda. Ha de haber una paz que permita a estos dos pueblos morar juntos. De lo contrario, nuestro mundo se esfumará en las brumas; puede que, durante milenios la Diosa y los misterios sagrados sean olvidados por la humanidad, salvo por los pocos capaces de ir y venir entre los mundos. ¿Lo permitirías, Igraine? ¿Tú, que naciste de la Dama de la isla Sagrada y de Merlín de Britania?
Igraine inclinó la cabeza, protegiendo la mente contra la ternura de esa voz. Sabía desde siempre, sin que nadie se lo hubiera dicho, que Taliesin, el Merlín de Britania, había compartido con su madre la chispa de vida que la creó, pero una hija de la isla Sagrada no mencionaba tales cosas. Una hija de la Dama pertenecía sólo a la diosa y nadie piadoso podía reclamar su paternidad. El hecho de que Taliesin utilizara este argumento la impresionó profundamente.
Aun así dijo con terquedad, negándose a mirarlo:
—Si os era preciso, ¿no podríais haber utilizado vuestros hechizos para que Gorlois fuera proclamado Gran Dragón? De ese modo, cuando nuestro hijo naciera tendríais a vuestro gran rey.
El anciano negó con la cabeza, pero fue Viviana quien habló delicadamente:
—No darás ningún hijo varón a Gorlois, Igraine.
—¿Qué? ¿Acaso eres la Diosa para decidir la fertilidad de las mujeres? —acusó la joven con violencia, aun sabiendo que sus palabras eran infantiles—. Gorlois ha engendrado varones en otras mujeres. ¿Qué me impide darle uno nacido dentro del matrimonio, como él desea?
Viviana no respondió. Sólo dijo, con voz muy suave:
—¿Amas a Gorlois?
Igraine clavó la vista en el suelo.
—Eso no tiene nada que ver. Es una cuestión de honor. Él ha sido amable conmigo. Me permitió conservar a Morgana cuando ella era lo único que tenía en mi soledad. Ha sido paciente, lo cual no ha de ser fácil para un hombre de su edad. Quiere un hijo varón; lo considera importantísimo para su vida y su honor, y no voy a negárselo. Si acaso alumbro un hijo, será el hijo del duque Gorlois y de ningún otro hombre viviente. Lo juro por…
—¡Silencio! —La voz de la sacerdotisa acalló las palabras de su hermana como el fuerte tañido de una gran campana—. Te lo ordeno, Igraine: no jures, si no quieres ser perjura por siempre.
—¿Y por qué piensas que no voy a cumplir mi palabra? ¡Se me enseñó a ser fiel! ¡Yo también soy hija de la isla Sagrada, Viviana! No me trates como si fuera una criatura balbuciente, como a Morgana, que no entiende ni una palabra…
La niña, al oír su nombre, se incorporó bruscamente. La Dama del Lago, sonriendo, le acarició el pelo oscuro.
—No creas que esta pequeña no comprende. Los niños saben más de lo que suponemos. En cuanto a ésta… bueno, eso pertenece al futuro y no tengo que mencionarlo delante de ella, pero quién sabe si un día no será también una gran sacerdotisa.
—¡Nunca! Aunque tenga que hacerme cristiana para impedirlo —estalló Igraine—. ¿Creéis que os voy a permitir conspirar contra la vida de mi hija como habéis conspirado contra la mía?
—Paz, Igraine —dijo Merlín—. Eres libre, como lo es todo hijo de los dioses. No hemos venido a ordenar, sino a suplicarte. No, Viviana —dijo levantando la mano para impedir que la Dama lo interrumpiera—. Igraine no es un indefenso juguete del destino. Creo que, cuando lo sepa todo, decidirá lo correcto.
Morgana había empezado a revolverse en el regazo de su tía. Ésta la aquietó arrullándola con suavidad, pero Igraine se levantó para hacerse cargo de la niña, airada y furiosa. Notaba los ojos ardientes de lágrimas. No tenía más que a Morgana, y ahora también ella estaba cayendo víctima del encanto de Viviana, como todos los demás.
—Levántate de inmediato, Morgause —dijo ásperamente a la muchacha, que aún tenía la cabeza en el regazo de la Dama—. Sube a tu cuarto. Ya eres casi una mujer y no puedes comportarte como una niña malcriada.
Morgause levantó la cabeza, apartándose el pelo rojo de la cara mohína.
—¿Por qué escogiste a Igraine para tus planes, Viviana? —preguntó—. No quiere tomar parte. Pero yo soy mujer y también soy hija de la isla Sagrada. ¿Por qué no me escogiste a mí para Uther, el Pendragón? ¿Por qué no puedo ser la madre del gran rey?
Merlín sonrió.
—¿Te lanzarías tan implacablemente a los brazos del destino, Morgause?
—¿Por qué Igraine sí y yo no? No tengo esposo.
—Hay un rey en tu futuro y muchos hijos varones. Pero tienes que conformarte con eso, muchacha.
Nadie puede vivir el destino ajeno. Tu destino y el de tus hijos dependen de ese gran rey. Más que eso no puedo decir —aseveró el anciano—. Ya es suficiente, Morgause.
Igraine, con la pequeña en brazos, se sintió mas dueña de sí. —Estoy faltando a la hospitalidad, hermana, mi señor Merlín —dijo con voz inexpresiva—. Permitid que mis criados os acompañen a las alcobas que hemos preparado para vosotros. Se os llevará vino y agua para lavaros; al caer el sol se preparará una comida.
Viviana se levantó. Su voz era formal y correcta. Por un momento, Igraine se sintió aliviada; volvía a ser la señora de su casa, no ya una criatura pasiva, sino la esposa de Gorlois, duque de Cornualles.
—Hasta el anochecer, pues, hermana mía.
Los servidores se llevaron a los huéspedes. Igraine, en su alcoba, acostó a Morgana en la cama y dio en pasearse, nerviosa por lo que había oído.
Uther Pendragón. No lo había visto nunca, pero Gorlois encomiaba con frecuencia su valor. Era sobrino de Ambrosio Aureliano, gran rey de Britania, pero, a diferencia de éste, era britano de pura cepa, sin rastros de sangre romana, de modo que los cimbrios y las Tribus no vacilaban en seguirlo. Había pocas dudas de que algún día Uther sería escogido gran rey. Como Ambrosio no era joven, ese día no podía estar muy lejos.
«Y yo sería reina… ¿En qué estoy pensando? ¿Sería capaz de traicionar a Gorlois y mi honor?»
Al levantar el espejo de bronce vio a su hermana detrás, en el umbral de la puerta. Viviana se había quitado los pantalones que usaba para montar y vestía una túnica suelta de lana sin teñir. Se le acercó, alzando la mano para tocarle el pelo.
—Pequeña Igraine. No tan pequeña, ahora —dijo con ternura—. ¿Sabías, pequeña, que yo te di ese nombre? Grainné, como la diosa de los fuegos de Beltane… ¿Cuánto hace que no prestas servicio a la Diosa en Beltane?
Igraine esbozó una leve sonrisa.
—Gorlois es romano y cristiano. ¿Crees que en su casa pueden celebrarse los ritos de Beltane?
—No, supongo que no —reconoció Viviana con sentido del humor—. Pero en tu lugar no creería imposible que tus criaos escapen en el solsticio de verano para encender fogatas y holgar bajo la luna llena. Claro que el señor y la señora de una casa cristiana no pueden hacerlo, a la vista de sus sacerdotes y de su adusto Dios.
—No hables así del Dios de mi esposo, es un Dios de amor —dijo Igraine secamente.
—¿Eso crees? Sin embargo, ha hecho la guerra a todos los demás dioses y mata a quienes no lo adoran. Guárdeme yo de semejante amor. En virtud de los votos que una vez pronunciaste, podría reclamarte que hicieras lo que te he indicado en nombre de la Diosa y la isla Sagrada…
—Oh, magnífico —exclamó la joven con sarcasmo—. Ahora mi Diosa me exige que haga de puta, mientras Merlín de Britania y la Dama del Lago me hacen de alcahuetes.